El pequeño avión parecía retozar al seguir la costa de la bahía de San Sebastián. Día claro, era propicio su deslizar nervioso. Las primeras horas de la tarde, de un sol refulgente, iluminaban el paisaje con intensa vida. Finalizaba el año 1931 –exactamente el día 27 de diciembre- y en esa época, los días larguísimos, casi sin noche, garantizaban amplio margen de luz para llegar a Ushuaia.
Al sur, en la lejanía, sobre las cordilleras
que marcan el final de los Andes, se insinuaban, en el cielo hasta allí puro,
agrupándose nubes que modificaban el panorama.
Cerrada la semicircunferencia de la bahía, la
costa, con rumbo sur, casi sin desviaciones, daba la ruta que llevaría a Río
Grande, primer punto a tocar, pueblo que sería despertado, por vez primera por
el zumbido del mensajero que llevaba esperanzas de nueva vida.
La topografía de Tierra del Fuego, en esa
parte casi sin ondulaciones, tiene semejanza con la campiña de la provincia de
Buenos Aires; únicamente el aire fuerte y río, que llenaba ampliamente los
pulmones, llevaba la realidad del paralelo 53.
Algo dijimos cuando semanas atrás estábamos
enfermos y escribíamos uno de nuestros Rastros, algo decíamos de Rufino Luro
Cambaceres y su primer viaje a
El vuelo a poca altura permitía apreciar la
calidad del ganado que se cría exuberante. Esparcida de tarde en tarde, alguna
población, de la cual salía invariablemente, personas que al agitar sus brazos,
se asociaban a la alegría que el piloto y su acompañante experimentaban.
De improviso, una pequeña población plateada
de chapas de cinc, casi sobre la costa, con la humildad de las cosas nobles,
hizo sentir al aviador el profundo enternecimiento de su grandeza. En lo alto
de una reducida construcción, adquiriendo magnitudes insospechadas en el
panorama despoblado de sus contornos, se levantaba una modesta cruz, sin ningún
otro atributo que pudiera perturbar la majestad de su elocuencia, como el
homenaje mayor que los seres humanos pudieran brindar al Creador en la inmensa
virginidad del suelo.
Dueño de los elementos que comandaba;
abarcando su mirar la imponente manifestación de la naturaleza, cuyo marco de
babor se perdía en las aguas azul verdosas del océano; en lontananza las
cordilleras emergiendo entre nubarrones que cobijaban la tierra perseguida. Mas
allá, solo lo desconocido. Algo que quedaba por conquistar. Nuevas rutas a ser
abiertas en el camino del cielo, para que otros hombres se unan a los nuestros.
Una emoción de una intimidad recóndita hizo
estremecer a este hombre que se sentía, segundos antes, dueño de un mundo. Los
recuerdos se agolpaban rebosantes. Era ya sólo el pequeño ser, el niño, que con
unción recogía reminiscencias maternales.
Quedaba detrás la misión salesiana. Obra de
hombres, que llevando por única arma su profundo amor al prójimo, y como misión
prodigar el consuelo a los seres humanos condenados a la vida hostil de estas
latitudes que desconocían la luz espiritual de su creencia, llegaron allí, como
a tantos otros lugares de la tierra austral, antes que nadie, para repartir el
alivio de su fe y su profusión de misericordia.
Y en este último punto aparte es donde nos
detenemos a observar que Luro Cambaceres no señala en ningún momento que
aterrizó en
Cercano se observaban los tejados de Río
Grande. El fuerte viento sacudía el avión.
En la desembocadura del río, apenas señalada
por la presencia de un centenar de construcciones, la población esperaba el
arribo. En el centro, en un lugar reservado para la futura plaza, utilizado en
esos momentos como cancha de fútbol, ardía una fogata, señalando el sitio
destinado al aterrizaje. La pequeña superficie, aumentada en su capacidad por
el intenso viento del sureste, hizo posible el descenso...
El reconocimiento de los alrededores, en busca
de una superficie adecuada para futuro campo aeronáutico, demoró la partida. El
recorrido hasta Ushuaia, breve, aunque el viento contrario aumentaba la
duración del viaje. El piloto deseaba evitar, al regreso, un nuevo aterrizaje
hasta San Julián, y para ello era indispensable dejar la labor terminada:
establecer las bases para la prolongación de las comunicaciones. Su presencia
al frente de los servicios aéreos patagónicos, era requerida de continuo, y
este viaje había sido posible, siempre y cuando la ausencia fuese limitada.
Mientras se completaban los abastecimientos de
combustible y lubricante, pudo el aviador satisfacer la curiosidad de las
personas que lo rodeaban.
El intenso viento había aumentado a ello se
agregaban las adversas condiciones meteorológicas de la zona por atravesar, a
la sazón cubiertas de nubarrones.
La partida fue dispuesta. Con un breve
recorrido el avión se elevó...
Eduardo Van Aken en sus escritos publicados
por el diario Noticias en Julio de 1987, nos recuerda que aquel primer vuelo
que se posó sobre Río Grande se hizo en un avión Wacco-Wright de 220 HP y que
Luro Cambaceres se acompañó en función
de copiloto por Francisco Radagale;
consultado verbalmente sobre el lugar de aterrizaje, Van Aken nos dijo que lo
hizo sobre la parte norte del río en una zona de lo que luego sería el barrio
1 comentario:
Que buena esta historia de Luro Cambaceres....nuestro aeropuerto debería llevar su nombre ...
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