23. LOS PUENTES DE LA MEMORIA. “Yo la recuerdo así, mansa entre los valientes, valiente entre los mansos”


Mi segundo regreso a Río Grande fue el 11 de abril de 1960.

 

Aún recuerdo el primer paseo que de la mano de mi padre diera al día siguiente. Entonces recibí una lección política que tardé muchos años en entender.

 

Durante mi primera infancia me había formado la idea que este pueblo tenía toda la apariencia de una City del Far West: una ancha calle polvorienta, asimétricas construcciones de madera, hombres rudos al paso o a caballo.

 

La realidad no se mostró con colores o matices muy distintos a los de la imaginación.

 

La esquina de Alberdi y Espora mostraba al Bar Colo-Colo, la herrería de Verategua encerrada en la construcción más antigua de la población, una esquina libre –la de Barrientos- esperando mejores tiempos para mejores construcciones, y la imponente estructura de “material sólido” donde vivía y aun vive Doña Isabel.

 

Siguiendo hacia 9 de Julio –debo aclarar que la descripción de las calles no fue cosa del momento si no un recurso para reemplazar:”los de arriba” y “los de abajo” que nos guiaban a los lugareños de antaño; asi conocía el galpón donde hacía mucho funcionó la usina de Pinola y Martínez, la casa de “Mejoral” y el bar y pensión de Carlos Santana. Esta última construcción fue la primera de este lado del río, donde había un palenque para atar los botes.

 

Así supe que en Río Grande, las casas eran bienes muebles.

 

Toda una arteria comercial –callecita del Oeste- era la que reunía en una cuadra al hotel de altos de Alarcón, el Club San Martín, el taller de Visic del que enamaba el progresista aroma de la grasa y la nafta, la tienda de Berlín –en realidad ya era de Antonio Falgueras- y la antigua Casa Raful. Todo esto se lo llevaría el fuego al año siguiente.

 

Si no fuera porque mi padre me contaba las historias elementales de cada paso, no habría podido saber mucho de esas viviendas, por que no tenían frecuentemente el número en la puerta, carteles comerciales en la calle y no era fácil encontrar el nombre de las arterias.

 

En la confitería de Ramírez –Los Angelitos- hacía su parada en aquel momento Antonio Chiocca con su auto de alquiler, y a la mitad de la vereda, hacia la mole inexplicable del Banco Nación, apareció Don Antonio Salfate, con su simple y pequeña figura venía a vendernos un entero de la lotería del Chubut, dinero que recuperamos gracias a la terminación 13.

 

El centro estaba plagado de baldíos, a tres casas por cuadra: el Banco sin veredas, la casita del Juez, el Hotel de Avelino.. ¡qué inversión tan grande!

 

Tanto habíamos andado para mis siete años que allí decidimos volver. Y fue cuando mi padre –como señalando horizontes- fue apuntando con el dedo lo que se veía más lejos: escuela fiscal, humeante usina, la biblioteca Schmidth –“el hombre suicida”- la casa Triviño, donde funcionaba la ferretería de Tanarro y la tienda de Gutraich, la pensión Soto –anexo sodería- y el Club Juvenil Belgrano junto a la tienda de “La calala”, el cine, más corto que hoy visto de costado y con el techo de Ondalit, el quiosco de la esquina –el único kiosko- y frente nuestro la “Delegación de Gobierno”, y el lugar donde estaba el monumento de Evita.

 

La creación de la Gobernación Marítima de Tierra del Fuego trajo en la Isla un proyecto de modernización que incluyó en poco tiempo edificaciones en mampostería que pasaron a ser las referencias del deambular, en la precaria población de los años cincuenta. El edificio de Correos –tan lejos pero tan amplio- los Cuarteles de la Obra de Marina que recibieron los efectivos navales que reemplazaron las primeras tropas del Ejército que, en su construcción y habilitación, emplearon ladrillos de barro cocidos en la “fábrica” que Soto tenía cerca de la vera del río. La Plaza recién descercada   mostraba el atalaya del agua, y el frente del edificio de Obras Sanitarias de la Nación. Más allá la escuela del estado que se numeraba 19 durante el tiempo que fuimos provincia, parecía una fortaleza, y la fortaleza del Casino de Oficiales que durante mucho tiempo siguió llamándose “Delegación”.

 

Junto a una migración calificada de funcionarios y artesanos de la construcción, se dio también, al impulso del descubrimiento de petróleo –alumbrando promesas de gran prosperidad- la argentinización de las costumbres, y entre ellas: la política.

 

El Primer Plan Quinquenal que anduvo detrás de muchas de las realizaciones mencionadas –y de la polarización del país- alcanzaba a Tierra del Fuego. De una comarca inexistente para la expresión popular pasó –merced a la Constitución del ’49- a la elección de representantes a la Cámara de Diputados. La Fundación Evita dio pie para que gente con inquietudes levantara en la esquina de San Martín y Elcano la Unidad Básica donde junto al proselitismo, se enseñaba a coser, se ayudaba a los niños después de las clases y se alistaron los contingentes infantiles que por primera vez saldrían de la Isla, a “representarnos en el norte”, en los juegos “Evita”.

 

Y se dio la primera elección presidencial en la que el voto fueguino pudo manifestarse; el peronismo ganó la reelección en Río Grande, claro: por un solo voto en el pequeño padrón.

 

Cuando en el invierno de 1952 la primera dama de la Nación es ganada por el cáncer, Río Grande experimentó las reacciones de todos los argentinos, y meses más tarde el pueblo vio descubrirse las marmolea figura de Evita, sobre alto pedestal de más de dos metros, en el cual colocaron tres placas de bronce con leyendas que hoy nadie puede recordar.

 

Allí, donde hoy se levanta la figura de Tomás Espora estaba el templo de la devoción popular, y fue donde con la presencia de la “legisladora” Esther Fadul, el Comisionado Municipal José Finocchio, el Delegado Zona Norte, pueblo y demás autoridades, el 19 de enero de 1953 se levantó el monumento a la madre de la revolución justicialista. Entre sentidos discursos de los presentes, entre respetuosos silencios.

 

Este fue el lugar más cercado y eludido hasta septiembre de 1955 cuando los adláteres locales del golpe se ensañaron  -más que con cualquier institución o persona- con el símbolo estatuario del busto de Evita.

 

Mientras la dirigencia local del partido era recluida o se ocultaba prudentemente, mientras las fuerzas del Capitán Fonrouge ocupaban la casa partidaria para instalar dependencias gubernamentales, una cohorte de amigos del nuevo gobierno llegó hasta el busto con un tracto y atándolo fuertemente comenzaron a derribarlo.

 

Fue entonces que, con más valor que vergüenza apareció en esta –mi primera lección política- Doña Verónica. Venía del frente, de esos escasos cincuenta metros que separaban la cocina de su casa de pensión que fue hogar para tantos nuevos riograndenses, venía de un tiempo de experiencias simples de dignificación  y oportunidades para la mujer, venía de una amor visceral por una figura trascendental para los destinos de un pueblo.

 

Venía de un pueblo.

 

Ella, que seguía siendo chilena, quiso que esos argentinos del tractor no cometieran su atropello y como estatua fue golpeada y arrastrada... pero Doña Verónica no fue destruida.

 

Mientras han pasado al olvido los restos materiales del monumento de Eva Duarte de Perón, el gesto de Doña Verónica Soto saliendo de sus ollas –quien sabe con el delantal puesto- se transforma en la dimensión del tiempo en la primera actitud pública y valiente de carácter cívico, en una comarca de arrepentidos.

Foto: El busto de Evita que nunca fue repuesto en el lugar. La esquina vacía. La pensión Soto. La casa de Heraclio -Tito- Ibarra.....

