Pero ordenando lo mío apareció este escrito
semanal, al que El Sureño llamaba Rastros en el río donde yo me ocupaba de
alguno de estos temas. Era el 14 de marzo de 1993, hace algo más de 27 años.
Por esos días nos mostrábamos muy preocupados
porque la canasta familiar alcanzaba en Río Grande los 2650 pesos.
Y el tema de súper acción era que se
realizaba un operativo de rescata a un
enfermo de un barco pesquero.
El consulado chileno afirmaba que eran 2000
los chilenos indocumentados en la isla, y por las líneas abiertas se decía:
¡Qué problemas que nos trae esta gente!
Y era inminente la llegada del Secretario de
Cultura de la Nación José María Castiñeiras de Dios, un fueguino, con el que no
se tratarían temas patrimoniales, sino de escritorio…
Pero vamos a la nota que escribía entonces,
reflejando lo que pensaba entonces, tal vez lo mismo que pienso ahora. Todo
tenía un envión poético…
Manos
Crispadas me confinan el exilio.
Ayúdame a no
pedir ayuda.
Me quieren
anochecer, me van a morir.
Ayúdame a no
pedir ayuda.
Alejandra
Pizarnik.
Las acciones depredadoras del hombre sobre los cementerios, tienen en
Tierra deL Fuego anticuada data. La identificación municipal de la pequeña
necrópolis del frigorífico la expuso a quienes la han desolado. Allí en 1986 ví
por primera vez las evidencias que luego se han hecho comunes y han motivado,
hace una semana, la crónica periodística que ha escandalizado a algunos
espíritus sensibles.
Pero en cuanto la leímos hicimos una salvedad, puesto que no se trata de
un cementerio indígena el que fue víctima de las acciones de posibles
nigromantes. El cementerio de la Misión, como reza el cartel que fotografiamos
el jueves 4 de marzo, reúne etnias y religiones diversas.
Los alacalufes allí sepultados son parte de aquellos pocos que llegaron
el 26 de septiembre de 1991 con el hermano Faustino Minisi, cuando se cierra la
misión de San Rafael en Isla Dawson.
Pero agregamos algo importante para nuestra crónica. Los indígenas de
este solar fueguino no tenían cementerio. Estos partieron de la exigencia
cultural impuesta por el hombre blanco y bendecida luego por la religion
cristiana.
“Generalmente la sepultura del ona es nuestra madre común, la tierra,
pero como excepciones pueden citarse el caso de haber sido depositado el cuerpo
del difunto en alguna caverna y hasta dentro del tronco hueco de un árbol,
según vine a saberlo durante mi estadía en la Isla Dawson, donde fue hallado un
cadáver envuelto en su capa, bien ligado y conservado en el interior de un
precioso ejemplar de la flora fueguina. Lo que si podemos asegurar es que jamás
se quema a los muertos”.
La
cita corresponde a Carlos R. Gallardo, que en su libro Los Onas abundan en
detalles todos los rituales y circunstancias funerarias, para agregar en otro
párrafo:
“Los sobrevivientes se apartan respetuosamente del sitio en el que
entierran a uno de los suyos y si su vida nómada lo lleva de nuevo a tener que
pasar cerca de ese mismo sitio, darán un rodeo tratando de alejarse de él”.
“Cuando una tribu se ve obligada a acampar cerca del lugar en el que se
encuentra enterrado uno de los suyos, los parientes y amigos pasan toda la
noche cantando en recuerdo del muerto”.
Martín Gusinde, para citar la autoridad en la materia indica que:
“La cuidadosa eliminación de todo rastro que delate una tumba es
fundamentada por la gente con el deseo de que nada nos haga recordar a nuestro
difunto. Esta noción se halla incompleta coincidencia con otros usos; sobre todo,
dejan de pronunciar el nombre de su pariente o amigo fallecido. Por
consiguiente aquellos hombres que han oficiado de sepulteros no revelan a nadie
el lugar de la sepultura. ¿Quién preguntaría, por otra parte, por su ubicación?
Esta sepultura queda incógnita para siempre y para todos”.
Viviendo en un orden social cristiano, los selknam encontraron rota su
relación con la muerte. Sus difuntos fueron a parar a la tierra, luego del
duelo tradicional, pero allí apareció la cruz que marcó la presencia de los
restos y expuso a sus espíritus al asedio de la muerte.
Nuestra cultura permite la exhumación de cadáveres, son ciencias
visibles lo que lo garantizan: medicina, criminología, antropología…, también a
veces operan las ciencias ocultas.
En
un museo donde nunca se mostraría los restos de un blanco, los huesos del
indígena se exponen casi con afán publicitario.
La
leyenda negra en la Tierra del Fuego da cuenta de la actitud de un hombre de
ciencia que mata a un hermoso ejemplar masculino para llevar lo que debe ser
para él, su hermoso esqueleto.
La
crónica de la Misión corresponde al 30 de marzo de 1916, da cuenta de ese
predominio de la voluntad de blanco, solo el descenso de los cuerpos en el
cementerio de La Candelaria.
“Vienen el Sr. de la Colina y comisario con vigilantes a revolver el
cementerio sacando los esqueletos que quisieran, pues nada dijeron los de la
misiòn. Estaba convenido… pero de noche”.
José Perrich Slaterm, en la contingencia de escribir sobre la Extinción
indígena en la Patagonia calcula que por tuberculosis, influenza, desnutrición
y epidemias varias murió el 50 por ciento de la raza Ona en Dawson, Punta
Arenas y La Candelaria, totalizando unos 750 individuos. Para eso en el caso
que nos es más próximo consulto el libro de Defunciones de los Onas. Se debería
volver sobre él para saber cuántos perecieron en la reservación salesiana,
puesto que de todas las cruces no hay una que recuerde a uno de ellos. Quien
sabe por cumplír el mandato final del olvido, que en su mundo espiritual
resultaba saludable.
La foto es actual: Corresponde al estado final de recuperación del cementerio de la costa...
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