Entonces se había hecho usual ir hasta la misión a cargar en damajuanas el agua que estaba disponible en una pileta al frente del edificio.
El agua era buena, de producción propia, desde hacía dos décadas se canjeaba a los petroleros por gas.
Pero la codicia impuso sus códigos. Tanta presencia de gente, que incluso en los días lindos ponía sus autos en el lecho del chorrillo y allí los lavaba, llevó a tomar medidas restrictivas: El agua de la misión estaría disponible para el que la comprara por litros, y hasta se llegó a un acuerdo para su comercialización en el supermercado de la Patagonia.
De allí estos envases que ahora pueden verse en el Museo Monseñor Fagnano. Como se pensó en grande también tuvieron su producción de soda.
Pero la gente no tenía preparado el bolsillo para esto, les habrá parecido cara, o se inauguró la toma nueva de agua, y la planta construida por la empresa Degremont.
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