¡Y Tereso quería volar!



Por 1995 escribíamos para la revista EDADES Y TIEMPOS una serie de artículos de ficción que en algunos casos mostraban como sería nuestro lugar en el futuro: Viajando por la Tierra del Fuego. El reciente encuentro con el director de aquella publicación, que actualmente viven en Buenos Aires me llevó a tomar el cuarto de aquellos relatos, como un elemento que puede ganar espacio en nuestro blog.

Vista la repercusión alcanzada por nuestra nota de números atrás donde hablamos del círculo escatológico, y atendiendo a la generalización de las prácticas fueguinas fuera de la isla luego de nuestra información, es que hoy volvemos sobre el tema para ver cómo se trabaja la aceptación social de esta praxis que, como es de imaginar, se cultiva desde la infancia.
Para ello les remito este cuento que forma parte de las lecturas obligatorias en el  7mo grado de la enseñanza elemental, como quien dice un clásico impuesto, pero un clásico al fin.
Su autoría responde a un grupo de tareas pedagógicas, pero reconoce inspiración de una poetisa porteña que imaginó tal situación a mediados de los años noventa.

UNO
Ni bien comenzó a cobrar forma, fundamentalmente por la pérdida de líquido, el tereso quiso saber cuál sería su destino. Estaba en proceso de acomodamiento, como la restante materia fecal, y en los primeros tramos del intestino grueso solo encontró una respuesta: conocería el aire momentáneamente, y dado los hábitos higiénidos del sujeto en que se había formado pasaría a un medio acuoso que en forma subterránea lo llevaría hasta el mar, donde la salinidad y la acción microbiana terminaría por disolverlo.
La noticia llegaba desde más adelante, donde los teresos engrosaban sus formas, aumentaban su tono corporal y se preparaban para el mundo exterior.
Nuestro tereso percibió la idea del tiempo y se preguntó si su existir sería mucho o poco en relación a otras formas de la naturaleza.
Pero no encontró respuesta.
Los gases que se filtraban en el interior del conducto inefable de su vida le dieron una idea de lo que era su paso transitorio hacia el abismo. Y pensó que su destino, al fin de cuentas, sería un destino de mierda, pero ninguno de sus colegas le aportó una respuesta, ni coincidente ni disidente.
El tereso pensó que su camino podía ser otro, el tereso con una intuición que solo tienen los grandes, creyó que a lo mejor, si se lo proponía podría volar.
No era un tereso de un animal inferior. Crecía en el cuerpo de un humano y como garantía para sus ilusiones estaba conformado por los desechos de lo que había sido un ave. ¡Un ave! Animal que cuando quería cobraba altura, constituyéndose de esta forma en un privilegiado observador del reino animal. El tereso pensó que podía ser un ave si llegaba a volar.
Pero ninguno de sus congéneres contribuyó a su entusiasmo. Más bien amargas sonrisas, sarcásticas muecas moribundas le llegaron de quienes más adelante se daban cuenta del salto por el que deberían ingresar al mundo exterior.
Tal vez, enredados en los sargazos de alguna cloaca, se limitaba su acceso al mar y s prolongaba su lóbrega existencia. Tal vez por una contingencia que lo apartaba de su cotidianidad, el humano defecaría a la intemperie y así conocería el cielo, aunque sea desde abajo.
El tereso se encaminó en la pendiente de los condenados e hizo mucha pero mucha fuerza para que se produjera el milagro.
En el tramo sigmoideo de su existencia se sintió en la urgencia de la evacuación, Ahora tenía varios teresos tras de sí, entre los cuales no había conseguido ningún compañero de ilusiones, y los de adelante, apesadumbrados por su hora, le habían cortado todo tipo de diálogo. Las paredes del intestino se comprimieron sobre la masa olorosa, un par de teresos avanzaron hasta caer, y nuestro amigo se dio cuenta que, como un paracaidista en un salto inaugura, rondaban el él señales de alegría y desesperación. ¡Porque él podría volar!
No fue aquel día ni aquella noche, fue al día siguiente en que se aproximó a la recta final de su existencia intrahumana. Su compañero de adelante, que desde hacía largas horas no tenía nada que decirle, le indicó: ¡sígame!, y él, sin tiempo a medir lo que pasaba, recorrió el tramo que lo condujo a un espacio de mayor claridad y en medio de un chapoteo fue a para a un medio acuoso que le hizo acordar las primeras horas de su origen. ¿Habría llegado al mar?
Un tereso más lo acompaño en la epopeya y  al momento un leve temblor fue sucedido por la invasión de la luz, la luz, el cielo debía ser así.
Un ruido y el agua creció, uno de sus colegas alcanzó a decirle: ¡Nos vamos a la mierda! Pero el tereso quiso volar y algo pasó en él: ¡logró levitarse!. Pero un remolino lo atrajo nuevamente hacia el fondo de su nuevo mundo, donde con grandes dificultades pudo sobrellevar su objetivo y nadó, nadó, nadó esperando tomar nuevo impulso y poder volar.

