¿Qué tiene Patricia Cajal en sus manos?


-En parte es verde, pero ya está maduro.
-Nació hace más de cien años.
-Marca un viejo rumbo, pero presenta un nuevo camino.
-Es parte de una familia que dejó de multiplicarse hace un tiempo.
-Representa un nuevo amanecer.
-Contiene verdades, y anida la imaginación.
-Parece que va a volar.
-Promerte continuar.

Un Gramajo revuelto, revuelto.

El coronel Artemio Gramajo, un santiagueño que fue ayudante del general Julio A. Roca a quien acompañó durante su campaña a los indios en 1879, y luego en la función pública; años, era socio y habitué del Club del Progreso. Allí se entretenía en juegos de naipes y billar, y en el apuro mandaba a hacerse servir una comida rápida, a la que se comenzó a llamar Revuelto Gramajo, y sin dejar sus actividades consumía esta preparación suya consistente en un plato de estrechas fechas de jamón serrano, saltado o sofritazo con arvejas y huevos. Comida que era consumida al plato, o en algunos paso “al pan”.

Se cuenta que ya Gramajo gustaba de hacerlo en los vivac de campaña, y es la única comida argentina que figura en la gastronomía internacional.

Y en su carácter de edecán acompañó a Roca al sur, llegando hasta Ushuaia, y posteriormente compartiendo el célebre abrazo del Estrecho con el presidente chileno Federico Errázuriz.

En la Confitería París de La Plata aprecié hace más de media vida por primera vez esta comida argentina. Reciente mente vuelto al lugar he podido comprobar que el producto actual está a la altura de mis recuerdos. La Confitería no vende comidas con carne vacuna hasta que la misma alcance un precio razonable, he aquí un lugar para este revuelto que he imitado en mi gastronomía casera, con cierto éxito.

He aquí una receta que inicialmente presta atención a los ingredientes:

Papas negras, 1/2 K
Aceite de girasol, cantidad necesaria
Cebolla, 1
Jamón, 100 g
Huevos, 4
Manteca, 50 g
Sal y pimienta, a gusto


Preparación

- Pelar las papas y cortarlas en bastones chicos.
- Poner las papas en remojo en agua fría, para que eliminen el almidón, durante 1 hora.
- Secar muy bien las papas con un lienzo.
- Calentar abundante aceite en una sartén profunda.
- Cuando el aceite esté caliente incorporar las papas de a poco, para no enfriar la fritura.
- Dejar cocer y dorar las papas, y retirar.
- Pelar y picar finamente la cebolla.
- Picar groseramente el jamón.
- Batir ligeramente los huevos.
- En una sartén calentar la manteca, saltear allí la cebolla hasta que transparente.
- Incorporar el jamón cocido, las papas fritas y los huevos.
- Revolver el revuelto Gramajo hasta que los huevos estén cocidos pero algo jugosos.

Retirar y servir

Gramajo en imágenes.

La caricatura de CAO lo muestra al coronel con los atributos de su gula. La tapa de Caras y Caretas –número 892 del 6 de noviembre de 1915- lo equipara a Chaplín. La foto del plato despierta mi apetito de esta golosina que no figura en mi dieta.

Más allá de la historia.

Alejandro Simonazzi ha adoptado el nombre de Revuelto Gramajo para una propuesta radial que puede escucharse por La Radio Pública, cada domingo a la hora 02.00. El lema es: "Algo parecido a un programa de radio".


En torno a la antena.

Un paseo otoñal en torno a la torre de transmisión de la AM de LRA 24. viniendo de la calle Perón-ayer avenida de cierre- al centro nos muestra como buscando la extructrura bicolor a este pluvial, de aleja aguas de la zona habitada.

El alambrado, construido en su momento como cercado olímpico, muestras los estragos por los cuales ahora solo existe en tramos.

Una tranquera, protegida con su candado, parece limitar el acceso, pero se puede ingresar al predio sin dificultad por los costados.

Señales del alambre: el del cercado en primer plano, el que se va alenjando en perspectiva, linea hexafilar que ahora ha sido reemplazada por un coaxil subterrano, cuando se posibilitó la conexión vial entre Perón y Pacheco, la arteria que va hasta el puente Mosconi. (que en algún momento también se llamó Doctor Carlos Pacheco)

El mojón donde se sujetan los vientos, la antena en su base, y la caseta de transmisión..

Las tarimas, en medio otras formas plurales de basura...

Lo que trae el viento, y lo que deja la gente...

Los desagues naturales que conducen al río, y la huella de un vehículo que atravezó el lugar húmedo en el momento de encararlo. Y la basura que se torna multicolor.

Cuando la marea crece e invade este llano, la basura flotará, y se acomodará..

Saliendo hacia el camino nos encontramos con la edificación del ACHER.

