El presbítero salesiano incumpla a esto a los ganaderos que iniciaron el poblamiento de la Tierra del Fuego, con sus lanares.
Este primer enunciado lo dirá en Carta a Don
Rúa, sucesor de Don Bosco, y más adelante señalará:
Para
que los indios, acosados por el hambre, no robasen ovejas, los estancieros
contaban con cuadrillas de peones que, armados de buenos rifles y cuchillos
recorrían todo a lo largo los alambrados, y a cuantos desgraciados indígenas
los veían a la vista, les daban balas hasta alcanzarlos y cortándoles las
cabezas, se las llevaban al dueño, que
le daban por cada una de ellas una libra esterlina.
Con el tiempo Martín Gusinde señalará el
lucro adicional de la ciencia, puesto que el
Museo de Londres, llegó a pagar ocho libras por cráneo.
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