LECTURAS DE FIN DE SEMANA: El mito del sol y de la luna, escrito por Arnoldo Canclini.

Los onas se autodenominaban "selknam", hombre de a pie. Eran básicamente cazadores. Habitaron en nuestra  Isla Grande de la Tierra del Fuego. 

A comienzos del siglo XX, fueron sometidos a un exterminio por los estancieros dedicados a la crianza de ovejas, y la policía, avanzada del "estado civilizadorio", que completó el daño que generaron en ellos las enfermedades portadas por el colonizador. 

Algunos pocos lograron sobrevivir dando lugar a una descendencia mestiza, más de quinientos fueguinos que reivindican su origen.. 

Una obra clásica sobre los onas surgió del tesón del antropólogo austríaco Martín Gusinde quien, en la década de 1920, convivió con los onas y presenció su ritual fundamental, elhain. 

El 1966, murió Lola Keipja, la última hechicera. 



Sus cánticos de estirpe chamánica fueron grabados por la antropófaga  francesa Anne Chapman, autora también de un importante libro sobre este pueblo. 
 Aquí honramos a los antiguos fueguinos con el recuerdo del mito que narra los orígenes de lhain, el rito de iniciación, esencial de su cosmovisión... 

Hace mucho, mucho tiempo, Krren, el Sol, y Krah, la luna, vivían en la tierra de los onas. En esa época las mujeres dominaban a los varones, a quienes trataban como a sirvientes, obligándolos a cumplir con las tareas más bajas. Entonces eran ellos los encargados de cargar los bultos, cocinar, cuidar a los bebés o acarrear el agua hasta las chozas.En determinadas ocasiones las mujeres, dirigidas por Krah, se reunían en un amplio toldo para llevar a cabo una ceremonia secreta que se llamaba hain. El hain era una especie de fiesta donde las jovencitas eran proclamadas mujeres y donde la presencia de los varones estaba prohibida. Durante el rito, las participantes se reunían alrededor del fuego y se disfrazaban: se pintaban el cuerpo con arcilla roja y blanca y se cubrían de plumas. Los hombres, mientras tanto, escuchaban los gritos y no se atrevían a acercarse por miedo a contrariar a los espíritus convocados. Pero un día tres hombres jóvenes, osados y curiosos llamados Sit, Kehke y Chechu se resolvieron a espiar a las mujeres durante el hain. Querían saber qué pasaba en la choza prohibida y develar el secreto del poder femenino. Los tres hombres se fueron acercando con sigilo, mirando atentamente a su alrededor y ocultándose cuando les parecía necesario. Al llegar junto al toldo y atisbar por entre las junturas de los cueros se dieron cuenta de la gran verdad: los temidos espíritus no eran más que sus propias mujeres, a quienes reconocieron una por una. Lleno de rabia, Sit lanzó un fuerte silbido de aviso, y todos los hombres corrieron hacia la choza donde se desarrollaba el hain provistos de piedras y palos. Todos juntos se lanzaron contra las mujeres y las golpearon hasta matarlas.
Rápidamente Krah apagó el fuego sagrado y quiso organizar la defensa, pero Krren la enfrentó, furioso por el engaño. Enceguecido, le dio fuertes golpes en la cara y la derribó sobre las brasas de la hoguera. Su enojo era tan grande que mató a su propia hija, la hermosa Tamtam. Hijas, madres, hermanas, esposas fueron ultimadas, todas menos las niñas que todavía no hablan llegado a la edad del hain. Cuando los hombres se calmaron, contemplaron desolados los despojos. Comprendieron que no podrían seguir viviendo allí y decidieron marcharse. Hombres, niños y niñas pequeñas se dirigieron hacia el Este, muy lejos, más allá de los mares, donde el mundo se acaba. Y allí se quedaron durante mucho tiempo, llorando a sus mujeres muertas y su soledad. Sólo cuando las niñas se convirtieron en jovencitas los hombres decidieron volver a su tierra para repoblarla y comenzar de nuevo. Pero la vida de los onas nunca volvió a ser la misma. Desde ese momento Krren y los hombres dispusieron que el hain fuera una ceremonia secreta de la que sólo ellos participaran. Y dominaron el mundo mientras las mujeres, privadas de la protección de Krah, fueron sometidas para siempre. Después de la derrota, Krah, desesperada de dolor y humillación, se sumergió en el mar, nadó hasta el horizonte y desde allí subió al cielo, que sería desde entonces su nueva morada. Estaba furiosa con Krren, con los hombres y con todos los espíritus masculinos, pero también se sentía ufana de ser la única que había salvado la vida. El Sol fue tras ella, burlándose de su cara manchada por los moretones y las quemaduras, pero no pudo ni podrá alcanzarla jamás. La gran persecución se repite todos los meses. Krah asoma poco a poco su rostro dolorido y se muestra por completo, clara y redonda, pero cuando divisa a Krren y comprende que él sigue dispuesto a maltratarla, comienza a esconderse hasta desaparecer. La Luna es rencorosa, recuerda siempre el tiempo en que era reina y señora y no perdona a los onas, que ayudaron a Krren a destronarla. Por eso envía desgracias a la Tierra y se lleva a los niños cuando las madres se descuidan. Los onas le tienen mucho miedo, no se alejan de sus toldos por las noches, no se unen con sus mujeres en luna llena y convocan a los hechiceros para que, con sus cantos, destruyan el influjo de Krah. Muchas veces la maldicen levantando sus puños hacia el cielo, ordenándole que se vaya y deje de enviarles tormentas y enfermedades. Ella, como si obedeciera, desaparece por unos días, pero luego, burlonamente, vuelve a asomarse. Una vez cada tanto, Krah no adelgaza sino que empieza a ponerse oscura y permanece así, como tiznada por el odio. Entonces los onas siguen el mandato de sus hechiceros y resisten ensimismados, rogando todos juntos para que pasen pronto las horas angustiosas del eclipse.

