Instituciones: “De como en la épica deportiva hubo un Club que enfrentó, primero que otros, empresas de conquista en espacios meridionales”.

 


Este espacio, este trabajo en El Sureño ha permitido multiplicar mi afán de reconstruir el mapa de la memoria de los riograndenses. Si antes merecí la atención de tantos viejos vecinos que en su relato me fueron aportando referencias sobre el mundo por ellos vivido. Ahora son otros más jóvenes, gente de mi edad, que rescata del patrimonio heredado elementos que sin sacarlos de su resguardo sirven para alimentar nuestro conocimiento.

 

Derlinda Clausen me viene prometiendo desde hace unos meses una fotografía donde podamos todos apreciar la belleza de esa Reina del Petróleo que fue y, mientras tanto, elige como carnada una que otra fotografía  de tiempos que ni ella ni yo conocimos.

 

Nuestro rastro de hoy parte de un encuentro con ella, con esta fotografía tomada en Punta Arenas el 31 de diciembre de 1939 en la que aparece su padre, su tío y mi tío. Claro, ella identificaba a mi tío como el suyo, es que en realidad su padre, Oscar Laureano Clausen y mi tío Rodolfo Martínovich, eran como hermanos.

 

Este fue el camino. En la oficina de Abraham Vázquez, él me confirmó que estábamos ante el equipo de San Martín pero con su primera camiseta; Ramón Vargas, que estaba encargando un trabajo de facturación, terminó de identificar al arquero como su suegro: Eduardo Camilo Rogolini. ¿Se acuerdan de él? Eduardo Camilo Rogolini, el socio número 1, con el número uno en su espalda reeditando su condición de crack del Boxing, en la líena de fondo José Chierasco, Prfirio Silva y El Petiso Castro, empujando para llegar al gol: Ildefonso Lagos, Alberto González, Alfredo Lepori, Jorge Goyak, Ernesto Riera y los dos wines, el izquierdo Heraclio “Tito” Ibarra, el derecho: Antonio Falgueras; en mas de un puesto Silenio Cuello y Onofre Andrade. Cuando se necesitaba un capitán se optaba por Chierasco o Silva, y para evitar discusiones se acataba la voluntad estratégica de Crlso Alvarez.

 

Así lo recordábamos hace algunos meses al hablar de los orígenes de la decana de las instituciones deportivas de nuestro medio, esa que paradógicamente ya no tiene equipo de fútbol.

 

Rogolini nos recibió en la zapatería, un día antes lo había visitado El Petiso que, imitándome, andaba realizando una pesquisa para el Ex Centro Histórico. Imitándome digo porque él también se ha comprado una lupa de 20 pesos y con ella rastrearon los rostros de aquella fotografía –quien sabe del año ’30- donde ya identifiqué al Jefe de Correos Sr. Fornetti, a don Francisco Santomé y su hijo Humberto, a Ruperto Bilbao y a Cachaña. ¡Tiempos en que no faltaba la boina en la cabeza!¿El cinturón de cuero sujetando los descomunales shorts! A diferencia de Sabino que lleva una ampliación, la mía es foto original, como original es la que aquí reproducimos y que, gracias a la memoria de don Eduardo, ahora podemos detallar:

 

De pié: Reginio Casado con la boina en la mano. A su lado Oscar Laureano Clausen “El Gringo”. Junto a él, José Chierasco de la formación inicial del San Martín. Pequeño y gran arquero: Rogolini. Eduardo Clausen, el tío de la Derlinda. Con los brazos cruzados un hombre cuyo nombres se ha perdido, tripulaba un buque oceanográfico que operaba en Ushuaia, llegó a Río Grande vaya a saber porqué, lo probaron en el picado y se lo llevaron a Punta Arenas, una huelga de marítimos los demoró en el  regreso y casi no llega a Ushuaia a tiempo; de haber sido así su barco habría zarpado y él se habría quedado, quien sabe, con el consuelo de tener un equipo que lo valoraba.