 

CINCUENTA AÑOS DE RADIO NACIONAL RIO GRANDE. Partes de un todo 7.

 


EL ANUARIO. Durante años el mes de diciembre tenía preparados a los oyentes de LRA 24 a ir escuchando los recuerdos acumulados por Leda Soto, identificados como EL ANUARIO, un mosaico de múltiples voces a nivel local, nacional e internacional, que nos iba permitiendo reflexionar en aquello de “como progresa el silencio”. Yo le ayudaba con una leve pauta horaria identificada como En los pasos del tiempo. Y así la radio aparecía como una urgencia no solamente signada en el reflejo del presente, sino también del futuro.

PAPELES CINEMATOGRÁFICOS. Alas de mi patria.

 



Nuestra secuencia documentada sobre los hechos que marcan la protohistoria del cine en Río Grande muestra un nuevo despacho desde Comodoro Rivadavia.

Y con ellos un enunciado en el final de una película argentina de la cual tomamos noticias por wikipedia

 

Alas de mi patria es una película argentina en blanco y negro de género semidocumental dirigida por el chileno Carlos Borcosque sobre su propio guion, que se estrenó el 5 de abril de 1939. Su trama se refiere a la historia de la aviación argentina entre 1908 y 1938 y sus principales protagonistas fueron Enrique MuiñoMalisa Zini , Delia GarcésAlberto AdhemarPablo PalitosOscar Valicelli y Daniel Belluscio.

Producción

En 1937 la empresa Argentina Sono Film contrató a Carlos Borcosque para dirigir 6 películas en 2 años. Borcosque, que era de nacionalidad chilena, había viajado de niño a la Argentina, país donde, ya adolescente, se vinculó a la naciente aeronáutica trabajando como periodista especializado en esa área y obteniendo su brevet de aviador. A los 21 años volvió a su país de nacimiento y sin abandonar su interés por la aviación se dedicó a la cinematografía y dirigió varias películas mudas. Más adelante viajó a Hollywood y trabajó como periodista, ayudante de dirección y, finalmente, como director de cine. Al ser contratado por Argentina Sono Film escribió el guion de Alas de mi Patria en los 17 días que duró el viaje en barco hasta Buenos Aires. En una época en que el cine argentino trabajaba desorganizadamente, Borcosque llegó con una técnica de trabajo aprendida en Hollywood que era distinta. Hacía planes de trabajo por secuencia: decorados, vestuario, utilería, personajes, etc. y con ello reducía considerablemente los costos. En el filme participó como asesor aeronáutico Raúl Apold, que había sido compañero del director en el Colegio La Salle Buenos Aires, que más adelante tendría un extenso desempeño como Subsecretario de Informaciones durante la presidencia de Juan Domingo Perón.

Sinopsis

Es una película semidocumental en la cual se narra una trama de ficción engarzada en acontecimientos realmente ocurridos en la historia de la aviación argentina entre 1908 y 1938.

Sobre la película escribió el crítico Domingo Di Núbila:

”Deslumbró a muchos … por los destellos de su realización, particularmente el espectáculo de varias escenas, el empleo frecuente de travellings y el sentido de la dinámica en el montaje. En su ritmo y en toda su concepción y desarrollo visual fue lo más parecido a una típica producción de Hollywood que se había hecho hasta entonces en la Argentina. Contribuyó a establecer confianza en el progreso formal de nuestro cine, dio alas a la imaginación de directores y técnicos y fijó la medida, en el ámbito local, de la vibración que gana un film con el manejo pujante de sus componentes cinéticos. Impulsó, en suma, la agilización de la acción en películas argentinas”. ​

LOS PUENTES DE LA MEMORIA 22. “De cómo nos vale el rescatar la memoria de aquel hombre que a la vez era grande y pequeño, enérgico pero todo fragilidad”.

 


 La historia comenzó con la muerte del hacendado. Y una transacción pendiente con los curas por un conjunto de ovejas, que no pudo resolverse con la viuda. ¿Por qué? Porque la viuda lo fue por poco tiempo y escapó a su desesperación estableciendo una relación formal y continua con quien hasta aquel momento era su oculto amor: un comerciantes de esos que tenían capacidad para dar crédito a los pequeños estancieros.

 

¿Cómo cobrarían los prelados el dinero adeudado?

 

Un buen día llegaron con el director al frente a visitar el negocio del “flamante casado”, llegaron con su “listita” cargaron toda la mercadería y sobre la pregunta de cómo se pagaría, dijo el gordo sacerdote: -“Anote nomás”.

 

El trámite tácitamente encarado era propio de aquellos años, y pasaron los pedidos y los meses, el invierno y el verano, mientras l cuenta subía. El comerciante pensó que con la venta de los corderos vendría el pago, pero nada pasó; inquieto en alguna medida esperó la venta de la lana para que la situación se regularizara, pero de los curas.. ni noticias.

 

Un buen día mientras la comparsa de muchachos que estudiaban con los curas cargaba un nuevo envío, nuestro comerciante le pidió al dependiente que lo hiciera pasar a nuestro curita: -“El jefe le pide que se moleste, Padrecito...” –“No hay de que molestarse, M’hijo” – dijo y se fue para el fondo. Allí sacando palabras de no sé dónde, porque con el poder de Dios por más herejías que se cometan en la tierra, no se puede andar mal, nuestro comerciante le dio a entender que ya todos los pobladores –vendida la lana y vendida la carne- se habían puesto al día. Fue entonces cuando el voluminoso sacerdote, sin más que para disponerse a salir, se puso de pié haciendo rechinar de alivio al tosco sillón en que recibiera los argumentos del cobrante, y al llegar a la puerta de la oficina se volvió para decir  con un tuteo que cerraba el trámite: -“Te quedaste con la estancia, te quedaste con la viuda, y también te querés quedar con la plata de las ovejas”.

 

                                                        * * *

El cuento este que alguien me contó que se lo contaron, me sirve de pie para recordar al padre Aurelio Muñoz del Val, nombre insigne de la labor salesiana en la Misión de Nuestra Señora de la Candelaria, de cuyo carácter expropiativo dan cuenta cuantos lo conocieron como una particularidad suya –nunca comprendida por el Concilio Ecuménico Vaticano Segundo- de llevar adelante la caridad obligatoria para sus fieles.

 

No fui alumno del Padre Muñoz, si me gustaba escucharlo en la misa, o en las transmisiones deportivas de Radio Misión –de la que fue mentor material y espiritual- en una afición que luego llevaría a la provincia de Santa Cruz donde sería relator de automovilismo.

 

Guardo sí, algunas referencias que dibujan su personalidad, ésta que sigue fue dicha pro el Ingeniero Guarnieri la noche en que en el Campamento Central de YPF, en 1979 se recordaban los 30 años del descubrimiento de hidrocarburos en el sector argentino de la Isla Grande.