Un servicio ayudaría a nuestra diuresis, pero se ocuparon de clavetear la puerta ni bien dejaron de usarlo los operarios de la construcción.
¿Qué hicimos? ¡No se los cuento!
ACHER, Argentinos, Chilenos, Hermanos...

El edificio principal de la entidad y los ladrillos de plástico que le han ido dando forma...

Aquí el suelo es pródigo de bellezas...

Pero ni bien nos alejamos, rumbo a la escuela Cono Sur, entre las sombras de un sol que no sube todavía hay un llamado al orden y al aseo..

El colegio se ve cálido, con sus enormes ventanales.

La máquina descansa por que es domingo.

En el solar, que hace punta, hay una suerte de granja, con aves y animales de corral.

La blanca ovejita se inquieta con nuestras presencia.

Creemos que tienen hambren.
En el suelo encontramos estos hongos que llevamos a casa para secarlos con pimenta.

Ampliamos nuestro rodeo y nos aproximamos a la cancha de fútbol a la que en otro momento hicimos centro de un espacio similar al que ahora mostramos.

La calle ingenieros es solo una vereda, y se aprecian en extensión los murales que otrora mostramos uno a uno.

Finalmente, desde este otro ángulo, se aprecia la nueva antena de TVF, Te Ve Fuego, el canal de cable. Y al fondo a de LRA 24 que marcó la largada de esta nueva caminata.

Vitrales barilochenses

Durante el acto del Bicentenario de la Creación de la Bandera Nacional, la Presidenta de la Nación anunció que para el 25 de Mayo concurriría a Bariloche, para festejar desde ese lugar patagónico el acontecimiento fundacional de la patria.
De inmediato imaginé su participación en el Te déum de la Catedral Nuestra Señora de Nahuel Huapi, la iglesia matriz de los católicos del lugar, donde junto a un conjunto de imágenes sacras aparecen relaciones que tienen que ver con la tortuosa relación entre el blanco y el indio.., con la visión de la iglesia, que es la del blanco.
Y aquí se da el caso de los vitrales, uno de los cuales muestra la muerte del Padre Mascardi, a manos de los naturales del lugar en un episodio que muestra que la violencia no estubo de parte de los europeos, como se preconiza sistemáticamente -de un tiempo a esta parte- entre los que realizan la campaña de reivindicación del nativo, y vilipendio de lo que se dió en llamar La Conquista del Desierto.
Pero la muerte de Mascardi es un hecho anterior, dado en tiempos de la penetración evangelizadora desde Chile, cuando lejos se estaba de saber en Buenos Aires sobre la existencia misma de estas comarcas, y menos sobre su pertenencia a la jusrisdicción que derivó en ser argentina. Aunque al pie del ícono se encuentre el escudo nacional.

Otro de los vitrales muestra a Ceferino Namuncurá, el joven mapuche que tras los salesianos se convierte en modelo de santidad, y "lirio blanco" del mestizaje. Episodio que se registra luego de las acciones argentinas de conquistas de la norpatagonia y la pampa.
Y también está en un lugar destacado, que no por eso hace presumir santidad alguna, el general Julio Argentino Roca, con atributos presidenciales, responsable él de la conducción militar que aniquilara la presencia aborígen en la región, cuando era ministro de Guerra de su predecesor: Nicolás Avellaneda.
Desconozco si en otros lugares del país la imágen de un Presidente de la Nación comparte el mismo espacio de los referentes religiosos, en un templo de esta magnitud.
Un amigo de marcada identidad kirchnerista me afirmó que ante ese escenario, y dado el rol represivo que parece endilgársele cada vez más a Roca, se llegaría -no como el caso de aquella vez en que el ex mandatario mandó a descolgar los cuadros de los generales del proceso- pero si a cubrirlo.., convenientemente, con una enseña celeste y blanca al mentado "zorro tucumano".

Los vitrales en cuestión fueron adquiridos gracias a una Comisión de Damas (presidida por la señora Isabel Nevares de Ortiz Basualdo, hermana del combativo obispo Jaime Nevares) quienes reunieron donaciones de dinero para solventarlos.

La confección del los vitrales fue hecha por un francés llamado Enrique A. Thomas, en Buenos Aires.

La colocación de estas obras fue en el año 1947, momento en que se finalizó con la parte exterior de la construcción, pero aún el interior estaba en bruto y con piso de cemento.

Por el año 1947 gobernaba los destinos de la Nación el General Juan Domingo Perón que no ponía reparo a la memoria de los próceres por cuestiones de su trato con los nativos, tal es así que nacionalizados los ferrocarriles británicos manda identificar a uno de ellos -el que llega hasta Bariloche- con el nombre de Ferrocarril General Roca.

Nos enriquecemos con este testimonio una visión estética e historica de este sur que, si se quiere, queda bien al norte.

