LOS PUENTES DE LA MEMORIA.46 . ”Y ellos llegaron para ganar un mundo, sabiendo lo mucho que estaban perdiendo”.

 

Nuestra población rural es, predominantemente, de origen chileno, y si un lugar fue generoso éste se llama archipiélago de Chiloé. Con anterioridad a ellos la peonada rural era europea, pero al llegar la Gran Guerra partieron gran parte de ellos a cumplir con sus banderas no regresando todos al fin de la contienda. Su lugar fue ocupado por el chilote en gran medida y, en segundo orden, por los hijos de yugoeslavos, muchos de estos últimos iniciando el despoblamiento de Porvenir al descender a oficios más humildes que los alcanzados por los padres o, las mujeres, al formar su matrimonio con residentes en el norte fueguino argentino.

 

Pero nuestras conclusiones abarcarán la vida del obrero rural de origen chileno, fundamentalmente el chilote, y para eso dibujaos el camino que, como una constante, aparece en el relato de tantos que hicieron a nuestro pueblo.

 

a)     Se partía del pueblo natal con cierto agobio económico en un barco que los obligaba a atravesar el Golfo de Penas, con no pocos infortunios marineros, se encontraba en Punta Arenas un nudo distributivo de las oportunidades laborales que en gran medida terminaba alojándolos en el campo argentino. El viaje se hacía con el hacinamiento propio de la tercera clase y/o la bodega.

 

b)     Porvenir los invitaba a llegar hasta las estancias de nuestra zona. A veces se daba algún intento de probar suerte en los grandes establecimientos de la Explotadora. Un vehículo de correo los acercaba hasta el mismo Río Grande, no faltando los casos en que la travesía se hacía de a caballo –con algún animalito prestado por algún paisano- o simplemente caminando, eludiendo en estos casos el paso fronterizo de San Sebastián, para acortar camino, o simplemente –más cuando estábamos entre menores de edad- evitar la presentación de documentos que la policía exigía solamente en el paso. El camino entonces era más al Sur ingresando por el Río Chico. Un poncho era casi todo el equipaje; en cualquier estancia, a la que se llegara de pasajero, había techo y comida.

 

c)     Esto ocurría en septiembre.

 

d)     Muy pocos acudían a un pariente o paisano para que les haga de gestor laboral. Llegar al pueblo significaba casi siempre pagar pensión y no se traía presupuesto para ello. Entonces, la inmediata presentación en las estancias posibilitaba el empleo, y la inmediata manutención por cuenta del empleador. Los administradores de las grandes estancias esperaban primero la llegada de la gente conocida y competente que emplearan en años anteriores; sólo a falta de ellos o por una emergencia de días que a veces resultaba definitiva, el novato conseguía empleo. En las estancias chicas la circunstancia era distinta, los sueldos también y con ello la incertidumbre para algunos que corrieron la suerte de no encontrar el mejor patrón.

 

e)     Así nacía el ayudante de cocina, el campañista, el peón, el ovejero, el ayudante de alambrado, el carnicero, el puestero, el chofer... En el campo se aprendía de todo.

 

f)      Cada mes de mayo representaba la paralización de las actividades rurales hasta que llegara la primavera, entonces se regresaba –ahora con algo más de dinero- por barco hasta Punta Arenas, o cómodamente en un correo terrestre hasta Porvenir. No todos seguían hasta su Chiloé, pelechaban en invierno en Punta Arenas con la fuerte moneda argentina que en muchos casos recién cobraban en bancos de esa plaza y algunos disfrutaban recién, y por algunos días, por todos los sinsabores de la incesante tarea rural antes experimentada. Muy pocos tenían la oportunidad de seguir en la estancia durante el invierno, ese mérito se conseguía con los años. Casi nadie encontraba motivos inmediatos para quedarse en Río Grande, muy pocos se aventuraban al norte argentino, o a la costa. Tal vez aquellos que querían eludir el servicio militar en su país, y esperaban con el tiempo alguna amnistía.

 

g)     Con los años estaba quien se hacía de cierto capitalito y, más que nada, de un empleo seguro; entonces llegaba el momento de volver a Chiloé a buscar mujer y no se demoraba mucho en el trámite. Es que nuestro chilote ya volvía vestido de argentino: bombacha y botas, campera de cuero y pañuelo al cuello y firme del lado del tirador. La paisana debía ser “de un solo pueblo”, casi siempre más joven, a veces una niña y se partía, en muchos casos, con el consentimiento del patrón para recibirla en tareas afines a la cocina, o en desempeños calificados como “el matrimonio” donde se prestaba trabajo en la “casa grande”.