DOS
Liliana visitaba la casa de su novio, el Andrés. Se conocían desde toda la vida pero la relación había comenzado un par de meses atrás, el día aquel en que un desperfecto en su auto le permitió al galán sacarla del apuro que significaba pasar la noche en el frío bosque fueguino. Andrés era un inquieto muchacho, amante de la naturaleza, y se ejercitaba en la supervivencia cada fin de semana.
Liliana ingresó a su mundo y vivió su amor y su pasión bajo las estrellas del firmamento austral. Un par de días atrás cazó su primera avutarda y la cocinó con el visto bueno del embobado novio.
Ho la niña visita por primera vez a sus suegros, los que no han puesto mal cara por la elección del muchacho.
Antes de almorzar, hoy hay asado en el patio de la casa aprovechando los primeros días de calor, Liliana anunció que se iba a lavar las manos, y llegada al baño hizo algo más que eso. Evaluó sus formas ante el espejo. Cuidó algunos detalles del maquillaje. Distrajo su atención un suplementos de espectáculos de un diario capitalino, y sintió que al fin volvía a mover el vientre.
Lo que no esperaba nunca ocurrió después cuando debió apretar por segunda vez el botón de descarga del inodoro. En un primer momento le pareció que el terso rebelde había desaparecido, sin advertir que en realidad se encontraba a un metro de altura suspendido y girando lentamente como avistando curiosamente el escenario de esta narración.
Liliana le dio la espalda y volvió sobre el espejo para cuidar algunos otros detalles de su presentación, y fue entonces cuando se le devolvió la imagen del tereso que subía trabajosamente pero subía, cada vez más alto. La joven refrenó su grito, y con una marcada agitación en su ritmo cardíaco, se fue acercando a este singular objeto volador no identificado el que, como dándose cuenta de que era objeto de la curiosidad femenina, se acercó golpeando con su presencia nauseabunda la sensibilidad de la muchacha, que por reflejo se escurrió a tiempo como para que no chocara con su cara.
¿Qué hacer? ¿Qué decir?¿Cómo se explicaba esto que le estaba pasando en casa de sus suegros? ¡Ma si sus suegros, si lo tenía cazado a Andres!
Tomando papel higiénico se acercó al tereso que en el espacio permanecía inmutable como en el si el mismo disfrutara de su presencia ante el espejo, y lo cubrió despaciosamente con las hojas que le dieron un aspecto de superhéroe. Fue recién después de pensarlo, aunque el tiempo giraba muy lentamente para nuestros protagonistas, en que ella lo envolvió en su mano y le dejó en el recipiente plástico al que de inmediato le puso la tapa.
Liliana salió, aliviada pero confundida rumbo al patio donde ya se habían hecho algunas observaciones sobre el exagerado tiempo que empleaba en sus prácticas higiénicas. Pero mentalmente estaba en otro mundo, y había pedido literalmente el apetito.

