La alborada: 1949 Escribe Oscar Domingo Gutiérrez




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En todos los años vividos en la Tierra del Fuego, y ya casi llega al cuarto de siglo entre el campo y el poblado, Francisca nunca vio tanto alboroto. Y cuando dice esa palabra, en realidad piensa: alegría. El pueblo tiene sus cosas buenas, hay tranquilidad, familiaridad, trabajo y el dinero consiguiente, pero no deja de agobiar en muchos casos ese letargo del que tanto le cuesta salir, esa sensación que la lleva a extrañar su ciudad de origen, a sentirse sin estar tan lejos en el borde mismo del mundo.

Hay años en que un carnaval se organiza mejor que otro, entonces los jóvenes y los no tan jóvenes –categoría en la que Francisca se incluye- caminan por las madrugadas con un brillo singular en los ojos. Pero lo cotidiano en materia de alboroto/alegría no existe para esta gente de trabajo que constituye la población de Río Grande, Francisca se atrevería a decir que esto ocurre sólo una vez al año cuando llegan al pueblo los esquiladores, sobre todos los de esta última comparsa de yugoslavos. Llegan hasta la casa Raful con sus cabalgaduras y sus pilcheros, traen las ropas percudidas del trabajo con la oveja, y por ello ni quieren ingresar al recinto comercial, pero reclaman para sí varias cajas de cerveza. Un par de dependientes los salen a saludar a la vereda, y al poco rato vuelven con los pedidos, los clientes aprueban o desaprueban, y finalmente –en un trámite que dura algo mas de una hora, y otra vuelta de cajones de cerveza- terminan partiendo con su ropa nueva envuelta en papel madera. Pero no irán tan lejos: en la otra esquina los esperan en el Hotel de Guerra, alguien llevó la noticia y ya les han hecho un lugar. En el patio se sacarán las viejas ropas impregnadas en lanolina,  luego pasarán a sacarse el grueso de esa grasitud en las palanganas que desfilarán constantemente, y se recubrirán con la ropa nueva, cambiando en el trámite alguna indumentaria con otros compañeros de trabajo, mas allá de lo exigente que pudieron estar en la selección hecha en la vereda del Almacén de Ramos Generales. Alguien llevará al centro de la calle, que pocos saben se llama ahora 9 de julio, toda esa ropa que al primer fósforo comienza a arder lentamente, y los trabajadores golondrina vuelven a la calle, inician una ronda por distintos bares, a una vuelta por cabeza en cada local, sabiendo que al lugar donde definitivamente quieren ir no le abrirán antes de la noche por mas plata que traigan. Al día siguiente, llegado el barco –de este o del otro lado- partirán y con ellos desaparecerá el alboroto/alegría por el resto del año.

El Hotel Argentino ha dejado de recibir a la gente de campo, a algunos de los clientes más conspicuos se les hace un lugar, en las dependencias familiares. Es que de pronto la llegada de toda esta gente, los del petróleo, ha superado las posibilidades hoteleras de la población y la situación continuará así hasta tanto no termine la construcción de su propio campamento. Los primeros en llegar visitaron los tres hoteles –Comercio, Progreso y Argentino- y también algunas pensiones; no notaron mayores ventajas de confort y cordialidad en un lugar con respecto a otro.., pero si tenían que hacer una elección esta la dieron por el nombre; era raro llamarse Argentino en un lugar donde la mayoría de la población era extranjera. Y por ello ahora esta gente de YPF va y viene a toda hora del día. Son en su mayoría jóvenes que llevan una corta pero intensa experiencia de trabajo en la Patagonia central, tutean con facilidad a todo el mundo –aquí donde nadie deja de llamar de Don- y se instalan en la cocina antes que en el comedor haciendo funcionar continuamente esta hasta ahora secreta dependencia del hotel, al ritmo de lo que ellos han impuesto en llamar “minutas”. Siempre hay alguien de YPF que se impone sobre toda rutina, porque la chica encargada se olvidó de colocar la toalla, porque esta carne congelada sabe extrañamente mejor que la fresca que se cocina en la perforación, porque se sale y se deja un mensaje para el compañero que ya debería haber venido a buscarlo. Francisca esta contenta de esta dinámica, su hermana –la soltera- también, debe coser de continuo la ruda ropa de trabajo que los operarios quieren reponer. En la planilla del hotel figuran los datos de todos cuantos han ido pasando, algunos al principio se dijeron casados, pero en nuevas visitas se fingieron solteros y hasta se sacaron la sortija luciendo desde entonces en sus manos curtidos en un pálido anillo de piel, imposible de disimular. Esta situación a Francisca la inquieta.  Pero pronto se olvida, porque hay que hacer las cuentas y con esta realidad petrolera en aletargado negocio de ayer marcha viento en popa. Y así da gusto pasar el invierno.