 

h)     Si no era así, la flamante esposa debía quedar en el pueblo, en pensión o en casa de algún conocido que ya se había independizado de las tareas rurales. A veces se la dejaba en Porvenir o en Punta Arenas en igual situación, pero más que nada por que un hijo venía en camino y así nacía en la patria... o bien con una atención médica que acá todavía no se prodigaba.

 

i)      Al crecer los hijos, vivir en el pueblo era ya un imperativo. Algunos se volvían bolicheros, otros se esmeraban en algún oficio: carpintero, mecánico o se empleaban en los caminos, el frigorífico, la esquila, el puerto y el caponero, es decir: asegurarse un fuerte ingreso en cierta época del año y aguantar el resto.

 

j)      La casa era el gran paso. Precaria pero propia, el terreno también lo era. Las grandes extensiones de aquellos días permitían al industrioso generar la quinta y el gallinero, otra fuente de supervivencia. Los que llegaron a tiempo encontraron en el gobernador Ernesto Campos el gran benefactor, el que le dio tierras a todo el mundo. La minga prosperaba a veces, donde también se recibía la ayuda de los paisanos a cambio de una comida en el patio; entre los evangélicos la solidaridad fue mucho más notoria.

 

k)     Los hijos del chilote crecieron argentinos sin abandonar buena parte de las costumbres de su mayores con una dependencia, en muchos aspectos, de esa ecumene de nuestro desarrollo que fue Punta Arenas, más que el Chiloé de origen. Allá había quedado un tiempo de privaciones, muchos parientes fueron llegando alentados por el feliz destino de esta tierra y los pocos que quedaron pudieron vivir mejor con lo poco que tenían.

 

l)      La gran mayoría de los chilotes que he entrevistado se han naturalizado, reconocen que todo lo que tienen se lo deben esta tierra. No parecen haber tenido conflictos sociales con nadie, pese a que durante muchos años el argentino –el funcionario más que nada- los miró con recelos impuestos desde su norte de origen.

 

m)   Será por eso que muchos de ellos evitan decir que son “chilotes”, calificativo que ha sido utilizado despectivamente por los mismos chilenos y que en tantos casos es fácilmente olvidado por sus hijos. Un buen día de estos, llegado un 20 de Junio, vistiendo el uniforme argentino juraba ante la nueva bandera de la familia. El Trauco y el Caleuche pasaron a ser voces humorísticas, las comidas tradicionales un culto que quedó solamente en manos de las abuelas... Las hijas miraban con buenos ojos a un recién llegado y así, algún colimbita del interior, o algún empleadito porteño, misturaba su idiosincracia con lo que quedaba de una familia de Quinchao.

 

n)     La gran mayoría de nuestros chilotes recuerda lo difícil que era vivir sin agua, luz ni gas; el susto en el terremoto del ’49 que les hizo recordar tragedias propias, la gran nevada del ’54, el surgimiento del petróleo, el bote cruzando el río y los aviones que daban más de un susto, lo rápido que crecieron los hijos y lo difícil que les resultó –por instrucción y privilegios- competir con cierta gente venida “más ahora”, lo absurdos de ciertos odios sembrados durante algunos gobiernos impopulares, o en algunas campañas electorales... y uno que otro encontronazo con la policía cuando ésta quiso participar de una fiesta.

 

o)     Fueron llenando los cementerios de Río Grande, simplemente por que dieron su vida a esta nueva tierra, y casi todos coincidieron que no hizo falta más que trabajo para llegar a ser felices...

 

 

Entreverados.

 



 

 

Y llegaba la fiesta, y no era cosa de pasarla solos. Por eso en una de las casas, no necesariamente la más grande, se juntaban al menos tres familias con su consecuente niñerío.

Algunos solteros y solteras, a los que cupido habían dejado al garete, y siempre el inesperado que podía llegar con algo para comer o algo para beber.

Al principio los chicos que no se conocían se exploraban, después congeniaban, luego comenzaba a pelearse. Alguno buscaba amparo en sus mayores. Los moderadores no siempre eran muy moderados.

Lo cierto es que la experiencia no iba a ser muy terrible, las pausas para ir comiendo sofrenaba a los molestos.