 

Yo no estaba allí, cumplía mi turno en estudios en tanto que, en exteriores, Michel Bercier y Enrique Bischof transmitían todo lo que ocurría. La prudencia ante lo histórico me llevó a grabar primero y guardar después estas palabras de aquel primer jefe de YPF en Río Grande, donde se analiza también el tema de la apropiación en aquello tiempos: “También quiero recordar la gran ayuda que nos dieron los salesianos de la Misión, no tanto material pero sí espiritual, que dispensaron a toda nuestra gente. En una oportunidad, un grupo de la sección transporte me dijo: -Ingeniero ¿no quiere venir esta noche a comer una cazuela de gallina?- Bueno, como no- les contesté. Ya en horas de la noche me fui hasta el lugar de la cita y en un galpón grande que disponían, habían hecho una gran fogata. Sobre el fuego pendía una gran olla negra de tres patas y dentro de ella varias gallinas nadaban en sustancioso caldo. Más tarde al servirlas, me decían alentándome: -Coma, coma Ingeniero, que son santas. Y yo comí sin haber prestado atención a lo que me estaban diciendo. Pero al otro día se presentó en mi oficina en el campamento base el Padre Muñoz, que por entonces era Director en la Misión Salesiana. Lo acompañaba una expresión de mayúsculo enojo que se notaba en su ceño fruncido. Sin ni siquiera decir buen día, me largó: -Ingeniero, su gente me está robando las gallinas de nuestro gallinero. Como ya había tenido otras cuestiones parecidas con anterioridad, le contesté al Padre Muñoz: -Pero Padre, Usted por todas las cosas que le faltan le echa la culpa a nuestra gente. Sin responder a mi protesta, se militó a abrirse la sotana y scar de entre sus ropas, una tremenda palanca con el sello de Y.P.F. bien grabado y me dijo: -Esto estaba parado al lado de la puerta del gallinero esta semana, y con lo cual me destrozaron el candado. El momento estaba cargado de tensión y para salir de tan difícil situación le dije: -Bueno Padre, esto viene en reciprocidad al guardaganado de fierro que Usted tiene en la entrada de la Misión. ¿De dónde lo sacó? –Ah, lo hicimos nosotros- contestó. Y yo lo seguí apurando y agregué: “.. y las manchas de petróleo que tienen los fierros, también las hicieron Ustedes? Y no tuvo más remedio que reconocer que lo había encontrado “perdido” en Caleta La Misión”.

 

* *

 

 ¿Qué cómo era el Padre Muñoz?

Intransigente muchas veces. Intolerante a veces. Imponente... y no sólo por su peso que era el lado enfermo que trataba de superar y que le generó los trastornos que pusieron su salud en vilo en más de una oportunidad.

 

Pero hay que recordar su capacidad intelectual para la cita, para ordenar y clasificar información científica:  un obsesivo cultor de la memoria, pero de la memoria de la razón. Sus alumnos hablaban de esa lucha suya por convertirlos, de hecho y de derecho, en seres pensantes. Pero además el Padre Muñoz resultaba imponente cuando trataba a la autoridad, no por que lo tratara de igual a igual, siempre se sentía que él estaba por encima de los poderosos del momento; no sé si por derechos divinos o por sentirse fiel intérprete de los sentimientos colectivos.

 

Y para muestra transcribimos lo que queda en Kayén, de agosto de 1957  cuando al visitar Río Grande el primer Gobernador bajo el imperio del Decreto-Ley 2191, alguien debió dirigirle la palabra en representación de las fuerzas vivas, y bien sea por que la mayoría era parca o temerosa, o por que el Padre Muñoz reunía toda la fuerza y toda la viveza criolla que se podía esperar  en nuestra incipiente “capital económica”, allí estuvo él con estos conceptos:

 

“Me tomo la libertad, señor Gobernador, de interpretar en este momento, el sentir del pueblo y V.E. sabrá disculpar si empleo el lenguaje de sinceridad que usamos aquí en Río Grande y hablo de los Don Camilo (risas)”.

 

“Llevo diez años en el Territorio y creo que mis palabras en este momento serán de peso (muchas risas) (146 kilos). En primer lugar, quiero manifestar la grata impresión que nos ha causado las palabras de V.E. que no solo revelan vuestra buena voluntad y sinceridad, sino también la cultura y sinceridad que poseéis y que hacen honor al arma que os formó”.

 

“Pero permítame que apoyado en la confianza que inspiraron vuestras palabras, vuelva recordando la impresión saludable que os causara la visita a Río Grande, y os insisto por esto en algo que es de capital importancia: habéis visto la pujanza del comercio y la vitalidad de esta población, en esto yo puedo opinar con libertad por que no estoy ligado a ninguna actividad que me lo impida y por que no soy comerciante (mi único comercio consiste en pedir limosnas) (risas)”.

 

“Ushuaia lejos de ser un elemento para favorecer el turismo, se convertirá en una nueva forma para poder esquilmar el pueblo de Río Grande. Por eso sostengo Excelentísimo Señor, que dada la actividad  comercial y cultural de este pueblo con el petróleo que hoy aflora en superficie, Río Grande debe estar representado en el plan administrativo en la forma que corresponda, que pide y exige la importancia de su comercio y la riqueza de su suelo (muchos aplausos)”.

 

 

No creo que muchos gobernantes hayan recibido de entrada nomás una cruda radiografía de lo que se ha hecho y de lo que hay que hacer en esta isla antes de aquel 8 de agosto de 1957 en que el pueblo de Río Grande en el sermón del Padre Muñoz entregó un petitorio de futuro al gobernador Pedro Carlos Florido... Todavía no se había designado al frente de la intendencia al Director de Kayen: René Albino Piñero, pero estamos seguros que de no haber sido clérigo el Padre Muñoz habría sido el mejor abogado de los intereses comunitarios.

 

Se cuenta que él fue el inventor de la famosa frase: Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires.

 

Mi primera conversación con el Padre Muñoz fue durante una confesión previa a mi confirmación. Yo me esperaba la peor de las penitencias de quien se nos presentaba como un “ogro, con sotana”. Solo recuerdo que esta no se dio y en su lugar un conjunto de palabras edificantes me convenció que lo importante era el arrepentimiento, que la culpa no debía estrangular mi felicidad, y que además de ello mis pecados no figuraban en el Código Penal.

 

La última vez que tuve la oportunidad de conversar con el Padre Aurelio lo hice telefónicamente luego que en cadena nacional me enterara de un premio que se otorgaran en su rol de educador. Estaba en Las Heras, y esos que siempre hablan decían que era una responsabilidad inferior a su capacidad la que estaba encarando por mandato de sus superiores, en otras palabras: que estaba castigado.

 

No se cuándo ni dónde nació, no sé.., o más bien no quise revisar mis papeles para saber cuando se murió. Supongo que los salesianos habrán preparado en su momento la conceptuosa necrológica que se merecía. Yo simplemente he querido que siga vivo: como lo esta en AGP en una callecita que nunca lo vio andar, como está en las anécdotas que lo muestran como un travieso “expropiador”.

Foto: Muñoz entre el flautista Nacaratto y el General Onganía.

 

CINCUENTA AÑOS DE RADIO NACIONAL RÍO GRANDE. Partes de un todo. 6

 


Musiqueros
. Programa de divulgación de la música popular que condujeran Leda Ivana Soto y Walter Buscemi, a modo de colaborador. Con su inefable humor el Walter hacía imaginar que se transmitía desde FM El Charco.

Memorias supervivientes. 40 años después.



Mañana se cumplen cuatro décadas del regreso de Argentina a la democracia. El 30 de agosto de 1983 los comicios generales habían consagrado en la primera magistratura nacional al radical Raúl Alfonsín. Día de múltiples definiciones. En lo domestico se elegían autoridades municipales, entre ellas el Concejo Deliberante del que tuve el honor de formar parte.

Llegamos a ese 10 de diciembre dos peronistas, dos radicales y un vecinalista.



En la primera bancada me encontraba con el compañero Sergio Barrientos, hombre de dilatada trayectoria que había sido edil en el período democrático anterior. Juraron también los alfonsinistas Marta Mondino y Enzo Filosa, este último era suplente reemplazando a Roberto Campanella que había desistido de ocupar su banca para integrar el gabinete territorial. El vecinalista era Osvaldo Pagano, que lideraba la alianza gestada a partir de la llamada Agrupación Vecinal.

