Segundo Calfín, que muchas veces había hecho alarde
de haber enfrentado anchimallenes y luces malas, no quiso saber más nada de
seguir trabajando en el campo de los Catrileo. En reiteradas oportunidades y
desde muy muchacho, venía escuchando decir que esa gente era bruja y que tenían
al huitranalhue; pero como en el pago a veces se dicen cosas que no Son ciertas
o le dan forma a las suposiciones, mayormente no les daba importancia a los
rumores. Los hermanos Catrileo eran dos personas ya entradas en años, con
familia constituida cada uno, y explotaban en común unas cuatro leguas de
campo, precisamente en un lugar donde la meseta patagónica comienza a
confundirse con las primeras estribaciones de la cordillera, sitio conocido
como El Montal. Estos Catrileo nunca se habían integrado totalmente con la
comunidad de la zona; o quizás ésta no se acercaba a ellos, por eso de que
alguien echó a rodar la versión de que eran brujos y que tenían un pacto con el
gualicho para tener huitranalhue.
Muchos ataban cabos y se preguntaban a sí mismos
cómo en los años de grandes nevadas o de largas sequías, los Catrileo no
perdían animales y hasta tenían muy buenas señaladas. Lo cierto es que aquella
tarde se encontraron en el boliche de Las Bayas, donde también funcionaba la
estafeta postal, uno de los Catrileo, el Severo, con Segundo Calfín. Allí, el
primero le ofreció trabajo por unos tres meses, reparación del alambrado que la
reciente tormenta dejara en malas condiciones. Como los trabajos propios del
verano habían concluido, Calfín aceptó el ofrecimiento. Una semana después,
desensillaba el montao y bajaba las cosas del caballo pilchero bajo los grandes
sauces que tiran su sombra sobre el patio de los Catrileo, ubicado en el medio
de dos construcciones de adobe, prolijamente revocadas, donde vivían las dos
familias.
A Calfín le destinaron para que habitara durante ese
tiempo, una pieza y cocina no muy alejadas de los caserones, con la condición
de compartir, si lo quería, las comidas con los dueños de casa; en caso
contrario, él debía prepararse su alimentación. Si bien Calfín se movía con
cierto recelo, por lo que había oído decir, alternaba con las dos familias y
compartía tempranas churrasqueadas y cenas, sin observar nada fuera de lo común
en aquella gente. El recién llegado comenzó a realizar los trabajos convenidos,
en forma normal, y sin obstáculo alguno. En verdad, la reciente tormenta había
provocado muy serios destrozos en el alambrado que lindaba con el campo del Cerro
Moro, propiedad de un árabe acriollado y bien identificado con todas las
costumbres de nuestros campesinos. Pero una tarde, mientras iban a degollar un
capón, un hecho muy curioso le llamó poderosamente la atención a Calfín…
Uno de los muchachitos se fue corriendo hasta un
reducido habitáculo de adobes, ubicado solitariamente al costado de una de las
casas, y abriendo la pequeña puerta, trajo de inmediato un plato, en el que
luego depositaron la sangre que manaba el animal. Instantes
después, cuidadosamente, sin que se volcara nada, el mismo chico dejó en su
primitivo lugar el plato de referencia, cerrando la puertita de chapa. Todo se
fue desarrollando como cosa normal y acostumbrada, sin que mediara indicación
alguna de parte de la persona mayor hacia el muchacho que cumpliera con ese
cometido. Una tremenda curiosidad comenzó desde aquel momento a inquietar a
Calfín… ¿Para quién podría ser el plato de sangre que se llevara a ese lugar?
era el interrogante que se formulaba a sí mismo. Cuatro días después, en
oportunidad de carnear un borrego, se repitió exactamente la misma operación,
sin que se modificara nada… Circunstancia que profundizó aún más su punzante
intriga. Al día siguiente, domingo… luego de lavar algunas prendas y tenderlas
bajo el tímido sol de otoño, Calfín se puso en la tarea de repasarle un poco de
grasa a sus sogas, cosa que no se le desmejoraran. Imprevistamente, jugando con
un cachorro de ovejero, se le acercó el muchachito que el día anterior
anduviera con el plato de sangre. Un tanto sorprendido, no sabía qué hacer para
retenerlo cerca, pero la curiosidad del pequeño lo acercó aún más todavía, para
preguntarle dónde había conseguido esos hermosos estribos, que el hombre
repasaba prolijamente con grasa.
No pudiendo dilatar más su inquietud, Calfín cortó
por lo derecho y le preguntó sobre aquello del plato que tanto lo había
intrigado; a lo que el muchachito le respondió que era para el huitranalhue que
viene de noche a tomarla. Y como si hubiera cometido un grave acto de
indiscreción o infidelidad, regresó corriendo a la casa. Aquí el hombre se dio
cuenta de que estaba ante un hecho curioso y que verdaderamente las versiones
que circulaban sobre los Catrileo, tenían algunos asideros y fundamentos… Por
algo siempre comienzan a decirse cosas y no obedecen simplemente a inventos,
deducía en sus conclusiones. Apenas se enteró de aquello, se propuso pasar la
noche en pie, aunque al día siguiente no sirviera para nada. En el peor de los
casos simularía un estado gripal o algo parecido. Como de costumbre, luego de
cenar en familia con uno de los dueños de casa, se retiró a descansar, dejando
la partida de truco para otro día, argumentando que lo esperaba una dura
jornada de trabajo. Pero él estaba firmemente dispuesto a mantenerse despierto…
Lo acosaba el filoso puñal de la curiosidad. La cocina que ocupaba
temporariamente, tenía una ventana que apuntaba hacia el misterioso y pequeño
habitáculo de adobes, el que tendría dos metros de largo, por uno de ancho y
otro de altura. Luego de transcurrida una media hora, el hombre apagó el candil
y se plantó detrás de la ventana. La noche era muy clara. Una enorme luna llena
proyectaba tanta claridad que apenas se azulaban las sombras y se distinguían
casi nítidamente todas las cosas de los alrededores.