Los mayores, cada uno en su estilo, hablaban sobre política, microeconomía, relaciones humanas y curas milagrosas. Algunos  conversaban otros vociferaban.

Había dos mesas, los chicos comían aparte y primero, los grandes se distendían con el roce entre algunos y la distancia con otros. Solo había un silencio para escuchar al encargado de protocolo que algo tenía que decir ante la solemnidad de un brindis.

El televisor estaba prendido pero con el volumen bajo. Había un continuo desfilar hacia la heladera. Alguien quedaba encerrado en el baño.

Y de pronto alguno de los pequeños comenzaba a dormirse, en brazos de alguno de los mayores, o cabeceando en la silla. Para ello se preparaban los sillones abarrotados de camperas, bufandas y gorras. Y alguien decía: ahora ya vamos a estar un poco tranquilos, y podemos hablar de todo lo que queramos hablar.

Cuando los pequeños ya estaban narcotizados por las emociones del día se tiraba colchones en el piso de una de las habitaciones y allí se los iba trasladando, si faltaba lugar el vecino más cercano iba y traía uno de su casa.

El mundo se había calmado un poco, la noche se iba llenado de carcajadas.

Pero a cierta hora alguien decía que tenía que partir. Y allí venían las acciones de repudio: ¿Qué tenés que hacer más importante que seguir en la fiesta?

-Es que tengo un trabajo para hacer temprano.

-No es tiempo de trabajo, la diversión recién comienza.

Y así iba pasando la noche.

Había relevos por el sector dormitorios. Unos que salían otros que entraban.

De pronto había que pensar en el desayuno. Uno se planteaban ir a la panadería, otros cocinar buñuelos…¡Déjalos para la tarde!

Al mediodía se iba comiendo lo que sobró de la noche anterior.

Los grandes comenzaban a organizar juegos para los hijos, ganaba el fútbol..

 

Las niñas comenzaba a sentirse excluidas, y hacían roda frente al televisor que había cambiado de canal o que iniciaba la presentación de un video que se había traido para la ocasión. Al rato los más inquietos teatralizaban lo que le estaba mostrando la pantalla.

El tiempo por fuera de la casa estaba cambiado, no valía la pena salir y mojarse ante la posibilidad de fortalecer la experiencia gregaria que ya superaba las 24 horas.

Y llegaba el momento de la pizza. Se daban cuenta que no había bebida apropiada para este convite, y alguien tocaba bocina desde la camioneta para que lo acompañen a traer dos esqueletos.

Iban a pasar dos noches todos juntos otra vez, todos los peinados se iban diluyendo y los perfumes entremezclándose.

En la ronda de los recuerdos se hablaba de situaciones similares, y de los que ya no están. De los que ya no vienen, porque se fueron para arriba..

-¡Y esa noche que nevó tanto! Salimos a hacer muñecos, hubo competencia, por desabrigada la Negrita tomó mucho frío y al rato levanto fiebre. Hubo que llevarla a la guardia y volvió  con pedido de nebulizaciones.

-¿Quién de ustedes tiene un nebulizador para prestarme!

-Curitas, curitas!!!

Ya para entonces se habían roto surtidamente: vasos, platos, botellas, anteojos…

Se consultaban los relojes, otra noche así podría pasar, no mucho más… Al fin de cuenta no había sido una gran fiesta, esa vendría para los momentos tradicionales del año, muchos en Navidad donde los regalos se acumulaban con el nombre escrito del destinatario, y sin saberse quien lo compró, en Año nuevo mermaba la concurrencia, ya muchos partían al norte.

Todavía no existían los feriados puente, largos o como se les llame.

Los niños volvían a dormitar todos juntos; hermanos, primos, vecinitos, compañeritos. Alguna madre en silencio los cuidaba mirándolos a cada rato. Algún padre se peguntaba si esos chicos seguirían unidos como ellos, al avanzar en la vida.

 

 

 

 

 

LOS PUENTES DE LA MEMORIA.45.“De como el autor que aparentemente vive para escribir, leer para escribir, por que leer y vivir pueden ser la misma cosa”.

 



La mañana del 18 de agosto escuchando a Bilaboa por su radio, apareció el tema de los libros de texto y la realidad lugareña. Una de las pocas reflexiones sobre política cultural que escuché durante este año en que la educación se acercó más al clamor, al grito, al silenciamiento.

