Cuando alguien saludaba a Don Ángel de esta manera, él se llevaba una mano a la cara, como en un gesto de vergüenza, ocultaba su sonrisa, y luego con la otra mano hacía el gestó de: -"¡te voy a dar un chirlo”. Lo que marcaba cierta complicidad con quien lo había avivado. Es que no todos sabían como había sido esa historia, pero siempre alguno se la hacía notar.
Formaba parte de las primeras vivencias políticas de aquel Río Grande. Se elegía Vicepresidente de la Nación ante la muerte de quien lo había sido por dos veces: Hortensio Quijano, con ello también se renovaba representación territorial a la Cámara de Diputados de la Nación. El oficialismo tenía para este escaño a la figura del Dr. Guillot, el director del hospital, en tanto que San Juan era el eje de la oposición representada por la UCR. El padrón era escaso y conocido, los partidarios de San Juan que llevaban su nombre en la misma boleta de Crisólogo Larralde –el candidato a Vice- se dieron cuenta que había lo que hoy se llamaría un empate técnico, hasta que alguien recordó un paisano –así se le llamaba entonces a los nativos- que estaba empadronado pero que tenía un destino incierto por la zona del lago. Hubo alguien que salió a buscar ese hombre, a convencerlo, a ganar ese voto, pero en la empresa se tomaron más tiempo que el esperado. Cuando llegaron ya había cerrado el comicio, pero igual allí estaban ellos, afuera de la escuela gritando a viva voz y tal vez con algún entusiasmo líquido:
-¡Viva San Juan!
Y perdieron por un voto porque le faltaron dos: el del que salió a buscar y el del que encontraron y convencieron.
Tal vez si no se habría dado este resultado la vida hubiera cambiado un poco para este patagónico que ya estaba afincado en nuestro Río Grande, tal vez no.
Ángel San Juan había nacido en 1919 en Colonia Las Heras, provincia de Santa Cruz –un 23 de diciembre-; pero para cuando llega a nuestro lugar la comarca de origen integra la Gobernación Marítima de Comodoro Rivadavia, por imperio de las medidas de seguridad impuestas por el gobierno revolucionario de 1943, en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
Simultáneamente a su llegada arriba de Comodoro Rivadavia un maestro pampeano que había ejercido en la capital del petróleo: Isidoro Zapata; ambos se asociarán para dar vida en el pequeño pueblo a una panadería, donde Zapata puso sus ahorros, y San Juan será toda la mano de obra. ¡Don Ángel comenzaba a amasar su fortuna!
Puede ser que inicialmente su pan no marcaba grandes diferencia con el que se elaboraba hacendosamente en algunos hornos domésticos, pero el impuso una estrategia comercial que le permitió ganar espacio: el reparto. Delivery de por medio del Pan de San Juan era el que se comía en los hoteles que en ese momento de desarrollo petrolero comenzaban a tener auge.
Pero la impronta política ponía sombras en las luces de esos tiempos… El socio, hombre instruido, locuaz, ganó espacio en la Comisión de Fomento, que en tiempos de la Gobernación Marítima dejó de estar integrada por los comerciantes del lugar, para pasar a ser conformada por los jefes de las reparticiones públicas. San Juan tenía otra filiación partidaria y cuando Zapata partió con otro destino docente, el compró íntegramente la panadería que funcionaba en casa de Manuel Árias, en una calle que desde hacía poco tenia nombre: Leonardo Rosales.
Los días difíciles que condujeron al gobierno peronista, fueron días difíciles para Ángel. El cura párroco de entonces, el padre José Forgaz, registra sus temores en esos días de templos incendiados indicando en sus crónicas que aquí los templos serían: el suyo, la panadería y la farmacia. Situación que afortunadamente no se dio.
¡Aunque si, lo que se concretó en poco tiempo, fue la adquisición por parte de San Juan de la primer farmacia de Río Grande! Con ella y la panadería logró una identidad empresaria que le permitió saltos mayores a la hora de dar respuesta al progreso que venía de la mano del auge por la explotación petrolera –en manos de firmas norteamericana- y la interesante oferta del puerto libre.
