LOS PUENTES DE LA MEMORIA.

 



 

Ayer Esteban Rodríguez se preguntó sobre la supervivencia que podría tener mi tarea de escriba en este espacio fueguino, pregunta que se me ha hecho en más de una oportunidad sin que logre saber el real interés para que eso ocurra.

 

Entonces hice Memoria sobre muchas cosas, y cuentas sobre el tiempo vivido. Y pensé que me debo una regalo por mis 70 años, algo que me reconecte con todos ustedes. Entonces pensé en reanimar mi blog Mensajero del río, volcando en él algunas cosas escritas en otro formado que no llegaron a tener una nueva publicación.

 

No sé si sabrán que en un momento, los días del corralito, me presentaba Gabriela Bersier en el Leandro N.Alem –en una Feria del Libro- una serie de relatos escritos por 1991 en el naciente diario El Sureño. Venía con la idea de volcar al libro lo que había sido carne cultural en las ediciones del diarios una década después.. Y seguir así de futuro. Pero Domingo Cavallo ayudó poco en ese intento de resurrección, y las páginas reescritas por Verónica Angelosante se fueron acumulando con algunas demoradas esperanzas.

 

¿Y qué voy a hacer  con todo eso?

 

Heme aquí tirándome a la pileta, con esta invitación a quien sepa aceptarla. Son trabajos del segundo año de Rastros, retitulados como Puentes, con la esperanza de reconocernos en ellos.

 

***

 

A modo de prólogo…

 

 

 

Plegaria

 

“Por mi cielo, por mi tierra, por mi aire y por mi agua. Por nuestro cielo...”

 

Uno Uno.

 

El golondrina llegó, miró –exploró sería el término correcto- y enseguida se fue. Otro barco, Maria Auxiliadora, desembarcó hombres de negro que armaron en sus costas un caserío que de inmediato devoró el fuego.

 

Más llegaron por mar, algunos con ovejas, con maderas, ninguno con dinero. ¿Quién fue el primero que trajo mujeres? Al sur se levantaron estancia y grasería, el ferrocarril le dio otra forma, el muelle entró en tus aguas, un navío se posó a su lado y te retiraste para dejarlo inmóvil en el seco de la costa; esta vez, y mil veces más.

 

El norte nació boliche. Una casa, otra... varios ranchitos: los indios ya no eran los únicos que desafiaban tu cauce.

 

Con bote de remo se unieron tus dos márgenes, una ola se llevó a Lisbó con todo su pasaje. Platillo armó una lancha con un motor de automóvil para llegar así al único hospital que está en el frigorífico, llegan gente para el Lucho, cruzan chicos para la escuela, alguien en la proa empujó un témpano. Un peón que no encontró lugar en el bote, nada en julio. El cadáver de un pescador pasa flotando, sólo las botas llenas de aire se muestran sobre la superficie relampagueante del deshielo.

 

¡Qué rápido! Qué rápido cambia todo.

 

Del viejo puente colgante se llega al nuevo de cemento y, casi al unísono, se inaugura otro, más al sur, enorme, imponente, denso... donde el pueblo ya no es un pueblo. Los barcos desaparecen y con ellos su afluencia de gente de mar y playa. Por la ría ingresan navíos anfibios de combate, los hombres visten de verde. Alguien tira las redes donde antes desaparecieron las achuras de las faenas, dinamitan uno de los muelles. La ciudad crece y va tan rápido que no puedes verla.

 

Una noche de verano se enciende una fogata y bendicen tus aguas, otra madrugada figuras tristes te halagan con flores importadas. En la breve penumbra de la primavera aparecieron en la arena cercana, hombres y mujeres enamorados.

 

Los chicos arremeten juntando algas y caracoles de tus bordes, se destruye tu malecón y un barrio aparece. Un muro pone distancia a la gente que no se da cuenta que existes, que no sabe del mar. Máquinas extrañas se adueñan de tu orilla.

 

Es sólo un momento en tu milenario pasar. ¡Tanto has vivido río! Tu cuerpo mineral en este instante, que es toda nuestra historia, se ha renovado entre los efluvios de la montaña y el orgasmo del océano, aquí, frente a las arenas de mi gente.

 

Y tu silencio de siglos –hoy más frío y neblinoso- ha querido transmitirme con rumorosos testimonios la nostalgia poética, los imposibles que has visto desde que los hombres de este suelo se apropiaron de tu mar y de tu orilla, para de tu ser hacer nuestro Río Grande.

 

Espera… ¿No te olvidas de algo?

 

 

Dos Dos

 

Acuérdate de mi señor...

 

Y cuando a ti te nombro lo hago con mi pueblo, ese que tanto tardamos en fundar, porque aquí se acumularon ambiciones y esperanzas y de su fértil medida se levantaron paredes y casas, calles y senderos.

 

Y el fuego que da nombre a nuestra isla fue nuestro primer verdugo llevándose, al humo de los vientos, empeños e ilusiones. Y el río, puntal de nuestras radicaciones, con vértigo de hielo congelo en muchos inviernos las formas de la muerte.

 

Ardió el hielo en una noche de San Juan derribándolo a Piñero. Hervía de brumas la primavera dibujando la enorme figura de mi padre ente las tumbas de los que pasaron antes y repaso en mi memoria la cosmogonía de los hombres de los hombres simples que hicieron nuestro campo, con la sola familiaridad de un perro, con el título nobiliario del sobrenombre.

 

De todo esto hicimos legra en Rastros en el río y tu ya sabes por qué, así que déjame que te implore...

 

¡Acuérdate de mi señor!

 

Déjame recibirte nuevamente y será con la banda del Padre Méndez un día de la independencia; desfilaremos por las calles hasta el Hotel de Kopesky que ahora tiene  nuevo dueño, y más tarde, La Verdad o Radio Misión darán los detalles de todo lo que ocurre.

 

Busca a mi gente que sufre, en el parto de la mujer de Camahueto o en el sentido del deber del médico que revienta camiones para llegar al Lago. Déjame que te muestre como un hombre solo puede construir una escuela.

 

Y permíteme ser niño nuevamente para perder al pasajero de mi carretilla en las cunetas de Recus, disfrutar de los partidos en el pedregal del San Martín, ver como con Lola viene el final para mi raza vieja, y extrañar a mi madre –enferma y lejana- el primer día de carrozas en primavera, el año 66.

 

Acuérdate de mí señor...

 

Pero también del hijo de Anita, de la abuela de Juan, de los clientes de Federico Ibarra, de los indios que no aceptaron el agua del bautismo, de las mujeres de nuestro campo, de los funcionarios golondrinas, del consuegro del chilote que por él hoy también es pionero, del ruso Zozonof, con cuyos huesos aprendí anatomía, del nuevo vecino que con chapas y madera urbaniza la rivera.

 

Fueron mudos protagonistas que quieren crecer y crecer, y a los que dimos vida en los pórticos dominicales hacia el ayer que encontramos en El Sureño.

 

Acuérdate señor de todos.., cuando estés en Buenos Aires.

 

 

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