 

Fue entonces cuando me animé y comencé a leer Páginas con Patagonia, una antología producida por María Teresa Forero para Aique, adquirida durante la última Feria de Libro en Buenos Aires. No se cuantos docentes de nuestro medio habrán dispuesto de este material que se terminó de imprimir en marzo pasado, y sobre el cual hoy me propongo dar algunas noticias.

 

Desde el agradecimiento mismo, la obra evidencia fue realizada sin visitar o contactarse físicamente con la realidad de todo nuestro sur, más bien fue Neuquen el epicentro de la tarea de recolección de materiales que, llegado el caso de lo atinente a Tierra del Fuego, hizo aparecer los siguientes nombres: Daniel Arias, Ricardo Horacio Caletti, Lucas Bridges y Daniel Quintero.

 

El escrito de Daniel Arias tiene carácter periodístico, fue publicado en “Clarín” el 26 de febrero de 1991 bajo el título De Hierro, de Oro y de Olvido; allí su autor, un porteño con antecedentes en prensa científica anuncia: “La Tierra del Fuego en algún momento lo fue del oro. En ese entonces, este lugar misterioso fue disputado a plomo por hombres de hierro de todos los orígenes. La historia se remonta a 1886 cuando Julio Popper reconoció y trazó el mapa de la isla grande y colocó en ríos y montañas varios nombres castellanos. ¿Pero quién se acuerda hoy de él, el rumano Popper, rey sin corona de aquel sitio desde 1886 a 1893? De su torres de armas, el lavadero de oro en la península de El Páramo, no se conserva ni el cementerio. No sólo se perdieron las tumbas que Popper dejó a su paso, sino la suya propia”. Arias cae en los errores del viajero, sitúa a Slogget en San Sebastián y culpa al tendido del gasoducto de la de desaparición del cementerio interconfesional, en tanto que la compiladora en las citas confunde Punta Arenas con Punta de Arenas.

 

Esteban Lucas Bridges aparece en esta antología con un fragmento de su libro El último confín de la tierra, donde alude a los juegos de su infancia. Donde parece por primera vez en las letras de la isla el tema del ozona aunque en un sentido científicamente equivocado, cuando el autor dice: “Al bajar la marea, esta mezcla de elementos despedía un gas de fuerte olor, que los científicos modernos llaman, según creo, ozono”. Lucas señala la importancia que tenían en sus correrías infantiles el escenario de la costa, y en el invierno el patinaje, con los que el joven pionero confiesa haber emulado récords mundiales en la soledad de su solar sureño.

 

Ricardo Horacio Caletti, actualmente residente en San Martín de los Andes, fue durante su residencia fueguina funcionario territorial en área de Comunicación y Cultura, y logró la publicación en Ediciones Culturales Argentinas de La Literatura en Tierra del Fuego, un ensayo en el que incluyó su poema Mi Tierra, premiado en un concurso literario dado en Ushuaia en 1973. Este poema es presentado en forma fragmentada por los antologistas a que hacemos referencia.

 

Daniel Quintero es el nombre que cierra nuestro comentario. Ganador de un certamen poético organizado por el Banco de Neuquen, imaginamos que ese fue el camino por el que llegó a la gente de Aique, la que incluyó su Trabajo de gaviota:

 

Ella

todos los días

sin que nadie lo percibiera

derrumbaba  fronteras con sus alas.

 

Mañana

cuando amanezca,

en la playa fusilaran la gaviota.

¿El delito?

Contrabandear poesía de costa a costa

 

Páginas con Patagonia incluye para cada lectura un conjunto de actividades en el caso del poema de Quintero se presentan como, para comprender mejor el texto, para investigar, como lo dice el autor ahora... ¡a imaginar!; la primera de estas tareas está llena de actividades que responden a las siguientes preguntas: ¿Hay alguna mención humana en el poema?¿Qué clase de fronteras puede derribar una gaviota?¿Puede haber fronteras intelectuales?¿Quiénes serán los que fusilen?¿En qué consiste el trabajo de gaviota?¿Por qué el autor eligió un ave y no otra clase de animal? El cuestionario lo pueden contestar Uds. Amigos lectores de todo el año, los Bilaboa me motivaron el comentario, o el mismo Daniel desde su solar de Ushuaia.

