Pancho nació en Santiago y fue puesto en un pesebre. Hace 43 años comenzó a tener un destino fueguino y fue constructor, escritor, magnética voz, empresario, lapidado redimido y kioskero.
Debe haber sido otras muchas cosas además de ser un amigo.
En Tolhuin reside con su esperanza. Travieso ha escrito de mis recuerdos y su imaginación un relato que alumbra este pequeño rincón de inquietudes compartidas.
Bajo un sol otoñal, en algún costado
de la década del 60, por las adolescentes calles de Río Grande, caminaba con
placidez un muchacho que pese a su corta edad, encendía ya sus ojos a la
luz de libros de aventuras, de viajes, de historias atrapantes. Y esa misma
mirada se replegaba, primero en sí misma y luego abierta hacia el
exterior, escudriñando en el tapiz de la vida, que giraba
incentivándole así, un fino instinto de observación, que le sería de gran
utilidad el resto de sus días en este planeta.
Estaba dotado de una imaginación que debía cultivar y
que un par de lustros más tarde le serían determinantes para expresarse
en lo escrito y lo oral.
Colgaba de su mano un pequeño envoltorio, con pulcritud
envuelto en dos bolsitas plásticas. Y su imaginación prevalecía, era más
fuerte que su realidad ( ¡y cuándo no lo había sido! ): era él un personaje con
una alta misión encomendada por antiguos médicos rurales, que practicaban
con decoro y sin especulación, una sencilla y afable medicina, en base a
hierbas curativas, que crecían generosas dentro y fuera del país de ñires,
coihues y lengas del bosque fueguino. Por eso entonces, asía con orgullo firme
esa bolsita que contenía los secretos galenos de varias generaciones y que a
él, sólo a él le habían confiado los ma-yores.
Bálsamo que permitiría aliviar los males, las dolencias de una
vieja dama que padecía quebrantada bajo sus inciertos achaques. Y
por qué nó?..por sus destrezas y hazañas….ganar el corazón de una cierta
doncellita…..
Pero la realidad corría por otro carril. Era menos sutil y
más directa: una anciana del lugar, no podía orinar con suficiente
regularidad, y estaba a veces sentada en su chata exasperantes minutos
para liberarse de algunos flujos, que estaban más ausentes que presentes; y que
rara vez se dignaban a aparecer. Y que en verdad, en ciertas ocasiones
sobresaltaban a toda su familia. Pero he aquí, que al beber una determinada
infusión, debidamente colada y preparada en base a estiércol de caballos,
constituía para ella y sus fluídos un ¡ santo remedio!. Y de ninguna
manera un remedio de m…..
Visto así, era preciso un ciudadano valiente para
los menesteres de la “cosecha” de bosta de caballos, que el carro del Batallón
dejaba pródiga y blandamente diseminada por todas las calles, en sus
diligencias diarias y rutinarias del reparto de pan. Tal la cara y
temperamento de la incipiente ciudad, con un carro movido a tracción a
sangre, tirado por estos ancestrales amigos del humano.
Ése bizarro e intrépido “cosechador” de
bosta de caballo, no era otro que Oscar Domingo, “Oscarcito” para todos, que
por lo menos una vez al mes, con su perspectiva de niño, se hundía “en el campo
de batalla de bosta”, bajo el bombardeo del enemigo, sin perder la
concentración y el objetivo, munido de una estrategia diseñada
inclaudicable, bolsa en mano serena, seleccionando con criterio de
riguroso análisis la calidad del producto, poniendo el ojo en la forma y el
color, más allá del olorcillo, de todo ése material que serviría para altos
propósitos sanadores. Nada podía apartarlo de su elevada misión. Y la
bosta no era bosta sino un recurso renovable y un instrumento para ciertos
fines personales por ahora inconfesables...
Tal epopeya ocurría una sola vez al mes.
Pecho al viento entonces, barbilla
erguida, bolsa en mano, Oscar se encaminaba a una casa descuidada en su pintura
exterior y de varias habitaciones. Todas las paredes y el techo, fueron antes,
respetables árboles de Tierra del Fuego. Previo al pórtico de entrada a
la vivienda, algunos tallos de flores languidecían bajo la reciedumbre de
cuatro lengas de ramas más bien escuálidas.. y huérfanas de hojas.