Mientras tanto la Presidenta reposa con un estado gripal que la ha sorprendido a su regreso de Angola, pese a la vacunación a la que se sometió hace algunos semanas y que podría haber producido el efecto esperado.

Natalie Goodall: Ventiún canoas.



Rae Natalie Prosser de Goodall es ampliamente conocida por sus estudios biológicos en la Tierra del Fuego a donde llegó hace medio siglo. También por su muy conocida guía escrita en castellano e inglés.
Un museo en Harberton, su espacio ganado por el matrimonio y el trabajo, la emparentan con la labor de los misioneros anglicanos en este sur.
Fue grato encontrar un relato suyo en un libro que en 1997 reunió diversos trabajos de varios establecimientos educativos del país, uno de ellos, en inglés fue traducido gentilmente por Ulises Papalardo.., creemos que esa difusión será del agrado de la autora y nuestros lectores.

Había una vez, hace muchos, muchos años, cerca de 1908, para ser exactos, una niña pequeña llamada Clarita que vivió en Tierra del Fuego. Ella, de seis años de edad, era una simpática niña de ojos marrones, pelo color marrón claro, y una carita redonda y feliz. Vivía en una casa de dos pisos hecha de madera, y cubierta con hierro corrugado. Vivía con su mama y su papa, su hermano pequeño Len, su abuela y su tía abuela.

La casa era parte de un caserío de una granja que se extendía a lo largo del Canal Beagle. La misma estaba administrada por el papa de la niña, que se dedicaba al criado de ovejas en las tierras de oeste, tenia un aserradero para hacer madera destinada a la construcción, y además vendía carne y verduras a los mineros que buscaban oro en las islas lejanas. El caserío fue construido en la ladera, en el borde de una larga bahía que sobresalía al noroeste desde el Canal de Beagle hacia las montañas. Por su parte, la casa tenía muchas ventanas, por donde miraba Clarita (lo cual hacia a menudo) o cuando estaba jugando al aire libre, toda la ladera y una parte del océano.

La mayoría de los hombres que trabajaban en la granja eran Indios Yahgan, nativos de Tierra del Fuego, quienes no hace mucho vivían casi desnudos (cubiertos con grasa contra el frio) en sus canoas o en pequeñas cabañas hechas de ramas, hojas y hierba levantadas en áreas protegidas a lo largo de la costa. Los Yahgan apreciaban mucho a la familia de Clarita, y les gustaba trabajar allí, pero con frecuencia sentían la necesidad de algo de aventura, propio de su antigua familia, y a menudo deseaban irse por unos días, o semanas incluso, en sus botes.

Una mañana, Clarita y su hermano pequeño miraban a través de la ventana y vieron como una canoa india llegaba desde la punta de la península en el extremo de la bahía. Esto no era nada inusual: canoas, siempre, iban y venían. Pero esta estaba acompañada de otra, de otra, y otra!

Mientras los niños miraban, más y más venían, una tras otra. Clarita ya sabía contar, así que lo hizo a medida que se acercaban a la bahía. Veintiún canoas! Clarita nunca había visto tantas! De hecho, esa fue la última vez que ella o alguno de su familia vio tantas de una sola vez.

Clarita y Len se apresuraron en bajar las escaleras y salieron a la entrada para ver mejor las canoas. La mamá se precipitó tras ellos y les dijo que se queden en la entrada y no vayan a la playa hasta que su papá salude a la gente.

Las canoas aparecieron en la bahía, y las mujeres (quienes remaban) lo hicieron suavemente hacia tierra, en lugares especiales donde las rocas habían sido removidas, y algas habían puesto, para que las mismas no se dañaran cuando se detuvieran. No había suficientes lugares para todas, así que algunas dejaban a los hombres y a los chicos cerca de tierra firme, y luego las mujeres amarraban las canoas sobre las algas y nadaban hasta la costa.

Todas las personas alrededor del caserío, los indios, las mujeres y los chicos, quienes trabajaban allí, se abalanzaron hasta la playa para encontrase con los recién llegados. El padre de Clarita se encontraba en la mitad de la multitud. Todo el mundo gritaba y agitaba los brazos excitadamente.

¡Como deseaba Clarita ir corriendo para jugar con los Indios pequeños! Pero ella tenía que actuar maduramente y caminar con tranquilidad al lado de su mama y de su hermano, a un lado cerca de su papa, donde ellos podían escuchar que estaba pasando. Clarita tenía permitido jugar solo con ciertos indios de su edad, aquellos cuyas madres mantenían limpios; sino ella hubiera vuelto a su casa llena de piojos y otros parásitos!

