-Dígame amigo, ¿qué estamos haciendo aquí?
-Estamos apurando la marcha para poder entrar pronto al paraíso.
-¿De qué paraíso estamos hablando?
-Del único que existe: ¡el paraíso celestial!
-¿No le parece que estamos meando fuera del tarro? ¡El único paraíso del que tenga conocimiento existió en la tierra y se llamaba Unión Soviética!. Y ya no existe más…
-Usted crea lo que crea, o no crea en lo que no crea. Pero a la corta o la larga cruzaremos por la puerta celestial.
-¿Piensa que va a ser fácil entregarme a tan grande desatino? Ya me va a escuchar el encargado…
Y entre rezongo y rezongo, a la hora de reclamarse un cigarrillo que lo tranquilice, advierte que en su nueva situación ni siquiera tiene bolsillos donde meter la mano para rascarse. Porque se ha muerto, pero como fuera en vida, su picazón ante dilemas materiales y espirituales se mantienen vivo. Y así llega el momento en que lo recibe el encargado.
-¿Dinko Pavlov?
-¿Y quién voy a hacer?
-Simón Pedro para servirlo. Siguiendo su planilla de antecedentes aquí se consigna que Usted pese a no creer en nosotros y en la existencia ultraterrena se ha ganado –por ser buena gente- un lugar definitivo en el paraíso.
-Y dígame, sin que por esto se piense que he resignado a mis principios: ¿con qué damas he de compartir la delectación eterna?
-Me parece amigo, que Usted no esta bien informado sobre la fortuna que ha tenido en caer entre nosotros, y no en el barrio del Rojo, (advierte Simón Pedro señalando con el pulgar hacia abajo) pero si sigue insistiendo en su postura tenemos un lugar para los disconformes. ¡Le teníamos un lugarcito junto al cura Muñoz en la nube magallánica!
-¡Yo me planto en mis trece! ¿Adónde tengo que ir?
-Siga a la vuelta-, dice Simón Pedro moviendo la cabeza con resignación y algo de fastidio.
Y Dinko, remedando el gesto, se dirige hacia otra nube donde solo hay un alma. Un alma que aunque no ha ingresado aún al paraíso no esta carente de luminosidad. Superado el encandilamiento inicial, nuestro psicólogo advierte que se trata de un espíritu conocido:
-¡Manuel!,- exclama con fervor y estira un abrazo, que le es devuelto de inmediato por el poeta Manuel Zalazar que balbucea con la boca incrustada en el hombro del recién llegado, diciendo su apellido:-¡Pa, pa, Pavlov!
-¡Pachacho! ¡Qué suerte encontrarte aquí! No estar solo en este trámite absurdo, el de tratar de no entrar en un lugar que se sabe que no existe.
-¡Dinko!.- dice el poeta de Las Goteras sacando aire de no se dónde, cuando siente que se ha aflojado el abrazo.
-¡Pero tú llevas de muerto varios meses! ¿Tan largo es el trámite?.
-No se… Es que la muerte me agarró sin documentos.
*Con alguna lágrima y la nostalgia por los muchos momentos felices compartidos. Reclamamos la presencia de quien recién ha partido, con una foto donde aparecen, junto a un mostrador fueguino los que están y los que no están: Dinko y Manuel. Julio y Pavel.
2 comentarios:
si, Mingo y vos siempre con tu archivito a cuestas para las grandes y pequeñas ocasioens. ¿de cuándo será esta foto, de pelos largos? (jijiiji)
Hermosa nota, hermosa foto!
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