Dos perros, Juan y Francisco, dormían fingiendo vigilancia. Y habían ambos
desarrollado la habilidad de dormitar con un ojo abierto. Juan abría el
izquierdo y francisco el derecho. Así, con dos perros dormidos, se hacía un
perro vigilante....
Se anunció Oscar golpeando las palmas, y pocos segundos
más tarde, Clara Aurora, la nietecilla de la mujer enferma, iluminaba el
dintel de la puerta, al abrirla. La dulzura de la mirada de la niña, era
una amiga inestimable de la atrayente comisura de sus labios, siempre inquietos.
Oscar había garabateado varias hojas en el intento de definir, ése rostro, ésa
sonrisa y la serenidad de esa mirada.
-
Hola Oscarcito. ¿Cómo estás?...
-
Bien, bien Clara Aurora, traigo para tu abuelita su remedio….
La mujer los esperaba en la cocina, mate en mano
y pan casero en una cesta de mimbre. Besos, abrazos, y charla tibia de amigos
más allá de toda edad. Oscar mantenía la conversación con gracia, evitando a
toda costa que sus ojos le jugaran una traición, con alguna mirada furtiva a
Clara Aurora, dejándole al trasluz sus más íntimos sentimientos por aquella
delicada damita.
Al cabo de dos horas, Oscar juzgó que era tiempo
de marcharse, pero no obstante estaba dispuesto a hacerse de rogar para
permanecer un poco más. Y de hecho la abuela le invitó a quedarse para
enseñarle su colección de monedas de distintas naciones. Oscar se hizo de
rogar apenas un poco. Y entre billetes y metal se fugaron dos horas más. Ahora
la mujer preparaba su brebaje extraído de la bosta de caballo.
Ya no había más pretextos . Oscar se puso la
campera, abrazó a la anciana y al depositar un levísimo beso en la mejilla de
la niña, no pudo evitar temblar como la arboleda bajo el viento.
Clara Aurora le acompañó hasta la calzada. Y de
pronto Oscar le dice:
-
El material, - obvió decir bosta delante de ella- será más aprovechable
y más fresco por así decir, si lo traigo cada diez días en vez de cada treinta.
¿ Te parece?.
-
Lo que vós digas Oscarcito…. Me gusta…
-
El agitó su mano y comenzó a alejarse de ella. Y súbitamente volvió
sobre sus pasos, la miró a los ojos visiblemente azorado:
-
No puedo engañarte, en verdad vendré cada diez días para
verte… más seguido….- Y tragó aire, escupiendo timidez.
-
Sonrió ella como quien soborea miel:
-
Lo sabía…. Y me encanta….¿ Me enseñarás a jugar ajedrez?
-
Por supuesto…..
-
Se aleja él y continúa ella clavada junto a la cerca. La abuela a través
de la ventana abierta le grita a Oscar: ¿ Querés tomarte un tecito de
yuyo?,el del estribo.. Oscarcito.
-
El no por dentro, fue un bramido, pero su voz afloró suave:
-
No, gracias señora, muy amable.- Y en su interior se dijo: no por
favor, mire si me sirve de su bebida de bosta de caballo. En vez de orinar,
estaría defecando un mes entero. No, no, muchísimas gracias.
-
A dos cuadras de la casa giró la cabeza. Clara Aurora permanecía junto a
la cerca. No podía ver sus facciones pero intuyó que su rostro continuaba
sonriendo.
- La
tarde estaba un poco confundida por la mano firme del sol; y muy, muy
cerca, a las primeras insinuaciones del crepúsculo, se negaba a asumir su
perfil, su gris carucha de otoño.
-
3 comentarios:
Bellisimo cuento, en la lejania recuerdo esas calles de el maravilloso Rio Grande!
Recuerdos..pero que al ser evocados con cariño, se transforman en una caricia para el alma..
Fluído, entretenido relato , de un compatriota afincado en esas lejanías, que muestra su oficio de escritor que sabe acentuar los instantes de la narración .
Felicitaciones !!!!
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