EVOCACIONES. 29 de Noviembre de 1823. Yamanas que son llevados a bordo de la nave de Weddell, son sorprendidos robando.

En el diario de la expedición aparece esta evidencia: El 29 el tiempo era bueno. Por la mañana llegó el Beaufoy que inmediatamente fue visitado por los fueguinos. En esta oportunidad  robaron una cuantas cositas, de las cuales solo quiero mencionar una para dar una idea del don de imitación. Un marinero le había dado a un fueguino un jarro de estaño lleno de café; este bebió el café y puso en juego toda su habilidad con el fin de robar el objeto. Después de algún tiempo, el marinero recordó que no le habían devuelto el jarro. Lo reclamó pero en lugar de dárselo, el fueguino de devolvió con toda seriedad cada una de sus palabras. Finalmente el marino se enojó, adoptó una postura amenazadora y exclamó en tono violento:-Sinvergüenza, cobrizo,¿dónde está mi jarro de estaño?- El fueguino adoptó exactamente la misma postura y exclamó empleando el mismo tono:-Sinvergüenza cobrizo ¿dónde está mi jarro de estaño?- Todos los presentes rieron estrepitosamente, ya que la imitación había sido muy acertada. Solo el marinero permaneció serio y examinó al ladrón, que había ocultado el jarro debajo del brazo. Debía ser castigado pero el honorable Brisbane lo perdonó y se limitó a enviarlo a su canoa indicándole que no volviera más a bordo.

Crecía la fama de ladrones de los fueguinos.

Cuando los anglicanos llevaron familias a Malvinas para instruirlos, hay un rico anecdotario en la materia:

Un día, la Señora Despard echó de menos una pieza del juego de ajedrez de su esposo y como había estado Duthry Weiell Kipa, una mujer de la Casa Roja por unos minutos en la habitación, Phillips la siguió, revisó su bolsa de trastos, halló la pieza extraviada y la retó   merecidamente. Cuando por la noche volvió a visitar a los alumnos, los hombres habían regresado de la búsqueda de mariscos, y el esposo de la ladrona lo recibió con gritos de rabia y gestos más airados por la injuria de que se había hecho objeto a su consorte al descubrir sus pecados secretos. Pero el misionero pudo hacerle comprender su equivocación y todo pareció terminar pacíficamente.

Hay otros incidentes en Keppell, como es el intento de asaltar el depósito de alimentos; y una realidad: era muy difícil hacerles entender a los fueguinos lo que era la propiedad privada.


El mismo catequista Phillips, que tendrá un trágico final en Wulaia dirá: “Consideran una grave ofensa ser imputados de deslealtad, tal como si en realidad no fuera el robo lo reprochable, sino el haber sido atrapado”.

En ese sentido toda una moral Espartana.

¿Y que nos va quedando a los fueguinos de hoy, de los fueguinos de ayer?

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Para los que estudian las Leyes.

Estas no las encontramos en los códigos pero si incorporadas al lenguaje popular de los fueguinos. Si hay otra comuníquenla, nosotros la archivaremos.

Ley del coco: Ordalía que proponía el padre Zink entre sus pequeños alumnos cuando estos peleaban entre sí. Debían colocarse frente contra frente, una mano en la espalda, y la otra –formando puño- da golpes cortos y enérgicos en la mollera del contrincante. Pierde el primero que se retira.

Ley del embudo. “La mejor mina con el más boludo”.

Ley del gallinero. “El de arriba caga al de abajo”.

Ley de los cuatro. Ley 244. Es la que estableció el sistema previsional con el retorno a la democracia, beneficiado a partir de su aplicación a cuatro de los 15 legisladores que intervinieron en su sanción.

Ley de Olmedo. Todo fue al pedo. Aludida en más de una oportunidad por el historiador salesiano RP Raúl Entraigas.


Ley de Moraga “El que caga, caga”

25 de noviembre: Día de sangre en Tierra del Fuego.



Para un mismo día dos acontecimientos ligados a la violencia ejercida por los hombres de afuera con los hombres de adentro. Y la memoria que pide su Nunca Más con el solo testimonio del que trajo la muerte. Los actores de la violencia no fueron los primeros, ni fueron los úlltimos. La fecha desde la perspectiva de la llegada del argentino a este sur marca un hilo de sangre que se extendió en el tiempo.

