Cuando llegamos a verla nos encontramos con
otros velatorio, el de un docente del Colegio Soberanía Nacional; ellos me
indicaron que allí –en la sala 2- habían traido el cuerpo de una mujer, una
abuelita me aclararon, pero que recién se abriría a las 10 y 30.
Cuando llegó esa hora nos encontramos algunos
allegados, Doña María parecía dormir.., tranquila.
Una primera palma de flores, del Municipio,
alentó las críticas, no hay florerías en Río Grande, o al menos no están lo abastecidas
como en otros tiempos.
Ya me dijeron que los funerales serán mañana.
Se está esperando la llegada de los hijos: Juan Amdrés llegará en el vuelo de
la tarde, estaba en Córdoba; Ana María llegaría de Río Gallegos con sus hijos.
Doña María ha vivido 105 años; y los
transitaba con placidez. Eso es lo que me comentaba Juan cuando nos
encontramos, con él y con Patricia Wilson, que estaban de cumpleaños cercanos.
La noticia me llegó como suele ocurrir ahora
vía facebook, decía: El Roca está de luto, cosa que pude comprobar más tarde..,
después de las 7 y con las puertas cerradas, más un cartel alertando la
circunstancia.
Tito, el sobrino que tiene a cargo la
confitería de la familia, nos dijo que no vendría su mamá.., una prima de Doña
María Jesuz Apablaza de Fernández que reside en Punta Arenas, tiene 87 años y
ha nevado mucho.
Ya en casa había seleccionado algunas fotos,
ya en la radio habíamos prodigado algunos recuerdos.
Me pareció oportuno volver sobre un Lugareños escrito
para el domingo 22 de octubre de 2000.
Doña María cenó bien, pero a las 23 vinieron
las convulsiones y el paro cardíaco que terminó por matarla. Miró mi reloj de pulsera,
se ha parado a las 12.50.45, tal vez él también esté triste.
Una
mujer de película: Doña María de Fernández
Doña María anda por sus noventa y dos años. Y
anda bien. Si no fuera por eso de escuchar menos tal vez estaría mas conectadas
con los problemas de todo el mundo, y parte de ellos no dejarían de
preocuparla.
Pero ahora su vida discurre –fundamentalmente-
entre su hija radicada en Río Gallegos, y su hijo al que difícilmente se podrá
sacar de Río Grande.
Aunque en realidad en su larga existencia
entre nosotros se fueron dando algunas circunstancias que le pusieron
distancia. La primera que tiene presente fue cuando Juan Andrés, pequeñito
todavía, andaba con esos problemas de salud y los médicos que en otro tiempo
tanta importancia le daban a las cuestiones del clima fueron terminantes con un
destino: Córdoba. Allí en un lugar de nombre mas que sugestivo: Salsipuedes,
pasó un tiempo diferente de su existencia. Sobre todo porque estaba distanciada
del marido, y quedaba allá tan lejos la preocupación del Cine como empresa
naciente, pujante, pero en el sentimiento de ella difícil de marchar
normalmente sin su presencia rectora.
Un largo viaje realizó este año con el hijo:
volver a Córdoba como tantas otras veces. ¡Y hacerlo por tierra! Donde si bien
los vehículos de hoy nos colocan en distintos parajes como si no nos moviéramos
de un confortable sillón de un living, no deja de pesar el traqueteo del
tiempo, de toda una historia en los ojos y en los huesos para esta Doña María,
que por cuatro días vio mudarse la geografía patagónica por otra más feraz.
Hubo un año terrible: el 78. La guerra con
Chile ponía intranquilidad en todos los hogares. Pero fundamentalmente en aquellos
que por estar integrados por chilenos no sabían que aventurar como destino
inmediato de resultar la tensión en conflicto. Aunque la radio callaba, y la
televisión ignoraba, se sabía que por esos días salía gente a la frontera de
buenas a primeras, residentes sin papeles desde muchos años, producto tal vez
de desidias particulares o conveniencias de empleadores, gente con casa puesta
que debía malvenderla para rehacer en su país de origen lo que se pudiera. E
incluso estaba el caso de algunos que siendo naturalizados argentinos, y
estando empleados en el Estado –hasta ese momento sin dificultad- fueron
compelidos a trasladarse lejos de esta Tierra del Fuego que sería el
indubitable escenario de la gran confrontación bélica por la soberanía y el
Beagle.
Las clases terminaron antes. Los aviones que
venían cargados de soldados y pertrechos no regresaban vacíos: sin mayor tiempo
para controles aduaneros salían mujeres primero, niños después, familias
completas a un espacio más calmo: el del origen. Si los argentinos/argentinos
tomaban esa actitud de supervivencia, y en los mismos vuelos militares; ¿qué se
podía censurar de que alguien nacido chileno pero identificado plenamente por
todo lo hecho en este lugar tratara de hacer lo mismo? Doña María Apablaza de
Fernández y parte de su familia volvió por aquellos días al norte, curiosamente
otra vez a Córdoba, donde se transcurrió en pocas semanas rumbo a la
tranquilidad de una intervención papal.
Tal vez fue por eso que Juan Andrés pensó que
era necesario tener casa en Córdoba, había visitado para esa fecha del 78 su
antigua escuelita de Salsipuedes, un pueblo que no había cambiado mucho –tan
diferente en eso al Río Grande de los grandes logros- y se maravillo con las
perspectivas de otros veranos. Entonces se incorporó al rubro hotelero, pero en
Carlos Paz, con una posada que atendía el matrimonio Munín. ¡Pero no crea que
fue fácil sustraer a Doña María hacia esas calmas de verano!
El Cine Roca estaba todavía como una realidad
familia de empresa, y ella tenía que cumplir las tareas autoimpuestas a la hora
de fiscalizar el acceso de la concurrencia a la sala, no fuera el caso que se
filtraran menores en películas que no estaban permitidas para su edad, o en
cierto momento instalarse por el lado del kiosco, estudiando bien el tema de
los precios para que fueran los convenientes y la clientela no se le escapara
en el intervalo hacia un comercio cercano, simplemente porque allí ella no
ofrecía lo mejor pero mas barato. Y además estaba la Confitería –nunca quiso que
se llamara Bar, el Bar fue cosa de otro tiempo, necesaria pero superada- ¡La
Confitería del pueblo se podía decir!, un lugar de esos que nunca descansa.
La última vez que la visité en su casa recibía
la visita de su hija, que por esos días había salido venturosa de un accidente
automovilístico, y uno sabe que venturosa no significa del todo bien, pero
había en la definición una suerte de gratitud a la providencia. Como en todos
los gestos y actitudes con los que recorría su cocina plena de sol.
Se recordaba de su esposo llegado de España,
de sus años de transportista; de la rara felicidad de encontrar sus parientes
al viajar a Europa. Y de tanto en tanto una cotorrita parlanchina que
revoloteaba por toda la casa, se convertían en objeto de su atención, olvidándose
por algún momento Doña María que la estaba reporteando y cambiando palabras con
su interlocutora voladora. La cotorrita que remedaba mis preguntas, y que
después intenté suprimir de la grabación a la hora de difundir el reportaje por
la radio, pero técnicamente era muy complicado, y después de todo fue muy
divertido: yo haciendo de apuntador a la cotorra, la cotorra repitiendo, y Doña
María macerando sus recuerdos.
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