La mañana del 17 de agosto pasado, mientras
aprovechaba el feriado para incorporar algunos nuevos libros a mi biblioteca,
me distraje por una causa superior a las urgencias del momento en un libro no
leído hasta ese instante: “Una flor entre los hielos, de Raúl, E.Entraigas”.
El primer sacerdote de
Un índice tremendamente subjetivo, con
enunciados como los siguientes: “En que se prueba que, en la vida, como en las
tribunas, hay sol y sombra” o “En que se prueba que para las almas de Dios,
todos los números son buenos”, me desvió hacia el capitulo final de la obra
–cosa que nunca habría hecho si hubiera estado ante una novela-, fue así que
descubrí que
En los prolegómenos del comienzo de la celebración,
mientras escuchábamos por la amplificación municipal “Imagínate” de John
Lennon, conversamos con el Párroco Germán Case, distintos temas que tienen que
ver con nuestra cultura y nuestra falta de identidad. Porfiadamente, el párroco
no subió al palco, en realidad no se lo advirtió entre las autoridades a no ser
por el saludo que desde lejos le prodigó el Comandante del Batallón Cinco; con
el cura pretendía hacer emerger mis reflexiones sobre la vida de ésta
religiosa, pero finalmente no lo hice, me guardé el diálogo inesperado con
ella, para lo que se diera en el plano de las letras, este escriba dominical y
sus amigos en el Rastro.
Que después, invadiendo la jurisdicción del
párroco urbano, el rural pronunciara un sermón a la jineta, me llevó a pensar
el largo camino recorrido entre los hombres y mujeres de fe de ayer y los de
hoy.
Así fue como tras la merienda del feriado, me
enfrenté a las páginas de Entraigas, a quien tuve la suerte de conocer durante
mi juventud y leerlo siendo ya hombre; aquí en “Una flor entre los hielos”
emergen junto a la vida de Angela Vallese una relación que nos lleva a los
orígenes de
“En agosto de 1894 llegaba por vez primera el
Prefecto Apostólico, Monseñor José Fagnano, a visitar a
Ángela Vallese, que compartía la acción
misionera desde Punta Arenas, al igual que Fagnano, había organizado la empresa
evangelizadora en la costra atlántica fueguina, donde luego crecería nuestro
pueblo. Junto a los sacerdotes se destacó la presencia de las hijas de María
Auxiliadora, que atenderían a las indias y las niñas entre los “indios de a
pié” como llamaban a los Selknam, diferenciándolos de los “indios de las
canoas”; decía sobre el particular Entraigas: “no solamente eran desarrollados
en sus físicos. También era su inteligencia. Tenían imaginación. Basta decir
que a las religiosas las llamaron “pingüinas” Y quien conoce el hábito de las
hijas de María Auxiliadora, convendrá que –salvo la reverencia- el mote les
caía de perlas”.
La hermana Vallese legó a Río Grande por
primera vez, a principios de Agosto de 1895. Por Entraigas nos enteramos que:
“Con ella iban: Sor Catalina, Sor Maximiana Ballester, Sor Rita Sánchez, y una
muchacha. Partieron en el “Torino”. La primera etapa, Río Gallegos”. Allí el
cronista da cuenta del periplo de días en la capital del Territorio de Santa
Cruz y la sutileza con la cual
La crónica de las Hermanas, que oportunamente
consulté en el Colegio María Auxiliadora,
da cuenta de la llegada de la superiora, las hermanas y la novicia, como
así también de los padres Bernabé y Zennone, pero no coincide en el día: se
habla del 23 como fecha de arribo. Las crónicas están escritas en italiano...
“Uno de esos días quiso –
Ángela Vallese permaneció en aquella primera
visita a
La coincidencia que me llevó en la fecha en
que se cumplieron 78 años de la muerte
de Ángela Vallese a conocer en profundidad su vida y su obra, por intermedio de
la pluma de Raúl Entraigas me orientó en este escrito, que no es nada más que
una aproximación a una vida densa en servicios por sus semejantes, en este
lugar.
A lo mejor Ud. Piensa que Sor Ángela ha
merecido un homenaje, una calle, y cree que
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