Omar Hirsig, y el busto de Toin. Mas algunos anexos.




El miércoles 29 de julio de 2020 el artista plástico Omar Hirsig ha desmoldado en Río Grande el busto de Toin, conocido también como Antonio Toin.

El artista en esta experiencia construyó la tridimensionalidad de dos fotos de Martín Gusinte, antropólogo austríaco, que lo conoció y tomó como guía allá por 1923.

La figura de Toin, de serena belleza, me llevó allá por el año 2000 a consignar la existencia de aquel selknam, en un suplemento de El Sureño identificado como Rastros en el Río y donde bajo el título de TOIN, la memoria del colibrím prestaba atención a que este nombre fuera asignado a un niño recién nacido. Escribíamos entonces:

“De cómo la existencia de un nuevo Toin nos llevó a indagar sobre la vida de un anterior, vestido del misterio de los pueblos originarios de esta tierra”.

El último Domingo de Ramos nació en Río Grande Toin Olenke Maldonado, hijo Rubén Darío del Presidente de la Comunidad Ona de la Tierra del Fuego. La nueve conciencia y el legado pendiente ha llevado a que Rubén, con nombre de poeta modernista latinoamericano, elija dos referencias ancestrales que por línea materna lo sitúan en el espacio cultural de los selknam.

Me conmueve pensar en el destino de Toin, el primer ona del segundo milenio cristiano. Al momento de las presentaciones recordé en su nombre el del informante de Martín Gusinde, y pensé que el hecho no debía pasar desapercibido. Ya hubo muchas noticias de muerte entre la gente de su sangre en los últimos tiempos.

Del mundo del papel extraje algunas referencias del antropólogo austríaco que lo conoció a principio de los años 20, tomando de su memoria varios relatos ancestrales, algunos de los cuales incluimos en este rastro.



                                                                                                                                         
 La fotografía nos muestra a Toin con los atributos del guerrero, una pintura simple en el rostro, y una serenidad manifiesta.

Pero vayamos a los escritos de Gusinde que nacen del diálogo con este compañero de viajes por la Tierra del Fuego.


“De los pocos pero curiosos rastros que dejó aquel caminante que fue Antonio Toin.”

Para el otoño de 1923 Martín Gusinde realiza su cuarto y último viaje a Tierra del Fuego. Viene desde el sur de visitar en las islas chilenas a los grupos canoeros, se interna en la isla buscando en las cercanías del lago Fagnano a la gente de Tenenesk. Con el xon se habían conocido en un viaje anterior, y este hombre, de ascendiente haus es uno de los mejores hechiceros de su tiempo.

Tenenesk lo recibe con cordialidad pero puesto que esta por llegar pronto su hijo Tomás y viendo que las comodidades de su choza pueden verse limitadas, le encomienda a su sobrino Toin la construcción de una vivienda para el visitante. El joven pasará a ser desde ese momento su “compañero de pieza”.  Con él compartirá el frío y el fuego, el alimento y los insectos. También en tiempos en que el investigador se interesaba por los ritos de iniciación y pensaba en que se oficiara un Hain para su mejor apreciación, recibía de Toin un conjunto interesante de relatos, donde se ve reflejada la impronta del mestizaje haus de este grupo selknam.

Toin participará de la construcción de la “choza grande” en la que se realizará el Hain al que asiste el antropólogo visitante. En el Toin personificará a uno de los So’orte. Cikiol será el del Norte, Toin el del Oeste, y así aparecen fotografiados durante en los preparativos de aquel rito iniciático. Los klóketen –jóvenes iniciados- debían luchar con ellos, espíritus corporeizados que se correspondían con las cuatro partes de la tierra.

Pero llegó el invierno y Gusinde se sintió enfermo: escorbuto y anemia, y esperó encontrar reparo médico en el puerto de Ushuaia. Pero para ello debía cruzar la cordillera y la empresa no era nada fácil. Contrariando a Tenenesk, Toin se dispuso a acompañarlo, mientras se aligeraba el equipaje dejando en manos del xon los apuntes antropológicos y todo el equipo fotográfico.

El 13 de julio iniciaron Hotex, Toin y Gusinde una marcha tratando de cruzar la cordillera nevada y llegar a Harberton. La travesía se vio plagada de dificultades, en tanto que para facilitar la marcha llevaban atadas a cada pie tablas de 20 por 80 centímetros para evitar que se hundieran en la blanda nieve. En determinado momento, y en la altura, los sorprendió una tormenta glacial. Toin vio como única solución arrojar a sus compañeros al vacío, cayendo los tres desde 40 metros  a un espacio mas reparado de la montaña. La nieve no amortiguó del todo los efectos de la caída, Hotex se vio seriamente lastimado, en tanto que Toin rompió la escopeta que portaba.  La dura travesía  se registro en cinco días tras los cuales llegaron, para asombro de sus anfitriones, hasta la estancia de los Bridges donde se vieron sanados, alimentados y reconfortados.

Años más tarde Toin será reconocido junto a su hermano Meteten como los grandes esquiladores de Viamonte. Los vínculos entre Metete y Toin quedan confirmados en la descripción que hace Gusinde de las propiedades de los hechiceros, donde en un momento, visto el anuncio de muerte por parte del tío Tenenesk,  Toin sale al encuentro de Metete, su hermano. Pero la vida fue un avatar para los últimos fueguinos, y de allí que resulte bueno tener en cuenta los dichos de Luis Garibaldi que afirma de la existencia de dos sobrinos de Tenenesk  -Los Toye- entre los mejores esquiladores de Viamonte (Toye esquilaba como 300. Pero Met´t era más ligero). Uno de ellos morirá a manos de Antonio Segundo Arteaga (Gregorio Wetete Doye), el otro que se llama Antonio lo sobrevivirá unos meses. Para entonces se constituye en la zona de la reserva y allí tendrá un campo al que denominará Los Tapes (Lote 89). Más tarde afectado en su salud e identificado como Antonio Doller y/o Antonio Doller Koch viajará a Punta Arenas donde fallecerá en noviembre de 1936.

