El nombre de nuestro río, el nombre de nuestro
pueblo, se registra el 14 de enero de 1891. Antes, el hombre blanco quiso que
tuviera otros nombres: Juárez Célman,
Presidente de
Los aborígenes selknam diéronle el nombre
Orroski o Hooro. Y vaya a saber que otros nombres le impusieron pueblo que, aún
antes que los aborígenes que conoció el europeo, cruzaron su curso o se
apostaron en su orilla.
El 14 de enero de 1891 el agrimensor Julio V.
Díaz ingresa en el Departamento de Obras Públicas de
El nombre tarda en asentarse en la
documentación oficial, el natural desencuentro entre
El agrimensor Díaz adhirió en su informe de la
diligencia de mensura a las ideas de Popper y del Teniente O’Connor que
sondeaba la desembocadura del río. Este último también llamó Grande al río y
opinó públicamente que en este paraje debía instalarse el centro principal de
población. Además propuso que el puerto de Río grande, situado a mil metros de
la boca, fuera llamado Golondrina en recuerdo del barco que piloteaba el
teniente Murúa durante el sondeo, y criticó que se permitiese a cualquiera
(debe referirse a Popper) imponer nombres geográficos sin autorización oficial.
El protagonista del trámite centenario a
partir del cual nuestro pueblo paso a denominarse como lo conocemos: Río
Grande, simple uso descriptivo de su caudal y de su cauce, el agrimensor Julio
V. Díaz inició sus actividades profesionales el 29 de noviembre de 1889.
Aquella fecha fue contratado por
Provisto de instrumentos, víveres y pertrechos
zarpó del puerto del Riachuelo, a bordo del Villarino, el 31 de enero de 1890
con un reducido grupo de ayudantes. En Carmen de Patagones debían entregarle
cuarenta caballos y treinta hombres de escolta, pero el capitán del transporte,
Mayor Salvador Desimone, alegando razones de espacio sólo le permitió el
embarque de 18 cabalgaduras. Díaz tuvo
que resignarse. Todos murmuraban que “los indios se lo iban a comer crudo”. El
Gobernador rionegrino se apiadó de la suerte del agrimensor y le regaló armas y
municiones que -según el testimonio de Díaz- sólo sirvieron para cazar guanacos
cuando disminuyeron las provisiones de carne.
Juan Esteban Belza da cuenta en su segundo
tomo de En
“Salvados los primeros escollos, el 8 de
marzo, Díaz se presentaba en San Sebastián. El personal de Popper lo atendió
con toda deferencia tanto a él como a sus ayudantes; Alejandro Wober, Tomás
Ide, Domingo Etchart y los peones. Pero cuando se trató de asegurarse alimentos
para el viaje, de acuerdo alas instrucciones del patrón, le exigieron la firma
de un pagaré de mil pesos que apareció luego durante la sucesión de Popper en
el inventario de sus bienes”.
“La comisaría local lo proveyó de
cabalgaduras. El mismo subcomisario don Ramón Lucio Cortés lo acompañó en las
primeras etapas del trabajo”.
“Muchas veces, anotará Díaz, llevó la cinta
métrica para medir”.
“El agrimensor, a su vez, le prestó personal
para algunos seguimientos que exigía el oficio de guardián del orden”.
Cuando la mensura avanzó camino del sur,
Cortés, además de adiestras a Díaz con su experiencia lugareña, le asignó una
escolta; los gendarmes Antonio Pérez y José Hahwe a las órdenes del cabo Pablo
Casadey.
El 13 de marzo se colocó el primer mojón, una
estaca de roble, cerca del cabo Espíritu Santo. Tomó las visuales de punta
Catalina y el cabo Vírgenes y situó la línea divisoria con Chile de acuerdo con
el artículo 3ro del tratado de 1881, que establecía como limítela meridiano de
68 grados 34 minutos a partir de un punto denominado cabo Espíritu Santo.
“Naturalmente Díaz no pudo adivinar el conflicto que se iba a
suscitar dos años después en la subcomisión demarcatoria y que al fin el linde
se iba a correr dos minutos con treinta y ocho segundos y medio más al oeste,
por acuerdo de las partes. Precisamente por esto la oficina de Tierras
encargará al agrimensor Alberto Palacios de establecer una correlación entre
los trabajos de Díaz y los de la subcomisión demarcatoria”.
Pues bien, en un informe de 65 páginas,
entrado en el Departamento de Obras pública de
Diligencia de Mensura del Territorio de Tierra
del Fuego.
El trabajo se inició de norte a sur en ese
marzo de 1890, hasta llegar a la margen izquierda del Río Grande cuando se
junta con el mar. Como tiene allí una anchura de más de sesenta metros, por lo
visto no es posible atravesarlo sino en botes.. En nuestro concepto, es el
lugar más conveniente para la fundación de un pueblo en toda la costa argentina
y es aquí en donde, sin pérdida de tiempo, debe establecerse la gobernación y
la subprefectura marítima.
Si se tiene en cuenta la descripción se tendrá
por hecho que se detienen en donde el río forma una rinconada, a la izquierda,
y desde una sierra prosigue las mediciones. Cruza por un vado y enfila hacia el
sur.
Es de señalar que en toda esta travesía, cerca
de cuatrocientos kilómetros en tarea demarcatoria, no encuentra más gente que
la de San Sebastián, no denunciando siguiera la presencia de indios.
Díaz afirma que mensuró un millón doscientos
treinta y dos mil hectáreas, cuarenta y tres áreas, cuatro metros, plantó 125 mojones. Los informes elaborados lo
convierten en un excelente observador que no descuida señalar un panorama
completo en cuanto a clima, fauna y flora de los lugares recorridos.
Se encontraron, a posteriori, defectos en el
trabajo de Díaz, este es otro tema para la historia, pero pese a sus
imperfecciones sería la base de concesiones y remates de tierra que se darían
de inmediato.
Y más tarde, sobre su lote 34, reidentificado
con el número XLI, se prepararía una reserva fiscal para población donde creció
lo que hoy es nuestro pueblo.
Es de convenir que sobre el trámite por cual
por primera vez en un documento oficial se reconoce a nuestro río con el nombre
de Río Grande, existiría una situación anterior de denominación pro parte de
otros viajeros. Eduardo O’Connor, Teniente de
Monseñor Fagnano, que ya había explorado el
asentamiento de su futura Misión, es probablemente también el simplificador de
los nombres. Puesto que su interés paso por un río grande y un río chico.
La historia pasó por olvidar, como hoy
nosotros pasamos por recordar, en el carácter cíclico del espíritu humano.
Los otros que nos precedieron le llamaban
Horha, Oroski, Xorroski, Jorroskiol; la raíz del término parecer ser Hoorro:
róbalo, en la lengua de los selknam. Ellos llamaban Kasen a la margen norte
inmediata a la desembocadura, territorio donde está nuestro pueblo, y en la
margen sur el nombre era Hoji.
Historia tomada de Rastros en el río, libro de
mi autoría presentado el “día del corralito”. Foto aérea de Guillermo González.
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