ESPERANDO LA LLAMADA (Noticias de la calle Serrano)


La tía Rosario llegó a los 96 años en un mundo plano y cuadrado.

Por encima de ella se levanta como un sol un televisor que le proyecta imágenes de un mundo multicolor al que ella nunca perteneció.

Desde junio, cuando se registraron algunas descompensaciones, ha ido declinando la mirada, pero sus ojos se abrieron para encontrarse con los míos en una tarde noche magallánica, que comenzaba a despedir el 2008.

Le llovían voces a su silencio y al fin pudo decir que yo era Mingo, y no solo eso: ¡Que era el regalón! El menor de todos los sobrinos.

La tía amenazaba con convertirse de un momento a otro en la figura de mi madre que pasó por un trance parecido hace veinte años, cuando partió; pero le faltaban sus ojos grises.

Se me habló entonces de la fortaleza de su corazón, que la puede hacer vivir vaya a saber cuanto tiempo.

Desde hace unos años su mayor problema parecía ser la pérdida del gusto. Con el desgaste propio de los años sus papilas gustativas dejaron de funcionar, y para ella comer cualquier cosa no le representaba nada… nada más que alimento. No era poco el problema teniendo en cuenta que con los años se restringe en todos nosotros la posibilidad de encontrar felicidades muy complejas.

Ella ha tenido una forma de sentirse trascendente: en una agenda caída en desuso ha venido anotando las fechas vitales de la familia: nacimientos, casamientos, defunciones… de tanta gente a la que sólo conoce por la relación que tuvieron con los que ya se les fueron.

No se si desde su mundo cuadrado, su cama con el colchón antiescaras, ella ha podido continuar con esta minuciosa tarea. Cuando se le caso el primero entre sus cuatro nietos, el primero en casarse: Ivo, o cuando le fueron llegando de lejos más malas que buenas noticias.

La tía Rosario, tal vez pronto, sea llamada desde lo alto para volver a un mundo circular del cual se encuentra apartada; y entonces se la llamara –por orden del bautismo- por su verdadero nombre, y no el de Ana/Anita con el que la conocemos durante toda la vida.



* * *



La tía Anita tenía su Volé, y Valerio –aquí en Río Grande era Valentín- tenía su taxi.
Largos años en la parada de la Avenida Independencia, muy cerca del puerto de Punta Arenas.

El tío endulzaba con miel el te de cada mañana. El suyo que tomaba solo en la cocina, el de la esposa que lo recibía en la cama.

La tía bendecía esos momentos.

Valerio terminaba de estrujar su limón, y luego lo abría en cuatro dejándolo sobre la plancha de la estufa siempre encendida, para que aromatizara el ambiente en ese nuevo despertar.

Luego se despedía de Ana con un beso, y el aroma de la fruta lo mantenía presente.

Pero al poco tiempo el fruto se quemaba, y comenzaba a despedir un olor más que desagradable.

Anita debía entonces levantarse atropelladamente para impedir la carbonización del cítrico, y al mismo tiempo abril uno puerta o ventana para que la ventilación natural ayude a poner las cosas en su lugar.

Luego –sonriendo-movía la cabeza de un lado para otro, y así pasaron sus días escondiendo toda queja.

Un día le pregunté al tío si no había evaluado las consecuencias de su costumbre, y el mirándome fijamente con sus enormes ojos claros, en su tonada chilena que encubría todo pasado croata me señalo: -¡Si no hiciera eso esta veterana estaría todavía en su catre cuando yo vuelvo al medio día!

Ahora me parece que la tía debe estar sumida en un mundo de fragancias contrapuestas, donde lo dulce y lo amargo juegan el eterno juego de la vida y de la muerte.

2 comentarios:

Pali dijo...

¡¡¡Gracias Mingo!!! Este tributo que le das a aquellos para que sean recordados. Y es ese tu inmenso corazón que no tiene límites para el dar... Gracias por traerla con nosotros.

Anónimo dijo...

Mingo, realmente me llena de alegría el conocer noticias de la Tía Anita, de su fuerza con estos jóvenes 96 años.
Sabes que sos nuestro corresponsal de toda la Familia.