La edición inglesa de El Último Confín de la Tierra contiene un capítulo que habla del regreso de Lucas a Viamonte en 1932, entonces identifica a los dos hermanos como Metet y Doihei. Y ese Doihei (en algún epígrafe será Donhieri) se lo registra como concurrente al rito de iniciación que fuera hecho con anterioridad en su presencia.

Hay un Tuye compañero de Metete en la escuela que atiende el padre Zenone en Río Fuego, esto es en febrero de 1914. En tanto que a fines de ese año se atestigua sobre la existencia de un indígena adulto llamado Dollel, cuya esposa es bautizada con el nombre de Beata.

Es de observar las mutaciones el nombre: Toin, Toye,  Doihei, Doye, Doyer, Doller.

Quien sabe todo haya sido una conjunción de equívocos, desde el momento que se lo llamó Antonio, un Tony por diminutivo, y las derivaciones por el particular uso de varios idiomas (haus, selknam, inglés y castellano) y su indefinición fonética escrita.

Tal vez al tiempo de su vinculación con Gusinde estaría cerca del tío para ser iniciado en los misterios de su cultura; dado que diría mas tarde del  hechicero con relación a la tormenta que tuvieron que atravesar: “Tenenesk nos lo advirtió. Él es un gran xon y sabía que nos iba a sorprender esa tempestad. ¡Nunca hubiera sido tan audaz si yo hubiera anticipado ese peligro!”.



 En la foto Toin ha cambiado su indumentaria tradicional con las ropas de paisano, Gusinde se ha esmerado en que la imagen se diera en el mismo ángulo que la anterior, donde aparece con la cabeza cubierta con el koshel de guanaco.

Con esto seguimos el camino de los mitos.


“Era abril de 1923 cuando Antonio Toin relató a Martín Gusinde una historia de venganzas y hechiceros.”

El viejo Elankáiyink era un poderoso xon. Su hijo ya era adulto, tenía la edad de un muchacho que podía casarse. Ese hijo se llamaba Sispi. Lejos de su territorio había encontrado una muchacha, a la que amaba mucho y deseaba tomar por mujer. La muchacha también lo amaba mucho y lo deseaba por marido. Él había efectuado el largo viaje para llegarse hasta donde vivía su amada. Allí se quedó por mucho tiempo. Los padres no querían darle su hija, por eso se quedó tanto tiempo allí.

Los jóvenes se entendían muy bien. Se habían puesto de acuerdo y se amaban, por eso deseaban contraer matrimonio. Los ancianos (padres), aquellos se percataron de ello, y vigilaban muy bien a su hija. El muchacho veía a su amada casi todos los días. Trataba por todos los medios de reunirse con ella a solas, para acariciarla; pero los ancianos estaban demasiado alerta.

Sispi permanecía ya varios meses en aquella lejana región. Continuamente buscaba una oportunidad para jugar con su amada, pero nunca lograba estar a solas con ella. Puesto que su larga espera había sido hasta entonces infructuosa,  se puso muy triste.
Una gran pelea lo deprimía. Había seguido a su amada a todas partes. No obstante nunca había podido estar a solas con la muchacha, como desean estar los jóvenes enamorados. El muchacho había esperado ya un tiempo muy largo. Pero había perdido por completo las esperanzas de que aquellos padres le entregaran finalmente su hija. Por eso, un día se fue de allí y emprendió el regreso a su patria.

Debió recorrer un largo camino. Mientras avanzaba, pensaba continuamente en su larga espera y en la testarudez de aquellos dos viejos. Esto lo llenó cada vez más de ira. Comenzó a pensar en vengarse. Cuando llegó a la choza de su padre, le dijo al viejo: “¡Por fin he regresado!” El viejo Elankáiyink se mostró sorprendido cuando su hijo apareció tan inesperadamente. Pero después comenzó a llorar cuando vio a su hijo en un estado tan lamentable, haraposo: ¡el manto de piel estaba totalmente raído, las sandalias ya carecían de suela, y en su rostro estaba pintada la decepción! Ofrecía un aspecto deplorable.

Solo al cabo de unos días Sispi contó a su anciano padre todas las penurias que había tenido que sufrir, como aquella gente no había querido darle por esposa a esa muchacha, a pesar de que él la amaba tanto, y ella también lo deseaba a él por marido, hasta que por fin –tras larga espera- había regresado a su tierra. Su padre escuchó todo atentamente. Por último, también él quedó muy disgustado. Lleno de ira dijo: ¡”Me vengaré de esa gente! Tendrán que sentir en carne propia que soy un poderoso hechicero!” Poco después comenzó a cantar y ya durante esa misma noche soñó. A la mañana siguiente llamó a su lado a su hijo. Muy seriamente le dijo: “¡Me debo vengar completamente de esa gente! ¡Yo mismo iré allí donde está su choza!”

Pronto llegó una gran ballena. Con ella el anciano Elankáiyink se fue al norte. La ballena se dirigió a una playa exactamente al lugar donde aquella gente tenía su choza. Los moradores divisaron muy pronto a la ballena. De inmediato se acercaron muchas personas con sus cuchillos. Todos estaban muy contentos de encontrar nuevamente tanta cantidad de carne en ese lugar.

Cuando la gente estuvo reunida alrededor de la ballena, haciendo animados comentarios acerca de este animal tan grande, se percataron de que la ballena ya estaba realmente muerta. No se movía para nada. Entonces cortaron grandes trozos de la grasa. La amada de Sispi y sus padres también comieron esa grasa. El asado sabía muy bien a toda esa gente. Algunos se llevaron inmediatamente grandes pedazos, para almacenarlos en el agua de pantano. Toda la gente estaba realmente muy contenta. Comían sin cesar.

