Ocurrió en la caleta donde con los años se intentó construir el puerto de Río Grande







Si no hubiera sido por el famoso decreto del 11 de julio, 1921 se recordaría en Río Grande -simplemente- como el año del naufragio del Piedrabuena.
El incidente ocurrió en aguas de Caleta La Misión, y sólo guarda parangón de conmoción para la capital del departamento de San Sebastián en el naufragio del Glen Cairn, catorce años en Cabo San Pablo.
El “Piedrabuena” se perdió bajo las aguas fueguinas cuando llevaba veinte años de trabajo para la gobernación.
Antes había recibido otro nombre: “Cañonera Paraná”
Así sirvió a la Armada Nacional desde 1874, dos años después de ser botada en Inglaterra. Era en su momento más trágico, un barco de cincuenta años…
Muchos fueron los momentos de gloria antes de su mutación nominal, pero hubo uno que la encuentra hermanada profundamente al historial en la bahía de Oshovia, cuando el Comodoro Lasserre izaba por primera vez en esa tierra argentina, el pabellón nacional…
En 1899, adquirida una nueva Cañonera por los aprestos militares con Chile, la Paraná fue convertida en transporte de carga. Su destino podría haber sido un largo peregrinar por la costa atlántica patagónica, pero al fin debió atender exclusivamente a la gobernación fueguina urgida de distancias.
El Piedrabuena fue el fruto de otra improvisación, a tal punto que en La Nación del 7 de junio de 1902 encontramos una referencia crítica a su funcionamiento: “… es viejo pero aun está muy utilizable, porque el casco se conserva fuerte y las máquinas en regular estado. Pues bien, a fuerza de mal trato y poco cuidado han hecho de él una ruina flotante, se le sacaron refuerzos vitales a título de despejar bodegas, se hechó abajo la cámara de oficiales para agrandar otros departamentos, no se pinta, ni se reconoce los tubos de la maquinaria, ni siquiera se le lava, porque en los depósitos de abordo no hay elementos para hacerlo, más aun, escasean las mismas materias grasas que necesita la máquina. Últimamente el Ministerio del Interior tuvo que darle anclas porque hasta eso le faltaba”.
“Abordo hay un guarda máquina de la escuadra, que no puede hacer otra cosa que ver y lamentar cómo se está destruyendo todo el material”.
“Y como si esto no bastara la fama del barco en los puertos argentinos y chilenos es desastrosa. En Punta Arenas se llamaba “buque pirata” porque es público y notorio que no paga sus deudas y ha estado, más de una vez a punto de ser embargado”.
Esto era en los principios de su adscripción a la gobernación,… imagínese cómo estaría casi veinte años después.
Soportó dos naufragios, en Brenock en 1907, en 1908 en Punta Loyola, de ambos fue reflotado y reparado con diversa prolijidad.
Así se navegaba aquel entonces en nuestro sur.
Mientras… el Piedrabuena balizó, transportó carne, presos -carne de presidio, caudales para los bancos de Ushuaia y Río Gallegos, estoicos pasajeros…
El Museo Monseñor Fagnano de la Misión de la Candelaria guarda reliquias del barco hundido y durante algún tiempo la mayor parte de la vajilla de la Escuela llevaba el sello de ese navío.
Pero antes de seguir, volvamos al año 1921, mes de abril… día 28, cuando el padre Zanchetta señalaba en el cuaderno de las crónicas que “el barco se está deshaciendo lastimosamente flotando por la playa algo de todo, cargas, equipaje, restos del buque…”
¿Qué había pasado?