Cuando se acercaron a los nuevos visitantes, la jovencita NO quería jugar con ellos. ¡Como olían! Ellos estaban muy emocionados porque una gran ballena había sido abandonada en la playa no muy lejos de allí. Había muerto en el mar y sido arrastrada hasta tierra firme. Los Yahgans amaban la carne y la grasa de ballena. Ellos habían estado cortándola y comiendo la carne, y almacenando el resto en ciénagas para preservarlo para después. Cada uno, incluso los chicos, había sido cubierto con la grasa maloliente. Aunque algunos se habían bañado, sus prendas y cuerpos todavía olían terriblemente a ballena podrida.

La mamá de Clarita hizo pan, mermelada, y te con leche y azúcar para todos, y después de un rato partiendo de nuevo. Algunos de los granjeros se fueron con ellos, para ver si podían obtener algo de la carne de ballena. Finalmente, al anochecer, todo retorno a la normalidad, la tranquilidad volvió a la bahía. Cuando la oscuridad cayó, las velas ya estaban encendidas, mientras todos hablaban del emocionante día transcurrido. A Clarita esa noche le tomó tiempo conciliar el sueño, e incluso cuando fue una señora de avanzada edad, nunca se olvido de aquel día que 21 canoas llegaron a su casa.

Esta es una historia real, y lo sé porque Clarita con el tiempo creció, se casó, y tuvo dos hijos. Ellos también crecieron, a su debido tiempo. Una vez me encontré con uno de sus hijos, me case con él, y me fui a vivir a Tierra del Fuego en la misma casa donde Clarita vivió en su niñez, y ella misma me contó la historia.

Ilustración: Mati Cobelo.







Eva Giberti: La escuelita no publicaba avisos.


El diario Página 12 publicvó el pasado 4 de noviembre de 2011, una nota que es bueno volver a leer en estos días en que avanza en la isla la puesta en vereda de la trata de blancas.

Estábamos en Ushuaia. Me había enviado el ministro Noblia (1958-1962) a realizar una tarea acerca de maternidad e infancia. En aquel entonces, todas las casas de los habitantes de la zona habían sido construidas con la noble madera de la región. Advertí que una casa había sido construida con cemento. Me contestaron: “¡Ah... Esa es el prostíbulo! Pertenece a la Base Naval”. Igual que las casas de los oficiales que estaban en el otro extremo de la ciudad, que se dividía entre la zona destinada a las familias de los miembros de la Marina y, del otro lado, los civiles.

El prostíbulo se construyó en la zona destinada a los civiles. Se comprende: cuando llegaban los barcos al puerto de la región, las tripulaciones se lanzaban en romería hacia el prostíbulo y armaban las colas delante de su puerta, obligando a que la policía naval, bastones en mano, mantuviera el orden. Los niños y niñas de las familias civiles estaban obligados a alternar con esos desórdenes coyunturales. El saber popular bautizó al prostíbulo con el nombre de “La escuelita” para explicarles a los chicos a qué se debían esas colas que pugnaban por ingresar, borracheras y empujones mediante, en plena calle.

Yo debía trabajar con el doctor Juncosa y le pedí que me introdujese en el prostíbulo. El pediatra comenzó a acompañarme después de haberle explicado a la madama que yo llegaba desde el Ministerio de Salud Pública. Durante cuatro días conviví con las mujeres y con los parroquianos en espera de sus turnos. Recién algunos años más tarde me di cuenta de que había ingresado y vivido en un núcleo de trata de personas. El recinto de ingreso tenía un bar donde los clientes esperaban su turno para ingresar en los sucuchos denominados habitaciones. Mientras bebían y gritaban, yo miraba las paredes de ese bar, tapizadas por los banderines de todas las naves de la histórica marina nacional, donados por los clientes marineros. Sentada a una de las mesas, y tomando mate cocido junto a la madama, ingresé en la historia de la trata, que yo desconocía. Esta señora, una morocha de piel muy blanca, con años acumulados, decidió contarme lo necesario, con la ingenua suposición de que yo podría modificar en algo aquello que era motivo de queja: “Por favor, dígale al ministro que nos mande preservativos a otro precio, porque nosotras tenemos que pagarlos 2,50 cada uno y después los muchachos no los quieren usar. Podrían mandarnos mayor cantidad, a mejor precio”. Pregunté: “Pero, ¿de quién dependen ustedes?”. Ella, asombrada por mi zoncera: “Nosotras somos de la institución, pertenecemos a la Marina. Contesté: “Entonces pídanles a ellos que les entreguen los preservativos...”.

“No”, me explicó, “porque los preservativos forman parte de nuestro trabajo”.

Como era un día tranquilo me invitó a recorrer el prostíbulo: un corredor y a cada lado los sucuchos con una cama-jergón, colchas revueltas, mesa de luz con dos rollos de papel higiénico y alguna estampita. Las mujeres, asombradas por la visita, se me fueron acercando, eran tres las que no estaban “trabajando”. Hasta que llegué a la habitación más amplia, donde pernoctaba la madama. Mi impresión inolvidable: una gran caja fuerte, a cuyos costados, de un lado y de otro, la Virgen de Luján y, a la vuelta, la foto de Evita. “Aquí guardamos los preservativos...”. También el dinero. Porque éste no era un servicio gratuito que ofrecía la institución.