 

Pero vayamos a los agachados: Manuel Soto, Rodolfo Martínovich, Porfirio Silva, Ildefonso Lagos y Simón Fadich.

 

La foto tomad el último día del ’39 en el estado de la Confederación Deportiva de Punta Arenas representó la primera gran escapada del San Martín fuera del poblado en que naciera el 12 de julio de 1937. Hasta entonces se había apostado a la calidad de sus integrantes en confrontaciones con el equipo del frigorífico, de alguna estancia o rejuntados locales. Pero como el padre de Rogolini, un prolijo albañil italiano, había fundado el San Martín de Punta Arenas, aquí estaba su hijo fundador del de Río Grande llevando su gente para confraternizar y sacar un resultado de la experiencia.

 

El viaje se realizó por tierra hasta Porvenir en varios vehículos facilitados por Francisco Ross, un porvenireño simpatizante de la institución argentina. Ibarra y otros con la presidencia de la delegación, por quien era además el Jefe de Aduanas, don Juan José Duardo.

 

En  Punta Arenas el equipo de Rogolini hijo, se impuso al creado por Rogokini padre, por cuatro tanto contra uno. Los goles para Argentina: Rodolfo Martinovich, Idelfonso Lagos. Mateo Favich y Regino Casado con un tiro libre desde 40 metros. El arco de Rogolini solo fue doblegado por un refuerzo de Victoria que pretendía dejar mejor plantado al equipo local, le llamaban Chinchorro...

 

Con este triunfo sin revancha del 31 de diciembre dejamos en su imaginación como fue el festejo del año nuevo. Ya de regreso –problema gremial de por medio- intentaron desquitarse de una experiencia deportiva anterior en Porvenir. Allí habían empatado en la que fue su primera salida internacional en un 3 a 3, gracias al bombeo del padre Mario Zavattaro que le dio dos penales a favor de sus muchachos. Pero el partido que s inició con gran fervor y, por que no, temor ante el reciente resultado exitoso del otro lado del Estrecho, no pudo concluir: un fuerte temporal de viento suspendió el partido a poco de comenzar y así precipitó el retorno del equipo riograndense a la gris ciudad en la que eran el alma futbolera. 

 

Capítulo del libro EL PUENTE DE LA MEMORIA

“De cómo el protagonista de la primer incursión aérea dejó una viva descripción de su primicia”.

 

El pequeño avión parecía retozar al seguir la costa de la bahía de San Sebastián. Día claro, era propicio su deslizar nervioso. Las primeras horas de la tarde, de un sol refulgente, iluminaban el paisaje con intensa vida. Finalizaba el año 1931 –exactamente el día 27 de diciembre- y en esa época, los días larguísimos, casi sin noche, garantizaban amplio margen de luz para llegar a Ushuaia.

 

Al sur, en la lejanía, sobre las cordilleras que marcan el final de los Andes, se insinuaban, en el cielo hasta allí puro, agrupándose nubes que modificaban el panorama.

 

Cerrada la semicircunferencia de la bahía, la costa, con rumbo sur, casi sin desviaciones, daba la ruta que llevaría a Río Grande, primer punto a tocar, pueblo que sería despertado, por vez primera por el zumbido del mensajero que llevaba esperanzas de nueva vida.

 

La topografía de Tierra del Fuego, en esa parte casi sin ondulaciones, tiene semejanza con la campiña de la provincia de Buenos Aires; únicamente el aire fuerte y río, que llenaba ampliamente los pulmones, llevaba la realidad del paralelo 53.

 

Algo dijimos cuando semanas atrás estábamos enfermos y escribíamos uno de nuestros Rastros, algo decíamos de Rufino Luro Cambaceres y su primer viaje a la Tierra del Fuego. Y lo que hemos leído, y lo que seguiremos haciendo, es el fragmento correspondiente a esa etapa de su vida, de la historia sureña y fueguina, contenida en su libro Huellas en el cielo Austral, obra que salió de imprenta en 1956.