En las fotos podrán encontrarnos a todos. Ya éramos parte de un Río Grande plural. La concejal nacida en Suecia. Los concejales se repartían entre el que vino de Italia, el chaqueño y un santacruceño, que fui yo, el que queda como sobreviviente de aquellos  protagonistas. Pero había un fueguino que juraría como Presidente del Concejo: Sergio, nacido en Porvenir.



Terminado de conformarse las autoridades deliberativas se tomaría juramento a un primer fueguino que llegaba a ser elegido intendente de nuestra ciudad: Esteban Martínez, que sigue ostentando esa situación exclusiva. Era además el primer peronista.

Estábamos en el Salón de Usos Múltiples del Hotel Los Yaganes.

LOS PUENTES DE LA MEMORIA.21. “Y hacemos memoria de quien mostraba una continua soledad, pero que tenía la particular cualidad de nuclear a mucha gente”.

 


 

En el otoño de 1974 me encontré en Buenos Aires con Don Roberto Wilson. Acostumbraba a viajar allí cada tanto, vivía muy cerca: en La Plata; fugas del estudiante que un día se tomaba el tren, seguía en algún subte escarbando los misterios de la ciudad y luego –aflorando en alguna esquina- zigzagueaba entre las calles contemplando un mundo que nunca le pertenecería. ¿Cuál fue la esquina del encuentro? No lo supe en ese momento, no lo puedo saber ahora. Don Roberto apareció con su gabardina de siempre golpeándose nerviosamente los flancos con un ejemplar del Herald. Tampoco recuerdo cómo se planteó el diálogo, cómo nos descubrimos  tan lejos de nuestra tierra: lo cierto es que ya estaba buscando un lugar donde almorzar –y era un poco tarde para aún Buenos Aires- cuando lo encontró recuperé mi devoción por unas milanesas con papas fritas a las que no me atrevía acompañar con un buen tinto, porque él no lo hacía.

 

¡De tanto hablamos y de tanto callamos en aquella tarde! Yo le mostré el ejemplar de Cabo de Hornos, de Félix Riesling que venía leyendo despaciosamente en mis ferroviajes. Él lamentó no poseerlo en su biblioteca pero confiado en su estrella anotó los datos en el borde del diario con que se flagelaba sus nervios. Yo le confíe que bajo la Plaza de la República, en una biblioteca de viejo había encontrado un libro de Gunther Pluschow y que por no tener dinero para comprarlo lo había escondido en anaqueles de material técnico, hasta que tuviera presupuesto para comprarlo.

 

Después pasamos a la órbita de nuestros recuerdos, los pocos que pueden tener en común un muchacho de 21 y un hombre de 52.., me dijo que era cierto aquello que se decía del Padre Forgacz , del cual ambos habíamos sido alumnos, él era Intendente y su maestro padecía la enfermedad  que lo llevaría a la muerte, cada tardecita pasaba a visitarlo, compartía algunas palabras y entregaba, sin mayores palabras, una botella de buen vino que escondía entre su formal vestimenta..  ¿Quién podía sospechar del funcionario? ¡A él no lo iban a revisar.. y a un moribundo no se le puede negar un pequeño placer mundano! Fue entonces cuando el momento de llamar al mozo para que despachara una inesperada botella. Don Roberto me confió su enfermedad: padecía hidatidosis.

 

Don Roberto Wilson nació, igual que yo, en Río Gallegos, eso fue un 3 de marzo de 1922: en esta semana cumpliría 70 años.

 

Aquella vez en que me pagó un almuerzo de primera poco podía hacer por él como no sea escucharlo, hoy le devuelvo su oportuna generosidad con el recuerdo que se merece.

 

Lo había conocido en 1960, mi primo Toty que era una eminencia porque se había recibido de Perito Mercantil, era su empleado, y no me equivoco si indico que era en lo discreto de la dimensión física de la Oficina Waldron un trabajo de real prestigio. Allí era secundado por su socio Francisco Mora, al que llamaban Pancho. Todos eran gente del San Martín. Siempre se lo veía solitario, pero no me acostumbraba a aquello en un paisaje de soledumbre como era el Río Grande de entonces. Si alguna vez oí que se hablara de sus hijas, que eran tres, era en palabras de elogio, pero para mí faltaba tiempo para pensar en el otro sexo. Más bien me atraía su persona, alguien que había sido primero futbolista, y después Intendente. Aunque en realidad para aquel primer conocimiento sobre Wilson, lo suyo había sido una responsabilidad como Comisionado Municipal, y también –en ausencia de Cabezas- el Juez de difícil calificativo: subrogante. Llevaba una imagen que jugando al fútbol uno se volvía millonario, pero la familia estaba llena de pobres que habían sido extraordinarios jugadores; Wilson en tanto se me había presentado como tal:¡qué buen jugador había sido!¡y que fortuna tenía! Ya me daría cuenta que sus ganancias fueron más espirituales que materiales.

 

Yo no sabía bien lo que era la Hidatidosis. No había aparecido todavía la acción divulgadora del Dr. Bitsch. Aquel día del ’74 recibí la explicación que me debía la vida, y la lamentación de la víctima que nunca había tenido perro. ¡Quién sabe alguna ensalada de achicoria, de esas que no faltaban aquellos años en la mesa del cordero! Quien sabe...

 

Si anduvo por el Británico primero, después en el Castex conoció el cuchillo que se llevó su quiste hepático. Pero de eso me enteré mucho más tarde, ya en Río Grande, cuando un problema de salud de mi madre me devolvió al pueblo y asistía cotidianamente al hospital para acompañarla. Allí en un pasillo lo encontré conversando con Pancho Mora, que entonces era el administrador del nosocomio: me preguntó por mamá –en aquel tiempo todos conocíamos la historia de todos- y me invitó a que pasara por su oficina.

 

Cuando lo hice puso de inmediato en mis manos Sobre la Tierra del Fuego, que con no pocas dificultades había encontrado en el lugar en que lo había escondido: -Aquí lo tiene...¡se lo presto! Y yo que creía que iba a regalármelo lo acepté con todo lo de lección de vida que tenían ambos gestos, el de comprarlo y el de prestarlo, y así escapé al vuelo de la lectura de El Cóndor de Plata durante mis permanencias cotidianas junto a mi madre enferma. Cuando se lo devolví, me dijo que era mío. Yo le expliqué que no podía aceptárselo, que en el último de los casos si la había perdido se debía a lo suelto de lengua que fui, a que debía hacer yo de bibliófilo con mi pobreza de estudiante, a que era un bien más preciado en su Colección Kayén que estaba abierta a todo el mundo. Creo que quedó satisfecho de no perder su libro, ¡un libro que era realmente caro!, aunque ahora el rodrigazo había dejado en ridículo el precio de compra que todavía figuraba en la solapa.

 

Mi afán siguió por los caminos del ayer. Wilson estaba siempre cerca para cuando se lo requería. De tanto en tanto mi colección creció casi por sobre la suya, ya había dejado de ser un estudiante para ser un educador. Cuando tenía algo nuevo, un recorte, una referencia, una duda, zarpaba de la radio rumbo a su casa. Cuando él andaba en lo suyo... me llamaba por teléfono. Fue así que después de una de sus ausencias lo esperé con el parte de Prefectura sobre la muerte de Garibaldi, objeto en común de nuestro interés por lo nuestro...

 

En algún momento se sistematizara el estudio del ayer y entonces aparecerá para uso de los escolares un conjunto de referencias en las que Roberto Wilson será además de lo dicho, o pro sobre ello, el segundo Intendente del pueblo; ese que llegó por la UCRI –aquí siempre ganaba la contra de la Nación- ese que al igual que Ferrer continuó en el mando aún después del golpe de estado, ese que emprendió algunas iniciativas y se enfrentó a un Concejo que se puso a examinarlo como parece tradicional en nuestra vida institucional.., yo trataré que emerja siempre –también- la arista que más me alimentó de su ser, el lector, el coleccionista, el hombre que podía haber sido el historiador, el museólogo si hubiese sido bien reconocido.. en el pequeño pueblo que él sitió grande.