 

Mientras tanto me despido de Uds. Y del año pensando en el relativo destino que tienen los libros para niños en las aulas fueguinas, y lo digo por lo que pasó con Triangulito de Fuego, y lo recalco por el desconocimiento que se tiene de Chepachen...

 

 

EL FAMOSO RIO GRANDE. 17.-

 


 Algunos nativos, ya mestizados, se asentaron en el puerto atlántico fueguino, ocupando estamentos bajos de la sociedad.

GUSTAVO LEKANDER, dar a luz en la isla..

 

Nos ha llegado la noticia del fallecimiento de este médico que ha tenido un largo desempeño como obstetra y ginecólogo en nuestro Río Grande.

Un hombre que supo despertar afectos.

Afectos diversos entre hombres y mujeres, como suelen alumbrar los profesionales de su especialidad,

Nos hemos encontrado en más de una oportunidad para hablar de la vida y zonas aledañas, y siempre tenía tiempo.

Recordaba a su abuelo sueco -Gunar- Gunar el aventurero como le decía la familia, un martino que llegó Argentina en 1913 y ya no volvió a su tierra natal.

Gustavo no llegó a concerlo puesto que falleció cuando él tenía tres años de edad, pero siempre se preguntaba sobre esa decisión que se dió un año antes que todo comenzara a estallar en Europa.

El se sentía en parte un aventurero porque la búsqueda de su destino se dió también después de una guerra, y salió de Quilmes para buscar este escenario cercano a nuestra guerra, en un lugar que le gustó,  y en el que desarrolló inicialmente su tarea en el HRRG, y más tarde se independizó.



De por medio siempre analizábamos los tiempos que nos tocó vivir, en medio del retorno a la democracia, cada uno en su lugar, y con una gran hermandad entre gente de distinto pelaje partidario.

Su identidad era radical, desde su temprana juventud en su Quilmes local.

Y cada tanto las referencias de como no subió al Lear Jet de fatal destino el 15 de mayo de 1984.

Recuerdo que me contaba como se metió en el mundo de la medicina, fue en parte por la admiración hacia su médico pediatra que parecía curarlo con la sola confianza que le transmitía. Y el otro detonante fue literario, en un libro de la colección Robin Hodd lamado Luz en la selva, donde se relataba la existencia de Alberto Schwizer, un destacado pianista que abandotó su éxito para ingresar a una facultad de medicina y volcar luego en África todo su espero humanitario.

Cuando llegó a nuestro lugar descubrió que una calle de la periferia llevaba el nombre de la personalidad atrapante que dejó todo por la salud de los más postergados.

Gustavo, ¿me estás escuchando?

Hay muchas voces que algo te querrían decir en el espacio sur que nos habita.



El protagonismo de los ignorados.

 


Tal vez si uno no hubiera venido, ya hubiera venido otro a hacer lo que hemos hecho, de manera parecida, igual, o mejor.

Y si no hubiéramos leído la Pedagogía del oprimido, Los condenados de la tierra, y analizado la cultura de la pobreza; no hubiéramos encarado como un dogma que en la tarea de informar podía haber un resquicio por el que se filtrara la historia, una mirada más plural que emergiera por sobre protagonistas de la primera hora de Clío entre los fueguinos.

Y entonces seguirían vigente en una eterna lucha Menéndez contra Popper, y se valoraría desde distintas tribunas a lo mejor que dieron Fagnano y Bridges, y habría puntos de vista a favor de los marinos antes que los comerciantes en el desarrollo de nuestro lugar, en el progreso.

Y de tanto en tanto una lágrima porque volvía a morirse el último de nuestros indios.

Y fue así que nos embarcamos en un momento en conocer el progreso de las gentes, esa que con madurado sentido de pertenencia transitaba por nuestras calles, aun de ripio, y los estimulamos para que relataran sus pequeñas cosas, que con el tiempo fueron las grandes cosas de esta comunidad levantada al borde del mundo.

Esta mecánica de acción tuvo un componente tecnológico primordial: el grabador a cassette. Y atrás de este trabajo el trampolín de la radiodifusión con la única radioemisora existente en Río Grande.

Pero claro, la radio se estaba muriendo –como el tango- y el medio victimario era la televisión. Ya no era cosa de generar contenidos atractivos para que no se distrajeran los oyentes con emisiones de Gallegos o Punta Arenas, y fue así que a los codazos comenzamos a tener un lugar, con programas basados en la cultura local que iban a la misma hora de la telenovela o de la transmisión de los Grand Prix automovilísticos.

