¿Uno elige los momentos, o los momentos lo eligen a uno?
Era el año 2002 y terminaba el acto en memoria del General
Perón, en el día de su fallecimiento. Roberto era entonces Secretario del
Concejo Deliberante, a donde había llegado impulsado por el sector de Cacho
Donatti, me acerqué a saludarlo y le pregunté si quería participar de una
entrevista. El ya venía escuchándonos por las tarde de los miércoles cuando
conversábamos con vecinos que recordaban como había sido su existencia antes de
llegar a la Tierra del Fuego, y me dijo inmediatamente que si.., y como se ve
que para él las cosas inmediatas no se hacían esperar terminamos un cuarto de
hora más tarde en su oficina del deliberativo municipal, donde solo nos
interrumpió una llamada telefónica. Descolgó, salió hizo unas señas, y seguimos
adelante..
Yo para entonces lo conocía hacía más de 20 años, pero de lo
hablado pasé a enterarme que apenas era unos meses menor que yo y que tenía
el propósito de dejar sus huesos en esta isla.
Roberto Carlos Pérez venía de Mataderos, allí lo había
dejado la vida en el vientre de una madre, trabajadora de frigorífico, por obra
de un padre ausente al que solo vio un día en su vida, en un episodio que veré
más tarde si se los voy a contar o no.
Su infancia, su
adolescencia y parte de su juventud la había pasado con su vieja, y algunas
tías, en una Villa que se la conoce como Ciudad Oculta, cerca del barrio Los Perales, hasta que por los seis o los siete comenzó la escuela primaria.
Allí cerca estaba el Frigorífico CAP, el Mercado de Liniers,
barrio de reseros, con muchas curtiembres; en una de estas tendría su primer
empleo formal, mientras hacía el secundario, en tareas administrativas.
Todo el barrio de Mataderos tenía un olor diferente que
venía del lado del trabajo. Trabajo que de niño fue ineludible para Roberto,
que fue canillita, cadete en una farmacia; por entonces una familia carenciada
no podía esperar ninguna ayuda del estado, y en la calle imperaba “La ley de la
selva”
Por los 60 ese sector de la porteñidad estaba integrados por
vecinos que provenían de casi todas las provincias, en la década siguiente
comenzaron a llegar gente de países vecinos: uruguayos, paraguayos, chilenos..
Había un sustrato migratorio importante de italianos, que se desempeñaban en
tareas calificadas en las curtiembres.
Roberto me decía que al volver encontraba en esos lugares
una carga de inseguridad que nunca se le hizo presente en nuestro lugar. Si
bien de chico le tocó asistir a situaciones de violencia, violencia familiar,
alcoholismo; todo se había complicado luego del golpe del 76.. “la toma del
poder de un grupo subversivo que usaban el uniforme que pertenece a todos los
argentinos”.
¿Cuántas veces habrá vuelto Pérez a Mataderos, a Ciudad
Oculta?
Lo que allí iría a buscar probablemente ya no se encontraba,
faltaría el campito, el potrerito, el cielo para encumbrar un barrilete, las
plazas –si las había- estaban muy cargadas de cemento.
Para el tiempo escolar la familia había alquilado fuera de
la villa, y con los años los que se fueron quedando en Buenos Aires se mudaron
para Flores, donde tal vez por un tiempo se podía seguir jugando al fútbol en
la vereda, hasta el atardecer, o se seguían practicando juegos infantiles,
entre niños y no tan niños.
Roberto Carlos no olvida que nació y creció en ambiente
donde no faltaban ladrones profesionales, punguistas, o el quinielero; pero
donde había valores insoslayables: como el respeto a los viejos: más tarde, y
todo los males para el comenzaron el 76, a los viejos se los comenzó a recluir,
ya no se los escuchaba –era más importante el televisor- se los escondía como
que no formaban parte de la familia. Esos sentimientos preocupantes eran los
que dirigían su accionar cuando años más tarde, en la isla, tuvo un pasar con
las oficinas del PAMI.
La madre no sabía ni leer ni escribir, pero desde su humilde
trabajo hizo todo lo que podía para que no faltara a la escuela número 4 de
Mataderos, y al secundario de Liniers, el Nacional 13 –bachiller y comercial,
donde se recibió en 1972.
Allí comenzó su activismo, siendo uno de los creadores del
Centro de estudiantes.
