El aprovechamiento de los recursos naturales en la Tierra del Fuego ha tenido, desde la presencia del hombre blanco, distintos ensayos. Algunos de ellos no prosperaron en la medida de quienes los propusieron y a la postre -desde el punto de vista ecológico- fueron altamente perniciosos.
Para el caso fue la incorporación, al espacio fueguino, del conejo que
-en su multiplicación- desbordó la intención primera de obtener la compensación
en la caza del tributo de su piel.
Los memoriosos concuerdan en que fue en Porvenir donde la fuga de
algunos ejemplares, criados en cautiverio, favoreció la multiplicación. De uno
y otro lado de la Isla se apuraron las estrategias para terminar con la plaga.
La Explotadora utilizo cerco de alambrados chanchero para evitar el paso de los
roedores y, finalmente, la inoculación de un virus -el mixoma- contribuyó al
final del flagelo. Por tanto la enfermedad llamada mixomatosis, los conejos
perdieron defensas que -en casi todos los caso- los dejaba ciegos. El virus fue
inyectado del lado chileno, la legislación argentina no terminó de autorizar el
procedimiento que, si se realizó aquí, fue a espaldas de los funcionarios; pero
la enfermedad no supo de límites.
Antes de la mixomatosis y después con el animal disminuido en su
resistencia, apareció el cazador de conejos. Las grandes estancias facilitaban
la tarea y así como la lana despachaban fardos y fardos de cuero.
Roberto Díaz, participó desde su infancia en el trabajo de cazar
conejos. Ya crecido elaboró varios versos, sencillos pero descriptivos de un
oficio de circunstancias que ya ha desaparecido quedando, como un rastro más,
estos Recuerdos de un conejero.
Muchos ya no recuerdan,
lo que es salir de cazar
el conejo esta extinguido
la razones voy a contar.
En el año `45
había cualquier cantidad,
y las ovejas no tenían
a veces ni que pastar.
apareció el cazador
y mi padre fue uno de ellos,
lo tuve que acompañar
con la nieve hasta el cuello.
Fabricábamos nuestro rancho
con champas del mismo suelo,
y nos alumbrábamos de noche
con esas velas de cebo.
Al amanecer salíamos
con la jauría de perros,
y los gritos y ladridos
se escuchaban en el cielo.
Si el suelo estaba nevado
buena caza se esperaba,
pues el conejo en la nieve
a los perros no se les escapaba.
De repente, en una mata cualquiera
un perro que se paraba
con vueltas alrededor
un conejo anunciaba.
El conejo enramado
es difícil distinguir,
pero el perro amaestrado
no lo van a confundir.
Cada conejo pillado
es trabajo que nos da,
pues el cuero hay que sacar
para después estaquear.
Después de sacar el cuero
el tiento hay que colocarle,
a la cintura afirmarlo
para poder llevarlos.
El sol ya se escondió
y estamos lejos del rancho,
para iniciar el regreso
las estrellas nos guían derecho.
Agotados y contentos
por la faena del día,
alrededor del fogón
saboreamos nuestra comida.
Con hormas hechas de alambre
estaqueamos nuestros cueros,
y los dejamos secar
para después hacerlos dinero.
De pronto dice mi padre
prepara la lámpara, niño,
la luna ya se escondió
y un viento fuerte salio.
Un rifle preparó el
y la lámpara tambien,
no te olvides del carburo
si no pasarás apuro.
Nos ponemos en camino
siempre en contra del viento,
su lámpara en la cabeza
y con el rifle bien presto.
Yo solo voy de ayudante
para los cueros traer,
pues funcion más importante
la tiene otro acompañante.
Es el perro conejero
que acompaña al riflero,
solo espera el estampido
para buscar al herido.
De pronto nos detenemos
y enfocamos un conejo
con las orejas paradas,
el perro prepara el vuelo.
El conejo se ha arrancado
y la pista sigue el sabueso,
seguro lo va a traer
para así ganarse un hueso.
La luna comienza a salir
y debemos regresar,
pues no habiendo oscuridad
es imposible cazar.
Estamos en el Cordón
lejos de nuestro rancho,
debemos caminar
en busca de nuestro descanso.
Avanzamos a tropezones
rodeados de matas negras,
por el peso de los cueros,
a veces llegamos al suelo.