AGUAFUERTES FUEGUINAS de Eduardo Ernesto “Lalo” Díaz.

 

Justo con el comienzo de la Fiesta del Arbolito más grande de Argentina comencé la lectura de este libro en el cual se analizan particularidades de los fueguinos de hoy, de ayer.. y tal vez de siempre.

Su temática es amplia, pero no totalizante, pese a ello es raro que alguien que lo lea se sienta excluido del quantum literario que desarrolla el autor.

En sus grandes enunciados no se hace referencia a la búsqueda de definir una identidad fueguina, pero hace indudablemente un importante aporte.

La primera alusión al carácter de Aguafuertes nos lleva a la producción cotidiana de Roberto Arlt volcaba su mirada porteña sobre el universos de singularidades que estaban a los ojos de todos, esos temas sobre los cuales en algún momento se había hablado, o sobre los cuales podría pasar a tomarse posición.

Pero en tanto Lalo descubre su militancia política es que comenzamos a verlo como la obra de un polemista, de esos que aunque trabajaron para su presente en el escenario nacional, proyectaron de futuro sustancia de argentinidad.

La isla tiene sus singularidades. Hace más de cuatro décadas comencé a conocerlo a Díaz en la cotidianidad de los encuentros en la U.N.Eva Perón, donde junto con su padre rompían silencios para describir el que se debía hacer ante lo que estaba pasando. Y descubro a ahora en que si bien siempre supe que estaba entre nosotros, no recuerdo habernos vuelto a encontrar.

De allí que a la madurez de sus escritos le coloco su rostro juvenil, ese que perdura en mí como parte de una renacida JP.

Pero en aquel momento todos estábamos de ida, y hoy –lo redescubro al leer este libro- y estamos de vuelta.

Seguir la vista sobre la pequeña letra de este volumen que salió de imprenta hace algo más de dos años canceló toda otra lectura. Y causó algunos desvelos. Es que resulta difícil sentirse excluido del objeto de estudio en que nos hemos convertido, a sus ojos, los que estamos aquí, con su para que estamos aquí.

El libro trasunta algunas picardías, como es la continua inclusión al lenguaje popular, a las construcciones culturales en esta era de masas, lo que nos lleva a caer en un andarivel narrativo, sobre todo al ir finalizando cada uno de los capítulos.

Artículos dice él.

Aguafuertes está en la historia, se sumerge en ella, pero en ella no se hunde. Con lo que no va haber mayormente fechas o identificación de protagonistas, tal vez una buena forma de salir a flote.

Tal vez lo que tanto tardé en encontrarlo, podrá revertirse en ustedes a partir de este comentario que pretende ser motivador.



ANTIGUOS POBLADORES Y SU RELACION CON EL MEDIO. 11

 



Vamos a salir de este sitio imaginario donde sus ocupantes viven en una relación con la naturaleza que los aclimata permitiéndose algunas tareas productivas que ojalá el tiempo pueda mantener y hacer prosperar.

¡Cuánto espacio se necesitaba para juntar la leña!, espacio que cuando vino el gas se destinó, se destinó, ¿a qué se destinó?

-A poner un tallercito.

-Hacer un espacio para los juegos infantiles.

-Ampliar el jardín.

-Construir un dormitorio  para las niñas casaderas.

-Un rincón con un fogón para los asados.

-El garaje.

-¿No hay perros en esta casa?

Perros y gatos. Y gaviotas que vienen a limpiar lo que no hemos limpiado, y a la que no hay espanta pájaro, ni perro que asusten. Y eso que las gaviotas tienen para alimentarse lo que trae la marea, y lo que larga el frigorífico.


La foto es mi ícono de identificación en wsp.

 

 

 

 

 (*) Recuperamos en el tiempo esta conferenciada dada el viernes 18 de noviembre de 2011, en el hotel atlántida, como parte4 de la CELEBRACION DE LA OBRA DE SAN VICENTE DE PAUL EN RIO GRANDE

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS PUENTES DE LA MEMORIA.44. Entretiempos: “De cómo –conscientes de nuestra maduración temporal- nos allegamos a hacer un racconto de cuanto había operado en nuestro mundo de evocaciones y nostalgias”.

