Desde el pasado domingo tengo en mis manos el ejemplar de
este libro logrado por José quien desde hace unos cuarenta años desarrolla en
el medio fueguino la tarea de “fotógrafo de sociales. No hace mucho lo conocimos
cantor, y con ello hubo un CD que refleja las cualidades de su voz, e tantas
chacareras se lo cree santiagueño, pero Méndez es salteño, y llegó a Río Grande
por los mandatos del servicio militar en 1978, y aquí hizo lo suyo.
El libro reúne sus recuerdos conducimos en el plano
literario por Luís Cardarelli, y no se inclina a miradas técnicas de su
actividad, sino a reflejar conflictos humanos, situaciones enérgicas en una
profesión que algunos suponen mansa.
Nos sitúa en las últimas décadas del siglo que pasó, y se
proyectan hasta el presente, cuando ya las prácticas de registro de imágenes no
dan la misma perspectiva que se tenía en un pueblo con marcada movilidad
social.
Mi vida como fotógrafo no me regalado muchas oportunidades
para sonreír.
Para el crease o no trascribo uno de sus instantes.
LA INJUSTICIA TUVO SU CASTIGO
Cada vez que saco
fotos pregunto el domicilio para cuando está reveladas las acerco, y de paso
cobro el trabajo si la suerte me acompaña, porque hubo veces que no fue así.
Depende como me traten yo le fío, porque no cuesta nada fiarle, porque es una
miseria de pesos.
El siguiente caso es
referido a una persona que vive en la parte céntrica de la ciudad de Rio
Grande, en Monseñor José Fagnano al 900, a quien le llevé las fotos que le
había sacado. Cuándo me vio exclamó ¡Oh, el fotógrafo! Le entregué las
estampas, las miró una y diez veces diciendo ¡Muy lindas! Al final dijo. –Hoy
no tengo plata, venga mañana.
Al otro día fui y… No
había nadie. Al siguiente observé que estaban porque al verme cerraban las
cortinas y se escondían; yo golpeaba la puerta y sentía que se reían. Y así
pasaron varios días hasta que un día salí bien enojado para esa dirección,
agarré todas las fotos y las rompí picándolas en pequeños pedazos dejándolas en
un rincón del nicho de gas.
Habrían pasado tres
días o cuatro cuando me llamó la directora de la escuela diciéndome que quería
hablar conmigo. En ese momento recordé que cuando ella era maestra, me contó
que a su hijo le quitaron la bandera porque el padre no iba a rezar a la
iglesia, ya que el muchacho era alumno de la escuela Don Bosco y por más que
tenía buen promedio como el padre no iba a rezar, le quitaron ser abanderado.
A esa situación yo la consideré
injusta, y la maestra me conto que su hijo quedó mal, muy triste que al ver que
en un colegio católico permitieran esa injusticia y siempre guardaba eso que
nos contó quien ahora era directora.
Cuando llegué a la
escuela entré para hablar con ella, y lo primero que me dijo es que tenía una
queja en mi contra. Y cuál es la queja, respondí. Una señora trajo unas fotos a
las cuales usted las rompió. Sí, yo las rompí. Las veces que las llevaba para
que me pagaran el trabajo, que hacía como diez meses que hice las tomas,
cerraban las cortinas y por más que llamaba a la puerta no atendía. Y se
acuerda usted cuando a su hijo le quitaron la bandera por que su marido no iba
a rezar, eso también fue una injusticia. Y lo lamento por el hijo, pero mi
acción la hice por ella.
Después de ese
descargo que realicé, la directora me dijo, Méndez, siga sacando fotos en la
escuela, a la cual agradecí.
El libro termina con un escrito de Jorge Bruzo donde estaca
la labor de nuestro fotógrafo en torno a las “Jineteadas fueguinas”.
1 comentario:
Tu artículo es como un festín intelectual que nunca deja de satisfacer nuestro apetito de conocimiento. ¡Gracias por alimentarnos!
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