 

El vuelo a poca altura permitía apreciar la calidad del ganado que se cría exuberante. Esparcida de tarde en tarde, alguna población, de la cual salía invariablemente, personas que al agitar sus brazos, se asociaban a la alegría que el piloto y su acompañante experimentaban.

 

De improviso, una pequeña población plateada de chapas de cinc, casi sobre la costa, con la humildad de las cosas nobles, hizo sentir al aviador el profundo enternecimiento de su grandeza. En lo alto de una reducida construcción, adquiriendo magnitudes insospechadas en el panorama despoblado de sus contornos, se levantaba una modesta cruz, sin ningún otro atributo que pudiera perturbar la majestad de su elocuencia, como el homenaje mayor que los seres humanos pudieran brindar al Creador en la inmensa virginidad del suelo.

 

Dueño de los elementos que comandaba; abarcando su mirar la imponente manifestación de la naturaleza, cuyo marco de babor se perdía en las aguas azul verdosas del océano; en lontananza las cordilleras emergiendo entre nubarrones que cobijaban la tierra perseguida. Mas allá, solo lo desconocido. Algo que quedaba por conquistar. Nuevas rutas a ser abiertas en el camino del cielo, para que otros hombres se unan a los nuestros.

 

Una emoción de una intimidad recóndita hizo estremecer a este hombre que se sentía, segundos antes, dueño de un mundo. Los recuerdos se agolpaban rebosantes. Era ya sólo el pequeño ser, el niño, que con unción recogía reminiscencias maternales.

 

Quedaba detrás la misión salesiana. Obra de hombres, que llevando por única arma su profundo amor al prójimo, y como misión prodigar el consuelo a los seres humanos condenados a la vida hostil de estas latitudes que desconocían la luz espiritual de su creencia, llegaron allí, como a tantos otros lugares de la tierra austral, antes que nadie, para repartir el alivio de su fe y su profusión de misericordia.

 

Y en este último punto aparte es donde nos detenemos a observar que Luro Cambaceres no señala en ningún momento que aterrizó en la Misión, como lo señalaba el interrogatorio que nos trajo a estos Rastros. No hay crónicas en La Candelaria sobre ese pasar. Pero sigamos vuelo en el relato de quien era entonces Director de Aeroposta Argentina;

 

Cercano se observaban los tejados de Río Grande. El fuerte viento sacudía el avión.

 

En la desembocadura del río, apenas señalada por la presencia de un centenar de construcciones, la población esperaba el arribo. En el centro, en un lugar reservado para la futura plaza, utilizado en esos momentos como cancha de fútbol, ardía una fogata, señalando el sitio destinado al aterrizaje. La pequeña superficie, aumentada en su capacidad por el intenso viento del sureste, hizo posible el descenso...

 

El reconocimiento de los alrededores, en busca de una superficie adecuada para futuro campo aeronáutico, demoró la partida. El recorrido hasta Ushuaia, breve, aunque el viento contrario aumentaba la duración del viaje. El piloto deseaba evitar, al regreso, un nuevo aterrizaje hasta San Julián, y para ello era indispensable dejar la labor terminada: establecer las bases para la prolongación de las comunicaciones. Su presencia al frente de los servicios aéreos patagónicos, era requerida de continuo, y este viaje había sido posible, siempre y cuando la ausencia fuese limitada.

 

Mientras se completaban los abastecimientos de combustible y lubricante, pudo el aviador satisfacer la curiosidad de las personas que lo rodeaban.

 

El intenso viento había aumentado a ello se agregaban las adversas condiciones meteorológicas de la zona por atravesar, a la sazón cubiertas de nubarrones.

 

La partida fue dispuesta. Con un breve recorrido el avión se elevó...

 

Eduardo Van Aken en sus escritos publicados por el diario Noticias en Julio de 1987, nos recuerda que aquel primer vuelo que se posó sobre Río Grande se hizo en un avión Wacco-Wright de 220 HP y que Luro Cambaceres  se acompañó en función de copiloto por Francisco  Radagale; consultado verbalmente sobre el lugar de aterrizaje, Van Aken nos dijo que lo hizo sobre la parte norte del río en una zona de lo que luego sería el barrio La Vega.. la plaza –eso ya se lo contamos- aún no estaba determinada.