TRES
¡Cuántas emociones! Literalmente nuestro tereso palpitaba de júbilo. Primero había logrado zafar el remolino. Después había alcanzado altura y percibió los efluvios del aire, la mirada y la inquietud del humano en que había sido formado, y por una situación óptica, que resultaba difícil de explicar, se vio en el espejo dándose cuenta de cuan distinto era a aquella persona en cuyo interior cobró vida.
Sabía que no era un tereso cualquiera. Nunca había ocurrido algo así desde que el mundo existe. Pero él se sentía en buena medida feliz, porque de alguna forma comprendía la inexistencia de un destino, y la ausencia de un origen. No había en su ser una madre -¿sería esa humana, sería aquel pájaro de cuyos desechos se conformaba su ser? – no habría nunca en su vida un hijo, aunque sea un hijo de esos que dicen que su padre es una mierda.
Por eso sintió el desprecio. Lamentó hber cambiado su destino por esta vida diferente pero incierta. Y el desprecio creció cuando en una funda de papel se le devolvió a las oscuridades de donde había salido… Pero no era así, era una oscuridad diferente, un espacio en cierta medida aireado y dónde no había más que despojo de materia fecal en sudarios de papel.
Intentó volver a volar, y descubrió que no le exigía una gran concentración, pero en lo oscuro chocaba con un límite que le fue imposible levantar, por más esfuerzo que hacía. Y así transcurrió pobre en emociones, abundante en remordimientos, un largo tiempo.
Liliana se sobresaltó cuando al anunciar su “cuñadito” que iría al baño, la mamá le advirtió: -Acordate Luchín a dónde va el papel: Y cuando el niño volvió inmutable, aliviado de vientre y con ganas de seguir comiendo; ella partió a inspeccionar el escenario del misterio.
Lo primero que advirtió, y por ello se apuró en cerrar la puerta, fue que el tereso maldito se había estrellado contra el techo. Si bien no había modificado su forma, había manchado el blanco cielorraso, Había ocurrido exactamente lo que ella imaginaba, mientras el gordito de la casa echaba el papel en el balde previo retirar la tapa, el tereso había tomado un envión tal que llegó hasta allá arriba.
Liliana, que tenía unos vinitos encima, y que por falta de costumbre y de alimento equilibrante ya podía considerársela como mareadita, busco afanosamente la forma de llegar hasta arriba y ponerlo en la vereda a esa mierda suya. Pero no le daba la altura ni con el lampazo y al subir sobre la tapa del inodoro, ésta resistió sólo unos instantes y al romperse, la hizo caer de tal modo que atrapó su tobillo en el hueco del artefacto, volteó su cuerpo sobre el bidet y dio con la cabeza contra el lavamano provocando un desvanecimiento instantáneo.
El grito, el ruido, y el silencio posterior atrajeron la presencia del novio y el padre de éste. Liliana no respondía y desde adentro se sentía correr el agua que se deslizaba bajo la puerta en el momento en que decidieron ingresar violentamente. Andrés pateó la puerta con atlético gesto y como Liliana no la había conseguido cerrar, esta se abrió con mucha más violencia que le esperada, recibiendo la cabeza de la joven un segundo golpe que resultó mortal. El alboroto fue tal, que nadie se dio cuenta del tereso en el techo ya que todos miraban el cuerpo sin vida de la joven con el tobillo quebrado dentro del inodoro caído, y el agua que corría hacia otros ámbitos de la casa sin que alguien recordara donde estaba la llave de paso que cerraba su fluir.

CUATRO
La casa había quedado sola después de las tramitaciones de procedimiento médico legal. El baño fue precintado en un momento hasta que luego alguien advirtió que era una fatalidad, una terrible fatalidad y dejaron la puerta abierta. El tereso entonces consiguió deprenderse del blanco espacio al que había quedado adherido y con poco papel en su entorno recorrió a media altura la soledad de la vivienda.
Se dio cuenta que su decisión había generado una serie de fatalidades que en su estado e resultaba difícil de explicar, pero comprendió que debía buscar un cielo mayor fuera de la casa. El gato de la familia pretendió alcanzarlo y el tereso se divirtió poniéndose fuera del alcance de sus garras.
Una ventana le hizo despertar un deseo irrefrenable, y así como en otro momento se impulsó desesperadamente contra la tapa del balde, se lanzó contra la ventana en la que quedó adherido, estando a punto de quebrar el vidrio. El golpe, en cierto modo, consiguió aturdirlo, o lo que lo confundió fue esa presencia exterior de tanto de aire de próximo cielo. Y así quedó un largo rato hasta que una mosca primero, y otras muchas después se percataron de su presencia y comenzaron a hacerle cosquillas. La experiencia siguiente fue terrible, algunas moscas comenzaron a cagar sobre él, otras quisieron devorarlo y no faltó la que depositó sus huevos en los repliegues de su ser.
El tereso se desprendió y descubrió que en un lugar sombrío estaba protegido del asedio volante de las moscas. Pero allí está cerca su final: el perro de la casa. Tan parecido en algunos aspectos al gato juguetón, pero tan calmo que el tereso sintiendo su curiosidad –tan distinta al asco de la Liliana-, se aproximó a la cabeza del animal que despertaba de una larga digestión con los restos del asado que fueron mayores que los de otros días. El tereso supo lo que es ser olido. Y el perro no supo a ciencia cierta que mierda era eso que volaba pero, recordando la preparación en supervivencia que le diera Andrés, se lo tragó sorpresivamente.

CINCO
En el interior del intestino del perro, el tereso humano sintió algo similar a la metempsicosis, aunque cuando   llegó al intestino grueso del Gorila –tal el nombre del nuevo albergue- se sintió modificado en su esencia y pidiendo permiso  a los teresos que lo precedían se olvidó de su deseo de volar y esperó el momento de la salida sabiendo de antemano que esta vez no llegaría al mar. Al mar que le parecía debía ser un nirvana lamentablemente desaprovechado por su ambición.


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