“De como el autor hace memoria sobre aquellos que desde su sangre se le anticiparon en la búsqueda de representaciones sobre su pequeño mundo”.
Don Abelardo Santana se acordó del tío viejo
de aquellos años en que era pensionista del abuelo Obregón; de un viaje que
hicieron en su taxi hasta la estancia en el que hablaron –el ovejero y el
muchacho- de cosas de hombre (de cómo hoy hacen para afeitarse mejor), y que
luego le regaló una navaja arbolito que todavía conserva.
Don Antonio Kovasic recordó aquella vez en que
lo trajo para que lo viera el médico, y cómo se quedó luego en la mesa de
operaciones.
La sombra de Pedro Marcial Gutiérrez Carrillo
ha caminado junto a mis manos en estos días de primavera, yo entré a salirme de
antiguos inviernos que en la memoria recuerdan todavía su travesura en el
relato, su picardía de solterón.
Aquí está mi tío –el de la foto- llevándome de
la mano con toda la poesía que dejó en mi vida, en el cortó tiempo en que se
dejó conocer.
Hoy quiero traer una de sus historias: La
leyenda del Pájaro Chiguay, casi la única leyenda blanca que alguna vez
escuché en rondas campesinas, y a la cual hace un lustro le di verso en una
forma más libre que la que me legara mi tío, y sobre la cual ha puesto música
el folklorista patagónico Celedonio Diaz.
Fue allá por los años veinte
en campos de Filaret
invernaban en un puesto
dos huasos de Loncopué.
Ambos se llamaban Juan,
el mayor Peranchiguay,
el otro era un tal Chiguay
¿artos buenos de tomar!
quiso el destino fatal
que el alcohol se consumiera,
y para la primavera
faltaran tres meses más,
y fue cuestión de truquear,
que el azar de solución
quien tendría la misión
de salir por el sustento
y en el líquido elemento
encontrar la salvación.
El cielo se desplomaba
con la copiosa nevada
y Chiguay con damajuanas
ensilló “la colorada”,
un pangaré
de pilchero
-caballito ginebrero-
y el alazán del amigo
que esperaría el regreso
montaría por el espeso
voladero del camino.
El Tropezón, su destino,
le daría provisión
con los Susic la ocasión
sería comprar y marcharse
-¡Peranchiguay escarcharse
sin tomar, su corazón!
Cuánto esperaría en vano
regresar al compañero,
y así enloqueció el puestero
¡delirium tremens hermano!
Al pasar cuatro semanas
de no tener las noticias
de Chiguay, que en las caricias
de una india se enredara,
con la gorrita de lana
colorada que su mama
al partir le regalara
pa’resitir los inviernos,
Peranchiguay dio el eterno
primer paso de este drama.
Arrancó desabrigado
del rancho que protegía
por la bosta que encendía
su organismo desahuciado,
y perdido entre la helada
ciego blanco de la nieve,
clamo del amigo en breve:
-¿Para cuándo la litrada?
¡Chiguay, Chiguay! fue su grito
declinado y congelado
por la muerte que a su lado
lo enmudeció despacito,
pero un encanto fortuito
quiso que se convirtiera
el paisano que sufriera
en un frágil pajarito
de penacho colorado
que voló desesperado
llamando al Chiguay maldito
que lo había abandonado.
Y así anda como alma en pena
por esta Tierra del Fuego
en las noches de sosiego
el pájaro y su condena.
Se llamó Peranchiguay
pero en ave convertido
es el nombre el apellido
del que fuera Juan Chiguay
y se perdiera por ahí,
matándolo con su olvido.
y el que muriera de frío
por no morirse de sed,
por las noches suele ser
alarma entre el pueblo mío
cuando despierta el gentío
con el grito de: ¡Chiguay!
en momento en que no hay
a mano un litro de vino.
Pero cuando el ave agita
su lamento y su reclamo,
y en la puerta le dejamos
una botella fresquita
sobre la tierra se siente
que el Chiguay enmudecido
se despide agradecido
hasta la noche siguiente.
2 comentarios:
Muy buen cuento maestro Mingo, como siempre lo suyo un abrazo...
Me encantó
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