JOSÉ PEDRONI: LA MESA DE LA PAZ



Por el fresco camino
del agua en libertad;
hacia donde el ave se ha ido
y se la oye cantar;
hacia la verde planicie
del lirio natural;
hacia donde reclama la paloma
está la mesa de la paz.


Sencilla y blanca, enteramente blanca,
hecha de pino albar;
con un arca debajo de la tabla,
llena de pan igual,
y tantos platos como tantos hombres
está la mesa de la paz.


No está hacia el lado de la voz airada;
no puede estar;
ni de la mano abierta frente al barco
que hecha el trigo en el mar;
ni del sótano oscuro de la ciencia
tras de la fórmula infernal.
No está; no ha estado nunca,
ni nunca estará.


Hacia el lado del día hay que buscarla,
donde la flor se da;
hacia donde se ha ido la paloma;
ahí, no más.


El camino es de río sin fronteras;
por él se va.
Acaba en un inmenso mar sin lindes:
la unidad del trigal.
Hay una voz antigua que reclama;
dice: no matarás,
y una voz que conduce;
dice: ama a tu igual.


La mesa del amor está hacia el lado
donde se ve clarear;
hacia el lado del canto matutino;
ahí, no más.


No está en la noche del temor y el hambre;
no puede estar;
ni del resentimiento, ni del odio
sin sueño, en soledad;
no está; no ha estado nunca,
ni nunca estará.


Está en el reino de la vara justa,
del buen pesar:
Cada cual con su vino en la garrafa;
cada cual con su sal;
cada cual con su estrella y con su rosa,
para soñar.


El aceite es hermoso en la aceitera:
tal su lugar;
la harina lo es en las amantes manos
que hiñen el pan;
el arroz, cuando cae de los puños
con rumor de collar;
la naranja, en el plato, dividida
según ella se da.


Nada de lo escondido y lo negado
sirve a la paz.
Esto es tan cierto como el sol que ciega.
Esto es verdad.


Donde el aire es de pan puesto a la vista,
allí está.
La mesa limpia quiere manos limpias;
no quiere más.


Ya la ha encontrado el ave; ya la bestia,
tomando el viento, nada más.
Ya la ha encontrado, y está debajo de ella,
el can,
y junto a ella, el ángel
meditativo de la grulla real.
Sólo tú no la hallas, hombre triste;
descaminado vas,
con tu mujer dolida,
hecha para crear,
con tu hijo,
que un día amargarán.


Tira el arma en la hierba mancillada
de sangre y alquitrán.
El arma que te han dado y que te pesa,
tírala.
También las piedras del rencor y el odio;
también, arrójalas.
Deja el mundo del trueno y la tiniebla.
Sal a la claridad.
Corta la rosa con tus manos libres;
la rosa, córtala.
Toma del brazo a tu mujer, a tu hijo,
y ponte a caminar.
La mesa del amor está a la vuelta,
la mesa de la paz;
a la vuelta del día con su pájaro;
ahí, no más.



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