Nuestra población rural es, predominantemente,
de origen chileno, y si un lugar fue generoso éste se llama archipiélago de
Chiloé. Con anterioridad a ellos la peonada rural era europea, pero al llegar
Pero nuestras conclusiones abarcarán la vida
del obrero rural de origen chileno, fundamentalmente el chilote, y para eso
dibujaos el camino que, como una constante, aparece en el relato de tantos que
hicieron a nuestro pueblo.
a)
Se partía del pueblo natal con
cierto agobio económico en un barco que los obligaba a atravesar el Golfo de
Penas, con no pocos infortunios marineros, se encontraba en Punta Arenas un
nudo distributivo de las oportunidades laborales que en gran medida terminaba
alojándolos en el campo argentino. El viaje se hacía con el hacinamiento propio
de la tercera clase y/o la bodega.
b)
Porvenir los invitaba a llegar
hasta las estancias de nuestra zona. A veces se daba algún intento de probar
suerte en los grandes establecimientos de
c)
Esto ocurría en septiembre.
d)
Muy pocos acudían a un pariente o
paisano para que les haga de gestor laboral. Llegar al pueblo significaba casi
siempre pagar pensión y no se traía presupuesto para ello. Entonces, la
inmediata presentación en las estancias posibilitaba el empleo, y la inmediata
manutención por cuenta del empleador. Los administradores de las grandes
estancias esperaban primero la llegada de la gente conocida y competente que
emplearan en años anteriores; sólo a falta de ellos o por una emergencia de
días que a veces resultaba definitiva, el novato conseguía empleo. En las
estancias chicas la circunstancia era distinta, los sueldos también y con ello
la incertidumbre para algunos que corrieron la suerte de no encontrar el mejor
patrón.
e)
Así nacía el ayudante de cocina,
el campañista, el peón, el ovejero, el ayudante de alambrado, el carnicero, el
puestero, el chofer... En el campo se aprendía de todo.
f)
Cada mes de mayo representaba la
paralización de las actividades rurales hasta que llegara la primavera,
entonces se regresaba –ahora con algo más de dinero- por barco hasta Punta
Arenas, o cómodamente en un correo terrestre hasta Porvenir. No todos seguían
hasta su Chiloé, pelechaban en invierno en Punta Arenas con la fuerte moneda
argentina que en muchos casos recién cobraban en bancos de esa plaza y algunos
disfrutaban recién, y por algunos días, por todos los sinsabores de la
incesante tarea rural antes experimentada. Muy pocos tenían la oportunidad de
seguir en la estancia durante el invierno, ese mérito se conseguía con los
años. Casi nadie encontraba motivos inmediatos para quedarse en Río Grande, muy
pocos se aventuraban al norte argentino, o a la costa. Tal vez aquellos que
querían eludir el servicio militar en su país, y esperaban con el tiempo alguna
amnistía.
g)
Con los años estaba quien se hacía
de cierto capitalito y, más que nada, de un empleo seguro; entonces llegaba el
momento de volver a Chiloé a buscar mujer y no se demoraba mucho en el trámite.
Es que nuestro chilote ya volvía vestido de argentino: bombacha y botas,
campera de cuero y pañuelo al cuello y firme del lado del tirador. La paisana
debía ser “de un solo pueblo”, casi siempre más joven, a veces una niña y se
partía, en muchos casos, con el consentimiento del patrón para recibirla en
tareas afines a la cocina, o en desempeños calificados como “el matrimonio”
donde se prestaba trabajo en la “casa grande”.
h)
Si no era así, la flamante esposa
debía quedar en el pueblo, en pensión o en casa de algún conocido que ya se
había independizado de las tareas rurales. A veces se la dejaba en Porvenir o
en Punta Arenas en igual situación, pero más que nada por que un hijo venía en
camino y así nacía en la patria... o bien con una atención médica que acá
todavía no se prodigaba.
i)
Al crecer los hijos, vivir en el
pueblo era ya un imperativo. Algunos se volvían bolicheros, otros se esmeraban
en algún oficio: carpintero, mecánico o se empleaban en los caminos, el
frigorífico, la esquila, el puerto y el caponero, es decir: asegurarse un
fuerte ingreso en cierta época del año y aguantar el resto.
j)
La casa era el gran paso. Precaria
pero propia, el terreno también lo era. Las grandes extensiones de aquellos
días permitían al industrioso generar la quinta y el gallinero, otra fuente de
supervivencia. Los que llegaron a tiempo encontraron en el gobernador Ernesto
Campos el gran benefactor, el que le dio tierras a todo el mundo. La minga
prosperaba a veces, donde también se recibía la ayuda de los paisanos a cambio
de una comida en el patio; entre los evangélicos la solidaridad fue mucho más
notoria.
k)
Los hijos del chilote crecieron
argentinos sin abandonar buena parte de las costumbres de su mayores con una
dependencia, en muchos aspectos, de esa ecumene de nuestro desarrollo que fue
Punta Arenas, más que el Chiloé de origen. Allá había quedado un tiempo de
privaciones, muchos parientes fueron llegando alentados por el feliz destino de
esta tierra y los pocos que quedaron pudieron vivir mejor con lo poco que
tenían.
l)
La gran mayoría de los chilotes
que he entrevistado se han naturalizado, reconocen que todo lo que tienen se lo
deben esta tierra. No parecen haber tenido conflictos sociales con nadie, pese
a que durante muchos años el argentino –el funcionario más que nada- los miró
con recelos impuestos desde su norte de origen.
m)
Será por eso que muchos de ellos
evitan decir que son “chilotes”, calificativo que ha sido utilizado
despectivamente por los mismos chilenos y que en tantos casos es fácilmente
olvidado por sus hijos. Un buen día de estos, llegado un 20 de Junio, vistiendo
el uniforme argentino juraba ante la nueva bandera de la familia. El Trauco y
el Caleuche pasaron a ser voces humorísticas, las comidas tradicionales un
culto que quedó solamente en manos de las abuelas... Las hijas miraban con
buenos ojos a un recién llegado y así, algún colimbita del interior, o algún
empleadito porteño, misturaba su idiosincracia con lo que quedaba de una
familia de Quinchao.
n)
La gran mayoría de nuestros
chilotes recuerda lo difícil que era vivir sin agua, luz ni gas; el susto en el
terremoto del ’49 que les hizo recordar tragedias propias, la gran nevada del
’54, el surgimiento del petróleo, el bote cruzando el río y los aviones que
daban más de un susto, lo rápido que crecieron los hijos y lo difícil que les
resultó –por instrucción y privilegios- competir con cierta gente venida “más
ahora”, lo absurdos de ciertos odios sembrados durante algunos gobiernos
impopulares, o en algunas campañas electorales... y uno que otro encontronazo
con la policía cuando ésta quiso participar de una fiesta.
o)
Fueron llenando los cementerios de
Río Grande, simplemente por que dieron su vida a esta nueva tierra, y casi
todos coincidieron que no hizo falta más que trabajo para llegar a ser
felices...
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