UROS.3.DOC: ¡Hay que fijarse a quién se le da una mano!


¿Hay que fijarse a quién se le da una mano?

¿Qué es lo que piensas tú sobre lo que estoy diciendo?

Tal vez tengas más argumento para responderme después de que conozcas esta historia.

Aunque yo creo que cuando comience de darás cuenta de inmediato de quienes estoy hablando. Tu papá, tu finao papá, tu mamá, la difunta tía, bien te tiene que haber contado algo de la historia de estos tarambanas. Aunque cuando comience mi historia el tarambana será uno solo, y el otro no aspiraba a serlo.

El otro.(Hay un suspiro. Un cigarrillo que se enciende, una bocanada de humo que se dispara hacia un costado, y la mirada tenue que lo sigue, la mirada del narrador) El otro era un oficial de carabineros.¿Sabes lo que significa eso? En Chile significa que te revisaron los antecedentes, tuyos, de tu familia, te prepararon, te instruyeron, hiciste escuela, mostraste valor, entereza…

Y con el tiempo se convertís en orgullo de los tuyos, de tu familia, de tu barrio. El mocito aquel que vimos crecer ahora viste el uniforme verde, y como oficial. ¡Es respetado! Y en algunos casos, y por cierta gente que no falta en ningún país, también temido.

Uno de estos hermanos… ¿Yo ya había dicho qué se trataba de dos hermanos?

-Dale nomás, seguí.

Uno de estos hermanos era el que llevaba una vida tranquila, con futuro, con familia, dos hijos hermosos que ahora de grandes.. ¿Pero para que vamos a hablar de eso? El hermano tenía su hermano tarambana. Un hombre bueno, pero apartado del camino. Y a ese hermano un día quiso ayudarlo. ¡Habrá sido por lo que se lo pidió? ¡Alguna sugerencia de algún allegao? O viene al caso ahora. Pero por obra del destino un día los vimos a los dos, al tarambana y al otro, vistiendo el mismo uniforme con orgullo, uno como oficial que era, y para eso había empeñado su vida, el otro no si ni agente era, aspirante tal vez. Y así una noche les tocó compartir una guardia importante, con otros dos que se lamentaban sobre lo larga que era la noche…

Estaban los cuatro y solo uno –el tarambana- apuraba un cigarrillo como yo lo estoy haciendo ahora, lamentando de antemano que el atado le quedaran muy pocos para cubrir las urgencia de la noche. Ronda para acá, ronda para allá, y siempre el mismo tema. Uno de los que no era su hermano, que por otra parte era el encargado de los centinelas, le dijo que nada le costaba salirse de la edificación y correr hasta un baratillo cercano donde conseguiría los cigarrillos que la faltaba. Le brillaron los ojitos al tarambana, que salió y volvió rápidamente ocultando algo en la chaqueta del uniforme. Algo que con el otro centinela fue una carcajada y un beso: ¡un botellón así de grande de no cual bebida fuerte! Lo que fue un beso para dos, fue un beso para tres, y lo que fue un beso para tres terminaría por ser un beso para cuatro; cuando ya todos se reían en la fría no che del sur el responsable cayó en la irresponsabilidad del trago. ¡Y comenzó a subir la marea!

Al rato los tendríamos en dos parejas jugando al truco. Al estilo uruguayo, como se juega en el sur chileno. Y no pudiendo apostar plata, el carabinero –al menos en esos tiempos- no podía andar con un solo peso encima que pudiera incriminarlo, no pudiendo apostar por plata lo hicieron por prendas. De un lado los dos hermanos que se entendía perfectamente las señas, pero los otros dos, que habían pasado un duro invierno por Yendagaia donde habían intimado en todos los secretos que puede haber entre dos humanos, no le iban a la zaga. Entonces pasó después de muchas prueba fatal, perdido el truco en un falta envido los ganadores determinaron que debían traer una gallina del corral de la comandancia, que ellos se encargarían de encontrar bien temprano de encontrar la casa amiga donde la convertirían en cazuela.

El hermano noble pareció despabilarse, colocarse en mente nuevamente los galones, e impartir una orden de poner las cosas en su lugar, pero el tarambana se salió con el honor de la palabra empeñada, y que las deudas de juego también son deudas con la vida.

Y fue así, que mientras estaban en la singular tarea solicitada por la prenda, se encendieron linternas, sonaron silbatos, y se escucharon imperativos gritos de atención. Cosa que fue tarde para escapar para los dos hermanos, que –es lo que siempre se supuso- fueron delatados por lo ganadores.

No se cuantas mañanas cuando fueron llamados a la plaza de armas de la institución, y en presencia de toda la dotación fueron degradados, y su nombre publicado en la prensa, el del oficial, y el del tarambana.

A uno le arrancaron hasta las condecoraciones, que las había tenido; al otro no le dejaron botón ni el marrueco, y con una bayoneta le cortaron los cordones de los bototos.

-¡Terminó la historia para uno y para otro!

-Comenzó otra historia. El oficial como sabía inglés se piantó para Malvinas donde trabajó un buen tiempo, después lo tuvimos quí..

-¿Y el tarambana?

-¿Vamos a seguir hablando de gente cómo esa?

-¡Hay que fijarse a quién se le da una mano!

Uros entró a contar las monedas que tenía reservadas para comprarse un nuevo atado de cigarrillos, en una mano las monedas, en otra -la que tenía dos dedos inmovilizados- inició una cuenta mirando fijamente sus uñas en un gesto que evidenciaba que algo le estaba faltando.

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