Entonces llegó el 73, año cargado de promesas, y partió para
Córdoba inscribiéndose en la Facultad con el ánimo de llegar a ser médico.
Allí un día conoció a su padre, un día nada más. Si no lo
había necesitado en toda la vida no lo iba a necesitar ahora.
Pero hubo otros horizontes cuando la estadía en esa ciudad
se fue volvieron incómodos. A principios del 75 rendía el Trìptico Nacional e
ingresaba en la UBA con los mismos sueños de ser médico. Y mantenía sus ideales políticos por los que
un día asistió –fatalmente- al basural de Villa Lugano- donde le mostraron el cadáver
-atado y fusilado- de Liliana, la compañera con la que estaba ligado
afectivamente.
Entre 1978 y 1980 rodó por distintos puntos del país.
Con el tiempo reflexionó sobre el daño que nos había hecho
la dictadura, porque “más a allá de los 30 mil desaparecidos, había 25 millones
a los que les destruyeron la cabeza!2 El proceso había apuntado sobre los más
jóvenes.
El 11 de enero de 1980 estaba llegando a Río Grande junto a
un amigo –Daniel Esteban Martínez para quien trabajó en la Legislatura y el Senado-
afirma que se trataba de Roberto
Schiaritti, el mentalistas, del cual dejamos alguna noticia en esta misma
página, aunque los datos de él no sean coincidentes.
Pérez contaba que acompañando a la madre, en su cama de
muerte, en un hospital porteño decidió buscar un lugar lejano y tranquilo donde
poder escapar al desasosiego que lo invadía: “Yo venía bajando la Patagonia con
otro amigo, queríamos llegar a Pico Truncado, donde habían oportunidades de
trabajo, pero finalmente terminaron llevándonos a Río Grande. Allí conocimos a
un hombre de apellido Haro, que sin conocernos nos invitó a su casa a comer,
tenía amigos en la base militar de Río Gallegos, cosa que no me tranquilizó
para nada: -Ustedes tienen que ir a Río Grande, y al otro día estábamos
embarcados en un Hércules con destino a esta ciudad”. “Pese a mis estudios
inconclusos podía desempeñarme como Técnico en hemoterapia; y mi amigo era
enfermero”. Desde el aeropuerto llamaron al Hospital, donde los atendió el
director, el Doctor Miguel Ángel Olmos, que de inmediato los mandó a buscar con
la ambulancia. Roberto recuerda al pequeño hospital donde había muy pocos
médicos y los enfermeros eran solo idóneos.
Le hablaron de las condiciones laborales, y de su lugar de
alojamiento: dormirían en el Asilo San Vicente de Paul donde se alojaban unos
15 ancianos. Allí tendrían que dar a cambio cierto control sobre los veteranos.
Roberto no lo podía creer. Entre los viejos estaba gente que con el tiempo tuvo
una notoriedad par toda nuestra comunidad, Don Segundo Arteaga, que se detenía
a contarles historias increíbles, como que había en ciertos lugares de la isla
minas de oro, toda una invitación a quedarse aquí. La encargada del hogar era
la esposa de un Municipal, la señora de Reyes.
No era fácil para él estar lejos de la calle Corrientes, de
entrar a esas librerías que nunca cierran, de participar de algún espectáculo
artístico en el Centro Cultural General San Martín.. Pero por otra parte aquí
no se escuchaban las sirenas que en la capital intimidaban continuamente.
Un día, a poco de comenzar, el doctor Olmos les dijo que
debían completar cierta documentación, de acuerdo a lo dispuesto por la ley
22140, y el mismo los llevó a la oficina de investigaciones. “Yo no podía
decirle al doctor que yo venía de tener algunos problemas, así que me pintaron
los dedos y solo esperé que podría llegar a pasar”.
Un día estando de turno como enfermero, conversando en la
guardia mientras conversaban con los doctores Noto, Margarita de Olmos, Loffler
se presentó alguien que traía todos sus datos. Pensó que ese era el final de su
experiencia feliz que ya llevaba seis meses. Pero todo lo contrario: era el
representante de una empresa petrolera que les venía a traer una oferta laboral
en el norte de la isla donde se estaba construyendo un gasoducto y una planta,
les ofrecían lo que ganaba un médico.
No tardaron en decir que si.