 

Cuando una enfermedad cruel y extraña lo fue secando, yo ya no lo pude ver. Andaba por Buenos Aires esperando un providencial paso adelante en la ciencia que lo mantuviera vivo. Su exposición seguía en manos de las hijas, de tanto en tanto alguien se propasaba en la confianza y los libros perdían en el filo de una Gillette las fotos más preciadas, de tanto en tanto su mundo de papel comenzaba a sentirse solo.

 

Le obsequiaron con un aparato telefónico que se activaba con la voz, y él que ya no podía usar sus brazos contestaba mis saludos a la distancia, y también mi tramposa curiosidad que un día me llevó a grabarlo. No necesité volver a escucharlo para traerlo a estás páginas de domingo.

 

Me contaba entonces que su sobrino, el hijo de Tito Wilson que tanto mérito hiciera en Gallegos por el deporte de esa ciudad, estaba en aquel tiempo estudiando sistemas en la Universidad de Buenos Aires, mientras continuaba trabajando en el banco santacruceño en el que trabajara su padre. Don Roberto discurrió sobre la computación ante mí, que distante en el teléfono jugaban con un lápiz como hoy juego con estas teclas: “..lo importante es conseguir trabajo, porque disminución de empleo va ha haber, pero una vez que el país se active, ¿ese es el problema, no..?, ¡está un poco parado y eso se demora mucho! Uno de los mejores lugares es la Isla, así que si se nota ahí lo que será en esta zona”. Era el 4 de junio de 1986". 


En la foto Roberto Wilson bailando con Iris del Carmen Oyarzún, quien sería la mamá de Pamela, una reina de aquel entonces.


 

 

LOS PUENTES DE LA MEMORIA.20. Lugareños:“De como nos vale el rescatar la memoria de aquella mujer que a la vez era pequeña y era grande, era frágil y era toda energía”.



 

Casi todos los días, al pasar barranca abajo por la calle Fagnano al 700 dos recuerdos asaltan mi memoria: el más profuso en emociones que se vincula con el 777 de esa calle adonde –al fondo y arriba-estaba mi casa, y el otro –pródigo de respeto- se dirige a la memoria de la Hermana Berta Weber.

 

El busto que la recuerda señala que nació el 9 de julio de 1904, y que dejó este mundo el 4 de junio de 1988.

 

Su menuda presencia en el piano, o el órgano eléctrico de la Iglesia, se encumbraba con el despertar de su voz en tantas ceremonias que conformaban el misterio cotidiano de mi infancia. En otros casos era sólo una sonrisa.

 

El día de Santa Escolástica me crucé con la hermana directora, aquella que fue mi compañera en la tarea docente cuando inició su sección secundaria “el colegio de las monjas”; le pregunté si podía encontrar en la Casa un reportaje que le hiciera a la hermana hace ya 14 años.

 

Quedó en ver si se habían salvado de unas cintas “Geloso” que pasaron a mejor vida. La hermana me contó que Santa Escolástica no se había compadecido de ella, y que sobre que llovía en su salida de mediatarde había tropezado y caído en un charco. Y yo le quise preguntar si siempre escucha por la radio la música clásica, ahora que no la difundimos tan tarde. Y ella quién sabe si recordó que fui entonces el primer y único profesor varón y laico que tuvo el “liceo de señoritas” de nuestro pueblo.

 

No dudo que habrá preguntas y respuestas, silencios y aseveraciones, en tantos rincones de este pueblo que se siente emparentados con la Hermana Berta. Del álbum de Tamara salió esta foto que la muestra a ella tan niña al lado de la monjita, “tan pequeña”. Y yo... Yo renuevo las aguas que corren más cristalinas que otros días, para que Ud. también conserve mi reportaje que fuera publicado en el Boletín Salesiano (Nro. 362 de septiembre de 1978) con el siguiente título: Con Olor a Calor. La Hermana Berta Weber.

 

Locutor: Hay muchas fechas que pasan inadvertidas en el almanaque. Quien sabe por qué, a algunas no les dimos la real trascendencia que han tenido.

 

El 3 de marzo de 1978 hemos tenido la suerte, todos los riograndenses, de gozar por tres décadas prácticamente ininterrumpidas, de un trabajo constante; el de la religiosa educadora, hermana Berta Weber.

 

Llegó un día 3 de marzo, hace ya mucho tiempo, en 1948, y desde entonces dedicó todos sus esfuerzos, sin tomarse descanso, a la formación de nuestras niñas, de nuestras jóvenes, en el Colegio María Auxiliadora.

 

Es por eso que acercamos los micrófonos de Radio Nacional para que Usted, hermana Berta, nos cuente hoy algo de aquellos días un tanto remotos, pero sin duda aún muy vivos en su corazón, de sus primeras experiencias apostólicas en Río Grande.

Hermana Berta: Es una historia sencilla. Vine en avión. El aterrizaje fue en CAP, como oficina de control había un ranchito. Yo era la única pasajera, y el señor Fadul me condujo al pueblo. Las hermanas vivían provisoriamente en la Parroquia, por que nuestra Casa estaba en construcción. La primera parte de la misma tardó dos años, porque todo el material era enviado desde Buenos Aires. La Parroquia era sumamente fría. En toda la casa había solamente una estufa de leña, aparte de la cocina, que abundaba en humo y lo ennegrecía todo. Todavía se conserva la entrada, la larga galería donde estaba ubicado el piano, donde di las primeras lecciones de música y canto a algunas niñas del pueblo. Como el lugar era muy poco acogedor, la hermana Luisa Rosso encendía un calentador de querosén, que daba olor a calor...  A fines de enero de 1950 ocupamos nuestra Casa. Teníamos doce internas, dábamos clases particulares, y la escuelita funcionaba hasta tercer grado. Agregando luego un grado por año, en 1955 ya contó con todas las divisiones para ser una escuela regular. El alumnado fue creciendo hasta el punto que el edificio resulto insuficiente, de modo que hubo que pensar en su ampliación. Con el apoyo y la ayuda de nuestras Superioras, la contribución generosa de los habitantes y en forma visible de las autoridades municipales, que a cada pedido de nuestra parte respondían trayendo arena, ripio, etcétera, fue posible extendernos un poco más.

 

L: Muchos de estos acontecimientos quizá desconocidos para los actuales pobladores de Río Grande, deben de haber significado –en su momento- un paso enorme para los viejos vecinos de nuestra ciudad. Pero antes que todo esto aconteciera, hacía ya mucho tiempo que la hermana Berta había dejado su Alemania natal. ¿Podía decirnos en que otros lugares de nuestro continente, de nuestro país, ofrendó su trabajo antes de llegar a Río Grande?

HB: Primero, en las Islas Malvinas; luego, en Punta Arenas, y también seis años en San Julián.

 

L:¿Cuántos años estuvo en la Islas Malvinas?

HB: Once años.

 

L: Vale decir que ha repartido buena parte de su misión como religiosa y educadora entre nuestra Tierra del Fuego, con sus treinta años de residencia, y también en las Islas Malvinas, por que once años es un período bastante largo. ¿Cuál era su labor en las Malvinas?

HB: Daba clases de catecismo y labores.

 

L: ¿Existía alguna otra institución religiosa, algún otro colegio?

HB: Únicamente nuestro Colegio. Éramos cinco hermanas, y teníamos escuela primaria.

