Nos llega de Ushuaia la buena noticia que está a llegar el
libro de Eduardo César Petrizzi a quien hemos conocido en dos anticipos
narrativos dados en este mismo blog.
Simplificando las cosas allí en la contratapa está
simplificado el cómo quiere que sea su vida.
Lo demás se encierra en el realismo de su ficción.
A la Lauri me la
enganché por el puré de zapallo
Yo a
la Lauri hacía rato que le tenía ganas, pero ella era distinta a las demás
pibas del barrio, ella pintaba para otra cosa, era como una actriz, siempre
peinada de peluquería, oliendo a perfume Siete
Brujas y esa pollerita insinuante y la remerita ajustada, donde los ratones
de mi adolescencia, al verla, bailaban lentos toda la noche…
El
tiempo pasó y nos encontró con el tele a color en aquel Mundial ´78, y ese día,
¿quién no iba a festejar? Y la Lauri, también seguro que iría. Yo esa semana
estaba a las expectativas de los movimientos de la actriz del barrio.
Un día
me enteré que la Lauri estaba interesada en bajar unos kilitos, porque era,
como decirlo, voluptuosa, curvilínea, pero con curvas peligrosas, al menos a mi
vista. La Nancy, su amiga íntima, me pasó el dato, que le habían recomendado
para su dieta puré de zapallo, y yo
empecé a preparar la estrategia.
La
Lauri siempre compraba en la verdulería de Don Pocho, porque él mismo iba al
Mercado Central para conseguir verdura fresca.
Un
viernes a la mañana me aparecí en lo de Don Pocho, y caminando entre los cajones de verdura me fui eligiendo un
zapallo lindo y carnoso. Luego, cuando pasé por la casa de la Lauri, le dejé
colgado en la puerta de calle el zapallo con un cartelito “Para que tu cuerpo
de paloma vuele a mis brazos, me gustás. Rulo”. Rajé y me fui a esconder detrás
del árbol de la esquina y espié desde ahí. Al rato salió la Lauri, sacó la
bolsa y se metió para adentro. A mí el corazón se me salía de la camisa.
Entonces me dije: “el puntapié inicial está lanzado, solo hay que esperar el
festejo del mundial.”
Eran las seis de la tarde y Argentina
le había ganado a Holanda, y ahí salimos. Yo le hice guardia a la Lauri y casi
me pierdo el gol de Kempes, pero cuando las cornetas y los bombos anunciaban la
caminata al obelisco, ahí salió de su casa la Lauri, acompañada de la Nancy. Yo
iba dos cuadras atrás, ellas encararon por San Juan, yo salí por Boedo y caminé
hasta Cochabamba, doblé por Maza y las encontré. Con una mirada nos prendimos
fuego con la Lauri; ella llevaba una vincha
celeste y la camiseta de argentina, y se notaba que el zapallo no le
había hecho mucho efecto porque las rayas de la camiseta parecían que reventaban y estaban más anchas que
largas… yo estaba ciego y entonces corrí para alcanzarlas, pero me trabó una
columna de los Mimosos de la Paternal,
que era una murga que desfilaban en los
carnavales de Boedo y parece que se habían puesto de acuerdo en hacer un
vallado y no dejarme acercar a la dama de la dieta del zapallo. Corrí y las
tuve a cincuenta metros, yo iba mirando esas rallas de la camiseta que
descendían por la espalda y salían para curvarse de nuevo, ese espectáculo le
daba más color a todo lo que estaba
viviendo ese día. De pronto las volví a perder de vista, parece que la Lauri
también me buscaba porque en un momento sin darme cuenta yo las pasé caminando
porque ellas se habían parado cerca del cordón para ver pasar a la gente, pero
yo sabía que la Lauri me estaba haciendo la pasadita en ese momento. Fui
aminorando el paso y la volví a tener a pocos metros, pero ellas estaban de un
lado de la calle y yo de otro, y en el medio, toda la gente que como un río
correntoso arrastraba todo lo que se le ponía a su paso y no iba a perder mi
presa, les hice seña que nos encontrábamos en la esquina que me esperan ahí.
La Lauri le dijo algo a la Nancy y
cuando yo llegué a la esquina ella
estaba sola. ¿Vos sabés lo que fue tenerla cerca de mí. Nos miramos, la mirada
nos abrazó a los dos y mis brazos quisieron ver de cerca las rayas de la
camiseta de la selección. Ella se dejó, me clavó la mirada de nuevo,
temblábamos, el beso fue de un minuto que duró un siglo, porque no lo voy a
olvidar jamás, me hundí en sus labios y nos mandamos mensajes mediante el dúo
de lenguas con aromas a Pepsoden y
Kolinosm juntos. Yo me pellizcaba el brazo porque no lo creía, y te digo
más, el viernes en el café de Boedo no me lo van a creer, ni el Pela, ni el
Chachi, ni Jeringa me lo va a creer, lo que fue ese beso, porque no se los voy
a poder expresar, no se los voy a poder
describir, porque eso no fue un beso, eso fue caerse en un colchón de nubes,
eso fue una pizza con faina y moscato, eso fue el gol del Chango Cárdenas al
Celtic, ese beso fue el Polaco cantando Afiches,
eso fue Loche en el Luna Park, ese beso fue dos canelones con salsa blanca
gratinados, eso fue Armstrong pisando la luna, eso fue el descubrimiento de la
penicilina por Fleming, ese beso tenía el asombro de la teoría de relatividad
restringida de Albertito Einstein.
Qué se yo, me quedo corto con todo lo
que te dije, pero cuando salí de ese beso, la volví a mirar a la Lauri y le
dije: “después de los festejos, cuando volvamos del obelisco, te voy hacer un purecito de zapallo, ¿te parece?”. Y
ella afirmó: “Soy tuya, Rulo, y quiero comer de tu mano”. Yo estaba en el cielo
mientras el que no saltaba era holandés.
Nos fuimos de la mano derecho a la verdulería,
había zapallo en lo de Don Pocho.
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