Mi padre me inculcó esa idea que debía tener ahorrados por
lo menos los pesos que sumaran mi ingreso mensual.
Para eso, en un tiempo inmemorial, iba guardándose un diezmo
en un mes, y repetía el acto en los 9 meses subsiguientes.
Si por algún motivo había que recurrir a este fondo de
ayuda, al mes siguiente tenía que reponerse.
La plata en cuestión eran billetes de mil, conocidos con el
nombre de fragata.
Todos fueron a ocupar un lugar dentro de una azucarera sin
tapa que se conservaba en el aparador.
Pero un buen día no quedó más lugar dentro de ese
recipiente, porque los billetes eran muchos, muchos, y hubo que pensar en otro
escondite; este fue una tetera que resultaba ser la única sobreviviente de un
regalo de bodas.
Allá fue a ocupar el lugar de la azucarera, y como los
ingresos paternos aumentaban se tenía que continuar dejando dinero para
mantener ese recursos por lo que pudiera pasar.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que la tetera se vio repleta
de riqueza.
Pasó entonces a darle el uso de caja fuerte a una tetera sin
tapa que rara vez usábamos desde que aparecieron a la ventas los Mellrose Tea
en sobres.
Y un día se conversó en una sobremesa sobre la limitada
cantidad de espacio que quedaba en su recipiente en uso, y pensando en que
hacer se vio que el gran salto lo daríamos hacia la sopera.
De hecho pasaron algunas cosas, se tuvo recurrir al dinero
ahorra, problemas de salud. Pero cuando se actualizaron los valores para
cumplir con la consigna familiar para darnos tranquilidad en los caminos de la
vida, vino a sorprendernos una decisión presidencia: la ley 18188 que quitó
unos cuantos ceros a los billetes.
Fuimos con mi padre a cambiar los ahorrados en el almacén
donde hacíamos regularmente nuestras compras. Llevábamos la mosca en una
bolsita confeccionada por mi madre con tela de bolsa de harina. Y volvimos con
un puñadito en uno de mis bolsillos.
Los ahorros, menos voluminosos, pusieron en funcionamiento a
la azucarera, y entonces mi madre dijo: si se vuelve a llenar, vamos a
comprarle una bicicleta al hijo, y lo dijo como si yo no estaría presente.
Yo, que algo había aprendido con esta experiencia, comencé a
desear intensamente, que volviera pronto la inflación.
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