Sentadas en la cama grande que usaba ella cuando era preciso aumentar la cantidad de servicios, le pregunté por una gruesa cicatriz que tenía del lado izquierdo del cuello, malamente suturada: “En una época quise escaparme... Me persiguieron y me obligaron a volver... Yo tengo una hija en Buenos Aires, la están educando en una escuela de monjas y quería escaparme de aquí para estar con ella... Pero me tiraron...”. Imaginé el balazo. “Nosotras pertenecemos a la institución de la Marina. Pero aquí no vienen los oficiales. A veces piden que les mande a alguna de las chicas hasta la base. Ellos están tranquilos porque saben que les mando chicas sanas.” El tema me lo había explicado el doctor Juncosa: mensualmente o quincenalmente, estas víctimas eran trasladadas al hospital en un auto con cortinitas, para que no se las viera desde la calle. El médico de turno constataba su estado de salud, firmaba la libreta y regresaban al prostíbulo, sabiendo que no se podrían escapar ni conectarse con el exterior. Escaparse en Ushuaia... con el equipo de seguridad que las vigilaba... mal pronóstico como lo había aprendido la madama. Cada vez resultaba más evidente que estaba hablando con esclavas y no con prostitutas que “habían elegido” estar allí. “A alguna de las chicas la trajo el Fulano –un sujeto de seguridad–. Vienen de otra casa (prostíbulo). Otras veces llegan desde la base.”

El prostíbulo tenía un pequeño y romántico jardín, con un puentecito debajo del cual transcurría un hilo de agua fresca. En sus alrededores crecían fresas y frutillas. Lo cuidaba un hombre jorobado, como Quasimodo, que transitaba con una canastita en la mano, recogiendo las frutas. Durante varios días me senté en un banquito del jardín a comer frutillas con este personaje, gran amigo de “las muchachas”. Que, sin imaginárselo, me abrió las compuertas de los distintos avatares de la trata de personas, narrándome historias de las víctimas encerradas, sin alternativa. “Y... si se enferman... las sacan... No sé a dónde las llevan, pero aquí no pueden estar enfermas...” Se entiende: cuando llegan las tripulaciones tenían que atender entre 12 y 14 clientes por día (la estadística no se modificó, aun sin tripulaciones).

Cuando en el año 2007 inventé, por indicación de Aníbal Fernández, la Oficina de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, como un área especial dentro del Programa Las Víctimas contra las Violencias, no improvisé. Sólo recordé lo que décadas anteriores había vivido.

Comprendí que no se trataba de allanar prostíbulos –solamente–, sino de incorporar mujeres, civiles, que ingresaran en los locales para hablar con las víctimas, y no dejar los procedimientos en manos de los varones de las fuerzas de seguridad. Que tienen que ocuparse de los clientes y de los rufianes que regentean el bar. En Ushuaia ¿quiénes eran los rufianes?

Yo no habría vuelto a escribir esta historia si no me hubiera encontrado con una catarata de llamados telefónicos y consultas acerca del rubro 59 y su relación con la trata. Hay suficiente material descriptivo del estado en el que se encuentran las víctimas de trata cuando se llega con el rescate, pero la historia que resulta de la convivencia con ellas, durante los cuatro días compartidos en el lugar de trabajo, es distinta. Porque se escuchan los argumentos que sostienen la resignación repetida, el pensamiento del esclavo que no puede soñar con la libertad (Hegel y Lacan, con diferencias entre ellos, se ocuparon de esta forma de pensamiento). Ahora la esclavitud viene disimulada: “Somos tres chicas jóvenes que ofrecemos masajes de rélax al cliente...”, anunciando que ofrecen una experiencia inolvidable. La perversión de estos avisos reside en que hacen aparecer a las víctimas como promotoras de sus ofertas. O sea: “Vea señor, asista a mi convocatoria porque yo le ofrezco ser buena y dócil con usted, que podrá hacer conmigo lo que quiera. Siempre de acuerdo con un precio previamente convenido”. Cuerpos y poder comerciados. Lo que está en juego es lo que evidenciaban los banderines en el bar de Ushuaia: los clientes, cualquiera sea su pertenencia, están avalados institucionalmente por la garantía que el patriarcado –como institución rectora– garantiza.

En la puerta del prostíbulo de Ushuaia se amontonaban en malón los marineros, ahora los que se acumulan en malones son los avisos y las ofertas en los medios y en las calles. Los rufianes exhiben a sus pupilas por medio de avisos con frecuencia firmados por ellas: ellas hacen cola ante la posibilidad de elección del varón, que revisa cuál de las ofertas le convendrá más. Y de ese modo ponen a competir a “paraguayitas muy cariñosas” con “bebotas imaginativas”.