 

“Y fue así que el río dejó de ser un obstáculo para los que necesitaban pasar de un lado a otro”

 

Por el camino del puente se vieron venir las carretas bien cargadas de leña, indispensable para el invierno. Era marzo recién, pero el acopio debía ser importante para afrontar los riesgos de la estación del silencio.

 

Hacían punta en la huella el Lagarto, Morisco,  Pinto y Guindo, los cuatro animales de tiro que ya se tenían prometidos a Kovasic, y al acercarse, salieron a recibirlos la gente de La Misión enterándose entonces de la mala nueva: por el puente de hierro que construyeron los Menéndez se había comenzado a cobrar el paso desde el primero del mes, 10 pesos moneda nacional por carreta, tanto de ida como de vuelta.

 

Era el costo del progreso, justo en el lugar donde con anterioridad se pasaba al vado en cualquier travesía hacia el sur: viajes que cada vez eran más frecuentes. Desde la década anterior se venía construyendo el puente colgante que vinculara –fundamentalmente- las dos estancias de la sociedad ganadera, pero el paso –como se había dicho- no sería libre para los demás vecinos, por ello, hasta se habían levantado corrales de uno y otro lado para contabilizar bien las ovejas que debían pasar, puesto que se cobraba un precio por cabeza lanar.

 

¡El primer puente sobre el Río Grande ya estaba funcionando a pleno!

 

Era el año 1926.

 

Aquel mismo año se produjo el informe del Inspector de Tierras Alfredo Recke, donde se da cuenta de la misma novedad: “..no existe más que un puente colgante de propiedad particular el que se halla inconcluso” –y por esta causa no presta los servicios necesarios, siendo además oneroso para el poblador su utilización, pues cobran el siguiente peaje:

 

Animales lanares $ 0.10 c/u

Animales vacunos y yeguarizos $0.50 s/u

Automóviles y coches $ 6.00 c/u

Carretas de bueyes y carros de caballos $ 10.00.

 

Es claro que no se cobra a los peatones pero ¿quién se movía de esa forma por aquellos años?, Recke seguía en su informe señalando que: “el puente no está terminado faltando hacer el terraplén desde la cabeza terminal que da sobre la margen izquierda del río hasta la parte alta –es decir una extensión aproximada de 1200 metros- Esta parte de terreno esta constituido pro una vega bastante pantanosa que además está sometida a las mareas; cuando se produce máxima marea queda cubierta de aguas varias horas  durante 3 o 4 días, haciendo entonces casi imposible el tránsito pro ella no sólo por vehículos pesados sino hasta con automóviles Ford. Después queda por días más en pésimas condiciones de vialidad, pudiendo decirse que son los menos los días en que puede atravesarse sin dificultad”.

 

El inspector sugería, como solución, la instalación de un servicio de balseo entre la margen sur y el río uniendo las dos poblaciones: la de la colonia agrícola y el frigorífico, se evitaría también de esta manera 20 kilómetros adicionales de recorridos en todos los trayectos.

 

Este proyecto nunca se cumplió. El Tropezón siguió dando un buen negocio, un cuarteador ayudaba a subir los vehículos y al fin por los treinta la empresa Schmidt, la misma que construyera el puente sobre el río Chico y el Banco Nación, a pala, pico y carretilla levantó el terraplén por ambas márgenes, ya para entonces no se cobraba más peaje.

 

Cuando el petróleo alumbró una nueva era de progreso para el norte de la Isla, saltó la idea de reemplazar el viejo puente de los Menéndez, por otro que uniera ambas márgenes por Punta Triviño, y el tema dio lugar a la polémica. Pugna que se acentuó cuando en tiempo s de Perón, en el libro de la Nueva Argentina, donde se consignaban las realizaciones del primer plan quinquenal, se reivindicaba la construcción de un puente sobre el Río Grande, que nadie había visto.