  


  Hoy hace justo un año recibí la visita de Oscar González y Hugo Fayanás. Venían más que a ofrecerme trabajo a darme una gran oportunidad: querían que escribiera sobre lo que se me ocurriera en el diario nuevo que se estaba por editar. Hasta ahí yo los conocía de vista, fueron ellos los que se debieron molestar en decirme cuál era el rumbo a emprender.

 

Indudablemente estábamos en Río Grande y, como siempre se dan las cosas aquí, la competencia prometía ser inclemente. Ya existía un diario que se orientaba políticamente con una apuesta de nombres y figuras que tenía muy en cuenta la elección provincial que se venía encima, y por si esto fuera poco el Dr. Milán Pasucci Visic, desde la Imprenta Don Bosco, y con profesionales traídos desde el norte del país, apuntaba con “La República” a dar una sólida lucha por los lectores cotidianos.

 

Hugo y Oscar llegaban a proponerme le lo que nunca me habían dado en mi pueblo: publicar mis escritos sobre el ayer...¡pagándome!

 

Ayer me sorprendí al darme cuenta que se viene el aniversario de El Sureño y que yo, con mi columna dominical, seré fiesta en pocos días. Vengo de un tiempo de vacaciones fuera de la isla y todavía me cuesta acomodarme a la realidad que no viví; estas últimas semanas en que se movieron tantas estanterías para que cayeran tan pocos frascos. Y yo que había dejado todo lo mío escrito de antemano, he debido leer todo lo que pasó, encontrar respuestas para mis preguntas y tratar con ello de seguir adelante.

 

Lo histórico ocupa un lugar no esperado en la cotidianidad de la gente de nuestro pueblo. Hoy encontré entre mis papeles de oficina una invitación que no llegó a tiempo: La Directora de Cultura, Marisa Dumé, me participaba de un encuentro en vistas a la realización de un libro sobre la historia de Río Grande. La cita era para el 16 de mayo, yo no estaba aquí y aun no he tenido tiempo de averiguar sobre sus resultados. La idea que da la participación de la Fundación La Otra Historia me hace recordar un proyecto compartido con María Isabel Mora, y que no encontrara a su tiempo respuesta en el Centro Histórico Documental, ni en la Fundación del Banco del Territorio. Si es lo que yo pienso, Hebe Clementi –Directora Nacional del Libro durante el gobierno radical- coordinaría la tarea: ella visitó el año pasado nuestra ciudad, cuando con el auspicio de la Federación de Bibliotecas Populares presentó en la Edurdo Schmidt (h) el libro de lecturas escolares La Patagonia, editado por Coquena Grupo Editor.

 

La Otra Historia es también el título de una colección dirigida a los jóvenes en la que Miguel Ángel Palermo ha publicado durante el último años: Los Yámanas y El Verdadero Nombre de los Onas: Los Selk’nam. Con el departí preocupaciones  en común días atrás cuando visitando el Museo Etnográfico Argentino descubrí su lugar de trabajo.

 

La Otra Historia se corresponde a un programa de participación comunitaria que en el ámbito de la Patagonia sirvió para que luego Ediciones Culturales Argentinas publicara Los Ferroviarios que perdieron el tren y Relatos de la Patagonia de Juan Meisen.

 

Siguen editándose libros sobre la historia fueguina, pero las librerías locales no son vehículo que permita su conocimiento y adquisición. Así lo esperan los últimos volúmenes de la obra de Martín Gusinde: Los Halakaluf y la Antropología Física, logrados en este último año por el Centro Argentino de Etnología Americana; y otro tanto la obra del arqueólogo Luis Borrero titulada Los Selknam (Onas) su evolución cultural, publicada por Búsqueda Yuchan.

 

Luis Benito Zamora, después de un largo tiempo de espera, resolvió desglosar su obra histórico-política sobre el Territorio Fueguino con la presentación de Pueblo Chico, publicación a la que un fuerte respaldo publicitario ( y Estatal) le permite ser obsequiada entre los interesados.

 

Peláez Garrido descubrió las posibilidades que da el ayer para conformar un suplemento semanal en el otro diario de la ciudad, en tanto que en Ushuaia se interrumpía la edición de Raíces del Fin del Mundo, revista de la Asociación Hanis.

 

En Río Grande, el cambio institucional de diciembre puso fin a la existencia del Centro Histórico Documental, mucha gente acudió entonces a solicitar elementos que tenía allí confiados: la suerte fue dispar. Miguel Angel Vitola partió con su proyecto del Museo Provincial de Fotografía que no fue aceptado por la gente de Estabillo, en tanto que si encontró amparo en la órbita de Danielle.

