03.- LOS PUENTES DE LA MEMORIA

 

 “De como el autor hace memoria sobre aquellos que desde su sangre se le anticiparon en la búsqueda de representaciones sobre su pequeño mundo”.

 

Don Abelardo Santana se acordó del tío viejo de aquellos años en que era pensionista del abuelo Obregón; de un viaje que hicieron en su taxi hasta la estancia en el que hablaron –el ovejero y el muchacho- de cosas de hombre (de cómo hoy hacen para afeitarse mejor), y que luego le regaló una navaja arbolito que todavía conserva.

 

Don Antonio Kovasic recordó aquella vez en que lo trajo para que lo viera el médico, y cómo se quedó luego en la mesa de operaciones.

 

La sombra de Pedro Marcial Gutiérrez Carrillo ha caminado junto a mis manos en estos días de primavera, yo entré a salirme de antiguos inviernos que en la memoria recuerdan todavía su travesura en el relato, su picardía de solterón.

 

Aquí está mi tío –el de la foto- llevándome de la mano con toda la poesía que dejó en mi vida, en el cortó tiempo en que se dejó conocer.

 

Hoy quiero traer una de sus historias: La leyenda del Pájaro Chiguay, casi la única leyenda blanca que alguna vez escuché en rondas campesinas, y a la cual hace un lustro le di verso en una forma más libre que la que me legara mi tío, y sobre la cual ha puesto música el folklorista patagónico Celedonio Diaz.

 

Fue allá por los años veinte

en campos de Filaret

invernaban en un puesto

dos huasos de Loncopué.

Ambos se llamaban Juan,

el mayor Peranchiguay,

el otro era un tal Chiguay

¿artos buenos de tomar!

quiso el destino fatal

que el alcohol se consumiera,

y para la primavera

faltaran tres meses más,

y fue cuestión de truquear,

que el azar de solución

quien tendría la misión

de salir por el sustento

y en el líquido elemento

encontrar la salvación.

El cielo se desplomaba

con la copiosa nevada

y Chiguay con damajuanas

ensilló “la colorada”,

un pangaré de pilchero

-caballito ginebrero-

y el alazán del amigo

que esperaría el regreso

montaría por el espeso

voladero del camino.

El Tropezón, su destino,

le daría provisión

con los Susic la ocasión

sería comprar y marcharse

-¡Peranchiguay escarcharse

sin tomar, su corazón!

Cuánto esperaría en vano

regresar al compañero,

y así enloqueció el puestero

¡delirium tremens hermano!

Al pasar cuatro semanas

de no tener las noticias

de Chiguay, que en las caricias

de una india se enredara,

con la gorrita de lana

colorada que su mama

al partir le regalara

pa’resitir los inviernos,

Peranchiguay dio el eterno

primer paso de este drama.

Arrancó desabrigado

del rancho que protegía

por la bosta que encendía

su organismo desahuciado,

y perdido entre la helada

ciego blanco de la nieve,

clamo del amigo en breve:

-¿Para cuándo la litrada?

¡Chiguay, Chiguay! fue su grito

declinado y congelado

por la muerte que a su lado

lo enmudeció despacito,

pero un encanto fortuito

quiso que se convirtiera

el paisano que sufriera

en un frágil pajarito

de penacho colorado

que voló desesperado

llamando al Chiguay maldito

que lo había abandonado.

Y así anda como alma en pena

por esta Tierra del Fuego

en las noches de sosiego

el pájaro y su condena.

Se llamó Peranchiguay

pero en ave convertido

es el nombre el apellido

del que fuera Juan Chiguay

y se perdiera por ahí,

matándolo con su olvido.

y el que muriera de frío

por no morirse de sed,

por las noches suele ser

alarma entre el pueblo mío

cuando despierta el gentío

con el grito de: ¡Chiguay!

en momento en que no hay

a mano un litro de vino.

Pero cuando el ave agita

su lamento y su reclamo,

y en la puerta le dejamos

una botella fresquita

sobre la tierra se siente

que el Chiguay enmudecido

se despide agradecido

hasta la noche siguiente.

 

2 comentarios:

Armando Milosevic dijo...

Muy buen cuento maestro Mingo, como siempre lo suyo un abrazo...

Anónimo dijo...

Me encantó