Hacía mucho frío esa mañana de 1947, cuando nació José, el
primero de los cinco hijos de Don Soto. Ushuaia era solo un caserío recostado a
la sombra de los Andes, con el Beagle a sus pies.
¿Frío?, ¿qué frío?. Si corría como el viento, riéndose a carcajadas cuando iba para la Escuela No. 1, patinando cada tres zancadas y recogiendo sin parar una bola de nieve para tirársela a Miguelito, que corría delante de él, también riéndose del mundo sin parar.
Su vida transcurría sin sobresaltos, salvo el terremoto del '49, que según le contaba el padre se abrió una zanja en la calle de la costa y se doblaron algunas casas, que enderezaron con poco esfuerzo, los viejos amigos del padre, en esa Ushuaia solidaria.
Entonces llegó el verano del '64, casi 17 años recién cumplidos, noviaba con Alicia hacia unos meses y casi sin quererlo la vida lo puso ante el desafío de ser padre.
Como no hay mal que por bien no venga, como decía la Abuela, en Vialidad Nacional necesitaban un ayudante para el taller y ya lo conocía todo el pueblo a José, buen pibe, buen alumno, gustoso cortaba leña para la salamandra, acarreaba los bidones de gasoil para la cocina económica, se hacía unos pesos cuando llegaba el barco y faltaban brazos fuertes para descargar las bodegas, no le hacia asco al laburo, decía Don Soto.
Empezaba el año 1965. Los 18 años lo encontraron feliz, hijo hermoso en los brazos, (lo bautizaron Juan, como el abuelo), trabajo fijo en Vialidad Nacional, nada menos..
El laburo le permitía hacer lo que mas le gustaba, jugar al fútbol en la canchita del Buena Esperanza, el Torneo de las Reparticiones, con todos sus amigos, sus pares, que orgullosos empleados de reparticiones nacionales, al igual que él, se jugaban la vida por su camiseta. Estaban los equipos de Entel, Encotel, YPF, Ifona, Aduana, Puertos, Juzgado Federal.
Se pasaron rápido esos años. Del taller pasó a las máquinas motoniveladoras, primero como ayudante y después despacito se las dejaron manejar y descubrió que eso era lo que quería hacer toda la vida. Lo único malo eran las quincenas que le tocaba vivir en Rancho Hambre, lejos de Alicia y de Juan que había crecido casi sin darse cuenta. Eso si que era frío, sobretodo cuando tenía que poner las cadenas de noche para mantener limpio el Paso Garibaldi,.cuantos sustos se había dado en la primera curva, la que da al Lago Escondido, negra como la noche, se veían chiquitas las luces de los Bronzo allá abajo, se acordaba de una historia de máquinas desbarrancadas y se le habrían mas los ojos, pero sin aflojar ni un día, abrió el camino, desencajó camiones y muchas veces, mas de las que puede recordar, las chatas del pueblo no podían llegar y le agregó un poco mas de agua y arroz al guiso.
Ni una queja, ni un lamento, era un orgulloso empleado de la Nación, hecho y derecho.
Parecía mentira, Juan había cumplido los 16, terminaba el secundario ese año de 1981 y Miguel, su amigo de la infancia, de la misma edad, le contó que en Gobierno, necesitaban cadetes, el laburo era fácil, con lo que le habían enseñado en el José Martí, les sobraba, cuanto tendrían que agradecer a ese profesor de Contabilidad y a la de Castellano que les inculcó ortografía y redacción!
La Casa de Gobierno, inaugurada unos años antes era hermosa, calentita, losa radiante, con vista al mar o a la montaña, a Miguel le toco el mar y a Juan la montaña..se trabajaba cómodo, 30 días de vacaciones de verano, en invierno solo 10 días, que Juan aprovechaba para acompañar al viejo cebándole mates en la máquina, que todavía después de 20 años seguía operando sin parar.
Le daba un poco de vergüenza decirle al padre cuanto ganaba, o que trabajaba sólo 7 horas, de lunes a viernes. El hermano de Miguel, que no había podido entrar a gobierno, consiguió laburo en el almacén del Tano, y Pedro, el de la vuelta de su casa, consiguió trabajo en una empresa constructora. Se sentía un poco culpable cuando ellos le decían "...vos si que tenés la vaca atada", buen sueldo, vacaciones pagas, obra social, jubilación a los 55 años y más.
Y era cierto, cuando vino la crisis, el almacén del Tano cerró, la constructora quebró y sus amigos quedaron en la calle.
La crisis en el cucurucho se reflejó en que los sueldos se pagaban unos días más tarde, que mal! José se bancó las rutas y Juan los Gobiernos y así pasaron 25 inviernos.
Juan se jubila mañana, en este año del 2006, con 41 años y su padre si el cuerpo le aguanta, en el 2012, con 65 años. Sus amigos de toda la vida no saben cuando.
Me pregunto cuál será el modelo de hombre de trabajo para el hijo de Juan. Don Ojeda, Don Soto, Don Villegas, Don Otamendi, y muchos otros. Salud y gracias.