** El 25 de noviembre de 1598 Oliver Van Noorth en el Estrecho.

Formaba parte de la expedición el piloto Melish, uno de los sobrevivientes de la expedición de Cavendish, y experto navegante.

Se registra entonces un encuentro sangriento con nativos. En circunstancias en que algunos d ellos que vivían en la costa hicieron algunos gestos, después de aproximarse a la orilla, el colérico almirante que interpretó aquellas actitudes como señales de desafío, hizo desembarca aun grupo de mosqueteros y atrapó a los fueguinos en una gruta, entre sus colinas. Los nativos defendieron la entrada hasta el último hombre y finalmente los holandeses hallaron la explicación de su denodada resistencia. No se trataba de un tesoro fabuloso sino de un grupo de mujeres que aullaban de terror, mientras apretaban a los hijos contra sus pechos. Mataron a la mayoría de las mujeres y se contentaron con seleccionar seis niños –cuatro varones y dos niñas- para llevarlos a bordo, como especimenes.

El incidente se dio sobre el Estrecho en el sitio conocido como Cabo Nassau o Forland. Los holandeses desembarcaron a dos millas de allí en dos pequeñas islas, donde  relatarán en su crónica

“Vimos nativos que nos hacían seña de que debíamos irnos, al punto que nos arrojaban desde arriba algunos pingüinos. Sólo cuando nos acercamos más nos lanzaron algunas flechas, cuando desembarcamos luego en la isla, vimos que ran más o menos cuarenta, y los que les hicimos fuego, entonces huyeron y se escondieron. En las laderas del valle de esa tierra encontramos una caverna, en cuyo interior no se podía penetrar desde arriba y abajo, era también demasiada estrecha. En la misma se hallaba un grupo de gente que se defendió durante largo rato con flechas, de modo que tres o cuatro de los nuestros fueron heridos y a pesar de que nosotros igualmente atacábamos con fuerza, no querían rendirse, hasta que todos los hombres fueron muertos. Llegamos ante algunas mujeres y niños, jóvenes y viejas que se habían amontonado, creyendo de esa manera protegerse de nuestras armas. Muchas de ellas estaban sin embargo igualmente muertas y heridas. Tomamos a cuatro muchachos y dos muchas y los llevados a bordo, posteriormente, por uno de ellos, que había aprendido nuestra lengua, conocimos la condición del país...”

 Esta gente se llamaba Enoo y habítaban un país que denominaban Cossi, y la pequeña isla del incidente se llamaba Talke.


Dirá en su relato el capitán Weer a Oliver Van Nort almirante de la expedición holandesa.

 “En una visita ala isla Pingüino había tenido que luchar con un grupo de 25 salvajes, los cuales habían dado muerte a tres de los suyos: que estos bárbaros combatían con tanto vigor, que una de sus mujeres que había sido herida de un tiro en el pie, sin preocuparse de ello, se había instalado en las rocas y había seguido lanzándoles flechas, hasta que fue muerta por otro tiro. Todos los salvajes fueron muertos en el mismo lugar, pues no se habían retirado, a excepción de seis niños, que habían atrapado y hecho llevar al barco”.


*25 de noviembre de 1886. Ramón Lista en San Sebastián y la matanza de indios onas.

Este oficial de ejército argentino  está signado como matador de indios a partir de la refriega que terminó con la vida de 26 de ellos el 25 de noviembre de 1886.

Dirá en favor de su determinación el hecho que los nativos no querían dispersarse, y los temores que les infundían la llegada de la noche, donde los onas, conocedores del terreno podrían fácilmente preparar una emboscada en su contra.

Argumentará en favor suyo también por la ferocidad manifiesta de los fueguinos, y la evidencia concreta en la herida de flecha propiciada a José Marzano su lugarteniente y pariente.

Pero lo que hoy es censurado por los defensores de los derechos humanos de los nativos, no fue objeto en aquel momento de ningún discurso censurador.  Al fin de cuentas Argentina crecía con la mentalidad de conquista de la denominada Generación del 80, un tiempo de exigida modernización al país, lo que pasaba por desterrar costumbres salvajes, y a los salvajes también.

Lo mismo que había hecho recientemente en la Conquista del Desierto Julio Argentino Roca, con quien solía cartearse Ramón Lista Marzano.

