En casa éramos
lectores de la revista selecciones y era motivo de culto escuchar a mi padre
leer en voz alta los libros condensados que aparecían al final de cada número.
Mucho nos había
impactado el “caso Lindverg”, donde se relataba el secuestro del hijo del gran
aviador; y también había resultado interesante el relato de “Más allá del río
Das Mortes”. En este caso se trataba de una pareja de expedicionarios que se habían
adentrado en el Mato Grosso brasileño y convivido con los nativos del lugar:
había algunas fotos en que los negros aparecían enteramente desnudos.
En casa de mis tíos
apareció el libro íntegro, no mucho tiempo después, yo miré con curiosidad
todas las fotos, y una vez me retaron, parece que miraba más a las indias que a
los indios. Papá lo pidió prestado y le dijeron que se lo podía llevar ni bien
los que lo estaban leyendo terminaran de hacerlo, era un primo, el tío, y otro
primo los que estaban en lista de espera. Se trataba de libros que se recibían
en la pensión de los parientes mes a mes. Pero nunca llegamos a leerlo porque
el libro desapareció. Pronto supe que en
la lista de sospechosos estábamos nosotros, y mi padre se incomodó en todo
ello.
Un día volviendo de
la panadería me encontré con la gran noticia: el libro tenía una película del
mismo nombre, estaba realizada por unos cineastas uruguayos que eran los mismo
autores del codiciado escrito. Se podía ver en doble programa con la proyección
de una pelea de box que había sido trascendente unos meses atrás, y para el
caso las entradas eran numeradas.
Mi padre fue a
comprarlas y volvió con dos, una para él y otra para mí. Le explicó a mi madre
que no era un ambiente para mujeres porque la gran mayoría de los concurrentes
eran gente del mundillo de boxeo que no estaba interesado por la otra película.
Además era un programa para mayores de 14 años, según mi padre por la violencia
del pugilato, según otros por los desnudos de aquella cinta sobre negros
desnudos, en blanco y negro.
Llegamos temprano y
allí estaban todos esperando que abrieran para ingresar al cine. La mayoría
había pasado por el bar, consumido algunos vermuses y algunos porrones, y
recibieron con desagrado la orden de que no se podía ingresar a ver las
películas con botellas en la mano. Lo que hacían eran apurar los tragos y
depositar el envase en un enorme tacho donde algunas botellas de rompieron al
ser arrojadas displicentemente.
Llegamos a nuestra
butacas y comenzó la proyección: estábamos viendo la célebre pelea entre Casius
Clay y Sonny Liston, por el cinturón de los pesados a nivel mundial. La
proyección fue breve, el KO con que se impuso quien con el tiempo mudaría su
nombre por el de Muhamad Alí ingresó a la gloria universal del deporte. El público
aullaba y exigía que se repita la proyección, pero había que cumplir con el
programa y proyectarse el documental. Parece ser que era norma que debía
equilibrarse lo deportivo con lo cultural. Algunos que seguían ponderando al
ganador de la pelea siguieron en la sala mientras se inició el documental, era
lo que nosotros habíamos ido a ver.
La cinta de los
uruguayos no tenía buen audio, y la filmación era poco nítida. Pero además me
costó concentrarme en el relato puesto que de pronto la sala comenzó a llenarse
de una muchedumbre algo más encervezada y se hablaba de que iban a cortar el
documental para ver otra vez la pelea. Un acomodador vino a hablar con mi
padre, y mi padre montó en cólera.., mi viejo era de una estatura y porte algo
superior al promedio de la población local, y además tenía un vozarrón cargado
de autoridad. El acomodador salió en retirada. Al rato apareció un policía que
dijo que los dueños del cine nos devolverían la entrada y aportarían un
obsequio para mí si salíamos del lugar y la gente podría entrar a ver lo suyo.
Mi padre fue un poco más amable con el uniformado que con el acomodador, pero
cuando volvió otra vez para pedir mi documento –yo no tenía cédula a esa edad-
mi padre adquirió una furia que nunca le vi.
Entonces pudimos
terminar de ver el documental, tranquilos.
Al salir la gente
estaba en el bar, el consumo de bebidas había sido exitoso. Mi padre les
dirigió la mirada, interponiéndose entre ellos y mi pequeña figura protegida
por su mano en mi hombro. Salimos en medio del silencio.
Camino a casa, a dos
cuadras del cine, papá sonreía y me relataba cosas que se veían en la película
que no aparecían en la revista Selecciones.
Sé que volvieron a
proyectar esa noche varias veces la pelea memorable.
El libro del
documental lo encontré hace un par de años, en una casa que se había incendiado.
La faltaban tapa y contratapa, pero las fotografías azuladas eran más nítidas
que la proyección del film. Por internet me enteré que había estado desparecido
por muchos años, y que lo habían recuperado para la Cinemateca de Montevideo,
su proyección su todo un acontecimiento, se dieron varias funciones y habló uno
de los sobrevivientes de la incursión entre los “salvajes del Amazonas”.., no
tuvieron que pasar el documental con ninguna película de box.
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