Tal vez si uno no hubiera venido, ya hubiera venido otro a
hacer lo que hemos hecho, de manera parecida, igual, o mejor.
Y si no hubiéramos leído la Pedagogía del oprimido, Los
condenados de la tierra, y analizado la cultura de la pobreza; no hubiéramos encarado
como un dogma que en la tarea de informar podía haber un resquicio por el que
se filtrara la historia, una mirada más plural que emergiera por sobre
protagonistas de la primera hora de Clío entre los fueguinos.
Y entonces seguirían vigente en una eterna lucha Menéndez
contra Popper, y se valoraría desde distintas tribunas a lo mejor que dieron
Fagnano y Bridges, y habría puntos de vista a favor de los marinos antes que
los comerciantes en el desarrollo de nuestro lugar, en el progreso.
Y de tanto en tanto una lágrima porque volvía a morirse el
último de nuestros indios.
Y fue así que nos embarcamos en un momento en conocer el
progreso de las gentes, esa que con madurado sentido de pertenencia transitaba
por nuestras calles, aun de ripio, y los estimulamos para que relataran sus
pequeñas cosas, que con el tiempo fueron las grandes cosas de esta comunidad
levantada al borde del mundo.
Esta mecánica de acción tuvo un componente tecnológico
primordial: el grabador a cassette. Y atrás de este trabajo el trampolín de la
radiodifusión con la única radioemisora existente en Río Grande.
Pero claro, la radio se estaba muriendo –como el tango- y el
medio victimario era la televisión. Ya no era cosa de generar contenidos
atractivos para que no se distrajeran los oyentes con emisiones de Gallegos o
Punta Arenas, y fue así que a los codazos comenzamos a tener un lugar, con
programas basados en la cultura local que iban a la misma hora de la telenovela
o de la transmisión de los Grand Prix automovilísticos.
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