El jefe de la Expedición dejará asentada su visión de esos días en el siguiente escrito:


En el deseo de inquirir personalmente el paradero de los indios hoy a las 7 de la mañana salí del campamento con el Capitán y diez soldados haciendo rumbo al citado cerro.
Después de una marcha de des horas, al paso y al trote, cruzando cañadones y sinuosas lomadas, descubrí una toldería que recién habían abandonado los indios, pues ardían aún sus hogares.
Los toldos, consistentes en unos hoyos o nidos de 3 a 4 decímetros de profundidad, cubiertos en parte de yerbas desmenuzadas, y resguardados al viento por cueros de guanacos, sin pelo, sostenidos con bastones de madera dura, nos detuvieron un instante. Había en ellos algunos utensilios de cocina, sacos de cuero con pedernales y pinturas, y otras chucherías que no merecen mención.
Los rastros de los onas iban del sudoeste, en zig zag y claramente impresos. Viólos uno de los soldados que pasa por «rastreador», entre sus compañeros, y dijo al punto: “Allí no más están. detrás de la loma”.
Nos lanzamos sobre la pista. Y antes de una hora vimos a los salvajes, en un cañadón al sud del cerro que nos sirviera de guía.
En la persecución, éstos fueron arrojando sus quillangos, y hasta abandonaron una criatura, que alzó un soldado y puso sobre la grupa de su mula.
Los onas detenidos desplegaron en semicírculos tras un espeso matorral espinoso, por cuyo centro corre un arroyito. La oposición había sido bien elegida para resistir nuestro ataque; y sin más ni más rompieron las hostilidades, disparando sus flechas sobre la tropa, que, a pie, fatigada y en cumplimiento de mis órdenes, se mantenía simplemente en la defensiva, pues mi propósito era el de desarmarlos y conducirlos al campamento, para que por medio de regalos, propiciarme su buena voluntad, y, obtener entre ellos un guía que me llevase a través de la isla.

Viendo que continuaban en su actitud guerrera, mandé hacer fuego sin dirección. para intimidarlos, pero ellos contestaron arrojando nuevamente sus flechas, una de las cuales hirió levemente a un soldado, cerca de la tetilla derecha.
Enseguida se ocultaron en el matorral, y de allí nos provocaban con gritos airados.
Intenté desalojarlos; incendiando su guarida, pero en ese mismo instante cayó un fuerte chubasco de granizo y lluvia, que impidió mi propósito.
Volvieron a arrojar sus flechas los salvajes y a favor de la ligera neblina formada por la lluvia dos de ellos echaron a correr cuesta arriba de una elevada colina a retaguardia del matorral, no siendo posible darles alcance ni en mula pues corrían como guanacos, fuera de que, numerosas cuevas de tucu – tucus entorpecían cada paso de los perseguidores.
Quedamos algunos instantes a la expectativa, en la esperanza de que los indios se entregaran; pero siguieron en su actitud enconada; y como la noche se aproximaba y era necesario a toda costa apoderarse de esa gente, por la seguridad misma de la expedición, di la señal de ataque, sable en mano: el capitán iba a la izquierda, con tres hombres, yo en el centro, y el resto de la tropa a la derecha. Los indios nos recibieron con una granizada de flechas y cuando salvaba el capitán las primeras matas, cayó herido de un flechazo cerca de la témpora izquierda. No obstante, prosiguió el combate con el mismo ímpetu y después de algunas descargas de carabina el matorral quedó en nuestro poder, y sobre las zarzas veintiocho muertos, entre ellos un ona atlético, el jefe, quien en lengua tzóneka había repetido durante el combate, la palabra corrge (cacique), retándonos tal vez a un duelo singular.
Como habían quedado en poder de la tropa algunos prisioneros y heridos, dispuse nuestro inmediato regreso al campamento, donde el cirujano practicó en el acto las primeros curaciones, reconociendo prolijamente la herida del capitán que ha resultado, felizmente, no ser de mucha gravedad.




Cachimba, que fue Chupete.



Hubo un tiempo en que al ahijado de tu madre le llamaban Cachimba.

En realidad era ahijado de tus dos padres pero para tu memoria sigue siendo propiedad sólo de ella.

Es que cuantas veces rozó tu vida lo hizo para lastimarte.

Esa era tu relación con él, motivada por los celos.