 

El segundo parto vendría difícil en tiempos de Frondizi. Como el transporte de maquinarias ingresaba al territorio pro el puerto de Ushuaia, el único de importancia para buques de gran calado, la empresa Seismograph Service Corporation of Argentina realizó los estudios de lo que económicamente significaba ahorrarse, los ahora bien medidos 25 kilómetros de trayecto que insumía pasar por el viejo puente colgante. La propuesta no prosperó en Buenos Aires donde resultaba inadmisible que, particulares extranjeros, hicieran lo que era deber del Estado Nacional.

 

Simultáneamente el Capitán Ernesto Campos, a la sazón Gobernador del Territorio, descubrió en 1959 la existencia de un puente Bay-Ley apto para el tráfico, “que por su longitud, solamente puede instalarse en proximidades del actual puente colgante”. De esto dio cuenta el número 22 de El Austral, y pensando que en esta nueva época de grandes camiones y billetes verdes todo sería más fácil , detallaba su propósito: “Para esto se necesitan “$260.000 y los fondos correspondientes para financiar el flete marítimo desde Gallegos a Río Grande”. Por esto se abrió una cuenta titulada “Puente sobre el Río Grande”, en la contaduría de La Anónima esperando del concurso público, el dinero que el Estado no tenía.

 

¿Qué tiempos aquellos!

Esta tampoco fue la solución.

 

No obstante ellos, en el mismo lugar que tenía destinado Campos al Bay-Ley, se construyó un segundo puente –este de hormigón- con más solidez, si se quiere, pero con menos ventajas de distancias. Durante un buen tiempo se utilizaron indistintamente en doble mano y en mano única.

 

Otro nuevo auge acompañó el nacimiento del tercer puente, ese que fue inaugurado, apuradamente, por el gobierno del Capitán Arigotti, con al calzada a medio hacer pero con los anuncios oficiales que , desde una perspectiva ingenieril, era el sexto en importancia de todo el país.

 

Eran los años de las obras faraónicas y de las momias en el poder. Con este puente se pensaba integrar el norte y el sur del río, incrementar la labor del frigorífico, incorporar las tierras del sur, ganar tiempo en el viaje a Ushuaia en una ruta que pronto sería plenamente asfaltada.

 

Pero.. el frigorífico, en otras manos, siguió trabajando unas semanas al año, las tierras del sur, tierras de particulares y no fiscales, representaron una inversión de servicios, costosos en los nuevos tiempos, aunque, a lo mejor un buen negocio inmobiliario en corto futuro; el camino a Ushuaia siguió de largo como antes, porque los tecnócratas que manejaron nuestro progreso  hicieron el asfalto –que no es todo- por la Ruta 3 y el puente por el otro lado. Entonces la estancia Cabo Peñas –vaya a saber por que mandos- cortó el camino histórico que nos vinculó a la CAP con un alambrado,  montado primero sobre el asfalto recién construido, luego retirado algo más atrás, dejaron al tercer puente sólo apto para llegar al frigorífico, al basural y a los, cada vez mas populosos barrios periféricos.

 

Yo que asistí a la inauguración de esta obra que alimentó tantas esperanzas, recuerdo que se descubrió una placa conmemorativa, en el acceso, placa que después nunca más vimos; un infidente, que nunca falta, señaló que una mano justiciera con los infortunios que se venían se encargó de arrojarla al río la primera noche.

 

De mi libro LOS PUENTES DE LA MEMORIA

Foto del puente carcomido y parchado.

 

“De cómo hay libros que intentan encerrar toda una vida, pero hay vidas que no terminan de cerrarse ni con la mejor tinta, ni con el mejor papel”.

 

 


 

La mañana del 17 de agosto pasado, mientras aprovechaba el feriado para incorporar algunos nuevos libros a mi biblioteca, me distraje por una causa superior a las urgencias del momento en un libro no leído hasta ese instante: “Una flor entre los hielos, de Raúl, E.Entraigas”.