Dos días antes comandada por el Capitán de Navío Máximo Kock dejaba -solamente- en la caleta una radiografía para el anciano Sikora, hermano coadjutor que moría por aquellos días y cuya tumba se encuentra en el extremo norte del viejo cementerio. El Piedrabuena traía provisiones, pero el mal tiempo llevó a la determinación de zarpar hacia Gallegos e intentar a la vuelta el operativo de atraque y descarga. El barco de 3,38 metros de calado no necesitaba de puertos en la Caleta…
Todos se salvan, pero el Piedrabuena se va a pique cuando choca contra una roca. Al percance se une la incertidumbre de alojamiento para los náufragos. Con los salesianos quedaría una señora con dos hijitas y un hijo, un señor José A. Martínez Rodríguez con su sobrino Fabián Martínez Díaz; Dos oficiales: el segundo Teniente de Fragata Pablo Astorga, el Contador Enrique Olguín. Los demás fueron llevados en autos de Jarrín y Van Aken hacia el puerto, que así se llamaba entonces a nuestro pueblo.
La tripulación acampó como pudo en las inmediaciones. Eran entre 65 y 70 hombres acomodándose de cualquier manera para dormir. El auxilio se demoró y cuando finalmente llega el buque Makinlay -nave con nombre de naúfrago – ya no tenía nada que hacer el preso de Ushuaia que sabía el oficio de buzo.
Los curitas se asustaron por la forma en que se había incrementado el carneo de animales, como bajaba el stock de harina a las puertas del invierno. Pero la situación resultaba alentadora cuando el primero de mayo -día de San José- hicieron la comunión dos hijos de náufragos, o cuando sacando optimismo de donde sólo había desesperación se festejó el cumpleaños de Ramiro -comandante del Vapor Ona- que había llegado con más buzos para emprender lo imposible: el rescate del barco hundido.
José Fadul consiguió salvar algo de lo que el barco transportaba, llevándolo en carretas hasta su comercio portuario.
Van Aken dejó inutilizado su vehículo en una de las tantas travesías que debió realizar en esos días de emergencia.
Y fue así como casi un mes después la marinería dio brillo al festejo de la fiesta patria cuando el 25 de mayo –previo reparto de tarjeta entre las autoridades riograndenses- se convocó a las diez y media al Te Deum que celebró el Padre Cencio.
A la saida de la iglesia histórica, la dotación del Piedrabuena formó para cantar el himno Nacional. El comandante hizo una alocución alusiva “en la que mostró su patriotismo y su gran corazón de marino -se lee en los cuadernos de La Candelaria- en el rancho hubo regalos para todo el mundo, vino, fruta, dos capones de más, con mate… y todo el día libre”.
Kock debió asistir también -junto con la señora del Prefecto Doña Nidia de Sosa- al padrinazgo bautismal de Héctor Jorge Van Aken Traba, hijo del comerciante tan próspero como servicial.
Los marineros permanecieron un mes más hasta que se teminó de rescatar entre las astillas del naufragio depositadas en la costa todo lo que pudiera ser útil y así partieron del frío paisaje invernal las carpas que fueron improvisando refugio para los hombres del Capitán Kock.
¿Cuál fue la responsabilidad de este marino sobre la tragedia?
El hermano Juan Asvini contribuyó a su absolución durante el juicio de responsabilidades que se le siguió. “El panadero” indicó que en un balizamiento realizado por otro transporte naval, el Vicente Fidel López, no se detectó la roca fatídica ubicada en el centro de la caleta. El comandante en agradecimiento por el testimonio esclarecedor el regaló al salesiano un cuadro de la última cena que se muestra en un lugar preferencial en el museo de la institución.
Cuando visites la vieja escuela verás en su patio -erecta- la enorme viga de uno de los mástiles del navío zozobrado. Y si lo haces en una de estas tardes de sol, subiendo hasta lo alto del Cabo Domingo, podrás ver a unos cien metros de la costa -en la zona de la caleta- la proa del navío, cuando las mareas son de 0.50 metros; pero cuando estas alcanzan el metro emergen sus dos anclas y restos del palo mayor, entre cabrestantes y algas, entre crespón de barro… También -al volver la pleamar- verás como se estrellan las olas del océano en la roca gordiana, transformada en lápida del barco centenario.

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