 Tus padres se casaron ya grandes y era improbable que fueran a tener descendencia. Entonces nació él y de allí el padrinazgo. Supones que en algún momento se pensó que sería el heredero, hasta que apareciste vos.

Tu madre contaba que estando embarazada vinieron a visitarla: el día era espléndido, él tenía algo más de un año y corría con entusiasmo. El patio era un pedregal y allí pronto resbaló y cayó.

Como la madre estaba en el servicio tu madre salió con toda su panza a rescatarlo de su angustia, tal vez tendría alguna lastimadura, lo levanto en sus brazos y el niño reaccionó violentamente golpeándola en el rostro como si ella tuviera la culpa. Entonces llegó la madre inquieta por el llanto y lo arrebató de los brazos de la tuya. La calma no tardó en llegar pero algo terrible había ocurrido: a consecuencias del golpe se había caído un aro tu madre.

Cada una de las seis hermanas llevaban aros como ese, hechos sobre una pepita de oro nativo, resabio de la actividad minera que desarrolló el abuelo cuando vino de Europa. En medio del pedregal nada brilla como brilla el oro. Se lo buscó infructuosamente. Tu madre guardo el que quedaba en un cofre y nunca más uso otros.

Hasta que… Hasta que un día con uno ahorros le compraste unos aritos tal vez de fantasía, para un día de la madre. La perla era, lo averiguaste: Rosa Francia. Ese mismo día llegó Cachimba a saludar y viendo los aros recordó la historia que se contaba y tu mamá llegó con todo su cofre y desenvolvió el aro sobreviviente que envolvía en un pequeño pañuelo. Se lo puso y sonrió. El oro nativo brillaba más que el de uno de sus dientes. –Déjeselo puesto madrina. Al menos hasta que me vaya. Y tu madre nunca más volvió a sacarse el aro, hasta que al morir te lo entregaron con sus escasas pertenencias.

A Cachimba antes lo llamaban Chupete. No tenía reparo de andar con el chupo hasta que un día se lo robaron en primero superior. Sacaba su artefacto en cualquiera mesa donde hubiera un tarro de leche condensada y, con naturalidad y picardía lo metía en el para darle mayor dulzura.

Vos te burlabas de esa inmadurez suya, aunque cada tarde que te llamaban batiendo palmas para ir a merendar te estaba esperando el café con leche –eso hasta tuss diez años- en una mamadera que tomabas con un revolcón en la cama..,  para salir luego corriendo con panes calientes en los bolsillos.., de vuelta a jugar.
Por aquella época el fútbol era tu pasión, pese a que usando anteojos no podías gambetear mucho, y solo porque eras el dueño de la pelota te dejaban jugar.., al arco. Él fue arquero toda la vida, en el potrero, en un equipo de primera y  con el correr de los años en el naciente papi fútbol. Usaba anteojos para lucirse. Tu madre se lamentaba que su pobre hijito no veía bien, en cambio al ahijado todo le iba muy elegante.

Vivías en otra ciudad cuando llegó la carta que anunciaba las visitas. Allí apareció por primera vez tu contrincante. Venía de pantalones largos, mientras tú seguías usando los cortos y mostrando sus rodillas lastimadas. –Acá está su ahijado. Fue el primer diálogo entre las mujeres. Luego de un largo rato pareció que se dieron cuenta que vos existías.

Él parecía gustar de la fruta, y sacaba de una fuente que estaba al centro de la mesa una manzana y otra. Venían envueltas en papel azul, y a ti te asombrara que arremetiera con ellas sin permiso. –Déjenlo que es el ahijado. Y él, mirándote, te entregó uno de los papeles diciéndote: -Tomá che, para que te limpies el poto.

Corría por toda la casa, tomaba tus juguetes prolijamente ordenados y llegó a romper uno de ellos.

Cuando se fue descubrieron en distintos rincones las manzanas tiradas, luego de haber recibido dos o tres mordiscos.

Al ir a la escuela muchas veces hacían juntos las tareas,   en una u otra casa. s. Se sabía que estando las madres de visita se tenía que ir a  domicilio donde se encontraban. Luego de la merienda venían las ocupaciones, y siempre comprobabas al regresar que te faltaba alguno que otro lápiz, o goma de borrar.  Al principio tenía cada uno una lata de Calumet, un polvo leudante que se traía de Chile, a modo de cartuchera. En ese Calumet –con su nombre ceremonial- se estableció su cambio de nombre.