Con risas y garabatos
cruzamos por un chorrillo,
el agua hasta los tobillos
y tiritamos de frió.
De pronto sentimos ladridos
y se nos pasa el frió,
son los guardianes del rancho
que nos reciben con ruidos.
Atizamos el fogón
pues aun quedaban brazas,
le ponemos leña dura
y adiós a nuestras desaventuras.
Es cerca de medianoche
y la faena no termina,
cueros debemos de estaquear
para el trabajo avanzar.
La cazuela ya esta lista
y debemos merendar,
pero “ojo” con olvidar
los perros debemos de encerrar.
Debemos de descansar
para la nueva jornada,
y aunque mañana es domingo
la vida sigue el mismo.
¡Levantarse, joven arriba!
saldremos a trabajar,
la nieve no esta escarchando
y eso nos va a ayudar.
Ese clima no era igual
al que tenemos hoy día,
pues la primera nevada
nos castigaba y no se iba.
Por eso que al recordar
a ese hombre trabajador,
muchos nombres vienen a mi mente
y todas son personas valientes.
Nombres de aquellas épocas
de seguro se escucharán
con lágrimas en los ojos,
muchas cosas recordarán.
Podría seguir escribiendo
pero debo terminar,
pidiéndole las disculpas
si algo se me fue a escapar.
(*) Este artículo fue publicado inicialmente
en El Sureño, columna Rastros en el río, el 23 de mayo de 1993.
2 comentarios:
Hola Mingo!
Leyendo tu artículo, vino a mi memoria una anécdota sobre conejos relatada por un antiguo poblador riograndense en uno de mis libros de cabecera: “A hacha, cuña y golpe”. Sinceramente, no recordaba puntualmente la personalidad que recordaba aquella anécdota, razón por lo cual, me di a la tarea de revisar el volumen hasta dar con el dato. Finalmente lo encontré. Aquel poblador que traía la anécdota de los conejos en sus recuerdos era Aníbal H. Allen, quien había llegado a Río Grande en noviembre de 1939.
Noté entonces que existían algunos puntos de contacto entre el texto del artículo publicado originalmente en El Sureño (1993), y el texto que plasmaba las remembranzas de Aníbal Allen. A saber: la referencia temporal, el motivo original de la cría (la caza), la procedencia de los conejos y por último, diseminación de un virus letal para terminar con la aparición masiva de los pequeños mamíferos.
Aníbal Allen recordaba el hecho de la siguiente manera:
“Una cosa que me acuerdo y que viene al caso contarlo fue la famosa plaga de conejos de San Sebastián. La relación me llegó a mí como que en Chile, porque los conejos venían de Chile, los integrantes de un club, no sé si yugoeslavos o qué, se pusieron a criar conejos y los largaron para tener algo para cazar porque no tenían caza. ¡Pero se les fue la mano y dejaron un año de veda y empezó a aumentar! Esto me dijo Chifflet, que era el veterinario regional, que llegó a haber cinco conejos por metro cuadrado. Había miles, millones de conejos. Pasando en auto de San Sebastián a Río Grande, el camino ondulaba. Eran todos conejos. Los conejos se acabaron con un virus, que se había cultivado en Chile y que había dado resultado. Eso fue cerca de 1950 y las águilas se hicieron un festín bárbaro. Era interesantísimo verlas cómo agarraban los conejos, los largaban y cuando tenían cinco conejos estrellados contra el piso, bajaban a comer. Quedaron conejos, pero ya no se multiplican con tanta facilidad”.
Fuente:
Bou, María Luisa; Repetto, Élida: “A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande”, Talleres Gráficos Recali S.A., Argentina, 1995”.
Un saludo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
Es verdad también me viene a la memoria que cuando chico allá por el 59 o 60 un día mi papá que le gustaba la caza y la pesca, nos llevó a toda la familia una mañana de invierno, y con nieve, ivamos en un camión hasta Punta María, tuvimos que subir caminando el cerro de Punta María, y llevabamos a nuestros perros, que eran muy buenos cazadores, entonces ubicaban la cueva y prendían fuego para que con humo ivan saliendo los conejos... No recuerdo la cantidad pero se que eran muchos los que agarraron.. Y después vueltos ya a casa también los cuereaban y estaqueaban para secar la piel. Comíamos mucho conejo en ese entonces. Para nosotros los pibes era toda una aventura..
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