15. LAS PUENTES DE LA MEMORIA o 1. EN UN VIEJO ALMACÉN. “De como hubo un momento en que se tuvo que hacer lo que no se tenía que hacer”.

 


El pueblo no tenía más que treinta mujeres.

Treinta mujeres del pueblo, entiéndase, puesteo que las otras, entre casadas, solteras y viudas no llegaban a cinco.

 

Pero tampoco los vecinos eran tantos... sobre todo los solteros que en aquel año al que llama la memoria llegaban a siete, todos empleados de comercio.

 

Yure, Lagos, Tito, Kusanovich, entre los que se puede recordar.

 

Todos empleados en las cuatro casas de comercio, mejor dicho, en tres, puesto que “Rastrillo” no invertía en personal y tenía suficiente atractivo en la clientela con su patrona trepando a la escalera del negocio para incrementar las ventas, sin más personal.

 

Rastrillo no concurría tampoco a las casas, cuando una vez al mes, o en cada relevo de las chicas –eso ocurría cada quince días-se cerraba la tertulia para los patrones.

 

Esas noches los muchachos de la barra cruzaba el río para truquear con los empleados del frigorífico, o bien raptaban gallinas para armar un tremenda cazuela en la que invariablemente era invitado el damnificado.

 

Fue en una de esas en que al vaciar un gallinero dejaron el cartel: “A partir de las 12 de la noche el gallo quedó viudo”.

 

¿Qué más podían hacer esos hombres, solos, solteros, en este confín sureño?

 

De los boliches, dos tenían cantina en los mismos establecimientos, allí de yapa, por las compras, se le daba a los paisanos  el traguito fuere, que luego invitaba a otros, estos sin pagarse. También la copa en aquellos años en que faltaban monedas y bancos, era el vuelto obligado que se prevería a los vales, dado que éstos terminaban siempre perdiéndose.

 

Para Navidad y Año Nuevo cuando todos los futres  debían pasar cristianamente la noche en familia, los muchachos festejaban en la Casas de Remolienda preferida, entre las tres que habilitó la policía.

 

En realidad las casas de la alegría  eran su lugar de reunión cinco noches a la semana, todas las que quedaban libres, puesto que la gran concurrencia campesina se daba sábados y domingos, gozando los restantes ellos –los dependientes- de la amistad de las niñas que invariablemente les eran presentadas en cada negocio por la patrona, cuando recién llegaba de Porvenir.

 

-Eran mujeres jóvenes, 18 a 20 años, no más. Me recordaba uno de esos muchachos en la Cena de Antiguos Pobladores, donde estábamos invitados y donde nació esta historia, y el amigo silenciaba la voz a cada rato para que no lo escuchara una de sus nietas.

 

Los ganaderos habían formado su club, al cual no tenían acceso, al igual que los peones y ovejeros, los chilenos, resultaba incómodo trasladarse al sur del río para distraerse en el Hotel de Roque, y un buen día decidieron pro competencia formar el Deportivo y Cultural con el cual encontraron una nueva pasión: el fútbol.

 

En la inauguración  contaron con los discos de “La Olga” y esa noche los notables bailaron sin música, también incautaron los sillones de la recepción. Aseguran los que recuerdan que habrán tenido que “afilar paraos”.

 

Entre las nueves y las diez de cada mañana se abrían los comercios y el trabajo era interrumpido hasta que se marchaba el último cliente. Había días en que esto se daba a la medianoche.

 

Fue así que para una fecha de importancia comercial, quien sabe en los carnavales o para fin de año –o para el dieciocho- los muchachos decidieron no trabajar el sábado.

 

¿Estaban disconforme con lo que ganaban?

¿No se contentaban con el increíble estímulo que a fin de año representaba la bonificación sobre las ganancias?

¿La queja era por la comida?

 

En absoluto, a pesar que faltaba, y el pollo y el vino eran de los malos; se podía comer bien, aunque a los apurones si llegaban los clientes.

 

Lo que pasaba es que desde el momento en que se enteraron que una de las Inglesas de la estancia pagaba de sus dividendos sábado inglés a los peones –aun a disgusto de los hermanos que no comprendían estos prejuicios laboristas- ellos, los dependientes, también querían descansar y disfrutar en el club en la noche del sábado.

 

Uno a uno fueron llevándolos a la comisaría.¡Hasta el sobrino de uno de los comerciantes que se había plegado a la huelga tuvo su destino!

 

Allí fueron entrevistados por la comisión de notables, los que presionaron a los primeros huelguistas del pueblo a deponer su actitud,  pero la camarilla se salió con la suya y como entraron.. salieron.

 

Desde ese día, los patrones atendían los boliches ellos solos todos los sábados por la tarde, hasta que la cosa no fue tan buena, no se ganó lo que se ganaba antes, los negocios cerraban al mediodía y no se daba comida, y nuevos empleados pidieron horas extras y se disputaron los turnos del sábado inglés, que pasó al olvido..

 

Foto. Viejo almacén de la provincia de Buenos Aires.

2 comentarios:

Armando Milosevic dijo...

Muy lindo Mingo, me trae cierta nostalgia ,no de los boliches, porque yo era un nene en esa época, pero si de lejos me imagino que fue así....

Anónimo dijo...

Me encantó!!