Las posicionan “matándose” entre ellas para privilegiar un número de teléfono.

Si a alguien se le ocurriera medir el centimetraje que ocupan los senos y las nalgas publicados para decidir la sanción estaría lejos del foco de la trata. La mensura está dada por la revuelta, por el retobe que significó prohibir estos avisos, política diferente de la que autorizaba los banderines de la Armada nacional ilustrando las paredes del prostíbulo, donde “trabajaban” las víctimas “que pertenecían a la institución”.


Agregamos sobre el particular, y del mismo diario, la crónica de la víspera:

El caso de Ushuaia

El reciente rescate de 15 mujeres de un prostíbulo de la ciudad de Ushuaia dejó al descubierto el rol de los clasificados de los diarios para el reclutamiento de víctimas de redes de trata: la mayoría de las jóvenes liberadas de la whisquería Black and White habían sido engañadas mediante clasificados que prometían una abultada suma de dinero, similares a aquellos por los cuales se aplica la multa a Clarín.

De hecho, la denuncia que derivó en el allanamiento al local fueguino surgió a partir de un expediente abierto por la Unidad Fiscal de Asistencia en Secuestros Extorsivos y Trata de Personas (Ufase), que tomó como indicio de la posible existencia del delito un aviso publicado en el diario Clarín el 4 de octubre de 2009, es decir, antes del decreto 936/2011 que prohibió ese tipo de clasificados. Según la denuncia, a la que accedió Página/12, aquel aviso en cuestión indicaba: “Señorita cabarets Ushuaia sueld+com+vvds+pasaj $15.000 mes sms 02901-15512297”. La investigación demostró que el aviso fue publicado por Víctor Antonio Morales, socio gerente del cabaret Black and White. El hombre fue detenido en el operativo realizado el 27 de abril último en el local nocturno, por orden del juez federal de Ushuaia, Federico Calvete. A los pocos días fue liberado, pero quedó imputado del delito de trata. Fuentes de la investigación indicaron a este diario, que ocho de las 15 mujeres rescatadas “tenían signos claros” de ser víctimas de trata. La Ufase, en su pesquisa, determinó que las jóvenes eran captadas por los avisos clasificados en Buenos Aires y trasladadas luego a Ushuaia para ser explotadas sexualmente. La Ufase sugirió al fiscal Soria, que lleva la causa, una serie de medidas para investigar las presuntas complicidades de funcionarios públicos locales en la protección del funcionamiento del prostíbulo.


La gestión Melella adultera el escudo municipal.

He aquí el escudo originario aprobado en 1958 en un concurso público en el cual intervino Venus Videla, hermana del jefe comunal de entonces -René Piñero- siendo su trabajo el seleccionado.
Tal vez después de la Convención, que pasó a denominar Municipio a lo que era Municipalidad, solo habría sido necesario cambiar una palabra por otra.
Pero en la convención se dieron algunas modificaciones.
Llenaron de nubes el cielo del escudo. Colorearon la arena de la playa. Dieron otro rumbo al velero, que ahora en vez de venir parace irse. Colocaron a los tres pinguinos en posición de firmes. Suprimieron las flechas, único elemento nativo, por una suerte de representación historietil de aviones "ala delta", como un recuerdo a los que participaron en la contienda de 1982, que no todos fueron de esa ala. Siete flechas, por seis aviones. Colocaron el gorro frigio en el fondo amarillo del sol, cuando en el diseño original aparecía enmarcado en blanco. Siguieron manteniendo el rango de Municipalidad (no Municipio)

Pero ahora hay otro escudo en uso. En el hay un escudo flamigeo desproporcionado a los modelos originales. El gorro frigio es sostenido por una pica. Se abandonó el recuadro característico original y el mismo óvalo que lo contenida esta acomodado a la forma de un "copón". Sobre ese borde superior se sigue escribiendo Municipalidad, contrariando lo que al pie se lee como Municipio. Han desaparecido las nubes el el horizonte del escudo. Los pinguinos, enormes, parecen asentarse en el borde mismo de una costa que no se ve. Tienen apariencia caricaturezca y uno de ellos en un pichón emplumado de gris. Ha recuperado las flechas nativas y desachado los avioncitos. Da la impresión que no estamos ante una planta de calafate, sino de los emblemáticos laureles. El moño, al contrario del diseño original, se encuentra en posición simétrica. El velero que navegaba cerca del horizonte ha sido reemplazada por una lancha motor oscura, que a simple vista pareciera un sombrero flotando en la superficie de las aguas donde ya no hay espumas de oleaje.