Era invierno, se iba a patinar a la laguna cercana y en algún momento se sentaban todos a descansar y a conversar. Allí apareció Chupete con la lata de los lápices, pero cargada de tabaco producto de haber desmenuzado cigarrillos de distinta marca que tomaba furtivamente en la pensión de la familia. Y también extrajo de su campera de paño una pipa que había olvidado un ignoto pensionista. Allí entre toses y lágrimas aprendieron a fumar. Fumaba el que había llevado al menos un cigarrillo que iba a parar a la caja a la que el denominaba el fondo común. Un día te quedaste  sin las Picanolas, las pastillas que servían para que disimulara el aliento del fumador, y la zurra fue la última que te dieron en tu vida.

Ya para entonces Chupete pasó a ser Cachimba.

La historia de esta rivalidad tiene muchos bemoles, el tiempo que él se fue a estudiar al norte y volvió con un título, la novia que a vos también te gustaba, su entrada en la política y su posterior encarcelamiento. Grandes temas de conversación en la mesa familiar. Todo en él merecía exaltación y respeto.

Pero Cachimba tenía una hermosa costumbre. Pasaba a visitar a tu madre, se servía de la gran cafetera negra en un jarro rojo, en el que sin ponerle azúcar remojaba un trozo de pan pellizcado, sin que tu madre dijera nada ella que siempre lo servía en prolijas rebanadas. Después decía que tenía un compromiso, debía cumplir un mandado, o cualquier otra excusa que le servía para irse, prometiendo: -Madrina, yo ahora me voy pero más rato vengo. Y el más rato era un tiempo indefinido.

Ya para entonces te referías sobre él ante tu madre llamándolo: Rebanada.., rebanada de moco.

La vida los fue entreverando en caminos entrecruzados. Los viejos se han ido muriendo y hoy es casi tu único pariente más cercano.

Suele pasar en su vehículo de alta gama y vidrios polarizados, y te toca bocina.

En tu envejecida soledad te gustaría que un día entre a tu casa a saludarte, y después de tomarse un café parta con una nueva escusa. El jarro que le perteneciera siempre está a la vista, como un artículo ornamental propio de un tiempo que pasó.

Un ahijado es casi un hijo, pero no hay palabras para definir las relaciones que se construyen, a medias o no, entre los ahijados de nuestros padres y nosotros.


La caza del guanaco.



Eran los días de Malvinas y se renovaba la dotación que en hito 1 hacían control de la navegación a la entrada oriental del Estrecho de Magallanes.

Se llevaba a la gente con abundantes provisiones, se traería de vuelta a los que habían cumplido con la tarea de resguardo.

El puesto estaba bien provisto de alimentos, las comunicaciones radiales les permitían ir sabiendo –con ansiedad- lo que estaba pasando desde el lado de la guerra.

Al acercarse observaron que una manada de guanacos pastaba en las inmediaciones. Parecía que siempre estaban en el lado chileno pero en el lado argentino se volvieron tema de conversación; entre los que habían probado su carne, entre los que no sabían de su sabor.

Lo mucho que traían para la despensa no era lo importante, lo importante era que estando de nuestro lado se podía cazar alguno y ahí se prepararon las cosas.

El más optimista juntó todo para hacer un fuego.

El más decidido tomó un fusil y salió tras una presa.  Había cazado en su provincia natal, con armas adecuadas para liquidar un ciervo, ahora salía con un arma de guerra.

Estudió por donde venía el viento y se su acercando de tal manera que no pudiera ser olido por sus víctimas. Los animales comenzaron igual a inquietarse. El relincho cuidó la retirada de las hembras y los animales más jóvenes. El infante temió que decidieran saltar en alambre y ya en el otro lado –el lado chileno- no podría disparar.

El jefe de la manada apareció en la mira. Pensó apuntar a la cabeza pero había cerca de 500 metros entre uno y otro. Eligió un blanco menor, el corazón del guanaco. El disparo tronó, el animal primero quedó quieto, se alzó sobre los extremidades traseras hizo una cabriola en el aire y emprendió una nerviosa retirada.

El cazador sabía que era un animal duro, pero confió que no hacía falta otro disparo.