 

L: ¿Recuerda el nombre de aquellas Hermanas’

HB: Era directora la hermana María Ussher, que permaneció treinta y tres años; también la hermana Maria Rodas que quizás alguna persona de Río grande la recuerde, ya que ella trabajó en la Misión.

 

L: Entonces, cuando usted llegó a Río Grande, la Institución de carácter educativo que estuvo en manos de religiosas en este lugar, era el Colegio María Auxiliadora ¡Atendían solamente a niñas, o concurrían también niños?

HB: Atendíamos también a niños.

 

L: ¿Cuál es su ocupación actual, hermana Berta, luego de tantos años de responsabilidades y entrega?

HB: Doy clases de inglés a las alumnas de sexto y séptimo grado, enseño dactilografía, y realizo cualquier otro trabajo que se me ofrece en la Casa.

 

L: ¿Cuál ha sido su mayor satisfacción en estos treinta años de permanencia entre nosotros?

HB: El maravilloso crecimiento de estas apartadas poblaciones –que es visible en sus adelantos materiales; pero dudo que han crecido en su acervo espiritual-, y el haber sido instrumento en las manos de Dios misericordioso y de nuestra Auxiliadora para que sus nombres y su acción salvadora llegaran al rincón más austral de esta hermosa patria, para la salvación de las almas.

 

L: Es el propósito que la ha mantenido atada a nuestra tierra por treinta años. Y el pasado 3 de marzo marcó sólo un hito en el calendario de una labor que se multiplica todos los días. Una labor que nació en 1948 para nosotros, los fueguinos, y que se ha continuado en beneficio de niños y niñas de la comunidad toda. Ese trabajo sumamente expansivo que significa educar, transmitir la verdad de Cristo ha estado en las manos de la hermana Berta Weber por un tiempo sumamente prolongado en nuestra Tierra del Fuego.  Hermana Berta.¡Muchísimas gracias por sus treinta años de trabajo entre nosotros!

H.B: ¡Río Grande se lo merece!

LA FOTO nos muestra a la hermana Berta ante el armonio, en una ceremonia en la capilla de la Candelaria en Río Grande.

La hermana falleció en Buenos Aires el 4 de junio de 1988.


 

PAPELES CINEMATOGRÁFICOS. Un envío desde Comodoro..

 


Para caminar sobre la memoria de los orígenes del Cine en Rio Grande incluimos en esta publicación copia de un envío realizado desde la "capital del petróleo" por la firma de Roque González, allí Manuel Arias recibe películas para ser proyectadas en nuestra localidad existiendo una solicitud de envío posterior a Río Gallegos, de donde podemos concluir que los fueguinos nos adelantabamos en los estrenos con respecto a los santacruceños. Se remiten programas, afiches y carbones para el funcionamiento de los proyectores.



13 de Noviembre de 1520. Se produce el Oráculo sobre la San Antonio.

 


Magallanes navegó el estrecho de Todos los Santos apuntando a encontrar su salida en el Mar del Sur, pero en determinado momento creció su preocupación sobre el destino de la nave San Antonio que comandada por Álvaro de la Mezquita se le había encomendado exploraciones en el litoral fueguino.

 

Este que Esteban Gómez había encabezado un motín y la nave ya retornaba a España sin que lo supiera el almirante.

 

Ante la incertidumbre sobre el destino de la embarcación, Magallanes requirió de los servicios del astrólogo de la expedición: Andrés de San Martín, quien predijo luego de consultar las estrellas “que la nave había huido a España llevando a su capitán encadenado”.

 

Dando por ciertos estos datos Magallanes consideró que la expedición debía seguir adelante con la San Antonio.

 

El creía que lo dicho por el Astrólogo era cierto, y era cierto en verdad. Se labraron las actas respectivas, y se incluyó en la bitácora los dichos de San Martín, cosa que era entonces aceptada como verdad –el vaticinio de un astrólogo oficial- por las fórmulas de navegación,  en la muy católica España de la conquista y la inquisición.

 

PAPELES CINEMATOGRAFICOS. Urgencias del momento..


 El telegrama, a principios de los 40, nos muestra como el pionero cinematográfico -Manuel Arias- buscando soluciones inmediatas que en muchos casos están en Buenos Aires.

Juan Buezas, una vida en el confín del mundo.


José Luís de Imaz en su libro Los hombre del confín del mundo, incluye esta historia de vida de un ushuaiense identificado como JB, pero detrás de estas iniciales, ¿quién otro puede ser sinó Juan Buezas?

JB llegó a la argentina en 1926, detrás  de un tío que había venido en 1913, y de un hermano. Trabajó por ese entonces en Buenos Aires como lavacoches, pero con sesenta pesos por mes no se podía vivir. Fue así como aceptó un trabajo de la Dirección de Institutos Penales, y se vino a Ushuaia. Eso era en 1928. El viaje lo realizó en la bodega del transporte marítimo “Pampa”, empleando 31 días para unir Buenos Aires con Ushuaia.

No había entonces puerto  –dice JB-, a Ushuaia se llegaba en bote, desde donde el barco había atracado. La primera impresión que tuvo de la ciudad fue muy mala. No era en realidad un pueblo –como le habían dicho- sino un conjunto de casas, con un solo bar. No había casi iluminación, y muy pocas casas de ramos generales. Incluso “La Anónima” había vendido sus instalaciones a un comerciante local. Todas las familias de entonces eran similares, apenas si las de F. y S. –ambas de origen árabe- tenían un nivel económico superior. Todos los habitantes se conocían, se prestaban servicios, y hasta cualquiera podía servirse –cuando lo necesitaba- de la leña del bosque.

Fuera del Penal –recuerda B. sobre su llegada- apenas si habría  unas 300 personas. La cantidad de presos en cambio varió mucho. Hubo años en que hubo 200 presos. Después de la revolución del 30 fueron 1500. Eso aumentaba o disminuía la cantidad de empleados, pero normalmente, entre guardiacárceles y administrativos, fueron 360.

JB vivió en el mismo Penal durante 6 años, solo. Había venido de España para ahorrar lo suficiente y poder traer a su familia. Cuando llegó a Ushuaia se desempeñó como mozo del Director. Luego fue ascendido a mayordomo, puesto en el que siguió hasta el final. Hubo momentos muy malos por los atrasos en los pagos. El peor fue en 1930, que  llegaron a estar 6 meses sin cobrar, y la situación fue para todos insostenible. En Ushuaia no había trabajo, como no fuera por el Penal. El Penal lo hacía todo en sus talleres, ropa, muebles, artefactos, cobrándole muy poco a su personal. Tenía su banda de música y los domingos salía a dar sus conciertos. Era la única nota y diversión pública.

En 1935, por fin, volvió a España para reunirse con su familia, aprovechando una licencia. De allí volvió, pero ahora acompañado de su esposa. Se embarcaron en Buenos Aires, y llegaron tras 24 días de navegación, en el transporte “Chaco” al poblado de Ushuaia.

Lo recuerdo con horror –dice la señora B.-, nunca hubiera imaginado una cosa igual. Era el 7 de junio de 1936, no me olvidaré la fecha. La nieve lo cubría absolutamente todo. Jamás había visto en mi vida algo parecido. Ese invierno fue espantosamente frío, todo estaba helado, llegamos sin comodidades.

Por fin el matrimonio B. encontró una casa para alquilar. Él ganaba entonces 147.20 pesos mensuales, y el alquiler era de 40 pesos. No les alcanzaba.

Ni bien llegaron la Sra. B. se puso a trabajar. Lo hacía como lavandera del personal del penal soltero. Con lo que éstos les pagaban, y el sueldo del marido, totalizaban 200 esos. Pero trabajar como lavandera era muy duro, nada parecido a lo de España. En invierno las manos se helaban y hasta era difícil obtener agua. Tomaban entonces los carámbanos suspendidos del techo, y los colocaban en una olla, al fuego, esperando que se derritieran. Después con esa agua podían trabajar.