Pero uno de los hombres aún no había comido nada de la grasa, pues estaba ocupado cortando los pedazos para las demás personas. Por fin cortó también un pequeño trozo para sí mismo, pues primero quería probar su sabor. Pero cuando comenzó a dividir el trozo por el medio, éste creció más y más en sus manos. El hombre se sorprendió sobremanera por ello. Algunas otras personas también lo habían visto y quedaron muy sorprendidas. Después, el hombre comió del pedazo de carne, y le gustó mucho.

Así la gente se quedó sentada todo el día alrededor de la ballena. ¡Comían continuamente y no alcanzaban a hartarse! Ya caía la noche. Nuevamente uno de los hombres pidió un trozo de grasa. El distribuidor le dio ese pedazo, pero no lo colocó suavemente en las manos sinó se lo arrojó. En su trayectoria, ese trozo se movía como a los saltos y dio de lleno en un ojo de ese hombre. El pedazo golpeó con tanta fuerza su cabeza, que aquel quedó tendido en el suelo y murió al poco rato. Ahora los demás pedazos también comenzaron , repentinamente, a moverse y saltar. Con gran violencia chocaban contra la gente y les propinaban fuertes golpes. Los golpeados caían al suelo y morían al poco tiempo. Cuando toda esta gente estaba tirada en el suelo, incluso la amada de Sispi y sus padres, todos esos pedazos de grasa regresaron hasta donde estaba la ballena. El enorme animal se recompuso completamente y se arrastró hasta el mar. Inmediatamente regresó a nado hasta el lugar donde vivía el viejo Elankáiyink.

Este se despertó. Quedamente dijo a su hijo: ¡Aquella gente allí esta ahora toda muerta!. ¡La venganza ha sido total para mí y para ti! Sispi se extrañó bastante por lo que había oído. Empero, creyó en las palabras de su padre. Le respondió al anciano: “Sí, padre mío, ¡eres en verdad un gran hechicero!”.

Pasaron algunos días. Sispi se sentía nuevamente atraído a la comarca donde vivía su amada. Le parecía que no podía ser cierto que su amada estuviese muerta. Por eso, a los pocos días emprendió nuevamente la marcha. A su padre no había dicho nada.

No había recorrido mucho trecho aún, cuando miró hacia atrás. Entonces repentinamente, vio en el camino detrás suyo la sombra de su amada. Esta le seguía presurosa. ¡Su padre le había dicho que aquella muchacha estaba muerta! Inmediatamente encendió una gran hoguera y puso en ella muchas ramas con follaje denso y húmedo. Se levantó una gran humareda. Aquel hombre se sentó no lejos del fuego, pero de modo tal, que el humo lo tapara completamente cuando pasase por allí la sombra de su amada. Pronto aquel man también estuvo muy cerca. Por último, este se sentó asimismo junto al fuego. Sispi tomó enseguida sus armas, quería disparar una flecha. Pero la sombra se percató de ello y tomó con mayor fuerza su garrote. Entonces el man golpeó duramente a Sispi, de modo que este recibió  graves heridas. Un buen tiempo estuvo así tendido en el piso, totalmente agotado. Cuando el dolor hubo aflojado algo, se incorporó. Titubeante, observó alrededor suyo. Ya no vio a la sombra. Esa misma noche regresó camino a la choza de su padre. Fue directamente a donde estaba éste.

La noche era muy oscura. Al poco tiempo se había acercado al Río Grande. Allí se encontró casualmente con un hombre joven, que había encendido su antorcha. Sispi vio esa luz desde alguna distancia. El hombre había salido de caza para proveer de carne a su madre. Cuando se encontró tan inesperadamente con Sispi, le preguntó: “¿De dónde vienes, en una noche tan oscura?” Aquel le respondió: “Soy oriundo del sur. Hace un largo tiempo que estoy caminando, y me siento muy cansado. Estoy gravemente herido. Apenas si puedo caminar, porque la rodilla me duele mucho, constantemente, ¡allí tengo una gran herida!” Al instante preguntó el otro hombre: “¿Pues qué es lo que te ha sucedido?” Sispi le respondió: “¡Las cosas no me salieron como lo deseaba! Por eso regreso a la choza de mi padre.” A esto aquel contestó: “¡Está bien! Te daré unos gansos silvestres, para que tengas comida durante la marcha. Pero te aconsejo: ¡No te detengas aquí! ¡Sigue camino inmediatamente, mi madre no debe verte!” Esto se lo decía como advertencia. Por que su madre era una cánem: Con el poder de su vista podía matar a todo aquel que ella se propusiera matar. Esto inquietó sobremanera a Sispi. Tomó rápidamente los dos gansos y siguió su camino.

Cuando llegó a las cercanías del Cabo Peña, vio sentado en el suelo un pequeño K’tátu. Sispi dijo, como para sí, pero en voz alta y en lengua de los haus: “¡Tengo muchas ganas de comer carne fresca de un pájaro!” Inmediatamente puso una flecha en el arco y la disparó. Pero erró el tiro. Rápidamente, disparó una segunda flecha, porque ese pájaro no se había movido de su lugar. Con este tiro ya volaron algunas plumas del K’tátu, esta vez había acertado mejor. Cuando quiso disparar la tercera flecha, el K’tátu gritó en el lenguaje de los haus. “¡No tienes por qué matarme! Ya tienes dos gansos salvajes, ¡ésos están completamente frescos! Además, ambos somos haus. ¡Acércate algo más a mí!” Entonces ambos se acercaron. K’tátu dijo: “Veo una gran herida debajo de tu rodilla. Siéntate enseguida aquí, que yo te curaré.” Sispi se sentó y K’tatu comenzó a cantar. Este era un poderoso xon, y curó la herida que Sispi tenía debajo de la rodilla. A la mañana siguiente, Sispi siguió su camino. Pronto llegó de regreso a la choza de su padre.

De esta manera el viejo Elankáiyink logró vengarse plenamente de la afrenta que le había infringido aquella gente, al tratar tan mal a su hijo y negarle la muchacha, aunque ambos se amaban mucho.


