Todo comenzó a principios de los 80, no quiero tener la precisión de los archivos pero necesito definir situaciones. Se había hecho una costumbre pretender un paso por aguas argentinas para llegar a continente, se hablaba del roll on roll off como una salida esperada: pero mientras tanto…
Apareció como una gran noticia un buque porta-contenedores, me dijeron después que sería similar al Atlantic Conveyor, en un momento en que al capturarse oficiales argentinos en Chile, acusándose de espionaje, Galtieri mandó a cerrar las fronteras y nos dejó aislados, del otro lado.
Apareció también este barco, el Punta Dungeness que se animó con el río, pero el río no lo dejó. Había quedado atrás la operatividad de los Luchos, y el ancla olvidada en el lecho podría ser la del Azopardo que varó en 1902.
Después lo intentó el Desdémona y corrió igual suerte, antes de buscar su naufragio final en San Pablo.Y a mi me quedó esta foto. Emblemática de tantas varaduras que conforman la identidad y el espíritu de los riograndenses.
Un día de 1987, cuando ejercía la Dirección de Cultura de la Municipalidad hice traer de Patagonia a un conjunto de artistas que se subieron al escenario de la Sala Ángela Loij –se ha perdido la costumbre de usar este nombre-, ellos fueron Talal Bestene, Miguel Marún, Eduardo Paillacán, Marcelo Falcón y los protagonistas iniciales de este viaje Celedonio “Chele” Díaz y su esposa María Alen Lloyd.
El problema vino después por que ninguno había hecho reserva de pasajes de regreso, y se acercaban las fiestas y pasajes no había. Algunos salieron no se como, influencia de Talal que además de cantar y pintar era empleado de cargas en Aerolíneas de Esquel, pero no había lugar para todos.
Tres salieron en mi Fiat espacio azul rumbo a comodoro: Maria, Chele y Marcelo.Los dos primeros llevaban un obsequio costero para su tierra cordillerana, la foto ampliada de aquel encuentro con el Punta Dungeness.Ocupó un lugar en la casa y la vida de ambos hasta que en 1989 se mudaron a Neuquén, y el cuadro con ellos.
Pero ellos estaban tomando distancia en su existir, Chele probó suerte en Río Grande pero no se le abrieron todas las puertas; María que trabajaba en el Poder Judicial comenzó a estudiar.Ellos ya no estaban juntos pero en el Barrio Ceferino si estaba mi barco.
En 1992 Diego “Tuni” Castro rehacía su vida en Neuquén con María Allen y se encontraba con el Punta Dungeness.En 1999 hay otro rumbo para el Tuni y el cuadro en el Barrio Ceferino.
Ya para entonces la foto en cuestión había motivado una columna en la revista municipal Tiempo Comunitario, bajo el título de Rastros del río que ríe; lo que inspiraría con el tiempo –cuando saliera El Sureño, es decir en 1991- una columna dominical titulada Rastros en el río. Pero este rastro quiso ser libro y saldría de imprenta el mismo día del corralito.
En medio de esa crisis no había podido dar con la foto en cuestión que se había perdido por los caminos de la vida, y que yo imaginaba en una pared cordillerana, sin tiempo para reclamar copia. Al fin verán en el libro un remedo de la misma, con rasgos del grano grueso que dejó el levantarla del papel periodístico.
Tuni se enteró de mis desventuras cuando por 2005 ya había armado otra historia en Córdoba; y le pidió a María Allen el cuadro aquel. Si ella reclamó pertenencias por haber sido entregado a Chele y a ella alguna otra razón primó, y a sabiendas de esto el cuadro se hizo mediterráneo y más tarde volvió a Neuquén, al barrio Islas Malvinas.
El último viaje a Río Grande de Diego Tuni Castro fue con la sorpresa que el barco volvía a mis manos. Pero creo que va a seguir andando, que volverá a esa cordillera hacia donde salió un día. Pero eso si: ¡voy a hacerlo tapa de un próximo libro!
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