Ha vuelto a sus encuentros invernales Lavando Cebaduras, el programa de Radio Nacional Río Grande para el hombre de campo. Ha vuelto y los que rondamos los amaneceres nos acompañamos con su música, reiterada a veces, escueta. Eso fue lo que me vino a pasar esta mañana. El programa comienza con la voz y el relato del Dr. Adrían Bitsch, al promediar el mismo -a eso de las 7.30- ingresa Fernando Tropea el locutor de turno que lee datos del tiempo y mensajes. En la segunda media hora aparece el Dr. Fabián Zanini.
El programa tiene sus modalidades antiguas, como que lleva 35 inviernos en el éter fueguino; y una de ellas es largar el tema, anunciarlo sobre la ejecución del mismo y luego volverlo al principio. A veces ocurre que el operador no comparte las interpretaciones, o el mismo doctor ve que el tema se pone largo y lo acorta pidiendo que simplemente continúe, perdiéndose parte de la ejecucción del relato.
Yo sabía que en el control estaba Pepe Fuenzalida y al primer anuncio de Fabián que escucharísmos aquella milonga de Osiris Rodríguez Castillo, yo temí que me perdiera parte de la interpretación.
Fabián recordaba a los cuatro guitarreros que según él acompañaron toda su vida a Zitarrosa, no se si la cosa era tan así, pero yo venía transitando por Prefectura Naval, cuando derrepente la canción no siguió su marcha: ¡Pepe la volvió a colocar desde el principio!
Yo sentí que el día se me estaba regalando, traté de recordar cuales eran las cosas que venían lastimando al corazón del autor y del intérprete -orientales ambos- para que siempre me haya conmovido este poema, en alguna medida.
Entonces volqué al vehículo sobre la derecha de San Martín y seguí rumbo al Centro con menos prisa que los demás. Y allí de pronto, casi junto a un borbotón de lágrimas me vino la respuesta: es la historia de un hombre que tuvo su vida dura, pero que tuvo una parte feliz en su existencia.
Entonces poco importaba lo que se había sufrido, porque la fuerza de lo que se había tenido como contrapeso: el amor, atenuaba aun desde su soledad la dureza de la entrega, de la pérdida, o quien sabe hasta del abandono.
Cuando llegué a la radio venía pensando si un simple tema musical podía despertar en los que nos escuchan todos los días tantas sensaciones o valores como hoy lo había conseguido con esta emotiva canción. ¡Y creo que sí!
El programa terminaba y cada uno se despertaba en lo suyo.
Yo que siempre saludo con un ¡felicidad!, hoy con Pepe lo hice con un "muchas gracias"; él tal vez no lo entiendió de momento, pero a mí ya no me faltaba nada en ese día de trabajo... ¡para ser feliz!
El programa tiene sus modalidades antiguas, como que lleva 35 inviernos en el éter fueguino; y una de ellas es largar el tema, anunciarlo sobre la ejecución del mismo y luego volverlo al principio. A veces ocurre que el operador no comparte las interpretaciones, o el mismo doctor ve que el tema se pone largo y lo acorta pidiendo que simplemente continúe, perdiéndose parte de la ejecucción del relato.
Yo sabía que en el control estaba Pepe Fuenzalida y al primer anuncio de Fabián que escucharísmos aquella milonga de Osiris Rodríguez Castillo, yo temí que me perdiera parte de la interpretación.
Fabián recordaba a los cuatro guitarreros que según él acompañaron toda su vida a Zitarrosa, no se si la cosa era tan así, pero yo venía transitando por Prefectura Naval, cuando derrepente la canción no siguió su marcha: ¡Pepe la volvió a colocar desde el principio!
Yo sentí que el día se me estaba regalando, traté de recordar cuales eran las cosas que venían lastimando al corazón del autor y del intérprete -orientales ambos- para que siempre me haya conmovido este poema, en alguna medida.
Entonces volqué al vehículo sobre la derecha de San Martín y seguí rumbo al Centro con menos prisa que los demás. Y allí de pronto, casi junto a un borbotón de lágrimas me vino la respuesta: es la historia de un hombre que tuvo su vida dura, pero que tuvo una parte feliz en su existencia.
Entonces poco importaba lo que se había sufrido, porque la fuerza de lo que se había tenido como contrapeso: el amor, atenuaba aun desde su soledad la dureza de la entrega, de la pérdida, o quien sabe hasta del abandono.
Cuando llegué a la radio venía pensando si un simple tema musical podía despertar en los que nos escuchan todos los días tantas sensaciones o valores como hoy lo había conseguido con esta emotiva canción. ¡Y creo que sí!
El programa terminaba y cada uno se despertaba en lo suyo.
Yo que siempre saludo con un ¡felicidad!, hoy con Pepe lo hice con un "muchas gracias"; él tal vez no lo entiendió de momento, pero a mí ya no me faltaba nada en ese día de trabajo... ¡para ser feliz!
1 comentario:
Gracias querido por difundir cosas como estas, que lindo ver la figura del flaco tan vivo y tan lejos... Las guitarras y las milongas siguen sonando ¿Las escuchás?
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