“De cómo Toin relató en mayo de 1923 incidentes de otros tiempos, donde demuestra que siempre hubo competencia y enemistad ente los hombres de una misma familia.”

Allí donde vivía K’aux también vivía Kaskoyuk. Los dos eran de la misma familia. A poco de haberse ido Káux, Kaskoyuk empezó una guerra contra el resto de la gente. Quería tener para si todo el territorio de su familia, y además el territorio de sus vecinos. Convenció a Ksamenk y a Alekspo’ot. Los tres se convirtieron en cabecillas, reunieron alrededor suyo a otros hombres y asaltaron  a la demás gente. Kaskoyuk era especialmente peligroso; vencía a cualquiera y ultimaba familias enteras. Entonces hubo una gran matanza allí en Wákelyan.

Después de la lucha, los tres cabecillas deliberaron. A continuación contaron los muertos. Entonces se dieron cuenta de que uno se les había escapado. Era Tálampsos, que había huido y se mantenía oculto. Kaskoyuk quería saber donde se escondía. Por eso lo llamaba, se burlaba de él y lo ridiculizaba de muchas maneras. Pues pensaba para sí: “Lo llamaré y me reiré de él. Si oye esto, responderá. ¡Entonces sabré donde tiene su escondite!”

Kaskoyuk gritó en todas direcciones: “¡Tálamsos se ha fugado tan cobardemente! ¡Qué panzón espantoso, parece una mujer embarazada!” Estas palabras disgustaron muchísimo a Talamsos y lo irritaron tremendamente. Por último este contestó: “¿Qué tienes que gritar tanto! ¿Acaso estás convencido de ser el único haut’pan?” Ahora Kaskoyuk sabía que aquel estaba muy lejos, subido a la copa de un árbol. Dijo para sí: “Me acercaré de inmediato sigilosamente. ¡Pero llevaré conmigo otro hombre!”. A Tálamsos, en cambio, le gritó: “¡Tu sigue gritando!” Mientras tanto, el fuerte Kaskoyuk se acercaba cada vez más. Cuando estuvo suficientemente cerca, ultimó a Tálamsos.

Con esto, de todos los parientes de aquel sólo restaba el pequeño Soikáten. Este era feo y poco agraciado. Los hombres comentaban entre sí: “A aquel lo deberían dejar con vida, porque es deforme; así queda algo de que la gente pueda burlarse!”. Los hombres le decían: “Hemos ultimado a todos los demás, ¡esta criatura contrahecha no puede causarnos daño!” Por eso lo dejaron con vida. Entonces, cada uno volvió a su territorio.

Soikáten estaba muy triste, porque había perdido a todos sus parientes. Su mente clamaba venganza. Pronto comenzó a reunir amigos en torno suyo. Logró establecer una fuerte tropa de hombres. Durante el verano siguiente emprendió la marcha. Atacó a los parientes y amigos de Kaskoyuk. Muchos de ellos fueron muertos, ¡querían vengarse a fondo! Cuando hubo muerto un gran número de sus enemigos, Soikáten se dio por satisfecho, pues su venganza había sido amplia.

El mismo se acercó entonces a Alekspo’ot. Este era el mejor amigo de Kaskoyuk. También era un corredor muy rápido. Nadie podía alcanzarlo. Un día, aquel estaba en la playa. Varias mujeres estaban ocupadas en la recolección de peces. Soikáten se había acercado bastante sin ser visto. Por último, Alekspo’ot lo vio. Se levantó de un salto y salió corriendo. Pero se cortó los pies con algunas piedras filosas, entonces fluyó mucha sangre y ya no pudo correr tanto. Soikaten se acercaba cada vez más a su adversario. Aquel gritaba continuamente tras éste: “¡Así que tu antes te has burlado de mí y has matado a mis parientes! ¡Ahora te daré tu merecido!”

Los acompañantes de Soikaten quedaron atrás,  porque Alekspo’ot hizo brillar una luz intensa alrededor de su figura. Por ello nadie podía acercársele. Pero para Soikáten eso no fue obstáculo; él pudo acercarse. Así alcanzó a su adversario y lo mató en el acto. Después también ultimó a esas mujeres y niños que buscaban peces en la playa, porque todos ellos pertenecían a la familia de aquel. Sólo los propios hijos de Alekspo’ot se habían puesto a salvo oportunamente.

Kaskoyuk mismo ya se había fugado temprano. Ninguno de sus adversarios sabía su escondite. Soikaten decía: “Lamentablemente aquel se me ha escapado hasta ahora, ¡pero algún día caerá en mis manos!” Kaskoyuk tuvo noticias de estas palabras. Por eso  mandó a decir a Soikáten: “¡Nunca más me verás!”

Desde entonces , Kaskoyuk nunca más fue visto por persona alguna. Debe estar aun con vida, solo que nadie sabe donde se encuentra. Durante mucho tiempo aún, la gente de Soikáten había intentado todo lo posible para localizar a Kaskoyuk. Deseaban matarlo, pero no lograron ubicar su paradero. No obstante, Soikáten estaba conforme, pues había tenido una gran venganza. Continuó viviendo durante mucho tiempo en su territorio. Más tarde se fue al mar y se convirtió en calamar. De pura satisfacción llevó pintura blanca en todo su cuerpo durante mucho tiempo después de aquel combate. Aún hoy en día la conserva.





“De cómo en junio de 1923 Antonio Toin recordó las peripecias vividas por su pueblo cuando experimentaron a causa de una mala mujer el problema del hambre y de la sed, y como llegó un héroe – el colibrí- a sacarlos de éste y otros problemas.”