 

Lo que hasta entonces quería ser El Galpón de la Historia –para lo cual hubo un primer presupuesto que puso a trabajar al Arquitecto Klein- pasó a llamarse Museo de Historia y Ciencias Naturales durante los días de receso del Concejo Deliberante, y sin su intervención. La gente no se acostumbra al hecho y todavía se habla del Centro y del Galpón. Juan Gómez que una vez más visitó Río Grande, me comentó el pasado viernes por teléfono que por Julio volverá con alguno de sus trabajos fotográficos para la inauguración del galpón...

 

Carlos Baldassarre, que para abril del ’91 presentara en La Casa de la Cultura su audiovisual Voces y Cánticos del Hain –sobre pinturas de Patricia Maluf- llevó esta producción suya –y del Centro- cuando fue designado para integrar la delegación fueguina a la Feria del Libro de Buenos Aires; allí también fue presentado el cuaderno El Cielo de los Selknam que con su firma y la del astrónomo Ormaechea se distribuyera gratuitamente por faltar un organismo que autorizara la rentabilidad de lo cultural. A él volvimos a verlo en actividades de extensión cultural en la Universidad de Magallanes. De aquellos contactos surgió la presentación en el Salón de Usos Múltiples de la muestra del Museo de Porvenir en el marco del Primer Encuentro Histórico Cultural Argentino-Chileno, al que también se invitó al Cadic. Carlos Ozuljevic, titular de la entidad porvenireña, nos hizo ver cuantas cosas tenemos en común. Baldassarre fue enviado también a presentar en Río Negro su trabajo sobre los salesianos, y allí, ante la Asociación Dante Alighieri, organizadora del Congreso de los Italianos en la Argentina, comprometió a Río Grande como sede de un futuro encuentro.

 

Junto a Juan Sabino Andrade y su libro de memorias con el rótulo Yo, el petiso –editó La isla, libros- fue nuestro primer ensayo de desarrollar una historia de vida: la buena y la mala vida transitan por esas páginas que fueron presentadas en una cena realizada en la “Churrasquería La Querencia”, cuando el Centro Histórico Documental descubrió una placa recordatoria en el antiguo boliche.

 

La palabra Historias de Vida apareció en un concurso municipal que no encontró participantes. Igual que el cuadernillo que se prometió entregar antes del cotes de luz de la última cena de viejos pobladores, con lo que se pensaba editar un libro de vivencias colectivas.

 

Tanto como El Sureño, en magazín cultural Impactos de la vecina Punta Arenas se ha dado lugar para mis trabajos; allí se terminó de publicar la serie Mis últimos onas, y se inició la secuencia testimonial sobre antiguos vecinos de Río Grande a la que titulamos De por acá. A impactos llegaron otros nombres nuestros, entre ellos los de la postergada Nelly Iris Penazzo de Penazzo.

 

Si Rastros en el Río fue mi puerta de entrada a muchos lectores, Cordón Cuneta me dio la satisfacción de lo cotidiano. Lo histórico no dejó de invadirlo, y el 80% de las fotografías que hemos publicado partieron de la contribución comunitaria para nuestra receta más simple: adornar la memoria con optimismo y alegría.

 

En Radio Nacional hicimos nacer Fronteras del Pasado, un nuevo lugar para la evocación. En 29 programas hicimos transitar las voces de 79 vecinos, muchos de ellos ya desaparecidos.

 

Durante esta semana visitamos la muestra organizada por el Museo local en Los Yaganes, una nueva dinámica sí, pero casi nada distinto a lo que el Centro Histórico a su tiempo había rescatado; y la lección de tiempo: deben ampliarse los plazos para facilitar una planificada visita por parte de los escolares.

 

El Parador de La Misión, que no alcanzó a cumplir su primer año, se fue en llamas y con él algunas cosas irrecuperables; la picota municipal se ensañó sin permiso sobre la plaza  para ofensa de algunos e indiferencia de muchos.

 

Con todo esto, y muchas cosas más que en el andar seguro me olvido, creo que vale la pena seguir andando los caminos del ayer junto a Ustedes, nuestros lectores, a los que les regalo con motivo del primer cumpleaños de nuestra voluntad de existir como Rastros en el río, esta foto de nuestra plaza cercada, en nuestro pueblo que crecía a nuestro encuentro...