En todos los años vividos en la Tierra del Fuego, y ya casi
llega al cuarto de siglo entre el campo y el poblado, Francisca nunca vio tanto
alboroto. Y cuando dice esa palabra, en realidad piensa: alegría. El pueblo
tiene sus cosas buenas, hay tranquilidad, familiaridad, trabajo y el dinero
consiguiente, pero no deja de agobiar en muchos casos ese letargo del que tanto
le cuesta salir, esa sensación que la lleva a extrañar su ciudad de origen, a
sentirse sin estar tan lejos en el borde mismo del mundo.
Hay años en que un carnaval se organiza mejor que
otro, entonces los jóvenes y los no tan jóvenes –categoría en la que Francisca
se incluye- caminan por las madrugadas con un brillo singular en los ojos. Pero
lo cotidiano en materia de alboroto/alegría no existe para esta gente de
trabajo que constituye la población de Río Grande, Francisca se atrevería a
decir que esto ocurre sólo una vez al año cuando llegan al pueblo los
esquiladores, sobre todos los de esta última comparsa de yugoslavos. Llegan
hasta la casa Raful con sus cabalgaduras y sus pilcheros, traen las ropas
percudidas del trabajo con la oveja, y por ello ni quieren ingresar al recinto
comercial, pero reclaman para sí varias cajas de cerveza. Un par de
dependientes los salen a saludar a la vereda, y al poco rato vuelven con los
pedidos, los clientes aprueban o desaprueban, y finalmente –en un trámite que dura
algo mas de una hora, y otra vuelta de cajones de cerveza- terminan partiendo
con su ropa nueva envuelta en papel madera. Pero no irán tan lejos: en la otra
esquina los esperan en el Hotel de Guerra, alguien llevó la noticia y ya les
han hecho un lugar. En el patio se sacarán las viejas ropas impregnadas en
lanolina, luego pasarán a sacarse el
grueso de esa grasitud en las palanganas que desfilarán constantemente, y se
recubrirán con la ropa nueva, cambiando en el trámite alguna indumentaria con
otros compañeros de trabajo, mas allá de lo exigente que pudieron estar en la
selección hecha en la vereda del Almacén de Ramos Generales. Alguien llevará al
centro de la calle, que pocos saben se llama ahora 9 de julio, toda esa ropa
que al primer fósforo comienza a arder lentamente, y los trabajadores
golondrina vuelven a la calle, inician una ronda por distintos bares, a una
vuelta por cabeza en cada local, sabiendo que al lugar donde definitivamente
quieren ir no le abrirán antes de la noche por mas plata que traigan. Al día
siguiente, llegado el barco –de este o del otro lado- partirán y con ellos
desaparecerá el alboroto/alegría por el resto del año.
El Hotel Argentino ha dejado de recibir a la gente
de campo, a algunos de los clientes más conspicuos se les hace un lugar, en las
dependencias familiares. Es que de pronto la llegada de toda esta gente, los
del petróleo, ha superado las posibilidades hoteleras de la población y la
situación continuará así hasta tanto no termine la construcción de su propio
campamento. Los primeros en llegar visitaron los tres hoteles –Comercio,
Progreso y Argentino- y también algunas pensiones; no notaron mayores ventajas
de confort y cordialidad en un lugar con respecto a otro.., pero si tenían que
hacer una elección esta la dieron por el nombre; era raro llamarse Argentino en
un lugar donde la mayoría de la población era extranjera. Y por ello ahora esta
gente de YPF va y viene a toda hora del día. Son en su mayoría jóvenes que
llevan una corta pero intensa experiencia de trabajo en la Patagonia central,
tutean con facilidad a todo el mundo –aquí donde nadie deja de llamar de Don- y
se instalan en la cocina antes que en el comedor haciendo funcionar
continuamente esta hasta ahora secreta dependencia del hotel, al ritmo de lo
que ellos han impuesto en llamar “minutas”. Siempre hay alguien de YPF que se
impone sobre toda rutina, porque la chica encargada se olvidó de colocar la
toalla, porque esta carne congelada sabe extrañamente mejor que la fresca que
se cocina en la perforación, porque se sale y se deja un mensaje para el
compañero que ya debería haber venido a buscarlo. Francisca esta contenta de
esta dinámica, su hermana –la soltera- también, debe coser de continuo la ruda
ropa de trabajo que los operarios quieren reponer. En la planilla del hotel
figuran los datos de todos cuantos han ido pasando, algunos al principio se
dijeron casados, pero en nuevas visitas se fingieron solteros y hasta se
sacaron la sortija luciendo desde entonces en sus manos curtidos en un pálido
anillo de piel, imposible de disimular. Esta situación a Francisca la
inquieta. Pero pronto se olvida, porque
hay que hacer las cuentas y con esta realidad petrolera en aletargado negocio
de ayer marcha viento en popa. Y así da gusto pasar el invierno.
