LOS PUENTES DE LA MEMORIA 22. “De cómo nos vale el rescatar la memoria de aquel hombre que a la vez era grande y pequeño, enérgico pero todo fragilidad”.

 


 La historia comenzó con la muerte del hacendado. Y una transacción pendiente con los curas por un conjunto de ovejas, que no pudo resolverse con la viuda. ¿Por qué? Porque la viuda lo fue por poco tiempo y escapó a su desesperación estableciendo una relación formal y continua con quien hasta aquel momento era su oculto amor: un comerciantes de esos que tenían capacidad para dar crédito a los pequeños estancieros.

 

¿Cómo cobrarían los prelados el dinero adeudado?

 

Un buen día llegaron con el director al frente a visitar el negocio del “flamante casado”, llegaron con su “listita” cargaron toda la mercadería y sobre la pregunta de cómo se pagaría, dijo el gordo sacerdote: -“Anote nomás”.

 

El trámite tácitamente encarado era propio de aquellos años, y pasaron los pedidos y los meses, el invierno y el verano, mientras l cuenta subía. El comerciante pensó que con la venta de los corderos vendría el pago, pero nada pasó; inquieto en alguna medida esperó la venta de la lana para que la situación se regularizara, pero de los curas.. ni noticias.

 

Un buen día mientras la comparsa de muchachos que estudiaban con los curas cargaba un nuevo envío, nuestro comerciante le pidió al dependiente que lo hiciera pasar a nuestro curita: -“El jefe le pide que se moleste, Padrecito...” –“No hay de que molestarse, M’hijo” – dijo y se fue para el fondo. Allí sacando palabras de no sé dónde, porque con el poder de Dios por más herejías que se cometan en la tierra, no se puede andar mal, nuestro comerciante le dio a entender que ya todos los pobladores –vendida la lana y vendida la carne- se habían puesto al día. Fue entonces cuando el voluminoso sacerdote, sin más que para disponerse a salir, se puso de pié haciendo rechinar de alivio al tosco sillón en que recibiera los argumentos del cobrante, y al llegar a la puerta de la oficina se volvió para decir  con un tuteo que cerraba el trámite: -“Te quedaste con la estancia, te quedaste con la viuda, y también te querés quedar con la plata de las ovejas”.

 

                                                        * * *

El cuento este que alguien me contó que se lo contaron, me sirve de pie para recordar al padre Aurelio Muñoz del Val, nombre insigne de la labor salesiana en la Misión de Nuestra Señora de la Candelaria, de cuyo carácter expropiativo dan cuenta cuantos lo conocieron como una particularidad suya –nunca comprendida por el Concilio Ecuménico Vaticano Segundo- de llevar adelante la caridad obligatoria para sus fieles.

 

No fui alumno del Padre Muñoz, si me gustaba escucharlo en la misa, o en las transmisiones deportivas de Radio Misión –de la que fue mentor material y espiritual- en una afición que luego llevaría a la provincia de Santa Cruz donde sería relator de automovilismo.

 

Guardo sí, algunas referencias que dibujan su personalidad, ésta que sigue fue dicha pro el Ingeniero Guarnieri la noche en que en el Campamento Central de YPF, en 1979 se recordaban los 30 años del descubrimiento de hidrocarburos en el sector argentino de la Isla Grande.

 

Yo no estaba allí, cumplía mi turno en estudios en tanto que, en exteriores, Michel Bercier y Enrique Bischof transmitían todo lo que ocurría. La prudencia ante lo histórico me llevó a grabar primero y guardar después estas palabras de aquel primer jefe de YPF en Río Grande, donde se analiza también el tema de la apropiación en aquello tiempos: “También quiero recordar la gran ayuda que nos dieron los salesianos de la Misión, no tanto material pero sí espiritual, que dispensaron a toda nuestra gente. En una oportunidad, un grupo de la sección transporte me dijo: -Ingeniero ¿no quiere venir esta noche a comer una cazuela de gallina?- Bueno, como no- les contesté. Ya en horas de la noche me fui hasta el lugar de la cita y en un galpón grande que disponían, habían hecho una gran fogata. Sobre el fuego pendía una gran olla negra de tres patas y dentro de ella varias gallinas nadaban en sustancioso caldo. Más tarde al servirlas, me decían alentándome: -Coma, coma Ingeniero, que son santas. Y yo comí sin haber prestado atención a lo que me estaban diciendo. Pero al otro día se presentó en mi oficina en el campamento base el Padre Muñoz, que por entonces era Director en la Misión Salesiana. Lo acompañaba una expresión de mayúsculo enojo que se notaba en su ceño fruncido. Sin ni siquiera decir buen día, me largó: -Ingeniero, su gente me está robando las gallinas de nuestro gallinero. Como ya había tenido otras cuestiones parecidas con anterioridad, le contesté al Padre Muñoz: -Pero Padre, Usted por todas las cosas que le faltan le echa la culpa a nuestra gente. Sin responder a mi protesta, se militó a abrirse la sotana y scar de entre sus ropas, una tremenda palanca con el sello de Y.P.F. bien grabado y me dijo: -Esto estaba parado al lado de la puerta del gallinero esta semana, y con lo cual me destrozaron el candado. El momento estaba cargado de tensión y para salir de tan difícil situación le dije: -Bueno Padre, esto viene en reciprocidad al guardaganado de fierro que Usted tiene en la entrada de la Misión. ¿De dónde lo sacó? –Ah, lo hicimos nosotros- contestó. Y yo lo seguí apurando y agregué: “.. y las manchas de petróleo que tienen los fierros, también las hicieron Ustedes? Y no tuvo más remedio que reconocer que lo había encontrado “perdido” en Caleta La Misión”.