El hombre de pie, inmóvil, con los ojos expectantes,
no quería perderse ningún detalle de movimientos que pudieran producirse en las
inmediaciones. Los perros, una media docena, cada tanto se ponían nerviosos,
parando las orejas como si quisieran captar el origen de esos ruidos nocturnos
que a veces no se sabe de qué son o de dónde parten. Los gatos, gruñendo con
rabia y rayando el suelo con sus uñas, se buscaban camorra y trepaban
fácilmente, como si nada, por los paredones para llegar hasta la altura de los
techos. De pronto, los ojos de Calfín se abrieron enormemente y se clavaron en
una figura oscura, similar a la de una persona, que portaba un palo en sus manos
y avanzando por el costado de las casas se dirigió hacia el pequeño habitáculo.
Los perros y los gatos que estaban en movimiento, se echaron de inmediato,
quedando como hipnotizados y sin dar señales de vida. Aquella figura oscura,
igual a la de un hombre exageradamente alto y delgado, acostándose en el suelo
se introdujo por la pequeña puerta al interior del habitáculo y antes de que
transcurriera media hora abandonaba el lugar para alejarse por el mismo sitio
que hiciera su aparición. Calfín estaba paralizado como los perros y los gatos.
El hombre del cual decían que había enfrentado anchimallenes y luces malas,
sentía un sudor frío que le mojaba el cuerpo y un temblor se le había instalado
en las rodillas. Tras el siniestro episodio que observara, todo fue volviendo a
la normalidad anterior. Los perros se ponían de nuevo en movimiento, mientras
que los gatos reanudaban sus corridas y trepadas a los techos. Dos o tres veces
lo asaltó la tentación de ir hasta el sitio donde el plato de sangre para ver qué
había ocurrido con él, pero algo que no tenía explicación frenaba sus
intenciones. Por otra parte, su presencia en el patio a esa alta hora de la
noche provocaría el alboroto de los perros, lo que despertaría a los dueños de
casa. Bajo ningún punto de vista era aconsejable llevar adelante la patriada de
ir a curiosear qué había sucedido… Y quién sabe cómo iba a ser tomado por los
Catrileo algo así. Las primeras claridades del día, lo sorprendieron caminando
nerviosamente de la cocina a la pieza y viceversa. Le había resultado imposible
acostarse para entregarse al descanso que estaba necesitando. Cuando los
hermanos Catrileo ataban las mulas a un carro para trasladar algunos materiales
al lugar de trabajo, se les acercó Calfín para pedirles que le arreglaran las
cuentas. Una hora después, montado en su zaino y llevando el caballo pilchero
de tiro, el hombre que tenía una aureola de corajudo, se iba camino de su
rancho. Tiempo después, en el boliche de Las Bayas, le escucharon decir que a
los Catrileo nunca más les volvería a trabajar.
ELÍAS CHUCAIR Nació en la localidad de Ingeniero
Jacobacci, Río Negro en 1926 donde residió hasta la muerte. Obtuvo Premios
Provinciales y Nacionales. Autodidacta. Poseíaúnicamente estudios primarios.
Desde 1949 a 1958 fue corresponsal del Diario Esquel del Chubut, ha colaborado
en Hora 6, Argentina Austral y otros órganos periodísticos. En 1953, fue
premiado en los "Juegos Florales del Chubut" y en 1960 en las "Jornadas
Culturales" de Río Negro. Desde 1969 hasta 1990 estuvo a cargo de la
Dirección del Museo de Ciencias Naturales e Historia Regional "Jorge
H.Gerhold" de Ingeniero Jacobacci (Ad-honorem). Es uno de los creadores de
la "Fundación Ameghino" de Río Negro. Fue Diputado Provincial en los
dos primeros períodos legislativos de Río Negro; e Intendente Municipal de
Ingeniero Jacobacci, 1970 al 1973. Tomó parte de la primera filial de S.A.D.E.
en Río Negro e integró la Federación Rionegrina de Escritores. Obras publicadas:
1969: Bajo Cielo Sur - 1970: Sur Adentro - 1974: Desde Huillimapú - 1977: Con
Viento Patagónico - 1979: Con Grillos y Silencios - 1980: Tiempo y Distancia -
1984: La Inglesa Bandolera y otros relatos (2º edición 1996, 3º 2003) y Ayer
Aquí, desde 1984, 32 fascículos a la fecha. - 1985: El Maruchito hacedor de
milagros (2º edición 1997) - 1986: Cuentos y Relatos - 1989: Hombre y Paisaje -
1991: Partidas sin Regreso de Arabes en la Patagonia (2º edición 1993, 3º 2000)
- 1994: De Umbral Adentro - 1998: El Collar del Chenque - 1999: Acercando
Ayeres - 2001: Dejaron Improntas - 2003: Rastreando Bandoleros - 2004:
Anécdotas de un Rincón Patagónico. En los años 1984 y 1985 obtuvo el 1º y 3º
"Premio de la Canción Patagónica" en Comodoro Rivadavia, Chubut. Fue
nominado entre las personalidades del 2000 en el Compendio Biográfico de
Neuquén y Rio Negro.
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