Y así lo recuerdo yo, que no era más que un niño, atendiendo con Juanito Cárdenas el almacén La Flor que funcionaba en la ventosa Perito Moreno, esquina Rivadavia. Había cajones de fruta por doquier, no toda estaba en mejor estado pero la clientela podía elegir. Con el tiempo se iba acumulando la de menor calidad que pasaba a tener otro precio. La concurrencia, en buena medida femenina, vivía la alegría de andar con plata y comprar lo que era todo un lujo: frutas y verduras. Pero al llegar a la caja se regateaba jugando con alguna ocurrencia porque se sabía, quizá por el anuncio en misa, que el patrón se casaba pronto, y con una mujer joven. San Juan se reía, mientras estiraba pacenciosamente los billetes a recibía de a puñados.
¿Quién era esa joven que venía a hacer sentar cabeza a este pujante comerciante de la plaza fueguina?
Se llamaba María Carmen Vidal y había nacido como los chicos de entonces en el Hospital de Frigorífico 23 años antes. Hija del referente de Punta María, establecimiento hotelero, alto cordial en el camino al interior de la isla, y del aserradero contiguo Don Agustín Vidal, y de María Camelio Di Biassio, oriunda de Porvenir.
María recuerda que la incomodó cuando la conoció junto a su padre, ella tenia 14 años y parecía más gordita de lo que era; él hizo una alusión al caso, sobre como iba a hacer para casarla. Al tiempo San Juan estaba prendado de María.
-Yo me enganché definitivamente cuando se hizo un asado porque llegó Frondizi. El me pidió que me hiciera cargo del chimi-churri, y yo hice tantas botellas que sobraron para toda la campaña. Formaba parte del entusiasmo de vivir que tenia a su lado.
Al casarse Ángel y María fueron a vivir linderos al almacén, que al tiempo mudaría hacia otro proyecto: Minigran, el segundo supermercado con que contaría nuestro pueblo.
Para entonces ya se había levantado, lindero a donde estaba la vieja panadería –que había pasado a otras manos- la casa familiar que durante muchos años fue en Río Grande una señal de distinción arquitectónica. Luego que decidieran radicarse en Buenos Aires, albergó un tiempo al Consulado de Chile.
Pero entonces pasaron cosas vitales en la existencia de Ángel y María: vinieron los hijos: Maria Ana, Ángel Fernando, María Alejandra y Alejandro Javier, tras los cuales hoy apuntan a la vida 6 nietos.
Al filo de 1971, cuando se abordaba la última paternidad, San Juan estaba inmerso en diversas actividades comerciales. Ya había abandonado su pasión automovilística que lo llevaba a competir en cuanta carrera hubiera en el circuito urbano para probar su muñeca el algún pequeño VW de entonces.
En una sociedad nacida junto al escribano Miguel Arrufat apareció el Expreso Fueguino, y se comprometieron de alma en un proyecto que no prosperó, el de una naviera que permitiera recuperar la operatividad portuaria de nuestra localidad. Casa Mariana, funcionando en la esquina de Perito y 9 de Julio, la esquina de Mendiluce; lugar donde un día se entera que está en venta la estación de servicio, saliendo con entusiasmo –se dice a pie- a buscar a Aldo Sist para integrar el trío que asumió la responsabilidad de manejar una nueva empresa en germen: Autosur.
Desde entonces, aunque ya residiera en Buenos Aires, la presencia de San Juan se rubricaba cada día de su estadía con la exigencia a los socios de hacer mesa en la Confitería Roca, donde departían –alejados de las preocupaciones empresarias- la cotidianidad de los parroquianos.
Un día de esos fui a corroborar un dato: A poco del Concilio se había organizado en la Parroquia, hoy Salón Rainieri, un concierto utilizando a tal fin un combinando de alta fidelidad prestado por la familia San Juan. Allí llegamos para asistir a una prolija presentación de temas clásicos, sentados en los bancos dispuestos en otra posición que mirando al altar, como formando palcos. El sonido de ese equipo era cautivante, incluso para los profanos… El ambiente esta acondicionado para que no pareciera una capilla. San Juan se rió al recordar, y dijo: -Cuando yo llegué y vi lo santos tapados dije: ¿Qué pasa? Se escondieron los santos por que yo vine a la iglesia. La gente de las mesas vecinas, que prestaba oídos al buen humor de San Juan, sumaron sus risas.
Ángel San Juan falleció el 23 de septiembre de 2004, con el bajo perfil de los que vinieron en otro tiempo a este Río Grande, a hacer –en cierta medida- todo de la nada. Situación que no ha sido reconocida todavía.
En la foto, San Juan, a la derecha...
No hay comentarios:
Publicar un comentario