¿Frío?, ¿qué frío?. Si corría como el viento, riéndose a carcajadas cuando iba para la Escuela No. 1, patinando cada tres zancadas y recogiendo sin parar una bola de nieve para tirársela a Miguelito, que corría delante de él, también riéndose del mundo sin parar.
Su vida transcurría sin sobresaltos, salvo el terremoto del '49, que según le contaba el padre se abrió una zanja en la calle de la costa y se doblaron algunas casas, que enderezaron con poco esfuerzo, los viejos amigos del padre, en esa Ushuaia solidaria.
Entonces llegó el verano del '64, casi 17 años recién cumplidos, noviaba con Alicia hacia unos meses y casi sin quererlo la vida lo puso ante el desafío de ser padre.
Como no hay mal que por bien no venga, como decía la Abuela, en Vialidad Nacional necesitaban un ayudante para el taller y ya lo conocía todo el pueblo a José, buen pibe, buen alumno, gustoso cortaba leña para la salamandra, acarreaba los bidones de gasoil para la cocina económica, se hacía unos pesos cuando llegaba el barco y faltaban brazos fuertes para descargar las bodegas, no le hacia asco al laburo, decía Don Soto.
Empezaba el año 1965. Los 18 años lo encontraron feliz, hijo hermoso en los brazos, (lo bautizaron Juan, como el abuelo), trabajo fijo en Vialidad Nacional, nada menos..
El laburo le permitía hacer lo que mas le gustaba, jugar al fútbol en la canchita del Buena Esperanza, el Torneo de las Reparticiones, con todos sus amigos, sus pares, que orgullosos empleados de reparticiones nacionales, al igual que él, se jugaban la vida por su camiseta. Estaban los equipos de Entel, Encotel, YPF, Ifona, Aduana, Puertos, Juzgado Federal.
Se pasaron rápido esos años. Del taller pasó a las máquinas motoniveladoras, primero como ayudante y después despacito se las dejaron manejar y descubrió que eso era lo que quería hacer toda la vida. Lo único malo eran las quincenas que le tocaba vivir en Rancho Hambre, lejos de Alicia y de Juan que había crecido casi sin darse cuenta. Eso si que era frío, sobretodo cuando tenía que poner las cadenas de noche para mantener limpio el Paso Garibaldi,.cuantos sustos se había dado en la primera curva, la que da al Lago Escondido, negra como la noche, se veían chiquitas las luces de los Bronzo allá abajo, se acordaba de una historia de máquinas desbarrancadas y se le habrían mas los ojos, pero sin aflojar ni un día, abrió el camino, desencajó camiones y muchas veces, mas de las que puede recordar, las chatas del pueblo no podían llegar y le agregó un poco mas de agua y arroz al guiso.
Ni una queja, ni un lamento, era un orgulloso empleado de la Nación, hecho y derecho.
Parecía mentira, Juan había cumplido los 16, terminaba el secundario ese año de 1981 y Miguel, su amigo de la infancia, de la misma edad, le contó que en Gobierno, necesitaban cadetes, el laburo era fácil, con lo que le habían enseñado en el José Martí, les sobraba, cuanto tendrían que agradecer a ese profesor de Contabilidad y a la de Castellano que les inculcó ortografía y redacción!
La Casa de Gobierno, inaugurada unos años antes era hermosa, calentita, losa radiante, con vista al mar o a la montaña, a Miguel le toco el mar y a Juan la montaña..se trabajaba cómodo, 30 días de vacaciones de verano, en invierno solo 10 días, que Juan aprovechaba para acompañar al viejo cebándole mates en la máquina, que todavía después de 20 años seguía operando sin parar.
Le daba un poco de vergüenza decirle al padre cuanto ganaba, o que trabajaba sólo 7 horas, de lunes a viernes. El hermano de Miguel, que no había podido entrar a gobierno, consiguió laburo en el almacén del Tano, y Pedro, el de la vuelta de su casa, consiguió trabajo en una empresa constructora. Se sentía un poco culpable cuando ellos le decían "...vos si que tenés la vaca atada", buen sueldo, vacaciones pagas, obra social, jubilación a los 55 años y más.
Y era cierto, cuando vino la crisis, el almacén del Tano cerró, la constructora quebró y sus amigos quedaron en la calle.
La crisis en el cucurucho se reflejó en que los sueldos se pagaban unos días más tarde, que mal! José se bancó las rutas y Juan los Gobiernos y así pasaron 25 inviernos.
Juan se jubila mañana, en este año del 2006, con 41 años y su padre si el cuerpo le aguanta, en el 2012, con 65 años. Sus amigos de toda la vida no saben cuando.
Me pregunto cuál será el modelo de hombre de trabajo para el hijo de Juan. Don Ojeda, Don Soto, Don Villegas, Don Otamendi, y muchos otros. Salud y gracias.
*El cuento tiene por autor a Carlos Alberto Pérez. DNI
10287549. Río Grande año 1952. 35 años de aportes, 29+ en la GTDF. 54+
inviernos. Como dirían en las películas hollywoodenses, los personajes son
ficticios y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Así se identificó en botella al mar, donde fue presentado. Carlos fue ministro en el primer gobierno provincial, y siempre aviador...
No hay comentarios:
Publicar un comentario