 

* *

 

 ¿Qué cómo era el Padre Muñoz?

Intransigente muchas veces. Intolerante a veces. Imponente... y no sólo por su peso que era el lado enfermo que trataba de superar y que le generó los trastornos que pusieron su salud en vilo en más de una oportunidad.

 

Pero hay que recordar su capacidad intelectual para la cita, para ordenar y clasificar información científica:  un obsesivo cultor de la memoria, pero de la memoria de la razón. Sus alumnos hablaban de esa lucha suya por convertirlos, de hecho y de derecho, en seres pensantes. Pero además el Padre Muñoz resultaba imponente cuando trataba a la autoridad, no por que lo tratara de igual a igual, siempre se sentía que él estaba por encima de los poderosos del momento; no sé si por derechos divinos o por sentirse fiel intérprete de los sentimientos colectivos.

 

Y para muestra transcribimos lo que queda en Kayén, de agosto de 1957  cuando al visitar Río Grande el primer Gobernador bajo el imperio del Decreto-Ley 2191, alguien debió dirigirle la palabra en representación de las fuerzas vivas, y bien sea por que la mayoría era parca o temerosa, o por que el Padre Muñoz reunía toda la fuerza y toda la viveza criolla que se podía esperar  en nuestra incipiente “capital económica”, allí estuvo él con estos conceptos:

 

“Me tomo la libertad, señor Gobernador, de interpretar en este momento, el sentir del pueblo y V.E. sabrá disculpar si empleo el lenguaje de sinceridad que usamos aquí en Río Grande y hablo de los Don Camilo (risas)”.

 

“Llevo diez años en el Territorio y creo que mis palabras en este momento serán de peso (muchas risas) (146 kilos). En primer lugar, quiero manifestar la grata impresión que nos ha causado las palabras de V.E. que no solo revelan vuestra buena voluntad y sinceridad, sino también la cultura y sinceridad que poseéis y que hacen honor al arma que os formó”.

 

“Pero permítame que apoyado en la confianza que inspiraron vuestras palabras, vuelva recordando la impresión saludable que os causara la visita a Río Grande, y os insisto por esto en algo que es de capital importancia: habéis visto la pujanza del comercio y la vitalidad de esta población, en esto yo puedo opinar con libertad por que no estoy ligado a ninguna actividad que me lo impida y por que no soy comerciante (mi único comercio consiste en pedir limosnas) (risas)”.

 

“Ushuaia lejos de ser un elemento para favorecer el turismo, se convertirá en una nueva forma para poder esquilmar el pueblo de Río Grande. Por eso sostengo Excelentísimo Señor, que dada la actividad  comercial y cultural de este pueblo con el petróleo que hoy aflora en superficie, Río Grande debe estar representado en el plan administrativo en la forma que corresponda, que pide y exige la importancia de su comercio y la riqueza de su suelo (muchos aplausos)”.

 

 

No creo que muchos gobernantes hayan recibido de entrada nomás una cruda radiografía de lo que se ha hecho y de lo que hay que hacer en esta isla antes de aquel 8 de agosto de 1957 en que el pueblo de Río Grande en el sermón del Padre Muñoz entregó un petitorio de futuro al gobernador Pedro Carlos Florido... Todavía no se había designado al frente de la intendencia al Director de Kayen: René Albino Piñero, pero estamos seguros que de no haber sido clérigo el Padre Muñoz habría sido el mejor abogado de los intereses comunitarios.

 

Se cuenta que él fue el inventor de la famosa frase: Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires.

 

Mi primera conversación con el Padre Muñoz fue durante una confesión previa a mi confirmación. Yo me esperaba la peor de las penitencias de quien se nos presentaba como un “ogro, con sotana”. Solo recuerdo que esta no se dio y en su lugar un conjunto de palabras edificantes me convenció que lo importante era el arrepentimiento, que la culpa no debía estrangular mi felicidad, y que además de ello mis pecados no figuraban en el Código Penal.

 

La última vez que tuve la oportunidad de conversar con el Padre Aurelio lo hice telefónicamente luego que en cadena nacional me enterara de un premio que se otorgaran en su rol de educador. Estaba en Las Heras, y esos que siempre hablan decían que era una responsabilidad inferior a su capacidad la que estaba encarando por mandato de sus superiores, en otras palabras: que estaba castigado.

 

No se cuándo ni dónde nació, no sé.., o más bien no quise revisar mis papeles para saber cuando se murió. Supongo que los salesianos habrán preparado en su momento la conceptuosa necrológica que se merecía. Yo simplemente he querido que siga vivo: como lo esta en AGP en una callecita que nunca lo vio andar, como está en las anécdotas que lo muestran como un travieso “expropiador”.

Foto: Muñoz entre el flautista Nacaratto y el General Onganía.

 

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