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Don Estanislao Leniek es un hombre, mas que disciplinado, disciplinante. Y por ello se lo encuentra casi siempre introvertido y enojado. No encuentra en su entorno gente que le responda, ni entre los subordinados, ni entre los propios jefes; a los unos manda, a los otros sugiere, pero habitualmente se equivoca: entonces los operarios sugeridos obra con mayor determinación que cuando son mandados,  y los jefes acatan con silencio las observaciones que aunque puedan aparecer fuera de tiempo, lugar y protocolo, van de la marcha de las urgencias del trabajo.

Pero Leniek como el soldado de maratón se acerca a Río Grande para traer la noticia de la batalla ganada, y a ratos en medio de los barquinazos de la chata sonríe, y a ratos murmura. El ingeniero tendría que haber estado allí, y no noviando en el pueblo. Pero en el fondo el ya sabe para que están los Ingenieros, y para que está la gente del pozo, ni uno sin otro, aunque los subordinados opinen lo contrario. Al pasar por la Misión quiere ordenar a su chofer que ingrese a ella, allí desde un teléfono se podría dar la buena nueva, pero Estanislao piensa que es una noticia demasiado importante para darla a conocer por medio de uno de esos artefactos que nunca lo hicieron sentir seguro de que en realidad lo estuvieran escuchando en el otro extremo.

Y de esa manera siguió adelante por aquel camino de tan azaroso tránsito rumbo al puerto, tratando de esquivar la mayor cantidad posible de baches, de cráteres. Hasta ahora no había acuerdo sobre la distancia a la cual se había emplazado el TF-1, algunos decían que estaba a 25 kilómetros saliendo desde el Banco Nación, otros decían que la distancia era de 30. Leniek parecía creer que el viaje de ida ira mas largo que el de vuelta, por la sencilla razón de que los conductores –en el entusiasmo por llegar al poblado- no esquivaban todas las dificultades que presentaba aquella ruta casi natural como lo hacían cuando partían rumbo al lugar de perforación. Y así llegó a la casa de los padres de la novia donde cenaba el ingeniero tocando estruendosamente la afónica bocina desde media cuadra antes por lo que a la luz de su vehículo pudo apreciar la figura de Guarnieri que, sin mayor abrigo que el que se disponía en el interior de la vivienda,  salió a su encuentro: “Ingeniero, Ingeniero tenemos petróleo en Tierra del Fuego”; y el ingeniero lo miró un poco sin saber que hacer. En un primer momento había pensado que toda esa urgencia podía estar ligada a un accidente, pero ahora las pruebas elocuentes dadas por ese hombre manchado íntegramente en su indumentaria de trabajo con los fluidos de la inyección  la hablaban de una realidad feliz: “¡El pozo está surgiendo!”.

La cena en casa de los Santomé quedó suspendida. Lisandro Guarnieri partió de inmediato junto a Estanislao Leniek para verificar los logros de aquel día memorable, pero antes pasaron por el Hotel. El Polaco no era de los habituales clientes, venía de tanto en tanto mas a comer que a alojarse –era un hombre fundamentalmente de campamento- pero el Ingeniero procuró que se lo vistiera con otra ropa. Para eso la costurera de la casa de dio a probar un par de mamelucos que terminó aquella tarde, y que debía entregar a quienes lo encargaron al día siguiente. Leniek se probó uno que creía de su talle mientras que de la cocina salían dos poderosos tazones de café para elevar la temperatura de los viajeros al Río Chico, mientras la chata continuaba en marcha. La noticia comenzó a desparramarse como un murmullo entre los parroquianos al momento en que la gente del pozo salía otra vez a la huella.

Había una extraña alegría, un alboroto incontenible, en el espíritu de todos los que se informaban de lo sucedido. Fue entonces cuando Francisca tomó la ropa impregnada de Leniek, las llevó al patio y pretendió prenderles fuego. No sabía bien que opinaría el capataz de semejante fin para sus pertenencias, pero el overol del descubridor de petróleo no ardió como ella lo imaginaba. Recapacitó y buscó en los bolsillos si había algo que se podía preservar, y no encontró nada. Entonces tomó algo de kerosene de la lámpara y ya segura atravesó la noche una vez mas hasta el centro del patio.


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El descubrimiento del 17 de junio de 1949 equiparó las posibilidades de desarrollo entre la Tierra del Fuego chilena y argentina. En el vecino país desde 1943 la Corporación de Fomento formalizó contratos con la United Geophisical Cº, con lo que ingenieros norteamericanos iniciaron sistemáticamente las tareas de exploración que llevaron al surgimiento de petróleo el 29 de diciembre de 1945 en Springhill. Los informes inmediatos hablaban de un petróleo parafínico, liviano, peso específico 0,79 a 82, libre de azufre. Aquella primera perforación exitosa a 2.258 metros  en la entraña fueguina.

