Caminando Río Grande-
Anécdotas de recién llegados sobran. Como la de aquel actor del cono urbano, que un día especialmente diáfano se subió a una de esas combis que hacen las veces de colectivo y pagando el peso reglamentario pidió lo lleven “a esas montañas nevadas que se ven al fondo”. Hoy es conocido por su adaptación de “El Principito”, de Saint Exupery, y difícilmente tenga presente el episodio.
Recuerdos, circunstancias ligadas en muchos casos al caminar. De “patear” Río Grande no se salva nadie, y de las caídas tampoco. Quien suscribe, experto en aterrizar redondo en el piso, tiene en el hielo a su más temible enemigo.
Nacía 1999 y llegamos a este lugar con mi pareja para construir, como tantos otros, un destino fueguino. Caminábamos en forma, de acá para allá todo el día, con frío y a veces hasta calor. Recuerdo por caso una vez que trasladando nuestros pies por Thorne miramos a un costado y vimos a lo lejos una gran mancha de un celeste imponente. “Mirá -le dije- es el mar que está de frente y da una vuelta, rodea la ciudad”. Fantasía pura: el “océano” era el techo de Fapesa y el mar solía esconderse en el horizonte buena parte del día. Pero todo eso lo sabríamos bastante después, y como era la época en la que ella todavía me creía, el equívoco persistió durante un tiempo.
Por aquellos días afrontamos un desafío: visitar la promocionada exposición rural. Vivíamos en el Parque Industrial, al fondo del fondo, y la Margen Sur era el Far West. Pero nada es imposible para porteños recién llegados y allá fuimos, con una mochila como para ir de campamento y la ilusión de conocer algo más de un lugar cien por cien desconocido, extraño. Cuadras, cuadras y más cuadras: no llegábamos más. Sorteamos barro, charcos y diversos obstáculos y en un momento dijimos basta (había que volver). No sabíamos, claro, que estábamos ya cerquita y que apenas faltaba un puñado de metros para llegar a la Oveja Negra, lugar de la exposición.
¿Quién no tiene anécdotas así para contar?
Sólo a pie pueden apreciarse detalles, rincones, lugares hasta olvidados de este mosaico llamado Río Grande. El casco viejo, por ejemplo, con sus preciosas casas de chapa y los recuerdos de una época que permanece viva en los muchos antiguos pobladores. En auto pasamos de largo, pero fatigando un poquito las calles divisamos esos añosos arbolitos escondidos, la huerta de alguna doña o una casa de esas que ilustran postales y paradójicamente no las vemos.
O la zona del antiguo frigorífico, sector pintoresco que combina parte de la historia de este pueblo con la siempre bienvenida cercanía del río-mar y su biodiversidad.
Nunca es tarde para descubrir a pie el lugar donde vivimos; aunque haya barro o hielo, vale la pena.
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2 comentarios:
Muy bueno Mingo ...
Si volves a Bs As contame, aún busco algun libro de los tuyos por aca.
Un saludo,
Hernán.-
A que no saben quien es autor de estas memorias?
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