Juan Buezas, una vida en el confín del mundo.


José Luís de Imaz en su libro Los hombre del confín del mundo, incluye esta historia de vida de un ushuaiense identificado como JB, pero detrás de estas iniciales, ¿quién otro puede ser sinó Juan Buezas?

JB llegó a la argentina en 1926, detrás  de un tío que había venido en 1913, y de un hermano. Trabajó por ese entonces en Buenos Aires como lavacoches, pero con sesenta pesos por mes no se podía vivir. Fue así como aceptó un trabajo de la Dirección de Institutos Penales, y se vino a Ushuaia. Eso era en 1928. El viaje lo realizó en la bodega del transporte marítimo “Pampa”, empleando 31 días para unir Buenos Aires con Ushuaia.

No había entonces puerto  –dice JB-, a Ushuaia se llegaba en bote, desde donde el barco había atracado. La primera impresión que tuvo de la ciudad fue muy mala. No era en realidad un pueblo –como le habían dicho- sino un conjunto de casas, con un solo bar. No había casi iluminación, y muy pocas casas de ramos generales. Incluso “La Anónima” había vendido sus instalaciones a un comerciante local. Todas las familias de entonces eran similares, apenas si las de F. y S. –ambas de origen árabe- tenían un nivel económico superior. Todos los habitantes se conocían, se prestaban servicios, y hasta cualquiera podía servirse –cuando lo necesitaba- de la leña del bosque.

Fuera del Penal –recuerda B. sobre su llegada- apenas si habría  unas 300 personas. La cantidad de presos en cambio varió mucho. Hubo años en que hubo 200 presos. Después de la revolución del 30 fueron 1500. Eso aumentaba o disminuía la cantidad de empleados, pero normalmente, entre guardiacárceles y administrativos, fueron 360.

JB vivió en el mismo Penal durante 6 años, solo. Había venido de España para ahorrar lo suficiente y poder traer a su familia. Cuando llegó a Ushuaia se desempeñó como mozo del Director. Luego fue ascendido a mayordomo, puesto en el que siguió hasta el final. Hubo momentos muy malos por los atrasos en los pagos. El peor fue en 1930, que  llegaron a estar 6 meses sin cobrar, y la situación fue para todos insostenible. En Ushuaia no había trabajo, como no fuera por el Penal. El Penal lo hacía todo en sus talleres, ropa, muebles, artefactos, cobrándole muy poco a su personal. Tenía su banda de música y los domingos salía a dar sus conciertos. Era la única nota y diversión pública.

En 1935, por fin, volvió a España para reunirse con su familia, aprovechando una licencia. De allí volvió, pero ahora acompañado de su esposa. Se embarcaron en Buenos Aires, y llegaron tras 24 días de navegación, en el transporte “Chaco” al poblado de Ushuaia.

Lo recuerdo con horror –dice la señora B.-, nunca hubiera imaginado una cosa igual. Era el 7 de junio de 1936, no me olvidaré la fecha. La nieve lo cubría absolutamente todo. Jamás había visto en mi vida algo parecido. Ese invierno fue espantosamente frío, todo estaba helado, llegamos sin comodidades.

Por fin el matrimonio B. encontró una casa para alquilar. Él ganaba entonces 147.20 pesos mensuales, y el alquiler era de 40 pesos. No les alcanzaba.

Ni bien llegaron la Sra. B. se puso a trabajar. Lo hacía como lavandera del personal del penal soltero. Con lo que éstos les pagaban, y el sueldo del marido, totalizaban 200 esos. Pero trabajar como lavandera era muy duro, nada parecido a lo de España. En invierno las manos se helaban y hasta era difícil obtener agua. Tomaban entonces los carámbanos suspendidos del techo, y los colocaban en una olla, al fuego, esperando que se derritieran. Después con esa agua podían trabajar.

Los B. sostienen que por esos años la población estaba siempre llena de barro, a causa de las lluvias, y sobre todo del deshielo de la nieve. Lo que hoy es la avenida central de Ushuaia, era entonces u pantano. Así la gente no vestía ropa apropiada. Los hombres utilizaban todo el día la ropa de fajina del Penal, le traje patrio, las botas patrias. No había diversiones, y el único médico estable era el del penal.

Los argentinos –agregan- ocupaban las posiciones más encumbradas del Penal. El personal de guardia era en cambio español, italiano o yugoeslavo, los argentinos no querían estar en los puestos menores. Muchos de los venían a trabajar se iban abandonando el empleo. Y eso que era difícil, apenas si llegaba un barco cada 4 ó 6 meses. Por eso “uno llegaba a Ushuaia y no tenía cómo irse, y la vida iba pasando y pasando…”

El matrimonio B. comenzó la construcción de su casa, que es la actual, en 1940. Pero después hicieron ampliaciones. Para esa construcción lograron por fin en 1944 el primer crédito bancario, se lo concedió el Banco de la Nación Argentina: 500 esos moneda nacional.

También en 1940 el hijo terminó la escuela primaria. Éste era nacido en España. Obtuvieron entonces una beca para que pudiera seguir sus estudios secundarios en Buenos Aires. Había que embarcarlo en Río Grande. El hijo tuvo que ir a caballo –tenía 12 años- acompañado por dos policías, hasta Río Grande. Tardaron 9 días. No había ruta, sólo una picada en el monte, para unir los dos poblados.