En los tiempos antiguos vivía una mujer muy poderosa, que se llamaba Taita. Habitaba en Laswáix. Tenía mucha influencia y dominaba sobre toda la región. Pero era de una gran bajeza de espíritu y profundamente egoísta. A nadie le daba para tomar un sorbo de agua. La gente carecía desde hacía tiempo de agua y estaba muy sedienta. Pero aquella odiosa mujer había tapado con pieles todos los estanques, pozos, lagunas y lagos. Nadie debía alcanzar el agua. Mucha gente ya se había acercado hasta aquí. Pero nadie podía alcanzar el agua, pues aquella mujer vigilaba atentamente. A quien se acercaba demasiado, lo ultimaba. Tenía un cuchillo muy grande, que era totalmente de piedra muy blanca. Nadie podía penetrar en su territorio. La gente ni siquiera podía recolectar moluscos y animales marinos en la playa.

Puesto que todo el pueblo ya carecía desde mucho tiempo atrás de agua y de alimento, casi nadie se podía mantener en pie. Los niños morían pronto y en gran número... Entonces se reunieron los ancianos. Querían reflexionar acerca de lo que podía hacerse bajo estas circunstancias. Ente ellos se encontraba K’aux, un anciano astuto e influyente. K’aux tenía un nieto, muy capaz y hábil. De él se acordó el viejo. De inmediato se decidió y propuso mandar llamar a este nieto. Dijo: “¡Tenemos que ultimar a aquella mujer!... ¿Qué será de nosotros, si no lo hacemos? ¡Tenemos que ultimar a aquella mujer, de lo contrario todos nosotros sucumbiremos! ¡Ella no da agua para beber y el alimento es muy escaso!” Los demás lo escucharon y asintieron.

Inmediatamente , K’aux envió a un hombre joven para que hablase con Táiyin, su nieto, y le mandó a decir: “¡Pronto ven aquí!! Céura se preparó rápidamente  para ir a buscar a Táiyin. Cuando hubo oscurecido. Céura partió. Podía avanzar sólo de noche,, para que la malvada Taita no lo pudiera observar.

Cuando aquel hombre llegó a la tierra de Táiyin, le dijo a éste: “El K’aux te manda decir: ‘¡Ven  pronto hasta donde él está!’” Táiyin se preparó inmediatamente y se fue con el mensajero. Cuando ambos llegaron allá, la gente escondió al Táiyin; aquella mala mujer no debía darse cuenta de su presencia. Él era un hombre muy pequeño.

Ya se mantuvo despierto durante la primera noche. Reflexionó acerca de la mejor manera de ultimar a aquella poderosa mujer. Pasó toda la noche sin dormir en la choza de su abuelo, K’aux. Ambos reflexionaban constantemente a la mañana. K’aux dijo a su nieto: “Todos nosotros pereceremos aquí a causa de la sed. ¡Tu nos debes ayudar!”

De un salto, Táiyin se levantó de su lecho. Cuando salió de la choza, vió a toda esa gente allí atormentada por la sed y el hambre. Cuando el pueblo lo vió, todos se pusieron muy contentos. Se susurraban unos a otros al oído: ¡Táiyin, Táiyin, Táiyin” Se le acercaron los más posible, para verlo mejor. Pero todo eso lo hicieron con mucho cuidado, de lo contrario aquella mujer lo hubiera descubierto... Más tarde, K’aux dijo a Táiyin: “¡Vé tu solo para matar a Taita! ¡Yo no lo puedo ver! Táiyin abandonó inmediatamente la choza de su abuelo. Fue a la de otro hombre, llamado Karkai. Estos dos hombres reflexionaron juntos acerca de la manera de ultimar a aquella mala mujer. Luego se dirigieron con sumo cuidado hasta el sitio donde vivía Taita.

Táiyin manejaba con mucha precisión su honda. Tenía una gran fuerza: cuando arrojaba una piedra, ésta siempre golpeaba con gran estruendo. Estos dos se habían acercado más y más. Y aquí se quedaron esperando. Pero aquella mala mujer no se hizo ver con suficiente claridad. Aquellos dos estaban bastante cerca y esperaban... Cuando Táita al fin asomó la cabeza de la choza, Táiyin arrojó una gran piedra contra ella. Ésta dio muy bien el blanco: ¡le arrancó la cabeza! ¡La sangre saltó y se espació por todas partes! Ahora aquella pérfida mujer estaba muerta...

Rápidamente, toda la gente  se acercó corriendo. Querían extraer agua, porque estaban muy sedientos. Pero todos los estanques, chacos y lagos contenía algo de sangre. La sangre de Taita había salpicado hacia todas partes. ¡Agua así no querían tomar!... ¿Pero cómo se podían limpiar todos los lagos y ríos y extraer de ellos toda la sangre? La gente miró a Táiyin, todos esperaban ayuda de él. Pero éste sacó el agua sucia y la arrojó lejos hacia el norte, allá donde ahora termina la Isla Grande. En aquel lugar el agua es, todavía hoy, como la sangre.

K’aux había observado todo esto. Por eso, le dijo rápidamente al Táiyin: “¡Mi querido nieto, donde yo vivo no debes arrojar el agua sucia de aquí!. K’aux  vivía en Náxasal. Táiyin dio cumplimiento a esta recomendación. Todavía hoy hay agua muy buena y pura en aquella comarca: pues hasta allí no había salpicado el agua sucia.

Táiyin dejó pronto de arrojar en todas direcciones el agua sucia de este lugar. En cambio, tomó piedras. Con su honda las arrojó en todas direcciones. Allí donde estas piedras caían, se producía en la tierra una rajadura que se llenaba inmediatamente de agua. Táiyin no permitió que nadie dijera nada acerca de esto: ¡arrojaba las piedras hacia donde le venía en gana! Hacia el norte arrojó un gran bloque de piedra: de inmediato se formó una larga rajadura y la Isla Grande quedó separada de la tierra existente detrás. Después arrojó una piedra hacia el sur y enseguida se formó el ancho canal. Cuando arrojó otra piedra hacia el este, se separaron de las islas de allí. Y las piedras que arrojaba hacia el oeste también separaban muchas islas. Sea cual fuera el lugar hacia el que Táiyin arrojaba una piedra, allí se desprendía un pedazo de tierra.

