Mientras tomo el despertador mañanero, con una lentitud tal que hace desesperar hasta el más paciente de los monjes pensadores, espero. Ya guardé todo lo que voy a necesitar y lo que tal vez, a su tiempo, necesitaré o no: lo blanco, lo negro, lo apasionante, lo rencoroso, lo sublime, lo inesperado, lo que alguna vez fue algo y lo que tal vez signifique algo en un futuro distante o lejano. Si también te vas y creés que te olvidaste de algo, tirá todo al piso y empezá de cero; así lo hice yo, treinta y cinco veces repitiendo una y otra vez la misma acción.
Tomo tranquilo mi despertador para no desesperarme. Si lo tomara con rabia o apuro, ¡la que se armaría! Pero también lo hago porque tengo algo de melancolía y nostálgica. Mis cosas están listas para irse, pero yo no. Extraño y sé que voy a extrañar.
El gaucho, el gringo, el moro, el cuco, el loco, el copete, la linda y la fea… voy a extrañar a esos personajes o a mucho otros que iré recordando con el pasar del tiempo ¿Quién sabe? Puede que hasta extrañe a menos de los que pensaba. Pero de todas formas ni la pizza, ni la torta, ni el alcohol y las locuras que viví en este lugar me harán cambiar de opinión, porque dentro de poco baja el gorrión y de un patadón me sube a su lomo emplumado.
Me voy, y lo único que vengo a decir es adiós.
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