Los niños son muy
poderosos, pueden inventar mundos con un chasquido o destruirlos con un
bostezo (*). Agustín Bautista Alcaraz.
Al fin con la reciente Feria del Libro pude hacerme con un
ejemplar del último libro de Alejandro que ve concretado su proyecto gracias al
concurso de la Editora Cultural Tierra del Fuego, cerrando así un trabajo que
iniciara en 2007 en el ámbito del Hogar de Día Lazos de Amor, entre adultos
mayores que concurrían a ese establecimiento.
No sé si por entonces se utilizaba este término –adultos
mayores- para definir el universo de la tercera edad, pero él consiguió dar
entidad literaria a las conversaciones que sostuvo con un número importante de
“abuelos”.
Lo leí vertiginosamente, y encontré en varios capítulos
referencia a su contacto con personas que tuve la fortuna de conocer.
Presentados tal vez de una manera diferente a la que los conocí, o en otros
casos descriptos con trazos fidedignos.
Como el relato que encierra los recuerdos de Alcaraz que por
largo tiempo trabajara para el diario El Sureño, con pasión deportiva.
El libro no es un raconto de la vida de nuestro pueblo pero
es una muestra eficaz la memoria de los protagonistas de la obra, gente en su
enorme mayoría migrante a esta Tierra del Fuego, con vivencias que se escapan a
la geografía lugareña para concentrarse en el mundo que dejaron atrás.
Con lo que no hay estrechez de miradas en los papeles que
fueron ideando esta narrativa de Pinto, sino que ofrece visiones más
universales que las tal vez supuestas inicialmente.
Son historias que
encarnan en palabras e imágenes con la fuerza del río cuando se desmadra, se
levantan dela tierra y llegan más acá y más allá de la estrellas. Dice Nicolás Romano en la contratapa.
La historia de los obstáculos que se debieron sortear para
llegar a este “producto” cargado de identidad y madurez darían lugar para un
enfoque aparte, explicaciones que ahondó el autor durante la presentación
ferial.
Solo nos queda invitar a los lectores tomarlo así, de sopetón,
o tal vez leyendo uno a uno sus capítulos, para que los abuelos de papel
desgranen sobre las arenas de nuestras emociones.
(*) Y algunos abuelos también.
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