En el invierno de 1977 teníamos en Río Grande a este
rosarino que llegó con su familia, su esposa Marta Mondino, y dos hijos.
Casi de inmediato dio a conocer sus obras y para el mes de
agosto se montaba una exposición en La Verde Casona, bajo el auspicio del
Municipio local.
Al año siguiente hacía una segunda muestra individual bajo
el auspicio de Aerolíneas Argentina, llevando el título de Rumbo Sur. Dándose
luego una segunda muestra con el auspicio del Municipio, en este caso en el
Salón de Usos Múltiples del Hotel Los Yaganes.
Al año siguiente llegaría con sus trabajos al Hotel Las
Lengas de Ushuaia, y en 1980 engalanaba la esquina de Rosales y Espora, un
nuevo recinto que sólo había tenido por uso la venta de televisores Salora –hasta
agotar stock- y luego, identificándose como Montecristo, albergada la
exposición Desde la Tierra del Fuego, financiada y administrada por Ricardo
José Ferreyra, joven que había llegado a nuestra isla para trabajar en la
Financiera de Pardiñas, al poco tiempo vendida para constituir las bases del
banco provincial.
¡Quién era Darío W?
Hay una noticia en el programa de la exposición montada por “El
Chapulín”, donde se dice:
Darío W., es la firma
abreviada del plástico argentino Rubén Darío Whiteman. Nacido en Rosario en al
año 1931, desde muy joven manifiesta una marcada inclinación por las artes
plásticas. Así, estudia escultura con Emilio Zaraco y con Hans Lowen, dibujo y
composición con Guido Rotandaro, a quien posteriormente abandona por no
adaptarse al régimen clasiquista de este.
Carlos Alberto Trazado, firmó por 1980, estos primeros
conceptos, donde luego de relatar otros aspectos de su formación y estilo,
hasta que dice que Whiteman “descubre
las gouaches y las tintas, es allí donde vuelca todo su talento y se revela
como un verdadero maestro. Con este dificultoso material el artista “vuelca” en
la dimensión que él desea sin desintegrar el dibujo, aún en las obras menos
figurativas, hoy de colección (Improvisación en azul, Los tres amigos, Serena,
Ausencia, etc”.
Se hace referencia a su dedicación entera a la pintura, y su
radicación en la Tierra del Fuego.
Hay varios comentarios, del cual tomamos uno, es el que
lleva la firma de José Emilio Burucúa quien por 1977 dijo: “Desde los trabajos monocromos de Darío W. (Darío Whiteman), se
advierte la importancia de la líneas que con rigidez, al comienzo y con total
soltura luego, define de manera clara y contundente las caras cinceladas de las
muchachas criollas, sus ojos luminosos, el rostro modelado a trazos del Mensú,
a las máscaras grotescas de algunos payados. Darío W ha sabido poner un acento
americano en sus retratos, acentuando los pómulos y dibujando las pupilas
oscuras y melancólicas de sus personajes. La riqueza de texturas parece una
alusión inconciente a los tejidos y a los mosaicos del mundo precolombino”.
Para agregar luego: “Singular
experiencia la de Darío W, es en este remoto rincón del mundo, una lección de
ascetismo y de libertad creadora. Es necesario crear mientras dura el día”.
Burucuá era una el director de Cultura territorial, y con los años se ha convertido en una eminencia de la crítica de los estudios artíticos argentinos.
Darío W tiene buena
venta para sus obras, y al dar detalles de su colección aparecen como
adquirentes Elsa Butiche de Lavori, Julio Deymonnanz, Juan Andrés Fernández,
Juan Bautista Barroso, Néstor Ibarra, Jorge Camargo, Carlos Bontempi, Rafael de
las Carreras.
Cuando se ocupe LA CIUDAD NUEVA, el periódico de Leonor
Piñero, de la exposición realizada en el salón Montecristo, dirá que se
vendieron 13 cuadros, tres de ellos destinados a Sud África.
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