Para fumar la libertad…


Anibal Héctor Allen tenía un profundo sentido de lo humano. Y sabía captarlo. Sus narraciones sobre la experiencia vivida largamente en Tierra del Fuego eran una invitación a la interioridad, pese a rondar los temas pueriles en los cuales se podía ver envuelto un funcionario policial en los 40 en adelante.

Y él llegó a Comisario.

Teníamos muchos temas en los cuales disentir, pero en nuestros encuentros siempre hacíamos eje sobre las coincidencias.

Una vez le llevé un dato, una copia de una planilla de Vialidad Nacional donde se consignaba el nombre de Paso Medina, para el conocido Paso Garibalidi, y me pagó por el servicio con un billete de 50 centavos, flamante, guardado vaya a saber de que pequeño sueldo de otras épocas.

Su anecdotario era florido.

Recuerdo ahora algo que contó de aquellos días en que debía intervenir en sumarios relacionados por fugas de penados en Ushuaia, antes de devolverlos a la institución.

Uno de esos presos le pidió un cigarrillo que fumó mientras se le leían las diligencias que debía firmar. Y después le pidió otro para fumar cuando quisiera de vuelta volver a ser un poquito libre.

Allen se lo dio y el preso lo desarmó, guardó el tabaco en un bolsillo y con el papel hizo una bolita y se la colocó en una oreja:

-¡Ya vendrá el momento en que vuelva a armarlo, para disfrutarlo allá adentro!

Me lo imagino a Allen poniéndose de pie, y despidiéndose con un apretón de manos.

¿Y que les parece si hacemos juntos la prueba de desarmar un cigarrillo, transportarlo, y volverlo a armar?

Sin fumarlo necesariamente. Como una dilatado compromiso con la libertad.


2 comentarios:

Pali dijo...

¡hermosa anéctdota Mingo!

Mingo Gutiérrez dijo...

Es curioso, al ver CRONICA DE UN NIÑO SOLO de Leonardo Favio, se despertó este recuerdo.