“De cómo lo que se conocía con tantos nombres vino a identificarse sólo por su tamaño”

El nombre de nuestro río, el nombre de nuestro pueblo, se registra el 14 de enero de 1891. Antes, el hombre blanco quiso que tuviera otros  nombres: Juárez Célman, Presidente de la Nación sirvió para el bautismo por cuenta de Julio Popper; Ramón Lista más tarde pasa por el río, junto a Monseñor Fagnano entro otros, le dio el apelativo del Ministro de Guerra y Marina, y luego de la revolución del noventa pasó de Vice a Presidente... y se llamó Pellegrini.

 

Los aborígenes selknam diéronle el nombre Orroski o Hooro. Y vaya a saber que otros nombres le impusieron pueblo que, aún antes que los aborígenes que conoció el europeo, cruzaron su curso o se apostaron en su orilla.

 

El 14 de enero de 1891 el agrimensor Julio V. Díaz ingresa en el Departamento de Obras Públicas de la Nación un informe de su acción en la Isla, donde distingue nuestro río con el nombre de Grande.

 

El nombre tarda en asentarse en la documentación oficial, el natural desencuentro entre la Administración Pública y la acción de los particulares hizo aparecer en 1893, año de la muerte de Popper, un mapa del Instituto Geográfico Argentino con el nombre de Río Popper.

 

El agrimensor Díaz adhirió en su informe de la diligencia de mensura a las ideas de Popper y del Teniente O’Connor que sondeaba la desembocadura del río. Este último también llamó Grande al río y opinó públicamente que en este paraje debía instalarse el centro principal de población. Además propuso que el puerto de Río grande, situado a mil metros de la boca, fuera llamado Golondrina en recuerdo del barco que piloteaba el teniente Murúa durante el sondeo, y criticó que se permitiese a cualquiera (debe referirse a Popper) imponer nombres geográficos sin autorización oficial.

 

El protagonista del trámite centenario a partir del cual nuestro pueblo paso a denominarse como lo conocemos: Río Grande, simple uso descriptivo de su caudal y de su cauce, el agrimensor Julio V. Díaz inició sus actividades profesionales el 29 de noviembre de 1889. Aquella fecha fue contratado por la Oficina de Tierras y Colonias para que mensurara y dividiera quinientas leguas kilométricas cuadradas en la Tierra del Fuego.

 

Provisto de instrumentos, víveres y pertrechos zarpó del puerto del Riachuelo, a bordo del Villarino, el 31 de enero de 1890 con un reducido grupo de ayudantes. En Carmen de Patagones debían entregarle cuarenta caballos y treinta hombres de escolta, pero el capitán del transporte, Mayor Salvador Desimone, alegando razones de espacio sólo le permitió el embarque de  18 cabalgaduras. Díaz tuvo que resignarse. Todos murmuraban que “los indios se lo iban a comer crudo”. El Gobernador rionegrino se apiadó de la suerte del agrimensor y le regaló armas y municiones que -según el testimonio de Díaz- sólo sirvieron para cazar guanacos cuando disminuyeron las provisiones de carne.

 

Juan Esteban Belza da cuenta en su segundo tomo de En la Isla del Fuego, de los pormenores de esta empresa, hoy recordada por su carácter bautismal de nuestro río: “El Villarino se arrimó a San Sebastián sondeando por una turbonada. Resultaba imposible penetrar en la bahía y menos aun atracar frente al Páramo. Después de algunas vacilaciones se acercó lo más que pudo a la Punta de Arenas, unos kilómetros al sur del establecimiento de Popper. Con un bote desembarcaron en la playa, hombres, caballos, aparatos y víveres. Como no pudo calcularse con exactitud la velocidad con que subían y bajaban las mareas de estas costas, tuvieron que librar una carrera con la creciente y a pesar de todos los esfuerzos, el agua barrió con la mitad de las vituallas e inutilizó parte del delicado instrumental de mensuras que no se alcanzó a transportar más arriba”.

 

“Salvados los primeros escollos, el 8 de marzo, Díaz se presentaba en San Sebastián. El personal de Popper lo atendió con toda deferencia tanto a él como a sus ayudantes; Alejandro Wober, Tomás Ide, Domingo Etchart y los peones. Pero cuando se trató de asegurarse alimentos para el viaje, de acuerdo alas instrucciones del patrón, le exigieron la firma de un pagaré de mil pesos que apareció luego durante la sucesión de Popper en el inventario de sus bienes”.