El guanaco avanzaba y caía avanzaba y caía. Cuando se fue acercando vio el terrible rastro que quedó de su paso.

Por tener la piel tan fina la bala se había deslizado del esternón abajo rasgando todo el vientre del animal. Con las tripas cayendo fuera de su cuerpo enredaron sus patas en la marcha. Y así lo encontró maniatado con sus vísceras, todavía resollando. Hubo un disparo de gracia que terminó con su vida.

Regresó al hito cabizbajo y con el corazón palpitante.

-Ahí mate un guanaco lindo. Pero no lo voy a comer. Si lo quieren lo pueden ir a buscar.

Dos infantes fueron para allá, y cuando volvieron compartieron la misma abstinencia.

El cazador no pudo comer nada de lo que constituía el almuerzo de bienvenida al puesto de control.

Se sentó mirando de lejos el lugar donde la presa era una sombra. Prendió un cigarrillo y otro, y otro más, hasta que comenzaron los caranchos a aterrizar para compartir el inesperado festín.

Los antiguos fueguinos se movían también en un espacio territorial, el de su linaje, para buscar su alimento. Si bien sucedía que la manada escapaba y el relincho les hacía frente buscaban ponerse a tiro de flecha cuando este se daba vuelta, Entonces trataban de flecharlos en las ancas y en las piernas. El animal corriendo se desangraba. Y los cazadores lo seguían sin prisa hasta que al alcanzarlo, ya muerto, se abrevaban de su sangre y de su grasa y comenzaban las tareas de desposte. Para eso ya los había alcanzado la familia, y se armaba la fogata.

En otros casos había que regresar con el animal cortado en varias partes al campamento de donde había salido. Se tenía que cuidar del cuero para utilizarlo en abrigos, en las piernas para fabricar el calzado, ese que debía ser repuesto porque se gastaba rápidamente.

Ya cerca del fuego donde se asaba el guanaco el cazador conversaba despreocupadamente, sin enfatizar sus méritos en la tarea. En un momento una de las mujeres le acercaba un trozo de carne, el que todos sabían que eran de su preferencia.

Y comía poco, como para demostrar su condición de cazador, sabiendo que con un poco de hambre en las entrañas no caería en la molicie y saldría pronto, a volver por otra presa.

Los perros recibían las entrañas. Y al final roían los huesos peleándose unos con otros.



EVOCACIONES*Noviembre 22 de 1886. Ramón Lista en Tierra del Fuego.




 Ramón Lista desembarcó en San Sebastián a fines de 1886 con el propósito de recorrer el litoral fueguino.

A poco de su llegada va a tener un violento encuentro con los nativos, matando a 26 de ellos el 25 de noviembre.

Las circunstancias de la matanza van a ser testimoniadas por el mismo Lista.

Pero además tendrán otros observadores calificados: el capellán y el médico.

El capellán era José Fagnano, hasta hacía poco Párroco de Patagones. El futuro Prefecto Apostólico omitirá este hecho funesto en la correspondencia a Don Bosco, anciano en Italia, mentor de su presencia misionera. Pero dejará registro en su documentada memoria personal.

El médico, Polidoro Seguers, dará cuenta también de estos actos, al poco tiempo de ocurridos, o con el tiempo.. Cuando ya mayor deje la función médica para entregarse al sacerdocio.

Por este enfrentamiento no será enjuiciado por la historia hasta tiempos muy recientes, allá por 1942 la revista Argentina Austral –del grupo Baun Menéndez- le dedicó todo un número especial al explorador.

Ramón Lista siguió a Popper en la empresa de explorar el litoral fueguino. Al igual que el rumano tuvo su lugar en la Sociedad Geográfica Argentina de Buenos Aires para exponer los alcances de su viaje.

Esto tendrá su correlato editorial cuando al año siguiente de iniciada su expedición se publique en el Establecimiento Tipográfico de Alberto Nuñez su libro Viaje al País de los Onas –Tierra del Fuego.

En el Lista incluye cierta correspondencia que ilustra sobre el carácter oficial de la expedición –tenía para entonces sus pugnas con Popper- para luego incluir en una Primera Parte lo referente a los Habitantes, el Objeto de la Exploración, Informes sobre lo actuado, la exploración marítima, los resultados científicos, la descripción geológica, flora, fauna y los onas. En una segunda parte aparece el Diario de la Expedición. A modo de apéndice figuran las observaciones meteorológicas y un pequeño vocabulario nativo.


