LA CANDELARIA - Segunda parte -










-¿Qué es eso? ¿Un barrilete?
-Algo más… es el sueño del Ícaro.
Y el Ícaro se llamaba Marino, de San Marino y sus alas se vertebraban en varillas de lenga y el sol quedaba muy alto para frenar su vuelo.
Eso sí, el primer artefacto construido para volar en la Tierra del Fuego, se deslizó plácidamente entre las dos canchas de fútbol. Tomó altura. Tensó la cuerda. El hombre desde lo alto sintió la fuerza del viento y al motor de su corazón… ensordecidamente.
Después ocurrió lo que tenía que pasar.
Los aviadores de Aerolíneas cumplían con la formalidad de volar en forma rasante las instalaciones de la Misión. Se facilitaba de esta forma la visión del lugar histórico para los pocos pasajeros que se animaban a llegar a la Isla Grande. Entonces se arrojaba sobre la escuela el diario de Buenos Aires que era muy bien recibido por la comunidad, casi tanto como el cambucho de caramelos destinado a los internos.
El acontecimiento era festejado toda vez que una dotación de voladores llegaba hasta la Escuela Aerotécnica, donde Marino Francioni se desempeñaba como coadjutor, maestro y jefe del Museo “Monseñor Fagnano”.

Y un día -con su particular buen humor- les señaló que si a él le daban medios, bien podría arrojar el diario como lo hacían ellos… con su propio avión.
Esa fue la gestación del X-1.
El nacimiento se produjo meses más tarde y la matriz fue la capilla antigua –hoy monumento histórico nacional- que por aquel entonces era simplemente un depósito de forraje.
Francioni construyó primero un barrilete en forma de avión biplano de un metro y medio de largo por otro tanto de envergadura. Tirándolo desde adelante con un trozo de hilo sisal fue ajustando las condiciones de vuelo.
Las medidas se multiplicaron por siete y ese fue el tamaño de la nave definitiva.
La tarea llevó su tiempo y el maestro aeronauta contaba con el entusiasmo de sus alumnos de primero y segundo grado. Ellos -con los planos desplegados en el suelo del depósito- fueron forrando la estructura sobre el varillaje de lenga prolijamente abulonado. Estas piezas metálicas fueron la contribución de Federico Romero, el vecino de Estancia Violeta que tenía hijos en el establecimiento.
La cabina sería para cuatro pasajeros. Cuatro suicidas, si los hubiera.
También se hicieron los cálculos para colocarle motor, con alambre se movían timones y emperajes… y al fin en el programa de actos del día de San José figuró el anuncio del primer vuelo.

Pero antes el X-1 mereció un hangar –galpón hasta entonces- y la bolsa de rayas rojas y blancas marcando la dirección del viento, como un estandarte a la intrepidez del Ícaro Marino y su propio volar.

Así fue advertida la presencia por los pilos de Aerolíneas que, luego de tirar el diario, con toda curiosidad se dirigieron de inmediato a la Misión -sin siquiera llamar por teléfono previamente- y allí… sin guardar saludo, corrieron a conocer el aeroplano.
Aquel día se hicieron las pruebas de elevación. Tiraron de la soga -entre otros- los padres José Giori y Miguel Bounicelli y por si faltaran recursos espirituales para que todo saliera bien… Monseñor Raspanti.

El barrilete volaba cautivo de sus remolcadores, a seis o siete metros de la tierra.

Después de esta presentación en sociedad, Marino fue invitado a pilotear un DC-3 durante sus evoluciones zonales. Al tiempo recibió como obsequio por la dotación de estación un libro de aeromodelismo que aun se conserva en la biblioteca escolar.

Las fiestas de San José, un regalo para el padre Giori, contaron con la evolución rectilínea de X-1 y con el gesto altivo de Francioni que prendido a las dos palancas del comando -bien abiertas a su costado para evitar golpes fatales en una probable caída- arrojó el diario sobre la concurrencia.
Un diario viejo que anunciaba un nuevo tiempo.
El X-1 tenía motor de un caballo de fuerza, se llamaba Hitler y era un magnífico percherón, hasta que fatalmente, la soga se cortó precipitando al intrépido piloto a tierra. Se dijo luego que fue por obra de San José que resultó milagrosamente ileso.
La santa porfía permitió que el planeador se armara nuevamente y dieran esta vez nuevas proporciones. Era el producto de los estudios aerodinámicos que con el libro obsequio en mano, Francioni fue corrigiendo:… ocho metros de ala,… siete y medio de largo.
Hitler quedó de lado y la tracción, la realizó en su vuelo más exitoso con el auto de Don Estaban Martínez.
Esta vez, carreteó, decoló, voló y aterrizó,… y cuando Pinola le colocara motor podría hacer su vuelo, al fin, para cuatro pasajeros.
Francioni parecía dueño del viento.
Y el viento lo traicionó.
Una tarde mientras trabajaba en el proyecto de su nuevo prototipo, el X-2 -un monoplano de motor con cabina para dos personas- un superior mandó a sacar la nave del hangar y fue colocada como un atractivo más de la labor de la escuela frente a la capilla que ya comenzaba a ser museo.
Se anunciaba la visita de autoridades que podrían ponderar muy bien su existencia.
¡Vanidad de vanidades!
El viento que cambió al norte, descoyuntó su frágil esqueleto y el X-1 -descuartizado violentamente- se azotó sobre el ripio del camino.
Marino lo vio todo desde su aula del piso superior de la escuela.
Las clases se suspendieron sin orden alguna. Los alumnos de primero y segundo que ayudaron con más entusiasmo en la tarea de construirlo, fueron los primeros en llegar al sitio del siniestro.
Y en las lágrimas de algunos ojos se reflejaron los recuerdos del gigantesco barrilete… rozando la cruz de la capilla, raspando el arco de una de las canchas de fútbol,… tirando el diario de Buenos Aires,… y un cambucho de los más ricos caramelos que comieran en su vida.

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