En que poco tiempo cuantas iniciativas que desvirtúan una identidad consagrada en el tiempo, violentando normas que fueron dictadas en 2006, en días en los cuales el actual intendente ya revestía como funcionario municipal.
Pero tal vez sean iniciativas que han sido tomadas por estamentos intermedios, aquellos recién llegados que piensan en cambiar todo para lograr sellos personales una gestión que merecería -simplemente- más decoro.

LRA 24 en Malvinas.


Malvinas 1982. Miguel Bersier, el ya desaparecido ex director de nuestra emisora recordó para la revista EL RIO su viaje a las islas, en medio del conflicto.
LRA 24 en Malvinas.
Resulta difícil separar lo meramente anecdótico de las sensaciones emotivas que aún quedan sólidamente grabadas en la memoria, sin embargo y a la distancia, trataremos de evocar esa extraña experiencia.
Veníamos de las vivencias que nos habían marcado los sucesos de 1978, con todas sus implicancias de inminente conflicto bélico, que sabíamos, hubieran podido ser dramáticas, sobre todo aquí en Tierra del Fuego, donde el llamado “Teatro de Operaciones” no era en ese momento el más favorable.
Distendidos a partir de aquel diciembre del 78, merced a la gestión de la Santa Sede y a la oportuna recapacitación de los actores del drama en ciernes, creíamos alejada para siempre la sombra de una conflagración, sin embargo aquel amanecer del 2 de abril de 1982, nos volvió a angustiar con el mismo ominoso fantasma. Y esta vez no era la perspectiva de una lucha contra vecinos y hermanos, se trataba nada menos que haberle pisado la cola al león.
Después de años de paulatina y sostenida integración con los inquilinos forzados de nuestras islas, habíamos logrado un camino lento pero posible hacia la solución racional del conflicto, hasta escuela Argentina teníamos allí.
No se trata aquí de analizar las motivaciones políticas o etílicas que habían para tomar la decisión de recuperar el archipiélago, sabemos como terminó y cuanto tiempo perdimos a partir de entonces para recuperar el estado de situación del primero de abril, eso lo dirá la historia.
La anécdota que nos convoca para esta columna es el viaje que hicimos a Malvinas apenas una semana después del comienzo del conflicto.
En las últimas horas del 9 de abril, una llamada telefónica por parte de un oficial de la Fuerza Aeronaval, nos invita participar, junto a otros periodistas del medio, a viajar al día siguiente, bien temprano, hasta Puerto Argentino. Demás está decir que no vacilamos un instante en aceptar emocionados y curiosos el convite.
El sábado 10 de abril, a las ocho, estábamos todos listos y dispuestos para abordar el Foker F 28 en la Base Aeronaval, donde embarcamos en una luminosa mañana de temprano otoño rumbo al este, apurando el encuentro con el tibio sol de ese día y ansiosos de avistar las festoneadas costas de nuestras, ahora sí, Islas Malvinas.
Tuvimos, en ese breve trayecto, la oportunidad de charlar con quién había comandado la operación del 2 de abril, el Almirante Busser, quién nos fue adelantando numerosos e importantes datos para nuestra ubicación geográfica y las características especiales de la situación por aquel momento bastante tranquila en la capital de la isla mayor.
A nuestra llegada nos recibieron cordialmente los militares que cubrían casi todos los ámbitos del terreno, desde el aeropuerto hasta la ciudad, que es lo que logramos recorrer.
Hacinados en un pequeño vehículo militar, fuimos directamente hasta Puerto Argentino, uno de los periodistas, creo que Ochoa, de Canal 13, encendió su grabador en modo reproducción, llenaron la ruidosa cabina del Jeep, los acordes de nuestro Himno Nacional. No recuerdo haber cantado nunca con tanta emoción y entusiasmo las amadas estrofas de la Canción Patria, después vinieron las recriminaciones por el “golpe bajo”, de Ochoa y el enjugarse tímidamente las lágrimas.
Para quién conoce Tierra del Fuego, la geografía malvinense es muy parecida al norte de la isla, prácticamente igual a la zona de Cañadón Alfa o Cullen, incluso la cercanía del mar y las suaves lomas cubiertas de verde hierba y numerosos turbales.
La edificación predominante es parecida a las viejas casas de Río Grande o los cascos de nuestras estancias fueguinas.
Donde, naturalmente, empezamos a sentir la diferencia, fue en los letreros de edificios y calles, todos en inglés, y algún sobresalto repentino, cuando por fuerza de la costumbre mirábamos para el lado equivocado, la posible llegada de algún vehículo local, aparecían donde menos los esperábamos, por la izquierda...
Visitamos algunas oficinas públicas, por ejemplo: el correo. En esa semana ya habían logrado traer un montón de formularios y nuevas (o viejas) costumbres burocráticas para reemplazar el tradicional sistema isleño de una señora que repartía la correspondencia, sin mayores protocolos que quedarse a conversar un rato o tomar una taza de té.