Por entonces fue que conocí a Roberto. Andaba con un
proyecto de crear un Banco de Sangre viviente y alguien del hospital de
preguntó si no podía hacerle una entrevista para la radio, además yo era
donante. La idea venía cargada de optimismo, pero desde arriba se demoraron las
respuestas. Al poco tiempo supe por parte de un compadre que habían entrado dos
enfermeros a trabajar en el campamento, y que a uno de ellos le llamaban
Menguele.
Allá nadie le preguntaría a Roberto Pérez sobre sus datos
prontuariales.
Por otra parte a él le había llamado la atención de que por
su andar en nuestras calles se había encontrado con algunos rostros conocidos.
Gente de la capital, muy comprometida políticamente, pero que aquí se movía con
total libertad. No conversó con alguno de ellos pero no dejó de llamarle la
atención. Muchos años después, en 1986, asistió a una conversación donde e4l
Segundo Comandante del BIM 5 señaló que había zonas neutrales en la lucha
contra la subversión: Tierra del Fuego, Chubut y Neuquen. De nuestro análisis
surgió la posibilidad de encontrar una explicación en ese fenómeno no estudiado
del todo, todavía, que fue el masserismo.
Roberto tenía identificado a la gente de esa calaña, ya una
vez lo habían amenazado en casa de su madre, otra frente a la facultad.
No pasó mucho tiempo y el clima en la isla se enrareció. Se
desata la guerra de Malvinas. Pero Roberto había dejado una novia, y esta llegó
un día, bajando de un avión donde todos parecían querer embarcarse para partir.
Con Dora tendría a su única hija, Cinthya.
En transición hacia la democracia se lo vio acercarse a la
Unidad Básica 17 de octubre, y también por un tiempo fue actor. Se había
formado un grupo: la Comedia de Río Grande, con quienes ensayaron rápidamente
una obra titulada Las Cuatro Estaciones, que se estrenó ante un círculo de
espectadores en la escuela 2; y un poco después en el cine Pakewaia de Ushuaia,
en lo que fue su primer conocimiento de la capital fueguina, ciudad donde
viviría sus últimos años.
Su trabajo petrolero duró hasta 1984, allí hacía desde
control de ausentismo de los que estaban enfermos, hasta curaciones de
emergencia, muchas de ellos de tipo traumatológico; pero observaba que los
enfermos pasadas unas horas se incorporaban a trabajar. Se enfermaban en el
horario de trabajo, pero no para hacer las horas extras. “Era el materialismo
que había perforado la cabeza de la gente”.
Un día lo vimos al frente de un reclamo gremial, al poco
tiempo tiempo se mudaba al pueblo en un nuevo desempeño laboral: empleado de
prensa municipal, ya en días de Chiquito Martínez. Miguel Vítola lo formó como
camarógrafo, y su trabajo pasó a consolidar el informativo que tenía a Lucho
Torres como presentador, y a Daniel Torresillas como ad later.
Ya para entonces se lo comenzó a llamar Kadafi.
Una de las cosas que observó al llegar a la isla era que
podíamos ser conocidos por nuestro mundo real, en Buenos Aires, para el que
tenía una actividad política, usar un sobrenombre era una forma de
subsistencia. Pero aquí los sobrenombres venían de otra esencia, y Roberto cayó
en la volteada. Si primero se lo llamó Mengele, fue porque en Cañadón trabajaba
en un tráiler protegido por una alambrada –tipo campo de concentración- se
manejaba con amenazantes materiales quirúrgicos, y además si le agregábamos un
bigotito no se imaginan a quien se parecía… En la Muni lo vieron llegar un día
con el Libro Verde de Mohamed Kadafi, el líder libro, sobre cuyo pensamiento
buscaba experiencias vinculantes a las de su peronismo. Y así quedó como Kadafi
para muchos.
“Un poquito de sal, un poquito de arena”, eso había sido su
vida, nos dijo pensando dejar aquí sus huesos.
Y la salud le comenzó a fallar. En sus días del Concejo debió
implantarse próstesis de cadera, después el corazón le pidió un reemplazo, y
finalmente la muerte se le alojó en la cabeza. Y así nos dejó Roberto Carlos,
en compañero que dedicó más de media vida a nuestros sueños isleños, en estos
días atosigados por las partidas..
Cuando supe por Susana Donatti que había fallecido casi que
lo desconocí en las fotos. Quise decir algo, y de entrada no pude, esperé que
otros hablar por mí.., y ahora sigo esperando recuerdos de los que lo
conocieron mejor que yo.
¡Compañero Pérez, hasta aquí llegamos!
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