Los B. sostienen que por esos años la población estaba siempre llena de barro, a causa de las lluvias, y sobre todo del deshielo de la nieve. Lo que hoy es la avenida central de Ushuaia, era entonces u pantano. Así la gente no vestía ropa apropiada. Los hombres utilizaban todo el día la ropa de fajina del Penal, le traje patrio, las botas patrias. No había diversiones, y el único médico estable era el del penal.

Los argentinos –agregan- ocupaban las posiciones más encumbradas del Penal. El personal de guardia era en cambio español, italiano o yugoeslavo, los argentinos no querían estar en los puestos menores. Muchos de los venían a trabajar se iban abandonando el empleo. Y eso que era difícil, apenas si llegaba un barco cada 4 ó 6 meses. Por eso “uno llegaba a Ushuaia y no tenía cómo irse, y la vida iba pasando y pasando…”

El matrimonio B. comenzó la construcción de su casa, que es la actual, en 1940. Pero después hicieron ampliaciones. Para esa construcción lograron por fin en 1944 el primer crédito bancario, se lo concedió el Banco de la Nación Argentina: 500 esos moneda nacional.

También en 1940 el hijo terminó la escuela primaria. Éste era nacido en España. Obtuvieron entonces una beca para que pudiera seguir sus estudios secundarios en Buenos Aires. Había que embarcarlo en Río Grande. El hijo tuvo que ir a caballo –tenía 12 años- acompañado por dos policías, hasta Río Grande. Tardaron 9 días. No había ruta, sólo una picada en el monte, para unir los dos poblados.

Este hijo terminó sus estudios en 1944, en el Normal Mario Acosta, como maestro. Luego, al igual que su padre, entró a Institutos penales, siguió la carrera docente, fue nombrado director de Escuela Primaria en la Capital Federal, y terminó sus estudios de Derecho. Todos sus estudios secundarios los pudo hacer gracias a esa beca de sesenta pesos mensuales. La estadía le costaba un poco más y los padres tenían que girarle el resto.

La hija mujer, del matrimonio B. concluidos también sus estudios primarios, hizo los secundarios. Se vino a Buenos Aires, y estuvo pupila en uno de los mejores Colegios privados –religioso- de la Capital. Después regresó a Ushuaia, se casó con un fueguino, y está al frente de una casa de comercio acreditada de esa ciudad.

JB trabajó en el Penal de Ushuaia hasta 1948. Las cosas comenzaban a cambiar, se dispuso el traslado del Penal, y con éste de todo su personal. Recuerda B. los hechos curiosos y emocionantes que entonces pasaron. Porque los presos lloraban la irse. “Los mismo que maldecían su encierro –recuerda JB- se daban cuenta de que con todas sus limitaciones, en Ushuaia trabajaban al aire libre, cortaban maderas del bosque, instalaban las cañerías de la ciudad, la electricidad, y hacían las nuevas instalaciones sanitarias. Se habían encariñado con todo aquello, y con el paisaje y con la población.”

JB y su esposa se tuvieron que ir a Buenos Aires. Le faltaban 2 años para jubilarse, y no les quedaba más remedio. Por fin, en 1950 se jubiló. Y como estaban muy adheridos a Ushuaia, y tenían recuerdos y amigos, y ya no se adaptaban a la vida de gran ciudad, resolvieron volver.

En 1950 las cosas cambiaban. Ushuaia estaba llena de italianos. Habían venido en grandes barcos directamente de Italia. Los italianos hicieron muchísimas obras. Borsani era el que los había traído. Y con ellos se construyeron los barrios nuevos. Hasta uno al que ahora se llama el “Villaggio” en recuerdo precisamente de tanto italiano como trabajó en la construcción.

Con toda esa gente había unas posibilidades que no existían antes. Antes, sólo se podía vivir del Penal. Ahora no, además venía la Marina.. Entonces B. y su esposa resolvieron abrir un “bar” contiguo a su antigua casa. Pudieron hacer la instalación gracias a los viejos amigos de Ushuaia: en realidad la hicieron “con todo prestado”. “No me hable de lo de antes” –dice la Sra. B.- aquello de que un peso era un peso, no quiero ni sentirlo…”

Cuando se terminaron las instalaciones y la Marina ocupó el antiguo penal, hubo trabajo para todos. Después vino el gobernador Campos que fue un verdadero modelo –agrega la Sra. B.- y un hombre que impulsó y quiso realmente al Territorio.

Era muy sencillo. Como el vicealmirante Guzmán. “Nosotros lo recibíamos aquí mismo, como uno más, parecía increíble tener un Gobernador que se invitaba solo a tomar café, y que se quedaba charlando con nosotros en la cocina.”

El matrimonio B. goza de gran consideración y se presupone que tiene una muy sólida posición. Son importadores de vinos, licores, aceites y conservas españoles.

En la foto de los guardiacárceles el del centro es Buezas, el cartel de una calle de Ushuaia que hoy lo recuerda fue fotografiado por uno de sus frentistas DME.

El ahorro es la base de la felicidad

 

Mi padre me inculcó esa idea que debía tener ahorrados por lo menos los pesos que sumaran mi ingreso mensual.

Para eso, en un tiempo inmemorial, iba guardándose un diezmo en un mes, y repetía el acto en los 9 meses subsiguientes.

Si por algún motivo había que recurrir a este fondo de ayuda, al mes siguiente tenía que reponerse.

La plata en cuestión eran billetes de mil, conocidos con el nombre de fragata.

Todos fueron a ocupar un lugar dentro de una azucarera sin tapa que se conservaba en el aparador.

Pero un buen día no quedó más lugar dentro de ese recipiente, porque los billetes eran muchos, muchos, y hubo que pensar en otro escondite; este fue una tetera que resultaba ser la única sobreviviente de un regalo de bodas.

Allá fue a ocupar el lugar de la azucarera, y como los ingresos paternos aumentaban se tenía que continuar dejando dinero para mantener ese recursos por lo que pudiera pasar.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que la tetera se vio repleta de riqueza.

Pasó entonces a darle el uso de caja fuerte a una tetera sin tapa que rara vez usábamos desde que aparecieron a la ventas los Mellrose Tea en sobres.

Y un día se conversó en una sobremesa sobre la limitada cantidad de espacio que quedaba en su recipiente en uso, y pensando en que hacer se vio que el gran salto lo daríamos hacia la sopera.

De hecho pasaron algunas cosas, se tuvo recurrir al dinero ahorra, problemas de salud. Pero cuando se actualizaron los valores para cumplir con la consigna familiar para darnos tranquilidad en los caminos de la vida, vino a sorprendernos una decisión presidencia: la ley 18188 que quitó unos cuantos ceros a los billetes.

Fuimos con mi padre a cambiar los ahorrados en el almacén donde hacíamos regularmente nuestras compras. Llevábamos la mosca en una bolsita confeccionada por mi madre con tela de bolsa de harina. Y volvimos con un puñadito en uno de mis bolsillos.

Los ahorros, menos voluminosos, pusieron en funcionamiento a la azucarera, y entonces mi madre dijo: si se vuelve a llenar, vamos a comprarle una bicicleta al hijo, y lo dijo como si yo no estaría presente.

Yo, que algo había aprendido con esta experiencia, comencé a desear intensamente, que volviera pronto la inflación.



LOS PUENTES DE LA MEMORIA. “Y fue así que se acuñó una suerte de título de nobleza para un pueblo que tenía menos títulos y muchas virtudes”

 


La democratización, para otros la vulgarización, del sustantivo poblador, se originó en Río Grande por obra y gracia de Carlitos Maida.