La sola existencia de un libro sobre la expedición a solo meses de terminada ella nos da cuenta del interés existente entonces por el avance y conocimiento sobre las regiones más apartadas de la república...

54 experiencias de Susana Ghermas y Rubén Arismendi.



 Rubén se nos presenta con indumentaria fabril, Susana tiene porte ejecutivo. Uno y otro tiene una historia de amor en común que va más allá de la relación recíproca. Es que ambos aman la Tierra del Fuego.
Esto se ha visto reflejado en dos libros: 54 Experiencias en Tierra del Fuego. Caminando lugares de ensueño (1987-2012) y Más allá de las 54 Experiencias en Tierra del Fuego. Hacia paisajes de ensueño más lejanos (2012 -2015). Ambos de CEN EDICIONES.

Susana es por línea paterna hija de un prefecturiano de trayectoria, que también sirvió en la dotación fundacional de Canal 13. En tanto que en el ascendiente materno, hay un apellido Ríos, el del padre también marinero, y escalando por los ancestros de la madre: Los Begg. Con una abuela que llegó en el siglo XIX como maestra en María Behety.

Rubén, es de Mercedes, Provincia de Buenos Aires, se formó en la infantería de Marina en Mar del Plata como infante comunicaciones; las primeras acciones de maniobra y patrulla lo llevaron al corazón de la isla, que lo capturó.
Pronto Arismendi conocería a Ghermas,  él trabajaba de estafeta y rumbo al correo la vio por una ventana abierta de su casa: estaba leyendo. Como estaba estudiando en Dinea para obtener un título secundario que había extraviado (Era más fácil estudiar de nuevo que ponerse a buscarlo), un día se atrevió y le preguntó si no tenía un libro de contabilidad.

Ese fue el acercamiento fundamental, que algo después los llevaría en el Transporte Los Carlos a una primera salida rumbo a Kaikén. Susana tenía entonces taquicardia, tal vez no la podríamos imaginar desarrollando la vida que después hizo en contacto con la naturaleza.

Cuando tuvieron su primer auto –un Renault 12- ya se atrevieron a la ruta f, y terció la compañía de Bernardo, su perro que iba con ellos, incluso cuando comenzó a envejecerá le prepararon un bolso para llevarlo cargado. Bernardo, el perro caminante, es el tercer protagonista en los libros que estamos presentando.

Porque en 25 años comenzaron a experimentar, en cada fin de semana, en invierno como el verano una relación de búsqueda en el medio de la montaña y los bosques, de las lagunas y los ríos, más allá del paralelo 54.., numero clave en su producción libresca.

Y hay lugares que los han visitado cien veces.

La mayoría de las referencias pasan por cosas que no están en los mapas. Acomodando su recorrido a las horas le luz en cada día, para saber cuánto tiempo debían emplear en ir, y cuando en volver.

Laguna del Caminante puede hacer en un día, un día con 19 horas de sol, un día de diciembre.

En el primer libro aparecen los itinerarios desde los más cortos a los más largos, aclarando que no son difíciles, sino extensos.., que toman tres días –como la Laguna Escalonada, mientras que los hay de solo cuatro horas de marcha.

Saliendo de Ushuaia describen la Tranquera Verde, que es puerta de entrada a múltiples recorridos: Laguna del Caminante, Cañadón Negro, Paso de la oveja, Laguna Encantada..

En uno de esos periplos, cerca de una castorera, se tejió una misteriosa relación con Flavia, una niña que había dejado en un frasco una carta pidiendo que se cuidara al lugar, y a los castores, especialmente al que ella llamaba Juancho. El lugar cercano a Laguna Margarita hoy se llama Laguna de Juancho. Hubo respuestas y contra respuestas.

Susana y Rubén hacen una defensa del castor. Señalan que este tipo de castor –canadiense- es el único que hace diques. Que su pariente de Asia no los construye, y por eso turistas de todo el mundo vienen a conocerlo. Recuerdan que los embalses fabricados por estos roedores han sido funcionales al hombre, situación que la acreditan los bomberos en los incendios forestales que se proveen del agua que ellos juntan para extinguir incendios cuantiosos. Creen que ha sido mucho más dañino el hombre, con su actividad forestan, donde hay grandes evidencias  de desmontes y abandono.