2
Don Estanislao Leniek es un hombre, mas que
disciplinado, disciplinante. Y por ello se lo encuentra casi siempre
introvertido y enojado. No encuentra en su entorno gente que le responda, ni
entre los subordinados, ni entre los propios jefes; a los unos manda, a los
otros sugiere, pero habitualmente se equivoca: entonces los operarios sugeridos
obra con mayor determinación que cuando son mandados, y los jefes acatan con silencio las
observaciones que aunque puedan aparecer fuera de tiempo, lugar y protocolo,
van de la marcha de las urgencias del trabajo.
Pero Leniek como el soldado de maratón se acerca a
Río Grande para traer la noticia de la batalla ganada, y a ratos en medio de
los barquinazos de la chata sonríe, y a ratos murmura. El ingeniero tendría que
haber estado allí, y no noviando en el pueblo. Pero en el fondo el ya sabe para
que están los Ingenieros, y para que está la gente del pozo, ni uno sin otro,
aunque los subordinados opinen lo contrario. Al pasar por la Misión quiere ordenar a su
chofer que ingrese a ella, allí desde un teléfono se podría dar la buena nueva,
pero Estanislao piensa que es una noticia demasiado importante para darla a
conocer por medio de uno de esos artefactos que nunca lo hicieron sentir seguro
de que en realidad lo estuvieran escuchando en el otro extremo.
Y de esa manera siguió adelante por aquel camino de
tan azaroso tránsito rumbo al puerto, tratando de esquivar la mayor cantidad
posible de baches, de cráteres. Hasta ahora no había acuerdo sobre la distancia
a la cual se había emplazado el TF-1, algunos decían que estaba a 25 kilómetros
saliendo desde el Banco Nación, otros decían que la distancia era de 30. Leniek
parecía creer que el viaje de ida ira mas largo que el de vuelta, por la
sencilla razón de que los conductores –en el entusiasmo por llegar al poblado-
no esquivaban todas las dificultades que presentaba aquella ruta casi natural
como lo hacían cuando partían rumbo al lugar de perforación. Y así llegó a la
casa de los padres de la novia donde cenaba el ingeniero tocando
estruendosamente la afónica bocina desde media cuadra antes por lo que a la luz
de su vehículo pudo apreciar la figura de Guarnieri que, sin mayor abrigo que
el que se disponía en el interior de la vivienda, salió a su encuentro: “Ingeniero, Ingeniero
tenemos petróleo en Tierra del Fuego”; y el ingeniero lo miró un poco sin saber
que hacer. En un primer momento había pensado que toda esa urgencia podía estar
ligada a un accidente, pero ahora las pruebas elocuentes dadas por ese hombre
manchado íntegramente en su indumentaria de trabajo con los fluidos de la
inyección la hablaban de una realidad
feliz: “¡El pozo está surgiendo!”.
La cena en casa de los Santomé quedó suspendida.
Lisandro Guarnieri partió de inmediato junto a Estanislao Leniek para verificar
los logros de aquel día memorable, pero antes pasaron por el Hotel. El Polaco
no era de los habituales clientes, venía de tanto en tanto mas a comer que a
alojarse –era un hombre fundamentalmente de campamento- pero el Ingeniero
procuró que se lo vistiera con otra ropa. Para eso la costurera de la casa de
dio a probar un par de mamelucos que terminó aquella tarde, y que debía
entregar a quienes lo encargaron al día siguiente. Leniek se probó uno que
creía de su talle mientras que de la cocina salían dos poderosos tazones de
café para elevar la temperatura de los viajeros al Río Chico, mientras la chata
continuaba en marcha. La noticia comenzó a desparramarse como un murmullo entre
los parroquianos al momento en que la gente del pozo salía otra vez a la
huella.
Había una extraña alegría, un alboroto incontenible,
en el espíritu de todos los que se informaban de lo sucedido. Fue entonces
cuando Francisca tomó la ropa impregnada de Leniek, las llevó al patio y
pretendió prenderles fuego. No sabía bien que opinaría el capataz de semejante
fin para sus pertenencias, pero el overol del descubridor de petróleo no ardió
como ella lo imaginaba. Recapacitó y buscó en los bolsillos si había algo que
se podía preservar, y no encontró nada. Entonces tomó algo de kerosene de la
lámpara y ya segura atravesó la noche una vez mas hasta el centro del patio.
3
El descubrimiento del 17 de junio de 1949 equiparó
las posibilidades de desarrollo entre la Tierra del Fuego chilena y argentina. En el
vecino país desde 1943 la
Corporación de Fomento formalizó contratos con la United Geophisical
Cº, con lo que ingenieros norteamericanos iniciaron sistemáticamente las tareas
de exploración que llevaron al surgimiento de petróleo el 29 de diciembre de
1945 en Springhill. Los informes inmediatos hablaban de un petróleo parafínico,
liviano, peso específico 0,79
a 82, libre de azufre. Aquella primera perforación
exitosa a 2.258 metros en la entraña fueguina.
