La misma ronda la
persona de José María Beauvoir y su rol en el desarrollo misionero en nuestro
sur, partiendo de una referencia a la instalación de la misión de LA
CANDELARIA. Fue encontrada en el interior de libro Esfinges de hielo de Alberto
M. De Agostini, también sacerdote salesiano y que adquirí hace 20 años en una
librería porteña. Una tarjeta en su interior daría cuenta de que el mismo
perteneció al Presbítero Luís Cencio.
El relato nos remonta
a la primavera de 1893, luego de la frustrada intentona de levantar una misión
en las inmediaciones del Río Grande, lugar donde no quiso entrar el capitán del
Amadeo –barco de los Menéndez- dejando a hombres y pertenencias a pasar el
invierno en San Sebastián.
Pero el 4 de noviembre entraron en la Bahía S.Sebastián. El
P.Beauvoir desembarcó y se dirigió a caballo para explorar e indicar la barra.
Más cuando las dos goletas se vieron ante las escolleras del Río Grande se
negaron a entrar. El P.Beauvoir subió al bote que se había aproximado, llegó a
bordo y alcanzó a persuadir al capitán del “Kingfisher”. Con coraje y confianza
en el ideal de su misión, después de algunas varaduras, fondearon en el Puerto
Golondrina, el 11 de noviembre. Remontaron el río hasta “Barrancos Negros” y en
dos días descargaron todos los materiales. La María Auxiliadora fue el primer
barco que surcó las aguas del río Grande.
Volvieron luego a su forzado campamento de S.Sebastián. Una
varadura en la boca les llegó 15 días de lucha. En la bahía emplearon 20 días
para cargar la “María Auxiliadora”, hostigados por un constante temporal. Los
animales fueron arreados por tierra. A principios de diciembre anclaron en la
nueva Reducción, que llamaron de “La Candelaria”. Tenían agua y lomadas para
avizorar los indios.
Después de mucho andar para encontrar y traer los indígenas
huidizos, alcanzaron a detener dos mujeres de un grupo que estaba mariscando en
la playa al Sur del Río Grande. Lograron apaciguarlas y enviadas a sus toldos
no tardaron en venir con toda la tribu. Acamparon, así, al lado de la construcción
salesiana 40 toldos. El Misionero les proveyó de cobijas y galleta. Cuando los
onas del Norte, vieron ocupado su hábitat por los del Sur, intentaron
atacarlos. El heroísmo del P. Beauvoir que se interpuso entre sus flechas,
evitó el desastre.
Vivían guanaqueando, pero muy a menudo, en vez de guanacos
traían indiecitos perdidos. Poco a poco, iban reduciéndose a la vida
sedentaria. Para aprovisionar a las dos reducciones, ya resultó pequeña la
“María Auxiliadora”. Monseñor Fagnano compró, a medias con un comerciante
piamontés, un barco de 150 toneladas. Lo llamaron “Torino”. En agosto de 1894,
ya hacía puerto en La Candelaria, después de aprovisionar a S.Rafael. La
Reducción de Río Grande fue el refugio de todos los exploradores y pioneros de
esa región fueguina. Buscando tierras de más seguridad, se había trasladado a
“Los chorrillos”, cerca de la playa.
En 1896, el Tte. De Navío Juan Alejo Martín, naufragó en la
boca del Río Grande con el famoso “Azopardo”. Navegaba con él, el jefe de la
subcomisión de límites con Chile, Tte de Fragata José M. Mascarello. Durante
los dos meses de esfuerzos para el reflotamiento, la Misión Salesiana fue su
hogar. En ella también se hospedaron todos los iniciadores de la riqueza lanera
de Tierra del Fuego, al venir a explorar sus futuras posesiones. El Presidente
Roca, visitó en 1899 la Reducción de Rawson fue luego el más generoso
colaborador de la de Río Grande.
Las epidemias, destruyeron los cuerpos sin defensas de los
aborígenes. La ambición de los arribados, emprendió también medios inhumanos.
Las “Memorias manustritas” del Capellán de la Tierra del Fuego, llegan a
escribir: “La fortuna de… mana sangre de indio por todos los poros”. La codicia
de tierras y las influencias en la Capital Federal, de ambos lados de los
Andes, pretendieron los campos de las Reducciones. Sólo la Misión de Río
Grande, perduró aminorada.
El P.Beauvoir, al nacer con el siglo XX, las primeras
poblaciones de Santa Cruz y de la Isla Grande, de dedicó a recorrerlas, y
ofrecerles su ministerio incansable. Ushuaia, Río Grande, Río Gallegos, Santa
Cruz, S.Julián, Deseado, y los caseríos del interior patagónico fueron los
hitos del heroísmo no mellado del Capellán Castrense, PRIMERO EN LA NAVEGAC ION
DEL RIO GRANDE, PRIMER MAESTRO EN LAS TIERRAS AUSTRALES, PRIMERO ENTRE LOS
MISIONEROS DE LA TIERRA DEL FUEGO. Los últimos restos de los indios canoeros
fueron por él bautizados y llorados. Y para completar estas empresas (que a sus
ánimos parecían cortas) sus expediciones llegaron a avanzar hasta el Chubut. En
1907, cuando se descubrió el petróleo en Comodoro Rivadavia, el P.Beauvoir
estuvo también en ese acontecimiento tan fausto y decisivo. Después de trotar
por todo el Territorio de San Cruz, por Las Heras, llegó hasta El Chenque. Y
allí bautizó al hijo del descubridor del oro negro, D.José Fuchs, y (como
siempre) “no habiendo mujeres en el campamento” (según reza el acta) “le puso
por madrina a María Auxiliadora”. Su féretro heroico fue honrado por dos
símbolos: el Crucifijo y la Bandera Argentina. Pocos próceres anónimos, han
merecido tan digno reconocimiento.
Crei haber satisfecho sus deseos, tan laudables y dignos de
consideración. Con mi mayor aprecio estoy siempre a sus muy gratas órdenes:
Pascual R.Paesa S.D.B.
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