La región magallánica había registrado presencia petrolera ya en 1911, pero tales hallazgos en la zona continental no alumbraron de inmediato un desarrollo equivalente al logrado en la argentina Comodoro Rivadavia, cuatro años antes. A todo esto contribuyó una serie de situaciones propias del aventurerismo que cundía en estas regiones australes, llevando el descrédito sobre las posibilidades de este recurso. Fue cuando la Compañía Patagónica Consolidada anunció el descubrimiento en condiciones de explotación de una pozo en la zona de Leña Dura, al sur de Punta Arenas, movilizando el interés de los inversionistas que se sintieron maravillados por la posibilidad de obtener entre dos mil y tres mil barriles diarios, lo que de inmediato motivó la venta de varios miles de acciones de la firma. Pero todo no pasó de ser un fraude, el Ingeniero mentor de esta trama había hecho traer petróleo en barco, fabricó un depósito y mediante un sistema de tuberías procedió a su bombeo. El Ingeniero y su ayudante partieron prestos rumbo a Río Gallegos, pero la colaboración de las autoridades argentinas los devolvió a Magallanes donde se inició un proceso que no permitió la recuperación del dinero invertido, y llevó el descrédito a la actividad.

Pero los hallazgos definitivos en medio de la Segunda Guerra Mundial que tanta orfandad de recursos mostró en nuestros países periféricos, alumbró otra realidad: crecía en torno a la zona de Manantiales un área de explotación, y ya no eran tantos los jóvenes del vecino país que llegaban al territorio argentino buscando trabajo, y hasta se daba cierto estudiado retorno de los inmigrantes que llevaban sus años aquí y que veían el mayor progreso del otro lado del alambre.

El tema era motivo de conversación frecuente en los cenáculos públicos del Río Grande pastoril que arrastraba una existencia informal desde hacía medio siglo. Nacido como puerto para la gran producción ovina de las estancias de José Menéndez, ampliado su potencial comercial con el funcionamiento en 1917 de un frigorífico en la margen sur del río, la población fueguina poco sabía de la presencia del Estado como factor de desarrollo. La Policía, el Juzgado, la Receptoría de Rentas de Aduana, la Ayudantía Marítima eran organismos de control, mas no de fomento; aunque residía en el espíritu de las autoridades nacionales y navales que desde 1943 habían dado a la Tierra del Fuego el rango de  Gobernación Marítima, la urgencia de dinamizar el progreso mediante un acelerado plan de obras públicas, y la explotación de los recursos naturales.

Algo similar a lo que ocurriera en la Patagonia central con la conformación de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia.

De esa forma Río Grande había visto llegar a la Comisión de Minerales Sólidos y Combustibles, interesados en el aprovechamiento del carbón y la turba; y por fin –por que no se podía esperar mas- la de los primeros hombres de Yacimientos Petrolíferos Fiscales.



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Ni Lisandro Guarnieri, ni Estanislao Leniek miraron el cuentakilómetros en el viaje que emprendieron aquella noche rumbo al Río Chico donde se había producido la irrupción del TF-1 en la historia fueguina. Pero nos animamos a pensar que la distancia se acortó sin medir el tamaño de los baches, y arriesgando la resistencia de la suspensión de la chatita.

En el trayecto la noche les fue mostrando las débiles luces del Campamento inaugurado sobre tierras que les cediera en uso la Armada Nacional, una Misión Salesiana totalmente dormida en esos días en que las vacaciones invernales los tenía sin los alumnos de su novísimo proyecto de Escuela Agropecuaria, un cabo Domingo ominoso a la derecha del camino en su tramo más pantanoso, y el puente sobre el Río Chico, raro rasgo de modernidad –con su estructura de cemento- que los colocó a la altura del pozo emergente.

Allí el ingeniero pudo determinar que se trataba de gas.

El 22 de junio el Dr. Horacio A Díaz, desde su condición de geólogo, produciría un parte semanal de las actividades desarrolladas del 13 al 18 de junio, donde se registra que la profundidad alcanzada fue de 2071,50 metros  en el momento que se dio por terminada la perforación. “Pozo cerrado. No se pudo efectuar mediciones de caudal de gas por falta de un tubo Pitot”.  Para el día 21, teniendo el pozo las siguientes presiones: Entre columnas 150 atmósferas, Boca pozo 150, se procedió a medir el caudal; pero como los valores resultaron algo inferiores a los obtenidos en las mediciones del día 7 de junio se repitió la operación el 22...”

 Había llegado el momento de pasar de la euforia a la calculada medida de las posibilidades de explotación de aquel descubrimiento; pocos imaginaban entonces que el mismo pozo diez años después traería al cercano pueblo la bendición del gas natural, un pueblo con bosques de leña cada vez más lejana, y carbón navegado. Pocos sabrían a fines de siglo la plena continuidad productiva de aquel sitio.

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