Este hijo terminó sus estudios en 1944, en el Normal Mario Acosta, como maestro. Luego, al igual que su padre, entró a Institutos penales, siguió la carrera docente, fue nombrado director de Escuela Primaria en la Capital Federal, y terminó sus estudios de Derecho. Todos sus estudios secundarios los pudo hacer gracias a esa beca de sesenta pesos mensuales. La estadía le costaba un poco más y los padres tenían que girarle el resto.

La hija mujer, del matrimonio B. concluidos también sus estudios primarios, hizo los secundarios. Se vino a Buenos Aires, y estuvo pupila en uno de los mejores Colegios privados –religioso- de la Capital. Después regresó a Ushuaia, se casó con un fueguino, y está al frente de una casa de comercio acreditada de esa ciudad.

JB trabajó en el Penal de Ushuaia hasta 1948. Las cosas comenzaban a cambiar, se dispuso el traslado del Penal, y con éste de todo su personal. Recuerda B. los hechos curiosos y emocionantes que entonces pasaron. Porque los presos lloraban la irse. “Los mismo que maldecían su encierro –recuerda JB- se daban cuenta de que con todas sus limitaciones, en Ushuaia trabajaban al aire libre, cortaban maderas del bosque, instalaban las cañerías de la ciudad, la electricidad, y hacían las nuevas instalaciones sanitarias. Se habían encariñado con todo aquello, y con el paisaje y con la población.”

JB y su esposa se tuvieron que ir a Buenos Aires. Le faltaban 2 años para jubilarse, y no les quedaba más remedio. Por fin, en 1950 se jubiló. Y como estaban muy adheridos a Ushuaia, y tenían recuerdos y amigos, y ya no se adaptaban a la vida de gran ciudad, resolvieron volver.

En 1950 las cosas cambiaban. Ushuaia estaba llena de italianos. Habían venido en grandes barcos directamente de Italia. Los italianos hicieron muchísimas obras. Borsani era el que los había traído. Y con ellos se construyeron los barrios nuevos. Hasta uno al que ahora se llama el “Villaggio” en recuerdo precisamente de tanto italiano como trabajó en la construcción.

Con toda esa gente había unas posibilidades que no existían antes. Antes, sólo se podía vivir del Penal. Ahora no, además venía la Marina.. Entonces B. y su esposa resolvieron abrir un “bar” contiguo a su antigua casa. Pudieron hacer la instalación gracias a los viejos amigos de Ushuaia: en realidad la hicieron “con todo prestado”. “No me hable de lo de antes” –dice la Sra. B.- aquello de que un peso era un peso, no quiero ni sentirlo…”

Cuando se terminaron las instalaciones y la Marina ocupó el antiguo penal, hubo trabajo para todos. Después vino el gobernador Campos que fue un verdadero modelo –agrega la Sra. B.- y un hombre que impulsó y quiso realmente al Territorio.

Era muy sencillo. Como el vicealmirante Guzmán. “Nosotros lo recibíamos aquí mismo, como uno más, parecía increíble tener un Gobernador que se invitaba solo a tomar café, y que se quedaba charlando con nosotros en la cocina.”

El matrimonio B. goza de gran consideración y se presupone que tiene una muy sólida posición. Son importadores de vinos, licores, aceites y conservas españoles.

En la foto de los guardiacárceles el del centro es Buezas, el cartel de una calle de Ushuaia que hoy lo recuerda fue fotografiado por uno de sus frentistas DME.

El ahorro es la base de la felicidad

 

Mi padre me inculcó esa idea que debía tener ahorrados por lo menos los pesos que sumaran mi ingreso mensual.

Para eso, en un tiempo inmemorial, iba guardándose un diezmo en un mes, y repetía el acto en los 9 meses subsiguientes.

Si por algún motivo había que recurrir a este fondo de ayuda, al mes siguiente tenía que reponerse.

La plata en cuestión eran billetes de mil, conocidos con el nombre de fragata.

Todos fueron a ocupar un lugar dentro de una azucarera sin tapa que se conservaba en el aparador.

Pero un buen día no quedó más lugar dentro de ese recipiente, porque los billetes eran muchos, muchos, y hubo que pensar en otro escondite; este fue una tetera que resultaba ser la única sobreviviente de un regalo de bodas.

Allá fue a ocupar el lugar de la azucarera, y como los ingresos paternos aumentaban se tenía que continuar dejando dinero para mantener ese recursos por lo que pudiera pasar.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que la tetera se vio repleta de riqueza.

Pasó entonces a darle el uso de caja fuerte a una tetera sin tapa que rara vez usábamos desde que aparecieron a la ventas los Mellrose Tea en sobres.

Y un día se conversó en una sobremesa sobre la limitada cantidad de espacio que quedaba en su recipiente en uso, y pensando en que hacer se vio que el gran salto lo daríamos hacia la sopera.

De hecho pasaron algunas cosas, se tuvo recurrir al dinero ahorra, problemas de salud. Pero cuando se actualizaron los valores para cumplir con la consigna familiar para darnos tranquilidad en los caminos de la vida, vino a sorprendernos una decisión presidencia: la ley 18188 que quitó unos cuantos ceros a los billetes.

Fuimos con mi padre a cambiar los ahorrados en el almacén donde hacíamos regularmente nuestras compras. Llevábamos la mosca en una bolsita confeccionada por mi madre con tela de bolsa de harina. Y volvimos con un puñadito en uno de mis bolsillos.

Los ahorros, menos voluminosos, pusieron en funcionamiento a la azucarera, y entonces mi madre dijo: si se vuelve a llenar, vamos a comprarle una bicicleta al hijo, y lo dijo como si yo no estaría presente.

Yo, que algo había aprendido con esta experiencia, comencé a desear intensamente, que volviera pronto la inflación.