La patria de los selknam ya había sido separada tanto de la tierra circundante, que había quedado reducida a una gran isla. Esto le pareció mas que suficiente a K’aux, que observaba pensativo, y dijo a su nieto Táiyin: “¡Ahora basta! ¡No arrojes más piedras, de lo contrario perderemos todo!” Entonces Táiyin dejó de arrojar mas piedras; pues la gente tenía ahora agua en abundancia.

Entonces Táiyin salpicó esta agua clara en todas direcciones. Donde caía, se formaban nuevas fuentes y lagunas, arroyos y lagos. Por eso hoy en día se encuentra agua en todas partes. Táiyin siempre toma el agua en primer lugar, en cualquier sitio. También debe comer primero de todas las cosas; solo después es el turno de la restante gente. Aún en la actualidad  es un gran hechicero. Después de él también bebieron los demás hombres y se adueñaron de todo lo que había en el agua. Se pusieron muy contentos y quedaron conformes.

Táiyin dio a su abuelo, K’aux muchas instrucciones más. Este debía realizar todo lo que aquel le encomendara, y ante todo repartir la tierra. Debía haber orden, para que la gente estuviese conforme, para que todos pudieran vivir bien. Él dijo: “¡Abuelo, pon tú, un buen orden! ¡Reparte toda la tierra, pues yo no regresaré aquí!” De inmediato, Káux envió algunos hombres. Estos debían cazar guanacos y traerlos. Todos comieron y se pusieron muy contentos. Agradecieron muy cordialmente a Táiyin. Después de esto, él volvió hacia el norte, pues allí estaba su patria”.

Táiyin era un hombre muy inteligente. Llevaba una vida ordenada era hábil para todos los trabajos y un excelente cazador. Pero también instruía a otros hombres en estos menesteres y los adiestraba. Cuando hubo ultimado a la mala mujer con su honda, le quitó a Táita sus flechas y su arco. Mostró estos objetos a aquella gente allí, pues ellos no habían conocido hasta entonces tales armas. Sin permiso de Táita nadie podía emprender algo o trabajar en algo. Nadie podía apresar a un animal  por que no poseía armas. Sólo ella iba de caza. De su botín entregaba a todos los demás solo pedazos muy pequeños. Por eso la gente solamente tenía muy poco de comer. Táita misma repartía la carne.  La gente también sufría sed, porque ella solo les daba algunas gotas de agua. A veces encomendaba a K’aux, que era su pariente, la distribución de los pequeños pedacitos.

Ahora Táiyin partió a su patria en el norte. No ha vuelto más hasta aquí. Desde aquel entonces nadie más ha visto un pájaro de este nombre en la Isla Grande. Pero desde que Táiyin mostró a la gente el arco y las flechas de Táita, los hombres han fabricado esas armas y han ido de caza con ellas. Están en uso hasta hoy.

K’aux se reunió con los demás hombres. Deliberaron entre ellos y dijeron: “Reflexionemos cómo hacer también tales armas.” Y pensaron en el asunto. Luego dijeron: “¡Que cada hombre haga por sí mismo tales armas!” De inmediato comenzaron con este trabajo, cada uno hizo para sí el arco y las flechas. Después, uno a uno fueron a cazar, tuvieron éxito y obtuvieron con esas armas guanacos.

“De cómo aquel mismo mes Toin encontró tiempo para realizar otro relato, donde aparece la figura de un cazador compulsivo”


Antiguamente vivían dos personas de edad avanzada, un hombre y una mujer. Ambos ocupaban la misma choza y estaban allí completamente solos. Tan viejos eran que casi no se podían arrastrar ya; tenían muchísimos años. No obstante ello, un día tuvieron un hijo. Esto sucedió aquí en el sur, en la Bahía Buen Suceso. Allí en la playa había arena muy fina y blanca.

Este niño era muy hermoso, lucía una piel rosada como el sol, y también muy blanca. Los dos ancianos se alegraron sobremanera con ese hijo. Continuaron viviendo los tres allí en su choza, en aquella región.

El niño creció con suma rapidez. Tomó el pecho de su madre sólo durante dos días. Después ya correteaba sólo por todas partes, sin que la madre lo sostuviera. Al poco tiempo, sabía buscarse él solo una ocupación. Para que su niño pudiera jugar, el padre le fabricó un venablo pequeño y delicado, que era sólo una ramita puntiaguda. Con él, el niño debía ejercitarse cazando moscas y mosquitos. El muchachito tomó su pequeña capa de piel y la extendió en el suelo. Después arrojaba su pequeño venablo contra cada mosca o mosquito que pasaba sobre él.  Las moscas tocadas por el venablo caían sobre el abrigo de piel extendido. El niño jugó todo el día de esta manera, nunca erraba un tiro. Se había acumulado ya un pequeño montículo de moscas y mosquitos muertos. Cuando el padre vió esto, se alegro mucho.

En estos pocos días, Emienpo’ot ya había crecido bastante. Su padre pronto le hizo un venablo más largo. El muchacho buscaba leones marinos, y decía para sí: “¡Haré la prueba, así veré si ya puedo vencer un animal tan grande!” Se estuvo allí totalmente inmóvil. Al ver que un león marino se arrastraba playa arriba, se escondió. Cuando el animal se hubo acercado lo suficiente, le disparó su venablo. El arma penetró un poco en el cuerpo de aquél, y quedó clavada. Pero el león marino se fue con el venablo clavado y desapareció en el mar.

El niño regresó malhumorado a la choza. Le contó a su padre: “He arrojado mi venablo contra un león marino. Aunque penetró en el cuerpo de ese animal tan grande, no lo mató. ¿Cómo debo proceder entonces?” El padre quedó pensativo. ¡Había escuchado de boca de su hijo que éste intentaba la caza de leones marinos! Lo alentó con estas palabras: “¡Veremos mañana lo que puede hacerse!”