La región magallánica había registrado presencia
petrolera ya en 1911, pero tales hallazgos en la zona continental no alumbraron
de inmediato un desarrollo equivalente al logrado en la argentina Comodoro
Rivadavia, cuatro años antes. A todo esto contribuyó una serie de situaciones
propias del aventurerismo que cundía en estas regiones australes, llevando el
descrédito sobre las posibilidades de este recurso. Fue cuando la Compañía Patagónica
Consolidada anunció el descubrimiento en condiciones de explotación de una pozo
en la zona de Leña Dura, al sur de Punta Arenas, movilizando el interés de los
inversionistas que se sintieron maravillados por la posibilidad de obtener
entre dos mil y tres mil barriles diarios, lo que de inmediato motivó la venta
de varios miles de acciones de la firma. Pero todo no pasó de ser un fraude, el
Ingeniero mentor de esta trama había hecho traer petróleo en barco, fabricó un
depósito y mediante un sistema de tuberías procedió a su bombeo. El Ingeniero y
su ayudante partieron prestos rumbo a Río Gallegos, pero la colaboración de las
autoridades argentinas los devolvió a Magallanes donde se inició un proceso que
no permitió la recuperación del dinero invertido, y llevó el descrédito a la
actividad.
Pero los hallazgos definitivos en medio de la Segunda Guerra
Mundial que tanta orfandad de recursos mostró en nuestros países periféricos,
alumbró otra realidad: crecía en torno a la zona de Manantiales un área de
explotación, y ya no eran tantos los jóvenes del vecino país que llegaban al
territorio argentino buscando trabajo, y hasta se daba cierto estudiado retorno
de los inmigrantes que llevaban sus años aquí y que veían el mayor progreso del
otro lado del alambre.
El tema era motivo de conversación frecuente en los
cenáculos públicos del Río Grande pastoril que arrastraba una existencia
informal desde hacía medio siglo. Nacido como puerto para la gran producción
ovina de las estancias de José Menéndez, ampliado su potencial comercial con el
funcionamiento en 1917 de un frigorífico en la margen sur del río, la población
fueguina poco sabía de la presencia del Estado como factor de desarrollo. La Policía, el Juzgado, la Receptoría de Rentas de
Aduana, la
Ayudantía Marítima eran organismos de control, mas no de
fomento; aunque residía en el espíritu de las autoridades nacionales y navales
que desde 1943 habían dado a la
Tierra del Fuego el rango de
Gobernación Marítima, la urgencia de dinamizar el progreso mediante un
acelerado plan de obras públicas, y la explotación de los recursos naturales.
Algo similar a lo que ocurriera en la Patagonia central con la
conformación de la
Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia.
De esa forma Río Grande había visto llegar a la Comisión de Minerales
Sólidos y Combustibles, interesados en el aprovechamiento del carbón y la
turba; y por fin –por que no se podía esperar mas- la de los primeros hombres
de Yacimientos Petrolíferos Fiscales.
4
Ni Lisandro Guarnieri, ni Estanislao Leniek miraron
el cuentakilómetros en el viaje que emprendieron aquella noche rumbo al Río
Chico donde se había producido la irrupción del TF-1 en la historia fueguina.
Pero nos animamos a pensar que la distancia se acortó sin medir el tamaño de
los baches, y arriesgando la resistencia de la suspensión de la chatita.
En el trayecto la noche les fue mostrando las
débiles luces del Campamento inaugurado sobre tierras que les cediera en uso la Armada Nacional,
una Misión Salesiana totalmente dormida en esos días en que las vacaciones
invernales los tenía sin los alumnos de su novísimo proyecto de Escuela
Agropecuaria, un cabo Domingo ominoso a la derecha del camino en su tramo más
pantanoso, y el puente sobre el Río Chico, raro rasgo de modernidad –con su
estructura de cemento- que los colocó a la altura del pozo emergente.
Allí el ingeniero pudo determinar que se trataba de
gas.
El 22 de junio el Dr. Horacio A Díaz, desde su
condición de geólogo, produciría un parte semanal de las actividades
desarrolladas del 13 al 18 de junio, donde se registra que la profundidad
alcanzada fue de 2071,50
metros en el
momento que se dio por terminada la perforación. “Pozo cerrado. No se pudo
efectuar mediciones de caudal de gas por falta de un tubo Pitot”. Para el día 21, teniendo el pozo las
siguientes presiones: Entre columnas 150 atmósferas, Boca pozo 150, se procedió
a medir el caudal; pero como los valores resultaron algo inferiores a los
obtenidos en las mediciones del día 7 de junio se repitió la operación el
22...”
Había llegado
el momento de pasar de la euforia a la calculada medida de las posibilidades de
explotación de aquel descubrimiento; pocos imaginaban entonces que el mismo
pozo diez años después traería al cercano pueblo la bendición del gas natural,
un pueblo con bosques de leña cada vez más lejana, y carbón navegado. Pocos
sabrían a fines de siglo la plena continuidad productiva de aquel sitio.
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