Después fuimos a la Radio, que ya se había rebautizado como LRA 60 Radio Nacional Islas Malvinas. La gente comisionada desde Buenos Aires para hacerse cargo de la emisora sufría numerosas dificultades de comunicación con el personal, muy reducido, que seguía trabajando con hosca actitud. Sin embargo, es oportuno recordarlo, no se impuso ni el idioma ni el cambio drástico de programación, se seguía transmitiendo el fútbol inglés de los sábados a través de la BBC, y el servicio de mensajes a los pobladores del área rural. Aprovechamos para establecer con nuestros colegas del Servicio Oficial de Radiodifusión, un sistema de comunicación y colaboración para enviar programas, discos, cintas y diverso material para la radio local, además de una red de comunicación diaria entre Comodoro Rivadavia, Puerto Argentino y Río Grande la que se mantuvo en vigencia hasta casi el final de la guerra.
La intención de obtener algunos testimonios periodísticos con los habitantes de la ciudad se frustró permanentemente, a pesar de expresarles nuestra actitud pacífica en correcto inglés. Por esos días estaban casi todos, absortos, sorprendidos y, por qué no decirlo, muy enojados por haber perdido su bucólica paz, y que se les hubieran repleto de turistas indeseados, verdes y de otros colores, las tranquilas y onduladas calles de ese bastión colonial del Atlántico Sur.
Solo cuando ingresamos a iglesia católica, enmarcada por un imponente par de huesos de ballena, la comunión con la fe nos permitió un diálogo algo más distendido con el sacerdote de ese templo, quién en términos algo más civilizados y desprendido de odios y rencores, trató de explicar la postura de sus feligreses, que desde luego, no pudimos menos de compartir.
El almuerzo se realizó en un modesto pero pulcro comedor del, creo que único, hotel de la comarca. Todavía recuerdo el menú: pescado hervido, con papas ídem, y agua, no se acostumbra el vino por esos pagos, y la cerveza parece que se reserva al consumo, bastante generoso, en los pubs. Aprovechamos para estrechar vínculos y experiencias con colegas de los medios periodísticos y de televisión de Bs. As. Iniciando una amistad que en algunos casos duró mucho tiempo.
Tratamos de hacer algunas compras, pero como es de imaginar, no querían aceptar nuestra moneda o simplemente negaban la existencia de productos que veíamos expuestos en los mostradores.
Menos difícil fue lograr tomar un trago en uno de los pubs, o bares, a condición de sentir casi físicamente la dura mirada y absoluta actitud hostil de los parroquianos que integraban el local.
Una solitaria y reflexiva caminata por la zona de la costanera nos permitió apreciar las similitudes y diferencias que nos unían o separaban. Las igualdades se centran especialmente en las características geográficas y climáticas, con algo de parecido en la arquitectura y medios económicos, dedicados casi exclusivamente en el área rural y algunos servicios, en cuanto a las diferencias, sin duda la primera es el idioma, luego las particularidades étnicas, que naturalmente, son muy distintas al conglomerado multifacético de Tierra del Fuego. No obstante, y a pesar de su declarada vocación británica, los isleños no se parecen a los ingleses de la metrópoli, cosa que pudimos comprobar y comparar, algunos años más tarde, cuando visitamos Londres y nos sentíamos muy cómodos con la cordialidad que recibimos. Nuestra condición de turistas argentinos, no significó ninguna clase de discriminación ni limitación. Ocurre con ellos algo parecido a los colonos galeses del Chubut, se quedaron en el tiempo de la conquista, viven algún siglo atrasados.
Después vino el regreso, con pena por no contar con más tiempo para permanecer, y con temor por lo que intuíamos como inevitable: la reacción violenta que vino después, pero ese es tema para otra historia...

Miguel Bersier
Ex Director de LRA 24

El dueño de sus manos.

Elvio Sepúveda, en su buen modo contratista rural, artistas, hombre sensible ha volcado su mirada a la gente de campo del sur, en su continuo andar peregrino.
Y ha encontrado estas manos que son dignas de una fecha: la del día del Trabajador, y de todos los días.
Atrás de ellas se esconden los silencios mordidos de la cotidiana labor de un hombre de campo. Ese oficio que siempre deja huellas.

Pero además de eso encierra la necesaria reflexión de lo que es nuestra vida como trabajadores, tratando de encontrar las marcas de nuestra hacer en nuestros dedos.

Entonces -tal vez- sabremos callar, y encontrar de alguna manera con Faustino Lucas Benitez, 68 años, "toda una vida de campamento, domando, chulenguiando", allá en su Santa Cruz, zona de Tres lagos.

Un hombre al que la vida lo ha dibujado, de cuerpo entero.