Reconstrucciones
“Cuando en este mundo mandaban ellas,
trascendió la mentira/verdad que sostenía el orden social, y comenzó la gran
revolución de los hombres”.
Mujer, golpeada y sola.
Fue en un minuto: arco de luz en el horizonte,
calco blanco y azul sobre el agua calma, bola de cristal prediciendo el pasado.
Luna llena.
Kree escapando nuevamente al asedio del sol.
Tal como lo hiciera en los albores del mundo,
cuando la tierra dejaba de ser lisa y plana, dura y seca, y el cielo estaba
mucho más bajo que hoy en día, y no se sabía del frío, la nieve y el deshielo,
en los tiempos ignorados en que las mujeres gobernaban sobre los hombres.
Pero era en aquel entonces: sobre
Los hombres debían permanecer obedientes en el
Kowi, la choza reparo en el ámbito doméstico, cuidando del fuego para asar la
carne, trabajando el cuero del guanaco o del lobo, y al cuidado de los pequeños
que las mujeres parían y olvidaban.
Si había algo importante que discutir en la
comunidad eran las mujeres las que sentadas formaban la rueda de las
deliberaciones donde nunca pero nunca podrían participar, ni siquiera asistir,
un hombre, por más fuerte que fuera e inteligente que pareciera.
Kree, laq más astuta de ellas, comprendió que
debían reservarse a perpetuidad las mujeres el dominio de la sociedad tribal, evitando toda forma de rebelión e
insumisión masculina. Kree, la temida hechicera trazó en aquella Era sin
muerte los tácitos reglamentos de la
organización secreta primigenia y por él construyeron a cierta distancia de sus
viviendas un cono de troncos de lenga en el cual podrían reunirse cada tarde.
Y cuando la noche oscura, aún sin luna, aún
sin estrellas se precipitaba sobre la tierra lisa y plana a la luz de las
fogatas, los hombres aterrorizados contemplaban como emergían de las sombras
esos seres atroces, de cabeza de corteza y variado pelaje, saltando y
brincando. De a una, en pareja, o formando largas filas; las mujeres
disfrazadas aferradas con su traje al rol asignado por la primera ideología de
la dominación que conociera
Kreen supo al fin por su esposa, la hechicera,
y otros hombres también fueron informados que esos seres descendían del cielo,
o surgían de la tierra, para encontrarse con las mujeres reunidas en
Sólo por las mujeres sabían ellos algo de la
naturaleza de este mundo mítico fantaseado pro las mujeres. Xalpen averiguaba
siempre sobre el comportamiento de los amos de casa, y otro ser del cielo o de
la tierra determinaba las tareas que el hombre debía hacer para salvar su vida;
más era Kree, la mujer luna, la gran determinante de las funciones sociales y
las mujeres, en su ámbito de poder salían turnándose y cada tanto a la
viviendas para traer los tributos del asado y llevar las noticias del
inframundo.
Todo fue así en la era sin medida, hasta que
Kreen, buen cazador y experto corredor –extenuado por la carga de un guanaco
muerto- se sentó tras unas matas muy cerca de la casa ceremonial. Y desde esa
espesura pudo asistir al diálogo que dos mujeres sostenían junto a un río,
mientras recubrían su cuerpo con el ocre y el blanco cromático de los seres
mágicos que se manifestarían algo más tarde. Tenían la burla por los hombres,
de continuo en sus labios y sus gestos. Kreen vio que eran sus hijas... y
comprendió cómo los habían engañado.
Esa noche los hombres deliberaron en secreto
en el campamento,
Así salieron con sus nudosos garrotes para que
–en la furia del engaño- golpearan una a una a sus mujeres, a sus madres, a sus hijas, a todas: ¡hasta
matarlas!
Sólo Kee tendría mejor suerte pues al ser
golpeada por su esposo sol con un leño encendido tembló a cada golpe el
firmamento, y en la vacilación de Kreen descendió el cielo para que tomara la
altura donde se la sigue viendo con el rostro quemado por el leño tizón y
perseguida infructuosamente por el vengativo sol, padre de la rebelión
masculina.
Cuando al amanecer los hombres regresaron al
campamento eran las niñas pequeñas, por ellos cuidadas con amor maternal, las
únicas mujeres sobre la tierra.
Salvadas en su inocencia, en su ignorancia del
mundo fabulado por la luna, verían al llegar a adultas como desde la enigmática
choza de los hombres, dueños ahora del secreto del engaño, harían aparecer
extraños seres antes personificados por sus madres que les infundían el temor
necesario para nunca revelarse a la autoridad masculina.
Pero cada cazador sabía que esa luna a veces
tan roja de ira alzándose sobre el horizonte en una eterna fuga del sol, se
manifestaba con la maldición de su caída.
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