En estos días en que el invierno anduvo a las gambetas por
nuestro Río Grande, como suele ocurrir entre gente mayor, nos recordamos de los
pasados, siempre tan rigurosos.
Gente que llegó hace 17 años como Fernando Tropea recordaba
aquel invierno que le dio la bienvenida como un clima intenso.
Y los que peinamos canas, al igual que los que nada peinan,
hacemos memoria sobre nuestra participación en las fiestas patria de otros
días, con el simple abrigo del guardapolvo almidonado, pero con alguna trampita.
Es que se recortaba papel de diario para envolver el
calzado, entre la media y la capellada; y con las madres se adecuaba que bajo
la camisa, y sobre la interloc, fuera un envoltorio de papel de la misma
categoría, que ofrecía una protección particular.
No eran pocos los soldados que desfilaban tiritando mientras
los niños locales los miraban con curiosidad, alguno en guardia y con uniforme
histórico –hecho para otros climas- sucumbía y en algunos casos caían por el
impacto del frío persistente.
Y por supuesto están los que no creen que el diario sea tan
eficaz. Pero para ellos encontramos una prueba de su uso más allá de la Tierra
del Fuego de nuestros recuerdos.
Y así aparece lo leído en EL PAÍS DE LAS ÙLTIMAS COSAS de
Paul Auster:
“Una vez que has
comprado el diario, suponiendo que hayas conseguido uno, lo mejor es tomar una
hoja rasgarla en tiras y retorcerlas formando pequeños atados que servirán de
relleno en la punta de los zapatos, para tapar las rendijas por las que se
cuela el aire alrededor de los tobillos, o remendar los agujeros de la ropa.
Para el torso y las extremidades no hay nada mejor que hojas enteras cubriendo
unos cuantos de estos atados, mientras que para proteger el cuello lo más
efectivo es tomar aproximadamente una docena de estas tiras retorcidas y
enlazarlas entre si formando un collar. Este atuendo da un aspecto armado y
acolchado, que tiene la ventaja estética de simular la delgadez”.
Es saber que las personas en situación de calle encuentran
en el papel de diario la gran frazada.
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