 

Fue allá por el año 1973, cuando un grupo de estudiantes universitarios planteamos ante las autoridades territoriales, por la ineficiencia del sistema de becas. Carlitos, que no hacía mucho que estaba entre nosotros, dijo ante las cámaras de Canal 13 –Gallardo, reportero de por medio- que en nuestra condición de antiguos pobladores merecíamos la atención de las autoridades de turno.

 

El tema de Carlitos Maida antiguo poblador fue motivo de múltiples conversaciones entre la población, que por aquellos días no tenía muchas alternativas de informarse, ni de deformarse.

 

Cierto es que la voz de “poblador” puede haberla escuchado Carlitos, y muchos otros recién venidos al sur, en boca de los estancieros de la zona, o para mejor decir: de los estancieros chicos, esos que más han llorado su esfuerzo y sus angustias.

 

Poblador de Lago Blanco, Poblador de Los Antiguos, Pobladores de Teka, de Bajo Caracoles, del Lago Fagnano, fueron calificativos que emergieron en lo patagónico-fueguino para situar un oficio vinculado a lo económico y social; pero pasó mucho tiempo hasta que el calificativo de poblador alcanzara a las clases bajas.

 

De media a alta servía. Un poblador debía tener campo y debía vivir en él.

 

-¿Los Menéndez fueron pobladores?

-No señor, esos estaban en Buenos Aires. Aquí en el verano y de paso nomás.

-¿Los Bridges?

-Un buen ejemplo, y también como ellos los estancieros chicos esos que, en la Tierra del Fuego, consiguieron sus parcelas rurales después de la subdivisión del 24, aunque muchos de ellos fueran “palos blancos”.

-¿Qué era un palo blanco?

-¿Qué es? Un empleado de una de las grandes firmas ganaderas que recibía el dinero suficiente para hacerse de una estancia chica, pero esta ba comprometido a seguir sirviendo, con su producción, a los intereses de los latifundistas.

-¿Y la gente de la ciudad no eran pobladores?

No señor. Ellos eran vecinos. Estaban los caracterizados vecinos que integraban las fuerzas vivas, la entidades sin fines de lucro, la parte sana de al sociedad. Y estaban los otros, los que no eran tan vivos, no tenía más remedio que lucrar con su trabajo, vivían de un sueldo o de un jornal y derrochaban la salud de vivir.

 

Interrumpamos este diálogo en momentos en los cuales se han hecho notar algunas observaciones sobre la utilización del término poblador.

 

El poblador es el hombre que pretende ignorar que esto ya estaba poblado; el poblador corresponde generacionalmente, a aquella etapa del desarrollo histórico donde el aborigen fue desalojado, él y el guanaco, y reemplazado prontamente por el blanco y la oveja. El poblador es, en alguna medida, un despoblador, aunque el mérito genocida parece residir en la acción del latifundista.

 

El poblador era, en términos de la época –con una antropología mezquina- un civilizador; aunque su ilustración y su cultura no fueran deslumbrantes como su fuerza y su tesón.

 

El poblador, en muchos casos, fue tributario de las entidades públicas y del comercio. Las pequeñas estancias, al sur del río, dependieron enormemente del crédito que las cuatro casas de Río Grande podían darle para sustentarse entre una y otra venta de lanas y corderos. Los pobladores eran seres agrestes, bojaban al pueblo a invertir y divertirse, como el peón lo hacía para derrochar y olvidarse.

 

De esta “clase pobladora” surgiría algún círculo de amanuenses de los gobiernos de turno, y alguno de sus hijos se capacitaría a un nivel terciario sin se ese escalón el distintivo de su progreso social. Mas bien solían concurrir a colegios pagos de buen nivel, que les permitiría de futuro reconocerse como ex-compañeros  de algún Ministro o funcionario de renombre, y citar ese pasado para luego golpear la puerta de un despacho que, ante un ex-condiscípulo, se abría mucho más rápidamente.

 

Los pobladores eran, en su momento, de origen europeo y algunos también argentinos –los menos, eso es cierto- salvo algunos pocos casos que no olvidamos, los chilenos no ingresaban a esta categoría, por la sencilla razón de estarle limitado su acceso a la tierra. Por lo tanto, los hijos de los pobladores no padecieron las limitaciones que sobre los hijos de estos últimos pesaron con el correr de los años territorianos. A la hora de salir en defensa de los derechos comunes, unos eligieron la alternativa amigable de estar cerca de los despachos, otros la confrontación de algunas formas de organización y otros el silencio amargo.

 

Para el chubutense Juan Meisen el término poblador debe asignarse a quien puebla un campo fiscal. Y esta aseveración nos coloca ante un cuadro de interrogación nuevo:

 

-¿Cuántos estancieros no son dueños de sus campos?

-¿Es regular el pago de sus compromisos contraídos con el Estado, propietario aún de estos predios?

 

Osvaldo Bayer, al historiar las huelgas de la Patagonia encuentra esta figura del poblador, más cercan al padecimiento del obrero que a las prebendas del hacendado, y para él poblador es quien es dueño de ovejas, no así de campo, y que no se toma las fugas invernales a los suelos del norte dejando en el yugo al peonacho que le sirve.

 

Un buen día comenzó a divulgarse esta situación de poblador como un rango social al que podían aspirar aquellos que, incluso, no tenían un campo del que usufructuar. Y las notas necrológicas de la radio reivindicaban el título de poblador para más de una vecino –más de un paisano- que había pasado para el otro lado. Entonces surgió la polémica en cuanto residía la antigüedad indispensable para ser poblador, porque ser poblador era ser antiguo.

 

En 1982, desde el Centro Fueguino nos quemamos los sesos considerando este tema. Para algunos bastaba con haber llegado antes de la 19640, para otro antes que la Tennessee, hay quien situó el límite en los cuarenta años. Surgieron problemas con todos esos que estuvieron un tiempo, se fueron pensando en no volver nunca y no les quedó ningún remedio. Surgieron problemas al advertirse que los “pobladores” solían formar familia con gente que no eran del lugar, y por ende, no tenía los años que para otros se exigían inflexiblemente.

 

Hoy en día, con se sustantivo democratizado y una década de experiencias de integración sobre nuestras espaldas, ya no se discute el tema, más bien se sabe que en cada cena de antiguos vecinos –pobladores- hay muchos que permanecen olvidados, sobre todo la gente pobre que es la que, más allá de la buena voluntad- siempre pasa inadvertida.

 

María Elena Smolsic de Berbel me comentaba su apreciación sobre el tema, para ella ninguno de los dos somos pobladores, nuestros padres sí lo eran; aunque mi padre siempre me recordaba que él trabajó para varios pobladores: Pizarro, Caffarena, Bianco, es decir... estancieros chicos.

 

Yo no soy poblador ni lo quiero ser. Soy un vecino que no encuentra sus paisanos, porque paisanos eran entre sí los indios una vez europeizados, soy un ciudadano de los comunes nomás, porque no me convence esto que también se ha construido, la categoría de “ciudadanos ilustres”.

 

Y a qué se debe mi rezongo? No se debe a alguna posición individual que me lleve a juzgar inadecuada las ponderaciones que se han hecho. Es que no me queda en claro si el término ilustre lleva a reconocer “ilustración”, o una simple enunciación de méritos considerada casi un título de nobleza. Sea cual sea la alternativa esta moda ponderativa pude estrangular las nominaciones del futuro, porque se pude quedar sin personas intachables para colocar en el podio.

 

Post scriptum. Con el tiempo algunas cosas cambiaron, también en mí, pero esto es lo que escribía en EL SUREÑO por 1992.