 

El primer sacerdote de la Patagonia argentina, en sus mentas de historiador, se me presentaba como autor de una biografía de Sor Ángela Vallese, hija de María Auxiliadora, que brindara sus servicios de fe en el amplio escenario chileno-argentino en que la Obra de Don Bosco acción entre fines del siglo XIX y principios del XX.

 

Un índice tremendamente subjetivo, con enunciados como los siguientes: “En que se prueba que, en la vida, como en las tribunas, hay sol y sombra” o “En que se prueba que para las almas de Dios, todos los números son buenos”, me desvió hacia el capitulo final de la obra –cosa que nunca habría hecho si hubiera estado ante una novela-, fue así que descubrí que la Hermana Vallese había fallecido un 17 de agosto. Hay muchos compromisos tácitos entre la literatura y los que disfrutamos del placer del conocimiento por medio del papel impreso; fue por eso que entre esa hora de la media mañana y el momento de asistir al acto de conmemoración de la muerte de la muerte del Padre de la Patria, leí las 224 páginas de este libro.

 

En los prolegómenos del comienzo de la celebración, mientras escuchábamos por la amplificación municipal “Imagínate” de John Lennon, conversamos con el Párroco Germán Case, distintos temas que tienen que ver con nuestra cultura y nuestra falta de identidad. Porfiadamente, el párroco no subió al palco, en realidad no se lo advirtió entre las autoridades a no ser por el saludo que desde lejos le prodigó el Comandante del Batallón Cinco; con el cura pretendía hacer emerger mis reflexiones sobre la vida de ésta religiosa, pero finalmente no lo hice, me guardé el diálogo inesperado con ella, para lo que se diera en el plano de las letras, este escriba dominical y sus amigos en el Rastro.

 

Que después, invadiendo la jurisdicción del párroco urbano, el rural pronunciara un sermón a la jineta, me llevó a pensar el largo camino recorrido entre los hombres y mujeres de fe de ayer y los de hoy.

 

Así fue como tras la merienda del feriado, me enfrenté a las páginas de Entraigas, a quien tuve la suerte de conocer durante mi juventud y leerlo siendo ya hombre; aquí en “Una flor entre los hielos” emergen junto a la vida de Angela Vallese una relación que nos lleva a los orígenes de la Misión de La Candelaria:

 

“En agosto de 1894 llegaba por vez primera el Prefecto Apostólico, Monseñor José Fagnano, a visitar a la Misión. Fue entonces cuando ordenó trasladar la Misión un poco más hacia la desembocadura del Río, al lugar denominado Tres Chorrillos. A fines del verano de 1895, la casa de la Nueva Misión estaba terminada,  Monseñor Fagnano había hecho fabricar una dependencia para las Hermanas , con todo el “confort” de Tierra del Fuego y compatible con la pobreza salesiana. Hacia tiempo que la Madre Angela suspiraba por enviar a sus hijas a trabajar en la Isla Grande. No veía la hora de despedirlas para que fueran a ensanchar el h horizonte del Reino de Dios. Finalmente, a fines de Marzo de 1895, partieron las misioneras rumbo a La Candelaria. Y el día 2 de abril entraba el “Torino”, vapor adquirido por Monseñor para la Misión de Río Grande. En el iba el Prefecto Apostólico, el P. Juan Zennone y varias religiosas. La Madre Vallese había elegido nuevamente a Sor Luisa Rufino como directora. La secundaría en su obra: Sor Rosa Massobrio  y Sor Rosa Gutiérrez. Como ayudante iba una aspirante con el significativo nombre de María Auxiliadora Oyarzún.