Afirman que de todo el andar lo que más disfrutan es del silencio, preciando en eso el que se encuentra en Laguna Escalonada.

Nuestros caminantes respetan el nomenclador preexistente, y solo en pocos casos intervienen con algún topónimo, para el caso recordamos del Tobogán de la demencia, un lugar increíble cerca del Valle de Olum al que se puede llegar con cierta experiencia, o como lo han hecho… chicos de jardín. Es el encanto de cascadas congeladas, ríos de hielo, que alcanzan gran dimensión en invierno, y son un leve chorrito cristalino en verano. Una cascada congelada de 74 metros, como quien dice –para los riograndenses- tres veces la altura del Hotel Atlántida.


Salían inicialmente con la guía de Natalie Goodall, pero al tiempo armaron sus propios recuerdos documentales, el GPS les dio otra dimensión, y en el libro, en cada recorrido se detalla con precisión el punto de salida y el de llegada, el rumbo, y la estimada duración de la travesía.

Han comprobado en su larga experiencia que nada mejor para este andar que la bota de goma. Pantalones deportivos, con calzas para protegerse del frío, la campera de todos los días. No hay grandes gastos en indumentaria. Para acortar los tiempos  se valen del esquí y travesía, y de las raquetas que se alquilan en el parador de Tierra Mayor.

La mochila no debe estar muy cargada: arroz, alimentos deshidratados. Maní. Chocolate. Y un lugar para las marmitas, o calentadores, puesto que nunca hacen fuego.

El agua abunda, y es riquísima. Cada lugar tiene su gusto distinto, pero rescatan como superior la que se obtiene en el manantial del Ojo del otro lado del mundo.

Todo este andar los ha llevado a conocer animales y vegetales extraños, alguno de los cuales pudieron ver una sola vez en el cuarto de siglo que llevan caminando.

De esta manera Rubén echó raíces en nuestra isla, en todo este tiempo volvió dos veces a su Mercedes, y no es porque no le faltaran ganas, sino porque la Tierra del Fuego manda.






EVOCACIONES** El 20 de noviembre de 1921 nace en Ushuaia Carlos Herrera Pastoriza.









Es hijo de Fausto Herrera, oficial de policía que trasladaría el oficio a su vástago. Su madre Elena Pastoriza provenía de una extensa familia fueguina.

Carlos es recordado en Río Grande por una calle en el barrio AGP, en mérito a haberse desempeñado en el primer concejo deliberante.


El primer desempeño oficial fue como secreario privado del gobernador Horacio Rotóndaro, su tío político, allá por 1943.

Más tarde sirvió bajo las órdenes de Ernesto Campos, instalada la gobernación marítima.

Iniciado en la policía se retirará de la misma el 10 de enero de 1955, en tiempos de conflictiva relación política en el país y en la gobernación más austral.

Formó su familia con Gloria Cobián, joven nacida en San Julián el 7 de abril de 1928 con un profundo arraigo fueguino.

La llegada al gobierno territorial de Ruperto Bilbao, luego que Osvaldo Withauss declinara el nombramiento por parte del presidente Illia, lo llevo a ser Jefe de la Policía fueguina.

Carlos Herrera tuvo una firme militancia en la UNION CIVICA RADICAL, y para la convención de 1958 instaló el comité de la UCRP, los balbinistas en Rivadavia 466 su casa. Su esposa eran entonces presidenta del partido.

Herrera que era radioaficionado se comunicaba con el Almirante Rojas durante la revolución que derrocó a Perón, sus enfrentamientos con la gestión naval y partidaria en esos tiempos le había llevado a retirarse de la policía el 10 de enero de 1955.

La familia recuerda que Teseire, el almirante que era vicepresidente del Partido Peronista, dio orden de desalojar la Unidad Básica de Río Grande, por diferencias entre la conducción local y los referentes territoriales, pero Herrera se negó a cumplir la orden que no venía siguiendo una vía jerárquica. Eso le costó la carrera policial.

Radioaficcionado pionero se comunicaba a través del LU4-X4.

No obstante ello volvió a la jefatura con Ruperto Bilbao y en 1972 aceptó a nivel territorial la jefatura de la Defensa Civil.

Por esos años, en Ushuaia, se había recibido de Piloto Civil.