Aquí en la choza, Emienpo’ot comenzó a hacerse cada vez más pequeño pasó a ser otra vez un lactante. Entonces tomó el pecho de su madre. Su padre, mientras tanto, reflexionaba. A la mañana siguiente, este niñito creció rápidamente hasta hacerse tan grande como había sido el día anterior. Ayudó a su padre a incorporarse del lecho, pues su padre ya estaba con la salud muy quebrantada.

Padre e hijo abandonaron la choza. Buscaron en la playa un pedazo de costilla de ballena. Con ella el anciano fabricó una punta de venablo, larga y gruesa, y en esa punta labró de un lado un diente filoso. A continuación montó la punta en una vara larga y fuerte. La parte inferior de la punta estaba provista, a ambos lados, de una ancha entalladura. Con la parte delantera de un largo lazo envolvieron esta entalladura; la larga parte restante del lazo la enrollaron en pequeños círculos. Así quedó listo el gran arpón... Los dos habían trabajado todo el día en esto.

Volvieron a la choza. El muchachito adquirió nuevamente el tamaño de un lactante. Ahora tomaba el pecho de su madre. Al día siguiente creció rápidamente, para quedar tan grande como el día anterior, y un poquito más. Al instante tomó aquella nueva arma y fue con ella a la playa, donde había algunos leones marinos. Se acercó sigilosamente a la distancia  apropiada, y empezó a arrojar el arpón. En cada oportunidad daba en el blanco, y, con la cuerda, arrastraba al animal herido hasta donde él se encontraba. Enseguida golpeaba al animal con un garrote hasta matarlo. Ese día, el muchacho mató varios de estos grandes animales marinos.

Muy tarde recién, cuando ya oscurecía, Emienpo’ot se acercó a la choza de sus padres, y dijo a su padre: “Allí en la playa dejé varios leones marinos, a todos ellos los maté hoy. ¡Sólo traje conmigo un único pedacito de carne!” Diciendo esto mostró un pequeño león marino. Su madre se alegró muchísimo por ello. El muchacho adquirió muy pronto nuevamente el tamaño de un niño de pecho; se convirtió nuevamente en lactante, y tomó el pecho de su madre.

A la mañana siguiente, el pequeño se levantó muy temprano. Al poco rato creció rápidamente hasta adquirir el tamaño que había tenido el día anterior, y un poquito más. Tomó su arpón y corrió a la playa, Cuando regresó a la choza, trajo consigo un gran león marino. Esto se repitió los días siguientes. El muchachito traía cada vez mucha carne a la choza. Los viejos tenían entonces permanentemente suficiente carne para comer.

Al cabo de unos días, llegaron a la choza casualmente los otros hijos, que querían ver a sus padres ancianos. Cuando los hijos entraron a la choza, Emienpo’ot se había achicado nuevamente hasta adquirir el tamaño de un lactante. Su madre lo había envuelto en un mantito de piel y lo había escondido en su lecho.

Los hijos de estos dos ancianos siempre habían mostrado mucho respeto y verdadero amor por sus padres. Cuando vieron allí tendido a ese león marino tan grande, y toda la restante carne colgada en la choza, se tranquilizaron del todo. Supieron así que sus padres no carecían de carne.

El anciano padre se mostró muy feliz, puesto que a su alrededor veía juntos a todos sus hijos. La anciana madre se alegró mucho más aún por esto. Uno de los hijos preguntó a su padre: “¿Cómo has podido cazar aquel gran león marino y traerlo hasta aquí?” El padre no respondió nada. Sólo mas tarde dijo a su hijo: “La carne te gusta, ¿verdad?” La madre había asado para cada uno de los hijos  un trozo de carne, todos ellos comían ahora con gran placer.

La mujer del hijo que había hecho la pregunta al padre pasó, entretanto, revista a toda la choza. Para su sorpresa descubrió los piececillos de un niño, que sobresalían del abrigo de piel extendido sobre el lecho de su suegra. Por lo bajo dijo a su esposo: “¿Qué será aquello allá?” El hombre sintió curiosidad y preguntó a sus padres, señalando los piececillos: “¿Qué es aquello allí?” ¡Son los hermosos pies rosados de un niño!” Los padres no respondieron nada, hicieron como si no hubieran oído la pregunta. Por lo tanto, estos dos quedaron más curiosos aún. Quedamente hablaron entre sí del asunto. Por último, aquel hijo se dirigió a sus padres hablando algo más fuerte: “¿De quien son los hermosos piececillos rosados que veo allí?”. Señaló el lugar y ya se pudo de pie para levantar el manto.  Entonces la anciana madre se enfadó y quiso evitarlo. Pero aquel había sido más rápido y ya había levantado la capa. Entonces vio recostado allí al pequeño. Sorprendido solo pudo decir: “¡Oh que hermoso hermanito! ¡Qué feo soy yo comparándome con aquel!”... Esto llamó inmediatamente la atención de todos los demás. En especial eran las mujeres las que estaban fuera de sí a causa de la sorpresa, y con gran curiosidad se acercaron. También ellas estaban sumamente encantadas con su amoroso cuñado pequeñito. La anciana madre no supo que decir a todos ellos. Por fin el padre se irguió un poco y tosió para llamar la atención. Dijo: “¡Este pequeño aquí es el que ha ultimado aquel enorme león marino allá!” Todos se extrañaron mucho por estas palabras, pero nadie las entendía.

Las cuñadas no se cansaban de mirar aquel bonito niño. Jugaron con él todo el día. Como embobadas, se peleaban por acariciar y alzar al niño. Ninguna de las mujeres quería soltar el niño o pasárselo a otra de las mujeres; tanto le gustaba a cada una de ellas. También los hombres hablaban mucho entre sí de este niño. Decían: “¡Este ha de ser nuestro hermano!... ¿Pero como pudo traer aquí un león marino tan grande? ¿Qué es o que dice realmente nuestro padre?” Esto comentaban entre sí.