 

Ángela Vallese, que compartía la acción misionera desde Punta Arenas, al igual que Fagnano, había organizado la empresa evangelizadora en la costra atlántica fueguina, donde luego crecería nuestro pueblo. Junto a los sacerdotes se destacó la presencia de las hijas de María Auxiliadora, que atenderían a las indias y las niñas entre los “indios de a pié” como llamaban a los Selknam, diferenciándolos de los “indios de las canoas”; decía sobre el particular Entraigas: “no solamente eran desarrollados en sus físicos. También era su inteligencia. Tenían imaginación. Basta decir que a las religiosas las llamaron “pingüinas” Y quien conoce el hábito de las hijas de María Auxiliadora, convendrá que –salvo la reverencia- el mote les caía de perlas”.

 

La hermana Vallese legó a Río Grande por primera vez, a principios de Agosto de 1895. Por Entraigas nos enteramos que: “Con ella iban: Sor Catalina, Sor Maximiana Ballester, Sor Rita Sánchez, y una muchacha. Partieron en el “Torino”. La primera etapa, Río Gallegos”. Allí el cronista da cuenta del periplo de días en la capital del Territorio de Santa Cruz y la sutileza con la cual la Hermana Angela logra chocar al Gobernador Mayer del lado de la causa evangelizadora. El 22 de agosto continuaban su viaje a Río grande que en “Una flor entre los hielos” aparece así relatado: “el mar estaba picado o mejor, borrascoso. Las religiosas sufrieron lo indecible en esa travesía que no terminaba nunca. A media mañana del 25 recién estaban en la boca del Río grande. A poco apareció el P.Beauvoir con una veintena de indios. A pie se dirigieron todos a la Misión” –que recordamos no estaba en su actual emplazamiento sino en las proximidades del cementerio- “Poco antes de llegar salieron a recibir a la Madre las 3 hermanas misioneras, rodeadas de una gran cantidad de indias onas. Son de imaginar la efusión de los saludos, las lágrimas de consuelos de las religiosas y la admiración de las aborígenes ante todo este espectáculo tan inusitado para ellas. Durante su estancia en Río Grande, la madre dio conferencias a las hermanas y recibió a cada cual en particular para volcar en sus almas el tesoro de su experiencia, de su Piedad y de su espíritu de sacrificio”.

 

La crónica de las Hermanas, que oportunamente consulté en el Colegio María Auxiliadora,  da cuenta de la llegada de la superiora, las hermanas y la novicia, como así también de los padres Bernabé y Zennone, pero no coincide en el día: se habla del 23 como fecha de arribo. Las crónicas están escritas en italiano...

 

“Uno de esos días quiso –la Madre Superiora- llevar a todas las Hermanas a un paseo. Fue un día feliz. Las religiosas pudieron entonces más que nunca sondear la profundidad del cariño que su gran corazón nutría hacia ellas y los cuidados maternales que para todas tenía. Cuando regresaron distribuyó los cargos en la Casa Misión. El pensamiento que les dejó para que fueran como la estrella polar que las guiara en aquel piélago inmenso de soledad, fue este: Vivir siempre unidas por el lazo de oro de la caridad...”

 

Ángela Vallese permaneció en aquella primera visita a La Candelaria hasta el día 29 de agosto; la esperaban otros trabajos en el espacio sur donde trabajaba también otra misión: La de San Rafael en Isla Dawson. Su segunda visita a nuestro paraje será en tarea de apoyo, luego del incendio de La Candelaria.

 

La coincidencia que me llevó en la fecha en que se cumplieron 78 años  de la muerte de Ángela Vallese a conocer en profundidad su vida y su obra, por intermedio de la pluma de Raúl Entraigas me orientó en este escrito, que no es nada más que una aproximación a una vida densa en servicios por sus semejantes, en este lugar.

 

A lo mejor Ud. Piensa que Sor Ángela ha merecido un homenaje, una calle, y cree que la Vallese de Chacra II se corresponde a su vida; pero no es así: lea bien, esa calle recuerda a Felipe Vallese, dirigente peronista metalúrgico, muerto por su acción y por su causa en tiempos de la Revolución Argentina.

Capítulo 12 del libro LOS PUENTES DE LA MEMORIA.