Parto el 16 por la mañana con
seis caballos y dos gauchos; estos últimos eran hombres admirables para el
objeto que yo me proponía, acostumbrados como estaban a no contar mas que
consigo mismo para encontrar aquello de que tuvieran necesidad. El tiempo es muy frío, hace
mucho viento, y de vez en cuando, se levantan tremendas tempestades de nieve.
Sin embargo avanzamos bastante de prisa; pero, excepto desde el punto de vista
geológico, nada nos fue interesante en nuestro viaje. Siempre la misma llanura
ondulada: por todas partes está recubierto el suelo de hierbas marchitas y de
arbustillos; todo ello crece en un terreno turboso y elástico. Aquí y allá, en
los valles, puede verse alguna pequeña bandada de ocas salvajes y es tan blando
el suelo que la becada halla con facilidad su alimento. Aparte de estas son
pocas las aves que allí hay. La isla está atravesada por una cadena principal
de colinas, formadas sobre todo de cuarzo, y de unos dos mil pies de altitud; pasamos grandes trabajos
para poder atravesar esas colinas rugosas y estériles. Al sur de ellas
encontramos la parte del país mas conveniente para la alimentación de los
rebaños salvajes; sin embargo no encontramos muchos por que últimamente se han
llevado a cabo frecuentes caserías.
Al atardecer encontramos un pequeño rebaño.
Uno de mis compañeros, de nombre Santiago, pronto logró derribar a una gruesa
vaca. Le arroja las boleadoras, la toca en las patas, pero las bolas no se
enrollan. Entonces arroja su sombrero a tierra para reconocer el lugar donde
cayeron sus boleadoras y, mientras persigue a caballo a la vaca, prepara el
lazo, y tras una carrera alocada logra enlazar a la vaca por los cuernos. El
otro gaucho nos había precedido con los caballos de mano, de suerte que
Santiago tuvo no poco trabajo para poder dar muerte a la furiosa vaca. Sin
embargo, consiguió llevarla a un lugar donde el terreno era prácticamente
llano, anulando a tal fin todos los esfuerzos que el animal hacía para
aproximársele. Cuando la vaca no quería moverse, mi caballo, perfectamente
adiestrado en aquel género de ejercicios, se aproximaba a ella y la empujaba
violentamente con el pecho. Más no se trataba de llevarla solo a un terreno
llano, sino de matar a aquel animal loco de terror, lo cual no parecía cosa
fácil para un hombre solo. Y hubiera sido imposible si el caballo, cuando su
amo lo ha abandonado, no comprendiera por instinto que estará perdido si el
lazo no estuviera siempre tirante; de tal forma que, si el toro o la vaca hace
un movimiento hacia adelante, el caballo avanza con rapidez en la misma
dirección, y si la vaca está quieta el caballo permanecerá inmóvil, afirmado
sobre sus patas. Pero el caballo de Santiago, muy joven aun, no comprendía bien esta maniobra y la vaca se
iba aproximando gradualmente a él. Fue un espectáculo admirable
ver con que destreza Santiago logró
colocarse detrás de la vaca y desjarretarla al fin; luego de lo cual no tuvo
ya gran trabajo para hundirle el cuchillo
en la nuca, con lo que la vaca cayó como fulminada. Entonces, él cortó varios
trozos de carne recubiertos, con la piel pero sin huesos, en cantidad
suficiente para nuestra expedición. Seguidamente nos dirigimos al lugar que
habíamos elegido para pasar la noche;
para cenar, tuvimos asado con cuero, esto es, carne asada con su piel.
Esta carne es así superior a la del toro ordinario, lo mismo que el cabrito es
superior al carnero. Para prepararla se toma un gran trozo circular del lomo
del animal y se asa sobre leña encendida, con la piel hacia abajo; esta piel
viene a constituir una salsera y así no se pierde ni una gota de jugo. Si un
digno alderman –hace referencia a los Concejales Británicos- hubiera podido
cenar con nosotros aquella noche, inútil es decir que la carne con cuero bien
pronto habría sido celebrada en la ciudad de Londres.
1 comentario:
Muy buen relato éste Mingo, épocas de conquistas y viajes de reconocimientos de nuestro sur argentino.
Publicar un comentario