EL doctor ARNOLDO CANCLINI escritor de raigambre histórica, cristiana y fueguina es una de las pérdidas de este año 2014. Su visión morigerada de los relatos nativos adquirió gran difusión en ámbitos escolares.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Mingo!

El escritor Ricardo Rojas, quien había llegado a Ushuaia en enero de 1934 como confinado político, en su libro “Archipiélago” se refirió a la ceremonia secreta del Hain, así también como a los roles del Sol y la Luna (*), al extenderse en el relato de otro mito, el de Kuanip. En sus propias palabras, este periodista, ensayista y crítico, nos cuenta lo siguiente:

“En Hauwepen, cerca del lago Cahme (**), apareció Kuanip, héroe libertador de los onas, hace ahora mucho tiempo. Esto pasó cuando las otras tierras ignoraban la existencia de Tierra del Fuego. Los navegantes descubridores de la isla oyeron contar la epopeya de Kuanip, que después de tantos milenios aún duraba en la memoria de su raza. Como Ketzalcoatl, mexicano, el El-lal, patagónico, aquel maestro fueguino (Kuanip) enseñó muchas cosas y realizó muchas hazañas. Su epopeya simboliza el espíritu de estas islas australes”.

“Al aparecer Kuanip como un divino instructor de la Isla Grande, algunos lo creyeron hijo del Lago y de la Montaña Roja; pero en verdad era hijo de Kren, el Sol, y de Kerren, la Luna; Kren, la “persona” más hermosa del Onaisín, y Kerren, su mujer, que revelara los misterios matriarcales del primer klóketen, produciendo con ello la rebelión de los hombres. Enviado de Timáukel, Ser Supremo en quien viven todos los seres, Kuanip conocía los secretos de la naturaleza y vino a adoctrinar a los indios del Archipiélago, para libertarlos del horror antártico”.

“A semejanza de Prometeo, él (Kuanip) trajo el fuego; y por aquellas fogatas que aún ardían cuando vinieron los navegantes blancos, llamaron del Fuego a esta isla de nieves. Él encendió el hogar; él dio a las mujeres su tarea en kaus, la choza, y les enseñó a criar los hijos: la madre iría a lavar en el agua helada al recién nacido y luego lo cubriría con una untura de finísima arena emulsionada en grasa de lobo, coraza para preservarlo del frío. Así formaríase una raza fuerte”.

“El que trajo el fuego (Kuanip) realizó además, a semejanza de Hércules, numerosas hazañas, hasta hacer de esta región morada habitable para el hombre. Enseñó a fabricar en troncos de árboles la canoa y a armar el arco de agudas flechas; a cazar, a pescar, a sobar la piel del guanaco y la del lobo marino, a conocer las sendas, a husmear los rumbos, a soportar el frío, a presentir los vientos, a curar las enfermedades, a mantenerse tranquilo en la lucha y resignado en los trabajos. Para perpetuar estas enseñanzas, adoctrinó a los primeros cháanes y a los primeros kones; fundó el jaind (***), colegio del saber tradicional, e instituyó para los varones el nuevo klóketen, el del patriarcado, que persistió hasta nuestro tiempo” (Rojas, Ricardo: Archipiélago (Tierra del Fuego), Editorial Südpol, 1º Edición, Ushuaia, 2012).

(*) Ricardo Rojas se refiere en su texto al Sol como “Kren” y a la Luna como “Kerren”.
(**) Actual Lago Fagnano.
(***) Se refiere al “Hain”, la ceremonia secreta.

Un saludo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-