Hacía un rato que había oscurecido. Pero las cuñadas continuaban jugando con aquel pequeño. No se cansaban de tenerlo en la falda y de mimarlo. Por fin, todos se acostaron en su lecho, pues la noche ya estaba muy avanzada.

A la madrugada, el pequeño Emiempo’ot creció rápidamente hasta alcanzar de nuevo la estatura del día anterior, y un poco más. El hermano mayor se acercó para jugar con él. Cuando levantó la colcha, se sobresaltó sorprendido. Dijo: “¡Cómo es que mi hermano está repentinamente tan grande!”.

Todos los demás se despertaron y se sorprendieron mucho. Se levantaron de su lecho. Las cuñadas estaban mudas de admiración, cuando vieron la magnífica figura de su cuñado menor. Éste invitó a sus hermanos para que lo acompañasen a la playa. Allí quería retirar la gran cantidad de carne de aquellos leones marinos que él mismo había cazado el día anterior. Los hombres fueron hasta la playa. Trajeron varios leones marinos a la choza de sus ancianos padres. Ahora, todos tenían carne para largo rato.

Muchos días después, los hermanos volvieron nuevamente a la playa, pues querían cazar leones marinos. Su hermano menor se mostró muy diestro y en extremo habilidoso. Esto les causó un gran asombro. Él alcanzaba todos los animales contra los que arrojaba su arpón. Así mató varios leones marinos. Los demás hermanos comentaban entre sí: “Nuestro hermano más joven es muy habilidoso y fuerte, ¡siempre tiene suerte!” A la noche, todos regresaron a la choza de su padre. Traían consigo mucha carne.

Las cuñadas esperaban con gran ansiedad la hora del regreso, pues ansiando ver nuevamente a su cuñado más joven, habían estado observando el camino todo el día. Ahora se abalanzaron todas juntas sobre Emienpo’ot, lo acariciaron y lo mimaron desmedidamente. Al cabo de unos días, estos hijos abandonaron la choza de sus padres. Con sus familias, regresaron a sus tierras.

Emiempo’ot reflexionó entonces sobre lo que debía hacer. Quería alcanzar a los grandes pájaros, aquellos que flotaban en el aire, allá lejos sobre el mar. Le dijo a su padre: “¡Ojalá tuviera una canoa, para poder seguir tras aquellas aves grandes.”   El anciano contestó: “¡Por cierto, construiremos una canoa!” Después el muchacho fue al bosque. Descortezo algunos árboles y trajo los pedazos de corteza a la choza. Padre e hijo fabricaron la primera canoa.

Emienpo’ot la quiso probar de inmediato. La arrastró hasta la playa y la empujó al agua. Se sentó dentro de ella y salió lejos, mar afuera. Desde su canoa alcanzaba fácilmente con su venablo a las grandes aves marinas, incluso al enorme Ka’il. A la noche siempre traía una buena cantidad de aves a la choza de sus padres; todas las había cazado desde su pequeña canoa.

Hasta entonces, Emienpo’ot se había mantenido siempre cerca de la costa. Sus padres lo podían observar fácilmente desde su choza. Repetidamente su madre le advertía: “¡No te aventures afuera, al mar abierto!” El siempre respondía: “¡Nada puede sucederme, no moriré! Cerca de la costa no están las grandes aves, ¡debo salir mas lejos!” No obstante, su madre le advertía constantemente: “¡Se cuidadoso! ¡Presta atención al viento!” Aquel siempre respondía: “¡No sucumbiré, pero me cuidaré bien!”

Un día, sentado en su pequeña canoa, Emienpo’ot estuvo nuevamente muy lejos mar adentro. Repentinamente se levantó un fuerte viento y lo llevó consigo... Esa misma noche, Emienpo’ot no regresó a la choza de sus padres. Entonces estos lo buscaron con la vista: apenas podían divisarlo, allá mar afuera, muy lejos, ya había sido arrastrado. Y no regreso más.

Los dos ancianos pronto murieron de pena y tristeza. Pasaron los años y también murieron los hermanos de Emienpo’ot. Pero él mismo había sabido en el momento en que lo arrastró el viento, que no moriría. Por eso había calmado antes los temores de sus padres.

En efecto, muchos años después regresó a este lugar. Tomó tierra en la bahía Aguirre. Trajo consigo a su esposa llamada Alental. Cuando subió a la costa, preguntó a la gente de allí: “¿Conocéis a mi familia?” Aquellos arquearon las cejas y respondieron: “¡No, no conocemos a nadie de tu familia!” Esto causo mucha tristeza a Emienpo’ot. Pero desde entonces quedó en aquella región y vivía con esa gente.

Se había convertido en un hombre realmente bien desarrollado, de un aspecto especialmente hermoso. Además, tenía una admirable piel rosada. Todo eso, despertó los celos de un malvado xon, que despachó un kwáke y Emienpo’ot fue muerto. Como su mujer se vió completamente sola en aquella comarca, y entre gente extraña, se convirtió en una álental. Aquella gente siguió hablando mucho tiempo del hermoso Emienpo’ot y de su mujer, incomparablemente bella.


La foto actual del joven Toin Maldonado que al nacer fuera el disparador de esta recopilación.



Voces:

Álental: gaviotín.

Cánem: Maleficio mortal.

Céura: Tordo grande.

Elankáiyink: Cachalote.

Hauti’pan: buen mozo.

Ka’il: Petrel gigante.

Karkai: Carancho.

K’aux: Búho grande

K’tatu: Lechuza pequeña, de hábitos terrestres alimentándose de gusanos.

Kwáke: Maleficio.

Laswáix: Región situada en territorio haus

Man: Sobra espiritual.

Naxasal: Zona próxima a Cabo San Pablo, territorio haus.

Soikáten: Calamar.

Táiyin: Colibrí que habita en el sur de Chile y que en forma poco frecuente visita la Isla Grande.

Wakelyan: Tierra angosta y plana al norte del Río Fuego.

Xon: Hechicero.




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