 

“La comisaría local lo proveyó de cabalgaduras. El mismo subcomisario don Ramón Lucio Cortés lo acompañó en las primeras etapas del trabajo”.

 

“Muchas veces, anotará Díaz, llevó la cinta métrica para medir”.

 

“El agrimensor, a su vez, le prestó personal para algunos seguimientos que exigía el oficio de guardián del orden”.

 

Cuando la mensura avanzó camino del sur, Cortés, además de adiestras a Díaz con su experiencia lugareña, le asignó una escolta; los gendarmes Antonio Pérez y José Hahwe a las órdenes del cabo Pablo Casadey.

 

El 13 de marzo se colocó el primer mojón, una estaca de roble, cerca del cabo Espíritu Santo. Tomó las visuales de punta Catalina y el cabo Vírgenes y situó la línea divisoria con Chile de acuerdo con el artículo 3ro del tratado de 1881, que establecía como limítela meridiano de 68 grados 34 minutos a partir de un punto denominado cabo Espíritu Santo.

 

“Naturalmente Díaz  no pudo adivinar el conflicto que se iba a suscitar dos años después en la subcomisión demarcatoria y que al fin el linde se iba a correr dos minutos con treinta y ocho segundos y medio más al oeste, por acuerdo de las partes. Precisamente por esto la oficina de Tierras encargará al agrimensor Alberto Palacios de establecer una correlación entre los trabajos de Díaz y los de la subcomisión demarcatoria”.

 

Pues bien, en un informe de 65 páginas, entrado en el Departamento de Obras pública de la Nación el 14 de enero de 1891,  Julio V. Díaz describe la

 

Diligencia de Mensura del Territorio de Tierra del Fuego.

 

El trabajo se inició de norte a sur en ese marzo de 1890, hasta llegar a la margen izquierda del Río Grande cuando se junta con el mar. Como tiene allí una anchura de más de sesenta metros, por lo visto no es posible atravesarlo sino en botes.. En nuestro concepto, es el lugar más conveniente para la fundación de un pueblo en toda la costa argentina y es aquí en donde, sin pérdida de tiempo, debe establecerse la gobernación y la subprefectura marítima.

 

Si se tiene en cuenta la descripción se tendrá por hecho que se detienen en donde el río forma una rinconada, a la izquierda, y desde una sierra prosigue las mediciones. Cruza por un vado y enfila hacia el sur.

 

Es de señalar que en toda esta travesía, cerca de cuatrocientos kilómetros en tarea demarcatoria, no encuentra más gente que la de San Sebastián, no denunciando siguiera la presencia de indios.

 

Díaz afirma que mensuró un millón doscientos treinta y dos mil hectáreas, cuarenta y tres áreas, cuatro metros, plantó  125 mojones. Los informes elaborados lo convierten en un excelente observador que no descuida señalar un panorama completo en cuanto a clima, fauna y flora de los lugares recorridos.

 

Se encontraron, a posteriori, defectos en el trabajo de Díaz, este es otro tema para la historia, pero pese a sus imperfecciones sería la base de concesiones y remates de tierra que se darían de inmediato.

 

Y más tarde, sobre su lote 34, reidentificado con el número XLI, se prepararía una reserva fiscal para población donde creció lo que hoy es nuestro pueblo.

 

Es de convenir que sobre el trámite por cual por primera vez en un documento oficial se reconoce a nuestro río con el nombre de Río Grande, existiría una situación anterior de denominación pro parte de otros viajeros. Eduardo O’Connor, Teniente de la Armada que realizara el balizamiento del río el 10 de enero de 1890, y que posteriormente bautizara el Lago Fagnano remontando el río Azopardo, es uno de los que siempre lo consignó como Río Grande a nuestro principal curso de agua.

 

Monseñor Fagnano, que ya había explorado el asentamiento de su futura Misión, es probablemente también el simplificador de los nombres. Puesto que su interés paso por un río grande y un río chico.

 

La historia pasó por olvidar, como hoy nosotros pasamos por recordar, en el carácter cíclico del espíritu humano.

 

Los otros que nos precedieron le llamaban Horha, Oroski, Xorroski, Jorroskiol; la raíz del término parecer ser Hoorro: róbalo, en la lengua de los selknam. Ellos llamaban Kasen a la margen norte inmediata a la desembocadura, territorio donde está nuestro pueblo, y en la margen sur el nombre era Hoji.

 

Historia tomada de Rastros en el río, libro de mi autoría presentado el “día del corralito”. Foto aérea de Guillermo González.

 

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